Los farsantes del a?o
No ser¨ªa justo despedir 2005 sin un recuerdo para los dos mayores farsantes de la temporada. El primero es un hombre joven, bien trajeado -aunque con las etiquetas de la ropa arrancadas, lo que debi¨® haber sido motivo de sospecha- que apareci¨® el 7 de abril, totalmente empapado y con s¨ªntomas de desorientaci¨®n, en la ciudad costera de Sheernes, condado de Kent, al sur de Inglaterra. Como no pronunciaba palabra se dio por supuesto que padec¨ªa amnesia. "Se baraja la posibilidad", dec¨ªan los peri¨®dicos, "de que llegara a tierra nadando desde alg¨²n barco".
Conducido a un hospital, se le adjudic¨® el apelativo de Piano man, tras conocerse que se pasaba horas interpretando con gran virtuosismo piezas de Chaikovski y otros autores, as¨ª como composiciones propias, en el ¨®rgano de la capilla del centro. Durante meses la prensa de medio mundo se hizo eco del enigma y rivaliz¨® en hip¨®tesis sobre las causas de su p¨¦rdida de memoria y sobre su verdadero origen. Checo, seg¨²n la principal conjetura, o quiz¨¢ sueco. Hasta que el 19 de agosto, cuando ya estaba casi olvidado, decidi¨® hablar: ten¨ªa 20 a?os, era alem¨¢n, hijo de unos granjeros, y hab¨ªa trabajado en Par¨ªs hasta d¨ªas antes de su aparici¨®n en Kent. Fue conducido a la casa de sus padres, en Baviera. Y se aclar¨® desde el hospital ingl¨¦s que no es que tocase el piano, sino que cuando le pusieron delante papel y l¨¢piz, hab¨ªa dibujado un piano.
A un enigma sigui¨® otro: c¨®mo era posible que ni sus padres ni sus vecinos o conocidos le hubieran identificado durante las semanas en que su fotograf¨ªa hab¨ªa aparecido en todas las televisiones y peri¨®dicos del mundo; y c¨®mo pod¨ªa explicarse que esas televisiones y peri¨®dicos hubieran construido una leyenda tan detallada sobre su supuesto talento musical -apoyada en testimonios de personas que se citaban por su nombre y apellido- sin ninguna base real.
En su biograf¨ªa de Alejandro Lerroux (El emperador del Paralelo. Alianza, 1990), Jos¨¦ ?lvarez Junco cuenta que gran parte de los contenidos informativos de los peri¨®dicos madrile?os de finales del siglo XIX eran recuelos de noticias de los diarios de provincias, que los redactores enriquec¨ªan con aportaciones de su invenci¨®n; con la particularidad de que buena parte de esas noticias de provincias eran a su vez recuelos de las aparecidas en la prensa de Madrid; el resultado era que una noticia pod¨ªa estar rodando durante semanas, en viajes de ida y vuelta, alej¨¢ndose cada vez m¨¢s del hecho que la hab¨ªa motivado.
La historia del hombre del piano es ella misma una versi¨®n actualizada de un episodio acontecido (precisamente) en el sur de Inglaterra. En 1817 apareci¨® por la zona una muchacha que hablaba un lenguaje incomprensible y hac¨ªa gestos como de rezos orientales, lo que hizo que la gente le atribuyese la condici¨®n de princesa de alg¨²n lejano pa¨ªs llegada tras un naufragio. La historia fue llevada al cine por Michael Austin en La princesa Caraboo, interpretada por Phoebes Cates, Kevin Kline y Stephen Rea. Este ¨²ltimo da vida a un periodista fascinado por la muchacha, a la que en un momento dado declara: "Si es usted la princesa que todos creen, su historia es extraordinaria; pero si es usted quien yo creo y ha conseguido enga?ar a todo el mundo, es a¨²n m¨¢s extraordinaria". La chica no enga?aba: como el Piano man, se limitaba a dejar que dijeran: a no desmentir a los que se inventan su biograf¨ªa.
El otro gran farsante del a?o, Enric Marco Batll¨¦, ex secretario general de la CNT y presidente durante a?os de la asociaci¨®n de deportados Amical de Mauthausen, autor de libros sobre su paso por los campos nazis de exterminio, condecorado por su pasado con la Cruz de Sant Jordi de la Generalitat de Catalu?a y homenajeado como ex deportado en el Congreso de los Diputados en enero pasado, tuvo que reconocer cuatro meses despu¨¦s, tras 30 a?os de impostura, que nunca hab¨ªa estado en un campo, aunque s¨ª en la Alemania hitleriana. Perteneci¨® a una brigada de trabajadores voluntarios enviados por Franco a ese pa¨ªs en 1941. Una vez descubierto dijo que minti¨® por una buena causa: para difundir mejor el dolor de las v¨ªctimas.
Hay aqu¨ª dos modelos de farsante: el de quien permite sin resistencia que la prensa le fabrique una falsa biograf¨ªa; y el del falsificador permanente de su propia biograf¨ªa para adaptarla a ideales cambiantes.
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