Bien est¨¢ lo que bien acaba
Sensaci¨®n de alivio es probablemente el sentimiento que mejor define la sensaci¨®n que ha experimentado un gran n¨²mero de personas, tanto en Catalu?a como en el resto de Espa?a, el d¨ªa en que el secretario general del PSOE y presidente del Gobierno de Espa?a, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, y el nacionalista y jefe de la oposici¨®n en Catalu?a, Artur Mas, lograron un punto de encuentro respecto al Estatuto, materializado en la famosa foto de La Moncloa. Alivio porque ese acuerdo pon¨ªa final a una situaci¨®n que ya hab¨ªa producido demasiada fatiga social y consum¨ªa excesivas energ¨ªas sociales y pol¨ªticas; alivio tambi¨¦n por resolver lo que muchos percib¨ªan, con raz¨®n o sin ella, como una propuesta que daba la espalda a Espa?a, y quebraba el sentimiento de igualdad y solidaridad entre espa?oles. Por tanto, dejando de lado ahora el an¨¢lisis del contenido, bienvenido sea el acuerdo.
Pero ese sentimiento de alivio ante el peligro conjurado no deber¨ªa impedir hacernos algunas preguntas de las que se pueden extraer algunas lecciones para el futuro. ?Por qu¨¦ ha sido posible el acuerdo en aquellas cuestiones -naci¨®n y financiaci¨®n- en las que las distancias parec¨ªan m¨¢s insalvables entre los firmantes? Si se preve¨ªa que el acuerdo era posible, ?por qu¨¦, entonces, han dejado que fuesen tan lejos el conflicto y la batallas ret¨®ricas que han azuzado el conflicto de sentimientos encontrados, anticatalanista en Espa?a y antiespa?ola en Catalu?a? ?Qu¨¦ ocurrir¨¢ a partir de ahora?
No soy muy dado a creer en confabulaciones. A menudo ocurre que cuando algo acaba bien por la mera confluencia de elementos causales, se tiende, sin embargo, a pensar que todo estaba pensado y respond¨ªa a una estrategia calculada. En general, este tipo de conclusiones son racionalizaciones a posteriori. En el caso del acuerdo entre Zapatero y Mas prefiero pensar que el acuerdo final es el resultado del sentido com¨²n. Porque si esa foto en La Moncloa respondiera a una estrategia preconcebida, al menos desde el mes de septiembre, cuando los mismos actores se reunieron tambi¨¦n en La Moncloa para acordar el apoyo de Converg¨¨ncia i Uni¨® (CiU) al Estatuto en el Parlament de Catalunya, entonces da m¨¢s miedo porque significar¨ªa que durante meses se nos ha tenido en tensi¨®n, azuzando el conflicto de identidades y alimentando la desconfianza entre unos y otros. Tendr¨ªamos entonces que hablar de temeridad y hasta de irresponsabilidad pol¨ªtica.
Pero aun en el caso de que as¨ª hubiese sido, conviene no utilizar demasiados juicios morales a la hora de juzgar la conducta de los pol¨ªticos. El juego de la pol¨ªtica se entiende mejor desde el an¨¢lisis de las ambiciones personales y de los conflictos por el poder que desde los juicios morales. Como dice el refr¨¢n, en el amor y en la guerra todo est¨¢ permitido. La guerra pol¨ªtica que se ha jugado alrededor del Estatuto es en realidad una guerra por el poder. A eso es a lo que han jugado Zapatero y Mas. El primero para mantenerse en el poder en Espa?a durante varias legislaturas, y el segundo para volver al poder en Catalu?a. De ah¨ª esa complicidad emocional que ha surgido entre ambos y que les ha llevado a una nueva versi¨®n del pacto del Majestic.
Desde esta perspectiva, adquiere nueva luz y racionalidad el largo y fatigoso debate sobre el Estatuto. Mientras unos, los partidos del tripartito, cre¨ªan que el objetivo era avanzar en el reconocimiento de Catalu?a como naci¨®n y en la consecuci¨®n de sistema de financiaci¨®n como el vasco, los otros estaban pensando en el poder. Por eso, la estrategia de Mas consisti¨®, primero, en que el tripartito se cociese en sus propias contradicciones y, despu¨¦s, en forzarlo a ir m¨¢s all¨¢ de lo que hab¨ªan acordado en el Pacto del Tinell para dar cabida a sus exigencias maximalistas. Un nacionalista no pod¨ªa consentir que los no nacionalistas -ya sean catalanistas o soberanistas- le diesen lecciones en Catalu?a de c¨®mo fer pa¨ªs. Pero una vez logrado ese objetivo con el acuerdo del Parlamento, Mas ha girado hacia el pragmatismo dejando desairado al tripartito y con el pie cambiado a Esquerra Republicana (ERC).
El primer damnificado de esa estrategia de forzar un Estatuto de m¨¢ximos en el Parlament de Catalunya fue Josep Piqu¨¦, quien se qued¨® sin argumentos para tratar de contrarrestar la grosera catalanofobia de ?ngel Acebes y Eduardo Zaplana y, progresivamente, tambi¨¦n de Mariano Rajoy. El segundo damnificado ha sido el propio Pasqual Maragall. Y el tercero, Josep Llu¨ªs Carod Rovira, sometido ahora a la duda hamletiana de aceptar el acuerdo en el que no ha participado o tirarse al monte. Pero no creo que opte por esta segunda opci¨®n, porque el debate del Estatuto est¨¢ acabado y los intentos de prolongarlo tendr¨¢n costes importantes para ERC. A los moralistas todo esto les parecer¨¢ una muestra del cinismo que domina la pol¨ªtica. Es posible. Pero bien est¨¢ lo que bien acaba. Y si hemos de juzgar por las obras y no por las intenciones, es evidente que el acuerdo ha comenzado ya a dar frutos terap¨¦uticos en esa nueva sensaci¨®n de alivio de la que hablaba al principio.
Pero no deber¨ªamos actuar como si aqu¨ª no hubiese pasado nada a lo largo de estos dos ¨²ltimos a?os. Ahora hay que intentar cicatrizar heridas y reconstruir puentes de confianza entre unos y otros. Hay que avivar los sentimientos de simpat¨ªa y confianza rec¨ªproca entre los catalanes y el resto de espa?oles. Esos sentimientos son esenciales para la buena resoluci¨®n de los conflictos que inevitablemente produce y producir¨¢ el Estado auton¨®mico que nos dimos hace 25 a?os, y que tan buenos resultados econ¨®micos, sociales y pol¨ªticos ha tenido para todos. Son m¨¢s importantes los sentimientos que las razones porque, como dec¨ªa un personaje -no s¨¦ ahora si literario o narrado- de mi buen amigo Suso de Toro, escritor gallego y simpatizante de Catalu?a, a ¨¦l "no se le convence con argumentos".
Un buen primer paso ser¨ªa acordar una especie de desarme bilateral y simult¨¢neo en esa guerra que, desde un lado, aviva la catalanofobia y, desde otro, el rechazo a Espa?a. Porque, puestos a ser honestos, aqu¨ª tampoco somos mancos a la hora de avivar los sentimientos y el conflicto.
Ant¨®n Costas es catedr¨¢tico de Pol¨ªtica Econ¨®mica de la Universidad de Barcelona.
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