Respetos
En el espacio de unas cuantas horas polvorientas y varias manzanas vociferantes, he contribuido con mi litro de leche a los r¨ªos que se vierten ritualmente sobre la estatua del dios hind¨² Ganesh (para eliminar todos los obst¨¢culos que impiden la prosperidad, la paz y el ¨¦xito), me ha iluminado, bajo un ¨¢rbol bodhi, un empresario budista nacido en Sri Lanka, he inhalado el incienso que ofrendan los chinos a unos cuantos dioses escogidos para se?alar el final de su a?o nuevo en el templo de See Yeoh, he escuchado a un coro malayo que ensayaba himnos ingleses en la iglesia anglicana de St Mary, y he discutido las complejidades del trabajo bancario isl¨¢mico con un malayo en la bella mezquita de Jamek. Lo que hay en Kuala Lumpur no es s¨®lo multiculturalismo, es multicultismo. Todas las confesiones humanas est¨¢n presentes aqu¨ª. Y, sin embargo, Malaisia es un pa¨ªs de mayor¨ªa musulmana, en el que el islam es la religi¨®n oficial.
En Malaisia, todas las sociedades son iguales, pero algunas son m¨¢s iguales que otras. Hay discriminaci¨®n positiva a favor de los malayos musulmanes
La ley que prohibi¨® el 'Sarawak Tribune' [public¨® una vi?eta danesa] concede al Gobierno poderes draconianos para limitar la libertad de los medios
Hay literalmente una ley para los musulmanes y otra para los dem¨¢s. Los musulmanes no s¨®lo pueden, sino que deben acudir a esos tribunales
A primera vista, se dir¨ªa que he encontrado el santo grial del mundo posterior al 11-S, la prueba irrefutable de que el islam en el poder puede permitir, e incluso fomentar, una sociedad pac¨ªfica, tolerante y multicultural. Desde luego, eso es lo que los dirigentes pol¨ªticos del pa¨ªs -que participan con nosotros en una conferencia sobre las relaciones entre el islam y Occidente, reunida en un hotel de nombre tan apropiado como Shangri-La- quieren que pensemos. Y, en comparaci¨®n con Oriente Pr¨®ximo o incluso con la mayor¨ªa de los estados musulmanes, Malaisia es un caso ejemplar de coexistencia entre confesiones. Es, desde hace siglos, una encrucijada del comercio mar¨ªtimo del sureste asi¨¢tico y, como tal, un lugar de encuentro de todo lo que los europeos llaman "Oriente": indios, chinos y japoneses, adem¨¢s de los habitantes locales. Su poblaci¨®n se diversific¨® a¨²n m¨¢s bajo el gobierno, a la vez represivo y transformador, de los ocupantes portugueses, holandeses y brit¨¢nicos (desde la ventana del Museo de Historia Natural, situado en un edificio en el que John Major trabaj¨® en su tiempo como banquero, se puede ver todav¨ªa un campo de cr¨ªquet). ?ste es un lugar que estaba globalizado mucho antes de que nadie hablara de globalizaci¨®n.
Pero fij¨¦monos un poco m¨¢s, hablemos con malaisios de las confesiones minoritarias y con observadores cr¨ªticos dentro de la comunidad musulmana, y la imagen que obtendremos ser¨¢ mucho m¨¢s turbia, como corresponde a una ciudad cuyo nombre significa "turbia confluencia". Para empezar, las comunidades, m¨¢s que convivir, coexisten. Seg¨²n me dicen, hay un n¨²mero relativamente escaso de matrimonios mixtos. Esto no es ning¨²n melting pot. "Vivimos y dejamos vivir", explica el empresario budista de origen esrilanqu¨¦s. Entre otras cosas, muchas veces, los preceptos religiosos de los distintos grupos proh¨ªben consumir alimentos de otros. Por supuesto, esta coexistencia pac¨ªfica no tiene nada de malo: la hab¨ªa tambi¨¦n, antes de la II Guerra Mundial, en otro caso frecuentemente celebrado de multiculturalismo, Sarajevo, y la hay seguramente hoy en zonas de Londres y Nueva York. La mezcla es m¨¢s honda s¨®lo cuando predomina el car¨¢cter laico (como en Sarajevo bajo el r¨¦gimen comunista del mariscal Tito) o una verdadera asimilaci¨®n (como ha ocurrido tradicionalmente en Francia y EE UU). En cambio, la persistencia de comunidades separadas significa que la pol¨ªtica se centra en los distintos grupos y que siempre existe la posibilidad de que estalle un conflicto violento -como ocurri¨® aqu¨ª en 1969- cuando uno de los grupos se considera muy desfavorecido.
En Malaisia, todas las comunidades son iguales, pero algunas son m¨¢s iguales que otras. Aunque la coalici¨®n del Frente Nacional, que est¨¢ en el poder desde 1957, engloba partidos chinos e indios, la mayor¨ªa es malaya musulmana. Los chinos siguen ocupando una posici¨®n dominante en los negocios, pero existe discriminaci¨®n positiva a favor de los malayos musulmanes y otros grupos "ind¨ªgenas" en el acceso a la ense?anza superior, los puestos de trabajo en la administraci¨®n, los contratos del Gobierno y la vivienda.
Evitar conflictos
El conflicto inter¨¦tnico e interreligioso se evita, no mediante los mecanismos sistem¨¢ticos de equilibrio propios de una democracia liberal, con una pol¨ªtica totalmente representativa, medios de comunicaci¨®n libres y tribunales independientes, sino mediante un sistema semidemocr¨¢tico y semiautoritario que inclina la balanza claramente hacia el lado de los malayos musulmanes. El d¨ªa de mi llegada, el Gobierno anunci¨® la suspensi¨®n indefinida del peri¨®dico Sarawak Tribune, que hab¨ªa publicado uno de los dibujos daneses. Adem¨¢s calific¨® de delito el hecho de que alguien publique, importe, produzca, haga circular o incluso posea copias de las caricaturas. Un portavoz gubernamental explic¨® que, dado que Malaisia preside en la actualidad la Organizaci¨®n de la Conferencia Isl¨¢mica, que se dedica a promover la solidaridad isl¨¢mica entre los 57 estados miembros y sus poblaciones, "ser¨ªa inc¨®modo que Malaisia criticase violentamente a Occidente por falta de sensibilidad cuando en nuestro propio jard¨ªn no podemos controlar las cosas".
La ley utilizada para prohibir el Sarawak Tribune data de 1984 y concede al Gobierno poderes draconianos para limitar la libertad de los medios, mientras que otras leyes (de las que por lo menos una, la Ley de Seguridad Interna, se remonta a la represi¨®n de los rebeldes comunistas por parte de los brit¨¢nicos durante lo que se conoce como la emergencia) le permiten contener otras formas de disidencia. Es decir, el m¨¦todo malaisio consiste en mantener tapada la olla, en vez de dejar que suelte vapor. Pero, como sabe cualquiera que haya cocido pasta alguna vez, si se mantiene la olla tapada y el fuego, debajo, es muy fuerte, el agua acaba por salirse.
Si bien los tribunales laicos del pa¨ªs siguen empleando una versi¨®n del derecho consuetudinario ingl¨¦s, existe una estructura paralela y separada de tribunales isl¨¢micos. Hay literalmente una ley para los musulmanes y otra para los dem¨¢s. Los musulmanes no s¨®lo pueden sino que deben acudir a esos tribunales para casi todos los asuntos de derecho de familia y algunos de derecho penal. La sharia se aplica de acuerdo con una interpretaci¨®n que es m¨¢s o menos rigurosa seg¨²n en cu¨¢l de los estados federales se produzca la acusaci¨®n. Los delitos van desde comer en p¨²blico durante el Ramad¨¢n, o beber alcohol, hasta la apostas¨ªa, la separaci¨®n del islam o la renuncia a ¨¦l, que aqu¨ª se castiga con la c¨¢rcel. Un joven malayo me explic¨® con penosa claridad que para un hombre -y mucho menos para una mujer- de familia musulmana, renunciar p¨²blicamente al islam no es una opci¨®n, sobre todo cuando se trata de renunciar en favor de un secularismo de corte occidental. Lo que crean en el fondo de sus corazones s¨®lo lo saben ellos ("Yo voy a mi aire", fue el cr¨ªptico comentario que me hizo uno), pero la familia, la comunidad y el Estado obligan a la conformidad en p¨²blico.
En definitiva, en comparaci¨®n con la mayor parte del mundo musulm¨¢n, Malaisia es un ejemplo positivo de coexistencia multicultural en la que se vive y se deja vivir, pero no es ning¨²n Shangri-La. Al llegar aqu¨ª, tal vez ustedes se rebelen: ?qu¨¦ derecho tengo yo, occidental, invitado en este pa¨ªs y descendiente de los brit¨¢nicos imperialistas, a se?alar estas cosas? La religi¨®n en la que me educaron ense?a que uno debe criticar sus propias faltas antes que las de los dem¨¢s. Y todav¨ªa me parece una buena norma. As¨ª que mi primera responsabilidad es examinar c¨®mo tratan las comunidades pol¨ªticas en las que vivo -Oxford, Reino Unido, la UE, Occidente (en la medida en que es posible generalizar)- a sus propias minor¨ªas, entre ellas las musulmanas. Tambi¨¦n nosotros tenemos mucha discriminaci¨®n y mucho doble rasero.
Hablar por otros
?Pero acaso eso me desautoriza a comentar los fallos de otros pa¨ªses? Creo que no, sobre todo cuando lo que estoy haciendo no es tanto criticar por mi cuenta como transmitir comentarios cr¨ªticos hechos por malaisios, lo mismo budistas que hind¨²es, cristianos, chinos e incluso personas de la comunidad musulmana mayoritaria. Personas que consideran que no pueden hablar con entera libertad en su pa¨ªs y que, si lo hicieran, no ver¨ªan publicadas sus palabras. Es m¨¢s, creo que, como escritor y como alguien con acceso a medios de comunicaci¨®n libres, tengo la obligaci¨®n de hablar en nombre de quienes no pueden hablar con libertad. Lo creo firmemente, y conf¨ªo en que los dirigentes pol¨ªticos de otras confesiones, incluido el islam, respeten mis convicciones. Entonces podremos tener un di¨¢logo interconfesional productivo.
www.timothygartonash.com Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia
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