El secretario perpetuo
Alonso Zamora Vicente recib¨ªa al atardecer en aquella casa como colgada del mundo, a las afueras de Madrid, y se refer¨ªa a ¨¦l como si estuviera tachando el espejo. Enfermo ya, se re¨ªa tambi¨¦n de las condiciones en las que el cuerpo le iba mostrando la dificultad de seguir, pero segu¨ªa, y sigui¨® hasta el ¨²ltimo instante. Su larga biograf¨ªa estaba bien cumplida, llena de honores y de libros, pero se refer¨ªa a ella como si fuera una carga de la que se estuviera desprendiendo. As¨ª habl¨® ante sus compa?eros a mediados del ¨²ltimo mes de diciembre, con la iron¨ªa que hay en su obra y con el desd¨¦n con el que acog¨ªa cualquier solemnidad, y estuvo entre muchas. Ayer, su director actual, V¨ªctor Garc¨ªa de la Concha, nos contaba con qu¨¦ af¨¢n segu¨ªa Alonso Zamora Vicente siendo, an¨ªmicamente, aquel secretario perpetuo que hizo la Academia mientras la dirigi¨® D¨¢maso Alonso.
Zamora, paciente y esforzado, sonriente y castizo como el madrile?o que fue, sigui¨® cumpliendo hasta el ¨²ltimo instante la tarea que se impuso hace muchos a?os: ser el historiador de la Academia. El volumen est¨¢ ah¨ª, como un libro de referencia del que se sent¨ªa tan orgulloso como padre, pero ahora segu¨ªa elaborando nuevas fichas, incorporando a esa historia nombres y hechos que son centrales para la instituci¨®n en cuyo seno hizo su vida. Anteayer mismo habl¨® con la Academia, para incorporar datos, o para ratificarlos. Y tan cerca como en diciembre tuvo a¨²n ocasi¨®n de dirigirse a los inmortales con ese tono que ¨¦l cultiv¨® para escribir sus libros y para dibujar el retrato de su propio espejo: la iron¨ªa. Le ven¨ªa de lejos, acaso de su raigambre madrile?a, pero a¨²n m¨¢s -nos lo dec¨ªa ayer tambi¨¦n V¨ªctor Garc¨ªa de la Concha- le ven¨ªa de dos de sus grandes vocaciones: el Siglo de Oro, al que dedic¨® esfuerzos muy fruct¨ªferos -fue el gran editor de Lope, y de Tirso, y de Gil Vicente-, y la obra de Valle-Incl¨¢n, que sin ¨¦l no hubiera llegado tan n¨ªtida, tan audaz y tan pronto en medio de las tinieblas literarias y esc¨¦nicas de la posguerra.
La combinaci¨®n de estas vocaciones y su pasi¨®n filol¨®gica se juntaron con su gusto por lo popular para dar de s¨ª una literatura propia, que le debe tanto a Madrid como a la iron¨ªa con la que mir¨® la vida, la suya tambi¨¦n, y a su capacidad para escuchar el secreto de lo que ocurr¨ªa y para reflejarlo como si estuviera relatando confidencias. Uno de sus grandes trabajos, el Diccionario manual ilustrado, acaso le simboliza: le oblig¨® a estar atento a las palabras que nac¨ªan; como si escuchara anticipadamente los terremotos, as¨ª se enfrent¨® al lenguaje. Ten¨ªa el o¨ªdo fijo en el mundo de lo que se habla: hasta el ¨²ltimo instante.
Babelia
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