Tributo a Salvador Elizondo
Hay escritores que requieren de toda una saga literaria para contar la historia de su sociedad (Balzac, Proust, Faulkner). Hay otros que en un n¨²mero reducido de libros dicen lo que la historia olvid¨® (Kafka y hasta cierto punto Joyce). Hay escritores de obra reducida pero elocuente. Rulfo cierra con dos libros el ciclo de las "novelas de la Revoluci¨®n"; ya no hay m¨¢s que decir. A Salvador Elizondo le bastaron muy pocos libros para contar el combate universal entre el cuerpo y el lenguaje.
Tuvimos una vieja relaci¨®n separada por tiempos y espacios dispares. Nuestras abuelas sinaloenses fueron muy amigas en Mazatl¨¢n, muy cercanas al poeta Enrique Gonz¨¢lez Mart¨ªnez y luego conservadoras memoriosas en el recinto final de las provincias perdidas, la ciudad de M¨¦xico. Las abuelas se contaban las travesuras de los nietos y por eso supe de la viva imaginaci¨®n del ni?o Elizondo, su capacidad para poner en jaque las convenciones familiares, su apetito burl¨®n para desconcertar la pompa y la circunstancia.
Crea un mundo singular, original¨ªsimo, en torno a la imaginaci¨®n del dolor
Vivi¨® muy cerca de mi genera
ci¨®n universitaria y public¨® sus primeras cosas en la revista Medio Siglo. Viaj¨® a Italia y escribi¨® cartas ins¨®litas y perceptivas desde su ¨¢tico en la V¨ªa Marguta. Alquil¨® un quejumbroso piso en la calle de Tacuba, trasfondo de un viejo palacio colonial que me sirvi¨® de ambiente para Aura. All¨ª, famosamente, celebramos la muerte de Stalin el 5 de marzo de 1953, con un "fiest¨®n" de donde surgieron, unidas para siempre, numerosas parejas. El amor nace en la fiesta. El famoso titular de la muerte de Stalin constaba de una s¨ªlaba: "Ya".
Con Salvador recorr¨ª los cabarets y teatros fr¨ªvolos de los a?os cincuenta. A ¨¦l le llamaba la atenci¨®n que yo anotara vocablos ins¨®litos en un cuaderno de notas. Elizondo, en cambio, pescaba una palabra popular al vuelo y la iba desgranando como perlas negras que esperaban la mano del escritor para escapar del fondo del mar verbal. Desguanzo, desguanzado, desguanzamiento, desgua?angada, desgua?angar: como en un rosario verbal Elizondo rescataba una palabra y la pon¨ªa a caminar fuera de s¨ª misma, hasta sus extremos y m¨¢s all¨¢. Al mismo tiempo, observaba la vida marginal de la entonces segura ciudad de M¨¦xico y juntos camin¨¢bamos de Rosales a la Colonia Cuauht¨¦moc a las tres de la ma?ana sin temor a una violencia sometida, latente.
Compart¨ªamos un enorme amor al cine (el padre de Elizondo fue un productor famoso) y sin programarlo, nos encontr¨¢bamos como los dos ¨²nicos espectadores de pel¨ªculas (?l de Bu?uel, Beat the Devil de Huston) que s¨®lo permanec¨ªan un par de d¨ªas en las carteleras de los cines Mariscala o Real Cinema. Era un hombre ingenioso, inesperado, habitado por un diablo y tocado por un ¨¢ngel. Sus respuestas veloces y burlonas eran proverbiales. En una ocasi¨®n, el infaltable necio le hizo una pregunta necia a Elizondo al t¨¦rmino de una charla del escritor.
-Es usted un pendejo -le contest¨® Elizondo-.
-Se?or Elizondo, no me insulte.
-No lo insulto. Lo defino.
Muchas cosas defini¨® Elizondo para nuestra literatura. Destaco de su espl¨¦ndida obra dos t¨ªtulos. Elsinore es una p¨¢gina autobiogr¨¢fica ins¨®lita sobre el paso de Salvador por una academia militar norteamericana donde su apellido era transformado de Elizondo en Elsinore. Digna metamorfosis nominativa de un nombre castellano al de un brumoso castillo dan¨¦s habitado por la muerte y la duda -o la duda de la muerte, jam¨¢s la muerte de la duda-. Elsinore ocupa un lugar singular en una estanter¨ªa parca: la de la autobiograf¨ªa literaria mexicana.
Farabeuf, la obra m¨¢s conocida de Elizondo, tendr¨ªa el vago antecedente en M¨¦xico de los dibujos de Julio Ruelas y en las letras francesas, las obras de Sade y Georges Bataille. Hasta ah¨ª las comparaciones. Elizondo crea un mundo singular, original¨ªsimo, en torno a la imaginaci¨®n del dolor. Farabeuf no expresa dolor, lo imagina. ?se es su poder. Si como dice un personaje de La monta?a m¨¢gica, de Mann, no hay literatura que no trate del dolor, Farabeuf no s¨®lo confirma la regla, la extiende, la modifica y la mortifica a un grado ins¨®lito: el dolor, en principio, no admite palabras, las suprime, es puro grito. La haza?a de Farabeuf consiste en darle voz a lo inexpresable. Una voz cruel, serena, en oposici¨®n directa al sufrimiento y su grito inarticulado.
Dec¨ªa Virginia Woolf que la len
gua puede darle palabras a la duda en Hamlet pero no a un simple dolor de cabeza. Y Nietzsche le dio un nombre a su dolor. Lo llam¨® "Perro" por ser fiel, desvergonzado, entretenido e inteligente. Elizondo logr¨® darle voz al dolor inexpresable y encaminarlo, en sus siguientes libros, a la fidelidad, inteligencia y desverg¨¹enza de las palabras, compa?eras enemigas, enigmas cotidianos, desaf¨ªos al silencio del dolor y al dolor del silencio.
A veces, durante los atroces a?os recientes en los que la tortura emigr¨® de Auschwitz a las comisar¨ªas de Pinochet y Videla, a la prisi¨®n de Abu Ghraib, releo a Elizondo y le devuelvo su sentido a la realidad disfrazada. Hoy no se habla de "tortura", ni lo permita Dios. Hoy, torturar es "recabar informaci¨®n", es parte de la inteligencia pol¨ªtica. Singular paradoja: torturar para obtener informaci¨®n mediante la privaci¨®n del lenguaje. Cuando te cortes un dedo, ponle vendaje a tu cuchillo.
Salvador Elizondo pas¨® sus a?os finales con una compa?era admirable, Paulina Lavista, mujer de mirada inteligente, humor sagaz y compa?¨ªa amorosa. Quiz¨¢s fue ella quien, al cerrar los ojos de Salvador Elizondo, pudo decirle que nadie tiene m¨¢s m¨¢scara que su propio rostro.
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