Contar a Machado
Nuestro compatriota irland¨¦s Ian Gibson tiene aquel don de la biograf¨ªa que suele atribuirse, con bastante fundamento, a los brit¨¢nicos. En cuanto concierne a la historia de la literatura espa?ola, lo ha demostrado ampliamente con sendas semblanzas de Lorca y de Dal¨ª, a las que hay poco m¨¢s que pedir y que cito sin mengua de los valores de otras -en todo caso, menores- que ha dedicado a Rub¨¦n Dar¨ªo y a Camilo Jos¨¦ Cela. Las premisas de una buena biograf¨ªa (y, por supuesto, las suyas lo son en grado de excelencia) estriban en la informaci¨®n abundante y la lectura inteligente de los textos, no como meros portadores de datos sino como s¨ªntomas de estados de ¨¢nimo; la capacidad de establecer hip¨®tesis razonables y la expulsi¨®n de cualquier forma de engolamiento o ret¨®rica: lograr, en suma, un buen arte de contar. El ¨²nico lujo ret¨®rico de una buena biograf¨ªa debe ser el cuidado del detalle secundario y alguna modesta confesi¨®n personal de implicaci¨®n: cuando en esta biograf¨ªa de Antonio Machado se describe el cementerio civil de Madrid, la Casa de Pilatos de Sevilla, la Soria de 1907, o la impresi¨®n actual de Collioure, nos encontramos ante muestras ejemplares de una empat¨ªa casi f¨ªsica que el lector ha de compartir por fuerza; cuando aquellas ¨²ltimas notas acerca del pueblecito franc¨¦s o los comentarios a los textos machadianos de la guerra transparentan una leg¨ªtima emoci¨®n o cierta c¨ªvica indignaci¨®n, gozamos de cuanta ret¨®rica menor puede tolerar una biograf¨ªa que, de suyo, es un g¨¦nero para gente que sabe escuchar y hacerse preguntas, tener el justo sentido de la vida ajena y escribir de todo con sencillez y meticulosidad.
LIGERO DE EQUIPAJE. LA VIDA DE ANTONIO MACHADO
Ian Gibson
Aguilar. Madrid, 2006
760 p¨¢ginas. 29 euros
El poeta nunca sali¨® al encuentro de nada: las cosas le pasaron y vivi¨® despacio y hacia dentro
No era f¨¢cil escribir una biograf¨ªa de Antonio Machado. En rigor, el poeta nunca sali¨® al encuentro de nada: las cosas le pasaron y vivi¨® despacio y hacia dentro. A los 21 a?os no hab¨ªa concluido el bachillerato y s¨®lo termin¨® la carrera de Letras cuando precis¨® el t¨ªtulo para un traslado de instituto. Jam¨¢s tuvo casa propia: pas¨® por habitaciones de fondas de estables o por un par de cuartos en la casa familiar. Su vida es lo que acert¨® a transmutar en versos de persuasiva calidez o en una prosa cercana y divagatoria, velada de zumba. Aunque a Ian Gibson le fastidia -lo dice en el 'Aviso previo'- que sus poemas no tengan otra referencia que la numeraci¨®n correlativa en romanos, lo cierto es que ese signo de continuidad es la plasmaci¨®n de toda una concepci¨®n (y una misi¨®n) de la escritura: Machado siempre pens¨® en t¨¦rminos de poes¨ªas m¨¢s o menos completas, equivalentes a "vida completa", como las que public¨® en 1917, 1928, 1933 y 1936. Y uno de los m¨¦ritos de este libro es incluir poemas enteros del escritor, apostillados por comentarios muy sagaces (Gibson es de los pocos que advierten que las "galer¨ªas" machadianas son pasillos en torno a un patio, y no t¨²neles; lo hab¨ªamos se?alado antes Enrique Baltan¨¢s y yo mismo). Nada mejor para entender la influencia de Verlaine que releer los versos de los Poemas saturnianos, traducidos por amigos de Machado, que aqu¨ª se copian. Y as¨ª se vuelve a hacer en otros momentos muy oportunos: cuando las primeras colaboraciones en la revista Electra (para apuntar los atisbos machadianos de la psicolog¨ªa freudiana), y cuando Machado recuerda a Soria y a Leonor Izquierdo desde Baeza. Gibson no es el primero que se ha sentido fascinado por el 'Fragmento de pesadilla' y por el poema 'El quinto detenido y las fuerzas vivas' (que no pas¨® a las Poes¨ªas completas), oportunamente transcritos y comentados aqu¨ª, pero pocos han visto con tanta viveza lo que hay detr¨¢s -fatiga, lucidez, melancol¨ªa- de los dos poemas finales de Abel Mart¨ªn. Y tampoco ha sido muy frecuente se?alar lo que de enigm¨¢tico y terrible tiene el poema CLXXIV ("Abre el rosal de la carro?a horrible / su olvido en flor..."), que no es la ¨²nica, por cierto, de estas pesadillas de im¨¢genes del escritor, que gustaba verse al borde del agotamiento de su experiencia po¨¦tica (a m¨ª me gusta el CLVI, 'Galer¨ªas', menos visionario pero tan desconcertante como ¨¦ste: valdr¨ªa la pena que Gibson lo comentara en una pr¨®xima edici¨®n de su libro).
Los cr¨ªticos y los entrevistado-
res han llamado la atenci¨®n sobre las p¨¢ginas dedicadas a la relaci¨®n de Machado y Pilar de Valderrama. Y es cierto que son muy certeras, aunque no haya grandes descubrimientos: a m¨ª me impresiona poco saber que la fuente de los encuentros de los amantes se halle cerca de La Moncloa, pero me interesa mucho, en cambio, el perfil, ciertamente poco favorable, de aquella dama a la que el poeta llamaba "mi diosa", tan pacata, tan ego¨ªsta, bastante cursi y, sobre todo, tan distante de las ideas machadianas sobre su pa¨ªs entre 1931 y 1939. Como dice Gibson, inapelable, "la Espa?a de la mujer de Rafael Mart¨ªnez Romorate no era la de Antonio Machado". Y, al respecto, ha sabido organizar con much¨ªsima eficacia el di¨¢logo imposible entre aquel amour courtois y los m¨¢s decididos pronunciamientos radicales del Machado pol¨ªtico. Sin embargo, aquellas cartas apasionadas, menesterosas y pat¨¦ticamente cortadas a la medida de las luces de su "diosa" est¨¢n ah¨ª, y la imagen de Machado tampoco sale muy bien librada del episodio. En el fondo, la vida sentimental del escritor seguir¨¢ siendo un enigma, quiz¨¢ algo turbio ("?Empa?¨¦ tu memoria? ?Cu¨¢ntas veces!"). Con su mala lengua inteligente, Gil de Biedma me se?al¨® una vez (no lo escribi¨® nunca) que m¨¢s de una expresi¨®n del Machado viudo -aquella "fiebre de la mano"- hac¨ªa pensar en habituales pr¨¢cticas masturbatorias, vividas con profunda mala conciencia (yo le hab¨ªa se?alado a mi vez aquello de "pero a veces sabe On¨¢n / mucho que ignora don Juan" y aquella invocaci¨®n final de un soneto, "?Desierta cama / y turbio espejo y coraz¨®n vac¨ªo!"); Gibson apunta aqu¨ª la innegable y, en su tiempo, inevitable visita a alg¨²n prost¨ªbulo. Y ahora pienso que la admiraci¨®n de Machado por P¨ªo Baroja, a quien no trat¨®, quiz¨¢ aclarar¨ªa algo: la pudibundez y las ideas sobre la mujer de ambos escritores son, a menudo, muy parecidas.
He mencionado a Baroja y no a humo de pajas. Quiz¨¢ lo ¨²nico que echo de menos en este libro sea una presencia m¨¢s viva de la emulaci¨®n y la complicidad que el medio literario de su tiempo signific¨® para Antonio Machado. No basta con las excelentes p¨¢ginas en las que asoman Manuel, su hermano, y Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, o el joven Lorca. La relaci¨®n de admiraci¨®n discipular mantenida con Unamuno, el aprecio -te?ido de distancia pol¨ªtica- que sinti¨® por Azor¨ªn, la devoci¨®n por Ortega y P¨¦rez de Ayala (matizada tambi¨¦n de iron¨ªa), es un tema que obligaba y obliga a una relectura del epistolario y de los poemas laudatorios, a veces no muy buenos, pero siempre inteligentes. Pero, en definitiva, si me atrevo a pedir esta ampliaci¨®n de su libro a Ian Gibson, es en la medida en que nadie va a hacerlo con solvencia tan ejemplar. Los lectores tienen en este extenso volumen una segura gu¨ªa de su lectura de Machado; los estudiosos de la literatura, un serio motivo de reflexi¨®n metodol¨®gica, tras tantos a?os de desconfianza por las biograf¨ªas y de veneraci¨®n por la obra en s¨ª. Aquel "en s¨ª" (como sab¨ªa Fernando L¨¢zaro Carreter, que lo invent¨®) es siempre un complejo lugar poblado de muchas cosas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.