M¨¢s que un cuadro
Hace un cuarto de siglo el 'Guernica' de Picasso, el cuadro m¨¢s pol¨¦mico de nuestra historia reciente, lleg¨® a Madrid. Se cumpl¨ªa as¨ª el deseo del pintor de que el mural, un encargo del Gobierno de la II Rep¨²blica y el s¨ªmbolo de la masacre de una poblaci¨®n civil por la aviaci¨®n alemana, s¨®lo volviera a un pa¨ªs en democracia
S¨ªmbolo de la guerra y del exilio de la posguerra, que tambi¨¦n ¨¦l experiment¨®, en los setenta adorn¨®, junto con la fotograf¨ªa del Che, las habitaciones de los j¨®venes rebeldes espa?oles, que ve¨ªan en ¨¦l, m¨¢s que un cuadro, una representaci¨®n: la del r¨¦gimen de Franco, que estaba a punto de desaparecer. De ah¨ª que, con ¨¦l, desaparecieran tambi¨¦n aquellos carteles, aunque su car¨¢cter simb¨®lico haya permanecido intacto. Por eso, cuando en 1981 el Guernica lleg¨® por fin a Madrid, lo hizo en medio de una enorme expectaci¨®n, expectaci¨®n que a¨²n hoy se mantiene, a la vista de las colas que continuamente se forman ante ¨¦l.
La historia del Guernica comienza hace 69 a?os en un estudio de Par¨ªs. El del pintor Pablo Ruiz Picasso, en el que se presentan, a principios del a?o 1937, unos enviados del Gobierno de la Rep¨²blica espa?ola para encargarle un mural que adorne el pabell¨®n de nuestro pa¨ªs en la Exposici¨®n Internacional a celebrar en Par¨ªs ese mismo a?o. Picasso acepta el encargo y de ¨¦l surgir¨¢ una obra cuya accidentada historia supera casi a su simbolismo y a¨²n a su propia calidad art¨ªstica.
El 'Guernica' tiene tanta fuerza que conmociona a quien lo ve
Picasso dijo rotundo: "El toro era un toro, y el caballo, un caballo"
Parece ser que Picasso, que, a la saz¨®n, estaba en plena ¨¦poca productiva (ten¨ªa 56 a?os), pospuso el encargo por alg¨²n tiempo, ocupado como estaba en otras obras y entregado a un nuevo idilio, el que hab¨ªa comenzado con la fot¨®grafa Dora Maar, y que fue una noticia de un peri¨®dico franc¨¦s la que le inspir¨® la idea que finalmente llevar¨ªa al cuadro. Se trataba del bombardeo de Gernika, localidad vizca¨ªna que la Legi¨®n C¨®ndor alemana hab¨ªa reducido a escombros en una de las acciones m¨¢s sanguinarias de la Guerra Civil espa?ola, que se libraba en aquel momento. Seg¨²n los historiadores de ¨¦sta, que discuten solamente el n¨²mero de las v¨ªctimas (aunque ¨²ltimamente ha surgido alg¨²n seudohistoriador que, como en el caso del Holocausto, niega incluso su existencia), el bombardeo de Guernica tuvo lugar el 26 de abril de 1937 y fue el primero que se realiz¨® en Europa sobre una poblaci¨®n civil indefensa. Ocurri¨® en un d¨ªa de mercado y lo llev¨® a cabo la Legi¨®n C¨®ndor, una unidad de ¨¦lite que Hitler hab¨ªa enviado a Espa?a no tanto por ayudarle a Franco en su guerra como para que sus pilotos se prepararan para la que ¨¦l iba a desatar muy pronto, e intervinieron en la operaci¨®n 43 aviones de los modelos m¨¢s avanzados de aquel momento: el Heinkel He 111, el Dornier, el Junker y el Messerschmitt. El ataque empez¨® a las cuatro y media de la tarde y dur¨® tres horas. Se arrojaron bombas de 500 kilos de peso y m¨¢s de 3.000 proyectiles incendiarios. Entretanto, los cazas disparaban en vuelo rasante a la gente que hu¨ªa del lugar, entre la que se encontraban tropas republicanas en retroceso, ante el avance de las franquistas, hacia la capital, Bilbao. La destrucci¨®n fue tan grande que, al cabo de tres horas, los pilotos alemanes bombardeaban a ciegas, puesto que el humo ocultaba ya la villa. Se produjo un incendio que dur¨® dos d¨ªas, al t¨¦rmino del cual se pudo hacer balance de los efectos de la masacre: solamente una tercera parte del pueblo quedaba en pie (curiosamente, entre lo que se salv¨® estaban la Casa de Juntas y el legendario ¨¢rbol de Gernika, s¨ªmbolos de las libertades vascas, as¨ª como el puente que en un principio se argument¨® que hab¨ªa sido el motivo del bombardeo) y de sus 7.000 vecinos hab¨ªan desaparecido o muerto la mayor¨ªa. Nunca se pudo establecer el n¨²mero exacto de v¨ªctimas, aunque los historiadores hablan de 1.500 (para un pueblo de 7.000 vecinos). La prensa franquista dijo que hab¨ªan sido los propios republicanos los que, en su retirada, hab¨ªan quemado la villa, pero nadie lo crey¨®. El mundo entero se convulsion¨® con lo sucedido, y, a partir de ese instante, Gernika se convirti¨® en el s¨ªmbolo de la guerra, como m¨¢s tarde lo ser¨ªa Hiroshima.
A ello contribuy¨® el cuadro de Picasso. D¨¢ndole vueltas como deb¨ªa de estar en aquellos d¨ªas a la obra que el Gobierno espa?ol le hab¨ªa encargado, la noticia del bombardeo de Gernika le golpe¨® con tal contundencia que en seguida se puso manos a la obra. Por el propio pintor conocemos que pint¨® el cuadro en un mes (entre el 1 de mayo y el 4 de junio, lo que desmiente la suposici¨®n, a veces interesada, de que lo hab¨ªa empezado ya cuando ocurri¨® el bombardeo de Gernika) y que lo hizo en tal estado de excitaci¨®n que apenas s¨ª pod¨ªa parar de trabajar. Por las fotograf¨ªas de Dora Maar y por los propios bocetos y estudios previos que el pintor hizo (45, la mayor cantidad que se le conoce) podemos darnos una idea de hasta qu¨¦ punto los sucesos de Gernika impactaron al artista malague?o.
El resultado es una obra que no por archiconocida deja de ser impactante. Tanto por sus dimensiones: 7,75 metros de ancho por 3,5 de alto, como por su composici¨®n, el Guernica es un cuadro que conmociona al que lo contempla, independientemente de cu¨¢les sean sus gustos. A modo de un mural cl¨¢sico (no hay que olvidar que el encargo que el Gobierno espa?ol le hizo a Picasso era un mural, que el pintor, por razones pr¨¢cticas, realiz¨® sobre un bastidor), una serie de figuras, entre las que hay varias de animales, se descoyuntan y se retuercen a la luz de un quinqu¨¦ y una bombilla, en lo que se supone es un bombardeo. El cuadro, todo ¨¦l en blanco y negro, con la grisalla intermedia correspondiente, remite m¨¢s a la ilustraci¨®n y a la fotograf¨ªa de prensa que a la composici¨®n pict¨®rica tradicional. Por ¨²ltimo, su concepci¨®n, contraponiendo a su aspecto de friso griego un tratamiento cubista de las figuras y triangular de las perspectivas, hace que todo sea extra?o en ¨¦l hasta el punto de que incomoda al espectador. Incluso aquellos que se declaran enamorados de esta gran obra no dejan de sentirse un tanto inquietos, como descolocados, cada vez que vuelven a verla.
Y es que se trata de una pintura en la que todo parece estar concebido para inquietar al que lo contempla. Aparte de su idea triangular, que rompe el orden de las figuras, est¨¢ el simbolismo de ¨¦stas y su propia composici¨®n formal: junto a la desestructuraci¨®n por planos caracter¨ªstica de su autor, las figuras del Guernica aparecen rotas y retorcidas, como descoyuntadas, incluso las que est¨¢n vivas. Lo cual le da a la obra una gran violencia, que acent¨²a la penumbra en la que la escena que representa se desarrolla.
Sobre el simbolismo de las figuras se han vertido r¨ªos de tinta. Entre las interpretaciones que sobre ellas se han esgrimido las hay de todos los colores, incluidos los de la ideolog¨ªa. As¨ª, mientras que para unos el toro representa al minotauro, animal tot¨¦mico que Picasso pinta en muchas de sus obras, y el caballo ser¨ªa la guerra, para otros se trata de evocaciones de la piel de toro espa?ola y de la violenta suerte de varas de la tauromaquia hispana. Hay quien, incluso, quiere adivinar en ellas diferentes estadios de la feminidad (la madre, la embarazada, la mujer sola, por lo que respecta a las figuras femeninas) y de utop¨ªa, representada por la paloma que eleva el vuelo junto al caballo y por el soldado muerto de cuya mano pende una espada rota de la que brota una flor cubista. Picasso siempre se resisti¨® a dar su interpretaci¨®n e incluso dijo en una ocasi¨®n, para acallar las disquisiciones, que "el toro era un toro y el caballo era un caballo".
Signifique lo que signifique, lo cierto es que el Guernica, indisolublemente ya unido al nombre de la villa vizca¨ªna, se expuso aquel verano en el pabell¨®n espa?ol de la Exposici¨®n Internacional de Par¨ªs (oficialmente denominada Exposici¨®n Internacional de las Artes y T¨¦cnicas en la Vida Moderna) y que fue entendido por todos como un alegato contra la guerra. Contra la nuestra, que conmocionaba al mundo en aquel momento, pero tambi¨¦n contra las dem¨¢s. Al fin y al cabo, el Guernica representa la barbarie de la guerra y ¨¦sta no conoce patrias, ni ¨¦pocas, ni fronteras. Como escribir¨ªa alguien, el cuadro se llama Guernica, pero podr¨ªa llamarse Londres, Berl¨ªn, Hiroshima o Sarajevo.
Pero la historia del cuadro no acab¨® en la exposici¨®n. Al contrario, comenz¨® pr¨¢cticamente a partir de ella, cuando, convertido ya en un icono, regres¨® al estudio de Picasso, donde apenas cab¨ªa por su tama?o. Volvi¨®, adem¨¢s, envuelto en grandes diatribas, puesto que no todo el mundo estuvo de acuerdo sobre su calidad art¨ªstica en aquel momento. Por razones ideol¨®gicas, pero tambi¨¦n por su innovaci¨®n est¨¦tica, desde el primer momento el Guernica suscit¨® una gran pol¨¦mica en la que participaron gentes de todas las ideas y corrientes. As¨ª, mientras para los dirigentes del pabell¨®n de Alemania en la propia Exposici¨®n Internacional de Par¨ªs, que estaba al lado del espa?ol, se trataba de "la pesadilla de un loco, que parece, adem¨¢s, pintada por un ni?o de dos a?os", para representantes del marxismo intelectual de aquel momento se trataba de un cuadro fallido que demostraba que Picasso no hab¨ªa entendido la significaci¨®n pol¨ªtica de la destrucci¨®n de Gernika. "Se trata de una tormenta cerebral privada" escribi¨® el brit¨¢nico Anthony Blunt, un comunista ortodoxo, en su cr¨ªtica en The Spectator. Otros, por contra, como Louis Aragon, proveniente del surrealismo, prefirieron obviar la cuesti¨®n est¨¦tica resaltando precisamente su significaci¨®n pol¨ªtica.
En medio de esa pol¨¦mica, y quiz¨¢ precisamente por ella, el cuadro empez¨® a viajar, reclamado por galer¨ªas e instituciones de Francia y de toda Europa. Enroll¨¢ndolo y desenroll¨¢ndolo cada vez (debido a su gran tama?o, no pod¨ªa transportarse de otra forma), el Guernica se expuso as¨ª en muchos sitios, acrecentando de esa manera su fama todav¨ªa m¨¢s. Salvo en Espa?a, donde, en primera instancia, por la guerra (que oblig¨® incluso a desalojar el Museo del Prado, del que, por cierto, Picasso hab¨ªa sido nombrado director), y luego por decisi¨®n del propio pintor, el Guernica se expuso en varios pa¨ªses antes de recalar provisionalmente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, a la espera de que se dieran las circunstancias que el pintor malague?o expres¨® como condici¨®n para la entrega al pueblo espa?ol, su verdadero due?o y destinatario: el final de la dictadura franquista y la reinstauraci¨®n en Espa?a de la democracia. Hasta 32 viajes realiz¨® antes de ello el Guernica, primero por Europa y luego por los Estados Unidos, lo que repercutir¨ªa en su conservaci¨®n.
En las actas del congreso que sobre los problemas t¨¦cnicos de la manipulaci¨®n de las obras de arte en general y del Guernica en particular se celebr¨® en Madrid en 1998, se exponen las consecuencias que para el m¨ªtico cuadro de Picasso tuvieron esos traslados. Debido a su gran tama?o, tuvo que ser enrollado y desenrollado otras tantas veces, con los perjuicios que eso supone para una pintura. Si a ello a?adimos la peculiar naturaleza del lienzo, mezcla de lino y de hebra de yute, que agudiza las tensiones internas de la tela (al ser dos fibras distintas, una de m¨¢s calidad que otra, la resistencia no es homog¨¦nea), as¨ª como el atentado que sufri¨® en 1974 estando a¨²n en el MOMA, y las distintas intervenciones que ha vivido hasta la fecha, es f¨¢cil imaginar el estado actual del cuadro. Estado que aconseja no moverlo de su sitio seg¨²n todos los expertos, a pesar de las presiones que continuamente se hacen para lo contrario. La mayor¨ªa de ellas por parte del Gobierno vasco, que continuamente reclama la posibilidad de exponerlo en la propia Gernika o, como ahora mismo, en Bilbao.
Mientras tanto, el cuadro reposa con sus "heridas de guerra", como llam¨® Picasso a sus desperfectos, en el Museo Reina Sof¨ªa, adonde lleg¨® procedente del Buen Retiro, el caser¨®n vecino del Museo del Prado en el que se instal¨® al llegar a Madrid hace 25 a?os. En la sala dedicada al artista malague?o, en la que se exponen obras tan conocidas como El hombre del cordero o la trilog¨ªa El pintor y la modelo, los tres primeros cuadros que de Picasso compr¨® un Gobierno espa?ol, ya en la d¨¦cada de los sesenta, el Guernica preside el principal museo de arte contempor¨¢neo del pa¨ªs, del que se ha convertido en la imagen, como Las Meninas lo es del Museo del Prado. Si regresar¨¢ a ¨¦ste o no nadie lo sabe actualmente, aunque todo hace pensar que se quedar¨¢ en el Reina Sof¨ªa (al fin y al cabo, cuando Picasso pint¨® la obra y expres¨® su deseo de que fuera expuesto en aqu¨¦l, no exist¨ªa este museo), pero lo que s¨ª se sabe es que este verano, con ocasi¨®n del 25? aniversario de la llegada del cuadro a Espa?a, recibir¨¢ la visita de otra gran obra, tambi¨¦n simb¨®lica como ¨¦l (y, para algunos, su antecedente) y tambi¨¦n cargada de historia: Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya. Cara a cara, despu¨¦s de tanta odisea, los dos se mirar¨¢n y enfrentar¨¢n sus distintas formas para satisfacci¨®n de muchos y para verg¨¹enza y oprobio de algunos otros. Porque los dos representan la historia de este pa¨ªs, tan llena de inspiraci¨®n como de dramatismo. Esa historia que el poeta Gil de Biedma dijo que era la m¨¢s triste de todas, "porque termina mal". Esperemos que no sea siempre as¨ª.
Todos con Picasso
Un espa?ol en Francia
Los dos museos nacionales, el Prado y el Reina Sof¨ªa, celebran los 25 a?os de la llegada del 'Guernica' a Espa?a reuniendo las mejores obras de Picasso con la de los grandes nombres de la pintura. Una exposici¨®n irrepetible.
Por Francisco Calvo Serraller
Aun estando inmersos en una cultura moderna, que todo lo mide y valora por pautas cronol¨®gicas, hay siempre una leg¨ªtima inquietud pol¨¦mica cuando se evoca una figura memorable a golpe de calendario; no obstante, no creo que se pueda, en principio, desde?ar este recurso conmemorativo, no s¨®lo en ausencia de un protocolo mejor, sino porque la perspectiva cronol¨®gica no est¨¢ siempre exenta de significaci¨®n. A este respecto, hay que recordar que, cuando falleci¨® Picasso, a¨²n en vida de Franco, la Espa?a oficial hab¨ªa limitado su inter¨¦s por el, sin duda, espa?ol m¨¢s universal, adquiriendo tres cuadros suyos para ser expuestos en la Feria Internacional de Nueva York celebrada unos pocos a?os antes. No es ciertamente un bagaje como para producir satisfacci¨®n, fuera cual fuera la motivaci¨®n pol¨ªtica de su trasfondo, pero este desinter¨¦s cobr¨® una naturaleza insoportable desde que se culmin¨® la transici¨®n pol¨ªtica espa?ola, al poco de cuyo feliz cumplimiento, en 1981, se traslad¨® a Espa?a y al Museo del Prado el Guernica, siguiendo la voluntad del artista, que lo pint¨®, en 1937, a instancias del encargo que le hizo la Segunda Rep¨²blica para ser exhibido en el pabell¨®n espa?ol de la Feria de Par¨ªs de 1937. Al resultar vencedor Franco en la Guerra Civil, el cuadro estuvo dando vueltas por todo el mundo como memoria viva de los vencidos y sufragio de sus necesidades materiales, hasta que, en 1958, se deposit¨®, en vista de su alarmante deterioro, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, desde donde hizo su postrer viaje hasta Espa?a, si bien, como es sabido, volvi¨® a moverse, en 1992, para reubicarse en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sof¨ªa de Madrid.
Durante este cuarto de siglo de permanencia en nuestro pa¨ªs, ha cambiado mucho la situaci¨®n de Picasso en Espa?a y no s¨®lo por la reintegraci¨®n del Guernica y su ampl¨ªsimo legado a nuestro patrimonio p¨²blico. Hay que resaltar la apertura, adem¨¢s del museo municipal que promovi¨® Jaume Sabart¨¦s en Barcelona, de otros dos museos monogr¨¢ficos dedicados al artista en Espa?a, el testimonial de Buitrago de Lozoya, donaci¨®n del que fuera peluquero de Picasso, natural de esta villa de la sierra madrile?a, y el familiar de M¨¢laga, formado con los fondos donados por Christine y Bernard Ruiz Picasso, la nuera y el nieto del artista. Por otra parte, tampoco son desde?ables otras incorporaciones patrimoniales, p¨²blicas y privadas, de obras de Picasso, como las que ingresaron a trav¨¦s del Museo Thyssen-Bornemisza. Por ¨²ltimo, aunque no con car¨¢cter permanente, tampoco se puede obviar el n¨²mero elevado de exposiciones temporales dedicadas al pintor en nuestro pa¨ªs durante este ¨²ltimo cuarto de siglo.
De todas formas, aun siendo este esfuerzo importante, no creo que Espa?a haya saldado la deuda contra¨ªda con Picasso. Por un decreto firmado por el entonces presidente de la Rep¨²blica espa?ola, Manuel Aza?a, con fecha del 19 de septiembre de 1936, Pablo Picasso fue nombrado director del Museo del Prado, cargo en el que permaneci¨® honor¨ªficamente hasta el final de la Guerra Civil, y del que, como le gustaba bromear al artista, jam¨¢s fue despose¨ªdo oficialmente. A este gesto, que acept¨® Picasso de buen grado, se le a?adi¨® el del encargo republicano del mural para el pabell¨®n espa?ol de Par¨ªs, y otros muchos, de menor resonancia, pero de no menos enjundia, que se prodigaron los a?os sucesivos, como, por ejemplo, el que el artista mantuviese el pasaporte espa?ol hasta su muerte, a pesar de que fue invitado en varias ocasiones a cambiar de nacionalidad.
Tambi¨¦n me parece importante dar a conocer el dato de que fue Jorge Sempr¨²n, cuando era ministro de Cultura en el Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez, quien propuso hacer una muestra enfrentando el Guernica, en su emplazamiento del Cas¨®n, con Los fusilamientos de la Moncloa, de Francisco de Goya. El proyecto no prosper¨® al cesar poco despu¨¦s Sempr¨²n como ministro de Cultura, pero, tres lustros despu¨¦s, ¨¦ste ser¨¢ el contenido de lo que se exhiba en el Reina Sof¨ªa, donde estar¨¢n cara a cara estos dos cuadros extraordinarios, junto al Fusilamiento de Maximiliano, de Manet, y, entre otros, tres estremecedoras telas de Picasso: El osario, del MOMA; la Matanza de Corea, del Museo Picasso de Par¨ªs, y Los espa?oles muertos por Francia, donado por Mitterrand a Espa?a y conservado en el Museo Reina Sof¨ªa. Este conjunto forma la reuni¨®n m¨¢s asombrosa, desde el punto de vista ¨¦tico y est¨¦tico, que hoy pueda darse, no s¨®lo en relaci¨®n con las obras maestras de la ¨¦pica contempor¨¢nea, sino de la celebraci¨®n eleg¨ªaca de la victoria moral de los inocentes vencidos.
Respecto a lo que se podr¨¢ contemplar en las salas del Museo del Prado, donde Picasso se form¨® copiando cuadros en su juventud y cuyos fondos le sirvieron de inspiraci¨®n constante a lo largo de su dilatada vida, hay que se?alar que suman 40 obras, realizadas por el artista entre 1903 y 1969, y, por tanto, que representan una cuidada selecci¨®n antol¨®gica de todas sus principales etapas. Hay que contemplar esta muestra como una retrospectiva, aunque sin perder el hilo conductor que la articula, que no es otro que la estrecha y muy din¨¢mica relaci¨®n del artista espa?ol con los maestros antiguos, con especial atenci¨®n a los conservados en el Museo del Prado y, muy en particular, de El Greco, Vel¨¢zquez y Goya. Sin descender a detalles, se puede afirmar que se trata del mejor conjunto de obras de Picasso jam¨¢s exhibido en Espa?a que proceden de los a su vez mejores museos europeos y americanos. En cualquier caso, lo extraordinario de esta cita no es s¨®lo la importancia en s¨ª de esta muestra dedicada a Picasso, sino que es la primera que le reintegra a la historia del arte en el sentido m¨¢s pleno y lo enra¨ªza en la muy peculiar tradici¨®n espa?ola. De esta manera, y por fin, Picasso dejar¨¢ de ser, como hasta hace poco se pod¨ªa leer en las cartelas a pie de obra en la mayor parte de los museos extranjeros, "un pintor franc¨¦s, nacido en Espa?a", para convertirse definitivamente en "un pintor espa?ol, que vivi¨® en Francia".
'Picasso. Tradici¨®n y vanguardia' se inaugura en Madrid el pr¨®ximo 6 de junio y estar¨¢ abierta hasta el 3 de septiembre en el Museo del Prado y en el Reina Sof¨ªa. La reserva de entradas anticipadas para visitar ambas exposiciones puede hacerse en: www.museoprado.es o www.museoreinasofia.es.
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