Las no personas
Estamos asistiendo a la propagaci¨®n de las no personas por diversas partes del mundo. Son seres vivos que aparentemente se comportan y act¨²an como las personas, como aquellos que les rodean y con quienes conviven, pero a los cuales no se les reconoce su plenitud como individuos. Trabajan, pasean, compran y pagan alquiler, pero lo hacen rodeados de incertidumbres. En cualquier momento esa aparente normalidad puede ser dr¨¢sticamente interrumpida. Seguir¨¢n viviendo, pero dejar¨¢n de existir como lo estaban haciendo y deber¨¢n iniciar otra singladura vital. Esas no personas, como las define Alessandro del Lago, son los emigrantes que viven como irregulares, como clandestinos, como individuos sin papeles. Existe otra variante de no persona. Aquella vinculada a la situaci¨®n de los que llegan a centenares a las playas de Canarias o que hace unas semanas saltaban alambradas en Ceuta o Melilla. En ese caso, son individuos que, una vez completada su odisea, la mayor parte de las veces ni son retornables, ni son regularizables. Son los ni-ni.
No me estoy refiriendo, como bien sabemos, a casos ex¨®ticos o singulares. Las no personas circulan, trabajan y conviven con nosotros, los "comunitarios", a miles y miles. En cualquier rinc¨®n de Europa. ?No nos deber¨ªa sorprender esa realidad? Aparentemente, nos estamos acostumbrando a ello. Pero, de sucedernos a nosotros lo que a ellos les acontece, la sensaci¨®n ser¨ªa de absoluta estupefacci¨®n. ?Podemos imaginarnos el caminar por la calle, ser interrogados por un polic¨ªa y, sin m¨¢s, ser detenidos y expulsados del pa¨ªs? Esa no persona puede ser nuestro amigo, hablar nuestra lengua, disfrutar de las mismas cosas, penar con el mismo trabajo, pero una barrera tremebunda nos separa. Y esa barrera se llama papel, permiso, nacionalidad. Uno es persona o es no persona por un simple reconocimiento. En el Diccionario de uso del espa?ol de Mar¨ªa Moliner, persona conduce a humanidad, a ser humano. Y desde este punto de vista, en Europa hemos hecho profesi¨®n de fe de nuestra proclamaci¨®n de los derechos universales de los seres humanos, sin distinci¨®n alguna. S¨®lo aceptamos que una persona pueda ser considerada privada de derechos de manera excepcional, y si no hay penalizaci¨®n jur¨ªdica de por medio, acostumbra a relacionarse con merma dr¨¢stica de condiciones f¨ªsicas que impiden el ejercicio pleno de las capacidades humanas. De alguna manera deja de ser y, por tanto, ya no es del todo persona. Pero, en este caso la atribuci¨®n de no persona deriva de factores externos que no son atribuibles a condiciones f¨ªsicas, sino a consideraciones extrahumanas. Nos referimos a ellos como "extracomunitarios", "inmigrantes", "irregulares", "clandestinos", y por tanto los situamos fuera de nuestro contexto, no son de los nuestros. A partir de ah¨ª se transforman en invisibles, social y pol¨ªticamente, y ya tenemos las premisas de su nueva condici¨®n: no personas. Son seres humanos carentes de reconocimiento, carentes de consideraci¨®n. Como lo eran los esclavos en tiempos no demasiado lejanos. Como lo fueron los jud¨ªos en la Alemania nazi; los japoneses encarcelados en campos de concentraci¨®n a causa de su origen, durante la II Guerra Mundial, en Estados Unidos, y como lo son hoy los prisioneros de Guant¨¢namo. No queremos con ello decir que la situaci¨®n de los inmigrantes sea igual a la de quienes han vivido esos casos l¨ªmite, pero es evidente que funciona con ellos un doble rasero jur¨ªdico.
Es evidente que los necesitamos. S¨®lo hace falta mirar a nuestro alrededor para ver que eran y son necesarios. Pero muchas veces aparentamos no verlos. Nos incomodan. Preferimos imaginar que han estado siempre aqu¨ª y no preguntarnos por c¨®mo llegaron, a trav¨¦s de qu¨¦ penalidades o de qu¨¦ sufrimientos alcanzaron el lugar en el que est¨¢n. La versi¨®n oficial nos habla de mafias, pero es dif¨ªcil imaginar que ellos y ellas no quisieran venir. Nos protegemos de su tormentoso camino a la normalidad. Preferimos no mirar, no saber. De la misma manera que apartamos la vista del pobre, del mendigo, del enfermo, o eludimos al delincuente. E incluso muchas veces lo mezclamos todo y relacionamos sin rubor inmigraci¨®n, enfermedad y delincuencia, para as¨ª tratar de cargar en alguien claramente estigmatizable nuestros propios desasosiegos, nuestras propias fobias e incertidumbres.
En el fondo, todo ello mantiene la jerarqu¨ªa, penaliza su llegada, les obliga a aceptar gravosas condiciones de vida y de trabajo. Estamos ahora a?adiendo barreras militares altamente sofisticadas a las alambradas, al mar, a la distancia. Los que atraviesan esas barreras admiten m¨¢s f¨¢cilmente el tener condiciones a la baja, condiciones que los que son personas no admitir¨ªan. El hecho de ser no personas les deja sin voz, sin visibilidad, sin derechos. Y adem¨¢s, el permanente temor a su masiva llegada reduce las pretensiones de los que son personas, desempe?ando as¨ª as¨ª el rol de chantaje a las condiciones y derechos ya adquiridos. Las ¨²ltimas declaraciones de ?ngel Acebes sobre los inmigrantes apuntan claramente a la identificaci¨®n de inmigrante con enemigo de nuestra civilizaci¨®n y nuestra forma de vida. Pero la forma en que est¨¢ operando el Gobierno socialista tampoco es de recibo. Queda claro que se trata de alejar y evitar a los inmigrantes entendidos como peligro. Se militarizan las fronteras y las v¨ªas de llegada. Se multiplican los campos de internamiento. Se les expulsa siempre que se puede. Y se ayuda econ¨®micamente a los pa¨ªses de origen para implicarlos en ese bloqueo. Si desde posiciones de izquierda se tolera la expresi¨®n de sentimientos y de expresiones de hostilidad hacia los extranjeros, y se justifica un trato humillante que las sit¨²a en esa condici¨®n de no personas, no nos quejemos si esa agresi¨®n a los ahora m¨¢s d¨¦biles acaba desarrollando otras intolerancias, otras mermas de derechos, esta vez de las personas.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la UAB.
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