La India que hemos inventado
?ndika es un libro ambicioso. El subt¨ªtulo ya lo advierte: Reflexiones sobre la historia, la etnolog¨ªa, la pol¨ªtica y la religi¨®n en el sur de Asia. Pero ?ndika no es s¨®lo eso, es tambi¨¦n y ante todo una tarea de descolonizaci¨®n intelectual, es decir, un trabajo de desmitificaci¨®n ideol¨®gica. Empieza por examinar conceptos de cuya pertinencia nadie sospechar¨ªa ("Oriente", "Asia", "India"), y termina por traer sobre la mesa de operaciones al propio arsenal quir¨²rgico: las ciencias humanas, para cuestionar, con buenas razones, su neutralidad y su objetividad. Preguntas acerca de los intocables, los tribales, el origen de Pakist¨¢n, el enfrentamiento entre hind¨²es y musulmanes o las castas remiten, para un esp¨ªritu cr¨ªtico inevitablemente, a consideraciones esenciales acerca de la historia, la religi¨®n, la geograf¨ªa pol¨ªtica y el conocimiento en general.
?NDIKA. UNA DESCOLONIZACI?N INTELECTUAL
Agust¨ªn P¨¢niker
Kair¨®s. Barcelona, 2006
516 p¨¢ginas. 18 euros
Por supuesto, al autor no le pasa desapercibida la paradoja: la sospecha es occidental. Tan occidental o, mejor dicho, tan europea y tan moderna como la necesidad de hacer historia o la de explorar otras culturas y elaborar dicotom¨ªas excluyentes. No obstante, si queremos entendernos en la aldea global ser¨¢ indispensable interrogar lo que parece evidente, traer a la superficie los prejuicios, revisar las convenciones y los estereotipos que subyacen en nuestra comprensi¨®n del mundo en que vivimos.
Es ¨¦sta una tarea enciclop¨¦
dica que Agust¨ªn P¨¢niker acomete, adem¨¢s de con inteligencia, con sencillez y buen humor, algo que no deja de sorprender cuando va unido a la pericia del buen cirujano, ducho en manejar su instrumental -un amplio y acertado aparato bibliogr¨¢fico- para lograr que el lector se introduzca, sin aturdirse y como quien no quiere la cosa, en aquellos lugares que los fil¨®sofos siempre han defendido a golpe de l¨¦xicos abstrusos. El autor nos demuestra, con este trabajo, que el rigor y la amplitud de los conocimientos no est¨¢n re?idos con la amenidad.
?ndika es un ensayo de cr¨ªtica
cultural que parte de la sospecha de que el presente se construye sobre supuestos infundados asentados por el tiempo. "Mi idea", escribe el autor, "consiste en destejer y desmentir algunas de las creencias y discursos hegem¨®nicos m¨¢s persistentes en nuestro tiempo". ?Qui¨¦n dudar¨ªa, por ejemplo, de que las razas existen? Pues, si indagamos un poco, no es tan evidente. La raza, como todos los conceptos que contribuyen a elaborar un orden distributivo (?y qu¨¦ concepto no lo hace?), tiene fecha de nacimiento; es, seg¨²n lo entiende P¨¢niker, "un enunciado ideol¨®gico inseparable de la trata de esclavos que se inicia en el XVI y no termina hasta el XIX". Las teor¨ªas se construyen cuando se necesitan, y los conceptos se inventan para que las teor¨ªas puedan construirse.
Entonces fueron los intere
ses del colonialismo esclavista; m¨¢s tarde, y mucho antes que el nacionalsocialismo, fue la necesidad que ten¨ªan los Estados alemanes de cohesionarse. Necesitaban un origen com¨²n, y lo inventaron. La "raza aria" no existi¨® nunca; tampoco el indoeuropeo si por tal entendemos una lengua primitiva de la que derivar¨ªan todas las lenguas sem¨ªticas. El indoeuropeo es un constructo ling¨¹¨ªstico, una herramienta para los estudios filol¨®gicos y, como tal, no se descubri¨®, se invent¨®. Pero, sin duda, existe en el ser humano una extra?a propensi¨®n a formar entidades a partir de la nada. Materializamos por naturaleza. As¨ª que al indoeuropeo se le dio carta de naturaleza y con ello tambi¨¦n se le otorg¨® a los supuestos hablantes de la supuesta lengua: la "raza aria", conquistadora, supuestamente, del subcontinente ¨ªndico, forjadora de la India cl¨¢sica tan cara a los estudiosos alemanes. Y los buscaron, a los arios. Los buscaron al sur de Bielorrusia (1870) por el mayor n¨²mero de albinos que hay en esas regiones, en Escandinavia (1883) por el salm¨®n, en las estepas rusas (1890) por el caballo, etc¨¦tera. La ley de Risley, un brit¨¢nico al servicio de la Corona, hizo el resto: a los arios se les pod¨ªa distinguir por la anchura de sus narices.
El prejuicio racial intervino
tambi¨¦n en la formaci¨®n de la ideolog¨ªa de castas, un sistema de identidad que hasta la ocupaci¨®n brit¨¢nica no hab¨ªa sido m¨¢s relevante que otros muchos como el linaje, el gremio, la familia, el grupo religioso, la aldea, etc¨¦tera. Pero sin duda simplificaba la labor del censo colonial que la palabra varna (casta), que literalmente significa color, se refiriese al color de la piel (arios blancos, superiores / no-arios oscuros, inferiores) en vez de al color de la vestimenta que distingu¨ªa las funciones. Y no queda all¨ª la cosa; las teor¨ªas van y vienen, como las aves migratorias; otras aves, pero el mismo canto: tambi¨¦n en India tuvieron las viejas teor¨ªas raciales europeas sus adeptos, que las adoptaron para inventar, tambi¨¦n all¨ª, identidades nacionalistas y para dar cuerpo te¨®rico a sus partidos pol¨ªticos.
Ser¨ªa ingenuo proponerse
aqu¨ª hacer una relaci¨®n exhaustiva de los m¨²ltiples temas tratados en ?ndika. Es ¨¦ste un libro inagotable. Rizom¨¢tico (y en esto, muy indio), se ramifica al modo en que lo hacen las enciclopedias y los lotos. Valga, pues, lo dicho, tan s¨®lo a modo de ejemplo.
?ndika no es s¨®lo un libro sobre India, es tambi¨¦n un libro sobre la modernidad y, por tanto, sobre Europa. Al autor no le gustan las dicotom¨ªas, ni la de Oriente/Occidente, ni la de modernidad/tradici¨®n. El autor insiste en las ideas de hibridaci¨®n, interacci¨®n, reinscripci¨®n, en la retroalimentaci¨®n de los discursos de dominaci¨®n entre colonizadores y colonizados. Raz¨®n no le falta. Nuestra perspectiva es siempre demasiado estrecha. ?Tenemos acaso suficientemente en cuenta el lugar preeminente que ocupa, en la fragua de la modernidad, el contacto con civilizaciones como la india? ?No ser¨¢ m¨¢s correcto pensar en t¨¦rminos de ¨®smosis que de dicotom¨ªas trasnochadas que s¨®lo sirven para alimentar los intereses de nuevas formas de colonialismo y la aplicaci¨®n de un poder, por cierto, siempre ileg¨ªtimo? La deconstrucci¨®n a la que P¨¢niker somete nuestro aparato conceptual va encaminada a mostrar algo sin duda importante: la constataci¨®n de la evidente imbricaci¨®n de las culturas, la permeabilidad de sus narrativas. Que las f¨¢bulas de La Fontaine, en la Francia del XVIII, fueron las mismas que las que Esopo heredara del Panchatantra no es un ejemplo aislado.
Poscolonial y pluralista, a caballo ¨¦l mismo entre dos -?o la misma?- tradiciones, Agust¨ªn P¨¢niker es prudente hasta el final: "Mantengamos, s¨ª, los valores humanistas. Pero sin pasar por alto que el humanismo se define y produce lo inhumano". ?Acaso no es cierto que "nada hay m¨¢s consistente que un humanismo racista"?
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