Ilusi¨®n de repertorio
Dice Llu¨ªs Pasqual que Hamlet es el hombre ofendido que busca justicia contra viento y marea, y Pr¨®spero, protagonista de La tempestad, el agraviado que decide perdonar. A Hamlet le hierve la sangre. Es joven, y el da?o que ha sufrido, reciente y sin remedio. A Pr¨®spero no le sucedi¨® nada irreparable. El tiempo le ha hecho sabio y ha sanado sus heridas. Perdona porque puede. Es lo mejor para ¨¦l: si matara a su hermano, que le despoj¨® del ducado de Mil¨¢n y le abandon¨® en un bote en medio del mar, se pondr¨ªa a su altura.
Aunque el caso que Shakespeare plantea en estas dos obras no sea el mismo, Pasqual pretende leerlas como "dos grandes met¨¢foras complementarias" sobre la violencia armada y el terrorismo. Seg¨²n ¨¦l, Pr¨®spero encarna la soluci¨®n pac¨ªfica, frente al ¨ªmpetu vengativo de Hamlet. El prop¨®sito del director, felizmente, no pasa de serlo: apenas se refleja en su puesta en escena.
La tempestad es un cuento de senectud, el adi¨®s de Shakespeare a las letras. En su ep¨ªlogo, el autor habla por boca de Pr¨®spero: "Ahora el poder de mi magia llega a su fin / y s¨®lo me quedan mis propias fuerzas / ya cansadas...".
Pasqual realza el aire fant¨¢stico del relato. Su Ariel, interpretado por Anna Lizaran, es un daemon de tebeo: regordete, con alitas y un espad¨ªn quebrado como un rayo.
El tif¨®n que desata por encargo de Pr¨®spero se representa con medio tel¨®n bajado, y los marineros agit¨¢ndose por encima, como t¨ªteres encaramados en un retablillo.
Golpe de teatro
Este golpe de teatro est¨¢ entre lo mejor de la puesta en escena, que es sencilla, pero sin la limpieza de otras de su director. Calib¨¢n, ¨²nico nativo de la isla donde Pr¨®spero naufraga, es un negro (Aitor Mazo), como en la relectura anticolonialista de La tempestad (Une Temp¨ºte) que el antillano Aim¨¦ C¨¦saire hizo en los a?os sesenta. Tr¨ªnculo, el buf¨®n (Jorge Santos), aparece travestido. Ambos y Esteban, el cocinero (Jes¨²s Castej¨®n), forman un tr¨ªo de clowns al estilo de los de Sue?o de una noche de verano. Sus int¨¦rpretes tienen chispa, pero no acaban de prender una buena hoguera.
Francesc Orella es un Pr¨®spero sobrio, con empaque, m¨¢s joven de lo habitual. Su registro vocal, su gesto, recuerdan los de Jes¨²s Puente. Rebeca Valls compone una Miranda energ¨¦tica, m¨¢s viva que afinada. Antonio Rup¨¦rez, el actor de m¨¢s edad, le da peso simb¨®lico a Gonzalo: vale la pena escuchar su elogio de una rep¨²blica sin riquezas ni comercio, equivalente shakespeariano del elogio de la Edad de Oro de El Quijote.
La singularidad de este montaje estriba en que sus int¨¦rpretes son los mismos del Hamlet estrenado el viernes. Las dos obras se alternan en el Espa?ol.
Durante unos d¨ªas, crean la ficci¨®n de un teatro de repertorio, como el que se hace en Berl¨ªn y en Mosc¨², o el que en la Espa?a de otro tiempo fue forja de grandes actores. Es grato ver a ¨¦stos ayer en un papel protagonista y hoy en uno epis¨®dico.
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