Catedrales paganas
Si el f¨²tbol es la nueva religi¨®n pagana, seg¨²n la inolvidable cita de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, sus estadios deber¨ªan acreditarse como las nuevas catedrales contempor¨¢neas. Como en la arquitectura religiosa, los estadios han atravesado todas las ¨¦pocas hasta convertirse en aparatosos signos de la modernidad y de la trascendencia de un deporte que ya no lo es. Hace tiempo que el f¨²tbol ha traspasado la frontera del juego y sus consecuencias. Ya no es el misterioso deporte que se juega con los pies, ni el generador de pasiones incontenibles, ni el refugio ocioso de la clase obrera, ni tan siquiera la bandera de una peque?a comunidad adscrita a sus colores. El f¨²tbol es la representaci¨®n de casi todas las cosas imaginables, una especie de universo paralelo donde se desarrollan todas las actividades posibles. Es deporte, pol¨ªtica, negocio, tecnolog¨ªa, medicina, arte, violencia, fraude, emoci¨®n, pensamiento, belleza y fealdad. Se ha escapado de sus l¨ªmites porque nada le ha contenido desde su nacimiento. El juego que idearon los privilegiados estudiantes de Eton, fue abrazado como suyo por los obreros que comenzaban a disfrutar de sus primeras horas libres en las tardes de los s¨¢bados. Desde ah¨ª, su imparable crecimiento le ha llevado a una posici¨®n que hasta los norteamericanos quieren comprender. El f¨²tbol se ha convertido en el s¨ªmbolo de nuestro tiempo, para lo bueno y para lo malo.
Aunque los intelectuales se resistieron durante mucho tiempo a la evidencia de su importancia social, desd¨¦n inexplicable porque no se puede vivir de espaldas a lo que es fundamental para la gente, la certeza de la trascendencia del f¨²tbol ya no admite dudas. Puesto que es uno de los grandes s¨ªmbolos de nuestro tiempo, requiere de la simbolog¨ªa que lo identifique como religi¨®n universal. Los estadios hacen ese trabajo. Lo hicieron con modestia en los primeros a?os del siglo XX, en recintos sin pretensiones que s¨®lo pretend¨ªan acoger a las peque?as comunidades: una ciudad o un barrio. En estos lugares se jug¨® hasta que el f¨²tbol dio noticias de lo que ser¨ªa la globalidad. Tambi¨¦n fue pionero en esto. Cuando el f¨²tbol traspas¨® el barrio y las ciudades, y despu¨¦s los pa¨ªses, y los continentes, cuando en un pueblo de Uganda se puede ver a un ni?o con la camiseta del Bar?a o del Madrid, cuando una antena parab¨®lica capta en la selva amaz¨®nica los partidos de Old Trafford o San Siro, entonces no hay manera de disimular que el f¨²tbol es m¨¢s que f¨²tbol.
La Copa del Mundo comienza el viernes en M¨²nich, en un estadio que impresiona desde fuera como s¨®lo lo pueden hacer las construcciones destinadas a definir una ¨¦poca. Con su forma de colch¨®n flotante, el estadio es la consagraci¨®n del nuevo inter¨¦s de la arquitectura por el deporte, y especialmente por el f¨²tbol. En el mejor de los casos, los estadios hab¨ªan sido recintos funcionales, con algunos toques distintivos en ocasiones. El arco de San Mam¨¦s pertenece a esa categor¨ªa creativa. Hay otros pocos y viejos estadios que a?aden brillantes toques arquitect¨®nicos, pero su tiempo ha pasado. En esos estadios adorados por los aficionados, no hay sitio para la comodidad, ni para la tecnolog¨ªa, ni para la seguridad. San Mam¨¦s es el viejo f¨²tbol, privado de las adherencias que lo han convertido en un fen¨®meno abrumador. El estadio de M¨²nich, dise?ado por los suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron -autores, entre otros proyectos, de la Tate Modern de Londres- escenifica el triunfo de un nuevo modelo, donde la vanguardia art¨ªstica se implica en el negocio. No es sorprendente que en el mundo fenicio donde se mueve el f¨²tbol actual, el estadio se vea privado de su nombre durante un mes. Allianz, la compa?¨ªa de seguros que adquiri¨® los derechos para registrar su nombre en el estadio durante 30 a?os, no podr¨¢ utilizarlos en los pr¨®ximos 30 d¨ªas. Durante este plazo, la FIFA dispone en exclusiva de esos derechos. Eso es el f¨²tbol en estos d¨ªas, un inmenso escenario, fundamentalmente econ¨®mico, que requiere templos a su medida, donde los arquitectos m¨¢s prestigiosos compiten en una carrera que no siempre produce resultados satisfactorios. Es m¨¢s, la mayor¨ªa de las veces apunta hacia un horizonte excesivo en las formas y vac¨ªo en el fondo. Ser¨¢ la se?al del fin de otro imperio. El del f¨²tbol.
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