El astillero de las piraguas
Los 'sin papeles' abren nuevas rutas desde el sur de Senegal, donde las barcas son m¨¢s baratas
Al sur de Gambia, muy cerca de la frontera de Senegal con Guinea-Bissau, se halla la regi¨®n de Casamance. Es la tierra de los diola, tribu hist¨®ricamente relacionada con los legendarios reinos mandinga. Un manual de tratantes de esclavos los describ¨ªa as¨ª en el siglo XVII: "Son estos ind¨ªgenas de buen ver, de cuerpos recios y fuerte musculatura. No son dados a las enfermedades y son grandes trabajadores y reproductores". Esa recomendaci¨®n podr¨ªa ser tenida en cuenta, cuatro siglos m¨¢s tarde, cuando los hombres de esa tierra ya no emigran a la fuerza, sino por voluntad propia. Y es que la regi¨®n de Casamance se ha convertido en astillero y punto de partida de la mayor¨ªa de los cayucos que llegan a Canarias.
Casamance es conocida como "el granero de Senegal". En las riberas de la r¨ªa ancha y caudalosa que le da nombre crecen ceibas milenarias, palmeras y ricos bosques cuya madera, trabajada por carpinteros expertos, sirve estos d¨ªas para armar las pirogues que llegan a Espa?a. La proximidad y abundancia de la madera reduce el precio de las embarcaciones hasta un 50% respecto a las que se ofertan en San Luis, en la frontera norte del pa¨ªs; en las playas de Yof o Yarakh, en las proximidades de Dakar, o en la villa de Mbour, al sur de la capital. En esos lugares, una barca de 23 metros de eslora sale por 35.000 euros. En Casamance no alcanza los 20.000.
De ah¨ª que cientos de aspirantes a la emigraci¨®n se trasladen desde el norte de Senegal hasta Ziguinchor, la capital de Casamance. Algunos, incluso, lo hacen en cayuco: pagan 5.000 francos CFA (menos de ocho euros) por el viaje desde Dakar. Y as¨ª a?aden 550 kil¨®metros a la futura traves¨ªa de 2.300 kil¨®metros hasta Canarias.
En Ziguinchor se encuentran con miles de personas que han acudido all¨ª, con el mismo prop¨®sito que ellos, desde pa¨ªses cercanos, como Mal¨ª y Costa de Marfil. Unos y otros entretienen la espera como vendedores ambulantes de mangos, pl¨¢tanos y naranjas que les conf¨ªan los agricultores locales, a quienes entregan el 50% de la recaudaci¨®n. Adem¨¢s, les pagan otro 10% a cambio de la comida. La tradicional hospitalidad diola les soluciona el problema de la cama (el jerg¨®n, m¨¢s bien) en cualquiera de los poblados de los alrededores.
La demanda de barcazas es tal, que su precio se triplica durante el proceso de fabricaci¨®n. Los emigrantes que la encargan pagan al carpintero unos 30.000 francos CFA. A los que llegan cuando la embarcaci¨®n est¨¢ a medio construir, les exigen el doble. Y los que pretenden ocupar sus ¨²ltimos huecos, cuando ya est¨¢ terminada, abonan hasta el triple. En total, el armador se embolsa en torno a 10.000 euros, en los que van incluidos la gasolina y dos motores.
La mayor¨ªa de las embarcaciones costean Senegal y Mauritania, cuyas aguas est¨¢n escasamente vigiladas, hasta Nuadib¨². A partir de esa ciudad, los vientos alisios y las patrulleras marroqu¨ªes los fuerzan a aventurarse hacia el interior del Atl¨¢ntico. Por eso arriban a las Canarias occidentales.
Pero no todas las lanchas siguen esa ruta. Otras barcazas costean hasta Dakar, y desde all¨ª se dirigen hacia Cabo Verde, 600 kil¨®metros al oeste. En el archipi¨¦lago compran provisiones (arroz, galletas, agua) y gasolina.
Cabo Verde est¨¢ en la traves¨ªa de los cargueros que hacen la ruta desde el Golfo de Guinea hacia Europa. Cuando zarpa alguno de esos paquebotes, los inmigrantes se ponen en su estela, a dos o tres millas de distancia. La ruta de los cargueros pasa precisamente entre Gran Canaria y Tenerife, el objetivo de los sin papeles. Y ofrece otra ventaja: el tr¨¢nsito de barcos es tan nutrido que, en caso de aver¨ªa, tendr¨ªan muchas posibilidades de recibir auxilio.
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