Visi¨®n china

El r¨¦gimen comunista chino lo ha tenido siempre muy claro: no permite una sola cr¨ªtica externa a la situaci¨®n de los derechos humanos -bastante penosa- en el pa¨ªs asi¨¢tico. En ese cap¨ªtulo no hay concesi¨®n. Lo considera una injerencia y

una insensibilidad sobre las peculiaridades de su sistema pol¨ªtico. Si firma convenios internacionales los reinterpreta seg¨²n sus par¨¢metros. En ocasiones recurre a la velada amenaza de revisar o suspender acuerdos comerciales cuando la cr¨ªtica se agranda o llega a las instancias de la ONU. Las m¨¢s de las veces el pragmatismo derrota a la ¨¦tica y los gobiernos democr¨¢ticos se decantan al final por enterrar la cabeza en la arena cuando se trata de expresar una fuerte protesta. Motivos no fantan: el creciente volumen de ejecuciones de presos, que denuncia a?o tras a?o Amnist¨ªa Internacional; la persecuci¨®n de grupos presuntamente religiosos como la secta Falun Gong; o ataques contra la libertad de expresi¨®n e informaci¨®n, como sucede ahora con Internet y las nuevas restricciones impuestas al servidor Google, aceptadas vergonzosamente por ¨¦ste en perjuicio de los usuarios. Las autoridades chinas suelen desconfiar de la justicia internacional. Obviamente, no aceptan el principio de jurisdicci¨®n universal. De ah¨ª que pidan explicaciones diplom¨¢ticas cuando la Audiencia Nacional decide abrir en Espa?a una investigaci¨®n sobre el presunto genocidio en T¨ªbet bas¨¢ndose en la demanda de un espa?ol de origen tibetano o sobre los atropellos contra la secta Falun Gong. Est¨¢n en su derecho de hacerlo, pero no significa forzosamente que tengan raz¨®n.