El tesoro de las gr¨²as
Al principio, todas las vallas eran iguales, una red de cuadrados met¨¢licos de unos dos metros de altura. Perfectamente alineadas, relucientes, estaban forradas con una tela sint¨¦tica, parecida a la de los sacos de patatas, pero m¨¢s resistente y de color verde brillante, que imped¨ªa por completo la visi¨®n de los transe¨²ntes. Entonces, cuando las pusieron, aquel invierno se deshilaba sin prisa hacia aquella primavera. Luego empez¨® a hacer bueno; m¨¢s tarde, calor; por fin, un calor horroroso, y lleg¨® despacio aquel oto?o, largo y apacible, que se endureci¨® a primeros de noviembre, como siempre, y entonces empez¨® a llover, hizo fr¨ªo; despu¨¦s, m¨¢s fr¨ªo, y nev¨®, y empez¨® otro a?o, y parec¨ªa que el fr¨ªo no se iba a acabar nunca, y hel¨® una madrugada, hel¨® la siguiente, hel¨® otra m¨¢s, volvi¨® a llover y sali¨® el sol, se asom¨® con timidez primero, pero segu¨ªa lloviendo, y el sol deshac¨ªa los charcos sobre las aceras, y parec¨ªa que el verano se adelantaba, pero no, porque regres¨® el fresco, llovi¨® otra vez, y ahora que ha vuelto a hacer calor en serio, calor del bueno, la obra se ha terminado.
"Y el s¨¢bado pasado, por fin, no son¨® ningua gr¨²a a las ocho de en punto de la ma?ana"
Al final, cada valla era de su padre y de su madre, y sus tramos avanzaban y retroced¨ªan sobre las aceras como el paso indeciso de un noct¨¢mbulo borracho. La estructura met¨¢lica estaba sucia, ro¨ªda, oxidada, claro, tanta lluvia, y la tela verde oscura era ahora m¨¢s clara, si no amarilla, claro, tanto sol? Aqu¨ª y all¨¢ hab¨ªa boquetes, agujeros m¨¢s o menos regulares de tela recortada vaya usted a saber por qui¨¦n, y misteriosos huecos en las redes plateadas. Algunos carteles ya no se le¨ªan, pero a los vecinos les daba igual, porque hab¨ªan tenido mucho tiempo para aprenderse las leyendas borradas por el tiempo: prohibido el paso a cualquier persona ajena a esta obra; atenci¨®n, calle cortada; es obligatorio el uso del casco; peligro, salida de camiones.
La obra iba a durar tres meses; luego, seis; luego, nueve; luego, ya no se sab¨ªa. Entretanto, Fran y Susana se han casado, una de blanco y otra no, pero las dos con ramo; Valentina ha conseguido que el colegio p¨²blico en el que trabaja sea biling¨¹e; a Braulio, el dentista ecuatoriano, le han concedido la doble nacionalidad; su hermana se ha echado un novio espa?ol, luego otro, y otro m¨¢s; Junior ha adelgazado diecinueve kilos; Modesto dice que ya se puede morir tranquilo porque por fin ha visto un mont¨®n de reportajes sobre el 75? aniversario de la II Rep¨²blica en la primera cadena; Chema ha ahorrado m¨¢s de mil euros para la moto de sus sue?os; la t¨ªa de Ana se muri¨® rodeada de sobrinos que la quer¨ªan como si fuera su madre; el se?or Chang mont¨® una tienda de tel¨¦fonos m¨®viles; el comisario Pel¨¢ez se separ¨® de su mujer; Pascual bati¨® el r¨¦cord municipal de juramento al comprobar c¨®mo se resent¨ªa la clientela de su bar de las malditas vallas de la obra de la plaza; do?a Raquel ha ido a un mont¨®n de manifestaciones, y su hija Elenita ha aprovechado tan furibunda militancia pol¨ªtica para irse a vivir con su novio el marroqu¨ª a la calle de Argumosa. Tan ricamente, oye?
Y el s¨¢bado pasado, por fin, no son¨® ninguna gr¨²a a las ocho en punto de la ma?ana. Nadie escuch¨® un pitido, ni el torturante crepitar de un martillo hidr¨¢ulico, ni el motor de un cami¨®n, nada. Era s¨¢bado, las ocho en punto de la ma?ana, y los vecinos segu¨ªan durmiendo. ?Aleluya! Parec¨ªa un sue?o, pero era realidad. Por eso hoy, lunes, al sonar los despertadores, han sufrido el fen¨®meno inverso, como si siguieran durmiendo, presos en una pesadilla. No puede ser, se han dicho todos a la vez tras comprobar que estaban bien despiertos, esto tiene que ser una alucinaci¨®n auditiva, la banda sonora de un telediario con el volumen a todo trapo o el pu?etero s¨ªndrome de Estocolmo. Otra obra no, ya no, no puede ser, pero al asomarse a los balcones y mirar en direcci¨®n al punto del que proviene el ruido se han encontrado con que en uno de los extremos de la plaza, alrededor de un gran edificio que escap¨® de milagro de la obra anterior, unos obreros est¨¢n descargando de varios camiones grandes rollos de tela sint¨¦tica de color verde oscuro y un centenar de vallas iguales, como redes de cuadrados met¨¢licos de unos dos metros de altura, nuevas, flamantes, relucientes?
Cuando Danny de Vito dijo que Madrid ser¨ªa una ciudad preciosa cuando el alcalde descubriera por fin el tesoro que andaba buscando, no pod¨ªa saber que el tesoro eran las propias obras. Los vecinos de esta escalera, sin ser estrellas de Hollywood ni nada, lo han descubierto ya, para su desgracia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.