'Deontogol¨ªa'
?Se disgregar¨¢ Espa?a tras la derrota de la selecci¨®n ante los franceses? Esperamos que no ocurra tal cosa, aunque es muy posible que el "we" futbolero espa?ol, del que hablaban hasta en The New York Times, se ponga a silbar con la mirada en el cielo. Yo no era, dir¨¢n ahora muchos, pero lo cierto es que se percib¨ªa un deseo bastante generalizado de decir yo s¨ª era, como si hubiera un deseo reprimido con necesidad de encontrar un motivo para manifestarse.
?Merece la pena ser espa?ol? Lo que parecen necesitar algunos para manifestar su querencia es una oleada de orgullo, una marea en la que perderse y en la que borrar los reparos que a¨²n atenazan sus boquitas. Bien, no ha habido victoria, pero la inusual esperanza de la que hemos sido testigos estos d¨ªas ha dejado bien a la luz la querencia. Ese "we" expectante dec¨ªa: quiero que ganen porque quiero ser espa?ol. Miren, en San Sebasti¨¢n el primer y ¨²nico gol espa?ol fue saludado con cohetes, lo nunca visto. Y les aseguro que pude leer a Balzac, mientras otros ve¨ªan el partido, con las ventanas abiertas y sin apenas molestias de la calle.
Curioso, s¨ª, ese humanitarismo que serv¨ªa para prolongar el imperio de la coacci¨®n y del crimen
El hecho de que se percibiera cierto deseo de espa?olidad no significa que nos hallemos ante un auge del nacionalismo espa?ol. Me inclino a pensar que nos encontramos m¨¢s bien ante un claro deseo de normalidad. El bienestar material que disfrutamos no propicia el af¨¢n de aventuras y hay indicios -el refer¨¦ndum catal¨¢n puede ser uno de ellos- de que la ciudadan¨ªa percibe un alto grado de aventurerismo en los ¨²ltimos avatares de nuestra vida pol¨ªtica. No hay ninguna garant¨ªa de que dejar de ser espa?ol resulte m¨¢s provechoso que seguir si¨¦ndolo, y la gente comienza a estar harta de un agonismo identitario permanente que s¨®lo le reporta inquietud.
Una de las ventajas de la espa?olidad es que es un datum que no necesita ser contrastado a todas horas. No es necesario ejercer en todo momento de espa?ol para serlo, es mucho menos cansado que ser vasco o ser catal¨¢n. Cierto que ocurrir¨ªa lo mismo si Euskadi o Catalu?a fueran estados independientes de larga data -y la antig¨¹edad no es un detalle menor-, pero no lo son, y el deseo de que lleguen a serlo alg¨²n d¨ªa quiz¨¢ ya no ofrezca atractivo suficiente para que nadie sacrifique un estatus con el que se muestra satisfecho. Hasta las compensaciones simb¨®licas de las que se nutre el ansia de identidad parecen hoy mejor garantizadas con la marca Espa?a que con cualquier otra. La expectaci¨®n que hemos vivido estos d¨ªas es una prueba de ello.
Y es que la alternativa a esa normalidad de la que hablo es la pesadilla que hemos vivido los vascos. Yo no s¨¦ si las ¨²ltimas actuaciones del juez Grande-Marlaska entorpecen el llamado proceso de paz o lo blindan. Lo que s¨ª hacen es poner de manifiesto el grado de putrefacci¨®n y de vileza de nuestro pasado reciente, y quiz¨¢ no haya mejor v¨ªa que esa para blindar el futuro y para que digamos definitivamente nunca m¨¢s. Contribuyen tanto a ello como los ¨²ltimos juicios a etarras, en los que ha quedado patente la miseria moral de quienes aspiraban al t¨ªtulo de h¨¦roes.
Es verdad que actitudes as¨ª no son nuevas y que est¨¢bamos acostumbrados a vilezas parecidas, pero la repulsi¨®n suscitada estos d¨ªas por el comportamiento de mister txapoteo y su aliada revelan un cambio sustancial en la percepci¨®n social de lo vivido, y que mucha gente est¨¢ dispuesta a ver lo que antes hac¨ªa esfuerzos denodados por nublar. Lo que ahora vemos con tanta claridad s¨®lo indica que ha cambiado la naturaleza de nuestra mirada, en ning¨²n caso que se est¨¦n produciendo hechos nuevos. Y esa mirada va a continuar clare¨¢ndose, un dato crucial para lo que vaya a ocurrir en adelante.
Sucede lo mismo con las recientes revelaciones sobre la extorsi¨®n a los empresarios. En realidad, s¨®lo se nos empiezan a ofrecer datos donde antes abundaban las sospechas, y, se ponga como se ponga el se?or Arzalluz, toda esta historia de los intermediarios es otra muestra del car¨¢cter estructural que hab¨ªa llegado a alcanzar el terror en nuestra sociedad, de la que s¨®lo se puede hablar ya con la nariz tapada. Curioso orgullo el de quienes se adelantan a manifestar "yo tambi¨¦n lo hice", apelando para magnificar su actuaci¨®n al humanitarismo o a la deontolog¨ªa.
Curioso, s¨ª, ese humanitarismo que serv¨ªa para prolongar el imperio de la coacci¨®n y del crimen. Y mucho m¨¢s curioso, si cabe, si tenemos en cuenta que ese humanitarismo proven¨ªa de personas con alta responsabilidad en el partido que nos gobierna. Contrastemos ahora actuaci¨®n humanitaria y actuaci¨®n pol¨ªtica y veremos lo que sale.
?Una pena lo de la selecci¨®n? Pues, s¨ª. Pese a que a m¨ª me gusten tanto los franceses.
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