Israel y los matices
Illan Pappe, historiador revisionista israel¨ª, procede de una familia de jud¨ªos alemanes de s¨®lidas credenciales liberales, y ¨¦l mismo fue educado dentro de esta corriente de pensamiento que defiende la sociedad abierta, el mercado, al individuo contra el Estado y opone al colectivismo -la definici¨®n del ciudadano por su pertenencia a una clase social, una raza, una cultura o una religi¨®n- la soberan¨ªa individual. Hace unos d¨ªas le o¨ª contar que, cuando empez¨® a tomar distancias contra el sionismo, doctrina que sustenta la creaci¨®n y la naturaleza del Estado de Israel, pens¨® que su evoluci¨®n pol¨ªtica estaba dentro de la ortodoxia liberal y que cuestionar la ideolog¨ªa sionista era, adem¨¢s de otras cosas, dar una batalla contra el colectivismo. Pero no encontr¨® en su pa¨ªs partido o movimiento pol¨ªtico liberal donde encajaran sus ideas, pues la inmensa mayor¨ªa de los liberales israel¨ªes eran sionistas. Esto lo fue acercando a quienes, por doctrina, eran sus naturales adversarios pol¨ªticos, los comunistas, con quienes discrepaba en todo lo dem¨¢s, pero coincid¨ªa en su posici¨®n cr¨ªtica del sionismo. Y eso hace que desde entonces, se quejaba, los amantes de la simplificaci¨®n y enemigos de los matices, lo cataloguen de "comunista".
La abolici¨®n de los matices facilita mucho las cosas a la hora de juzgar a un ser humano, analizar una situaci¨®n pol¨ªtica, un problema social, un hecho de cultura, y permite dar rienda suelta a las filias y a las fobias personales sin censuras y sin el menor remordimiento. Pero es, tambi¨¦n, la mejor manera de reemplazar las ideas por los estereotipos, el conocimiento racional por la pasi¨®n y el instinto, y de malentender tr¨¢gicamente el mundo en que vivimos. Hay ciertos conflictos que, por la violencia y los antagonismos que suscitan, conducen casi irresistiblemente a quienes los viven o siguen de cerca a liquidar los matices a fin de promover mejor sus tesis y, sobre todo, desbaratar las de sus adversarios.
Quiero ilustrar con un ejemplo personal lo que trato de decir. La Fundaci¨®n Internacional para la Libertad organiz¨® hace unos d¨ªas, en Madrid, un encuentro entre intelectuales jud¨ªos y ¨¢rabes, en el cual, en una de sus intervenciones, el periodista Gideon Levy, cr¨ªtico severo del Gobierno de su pa¨ªs, dijo que ¨¦l militaba contra la ocupaci¨®n de Cisjordania porque no quer¨ªa sentirse avergonzado de ser israel¨ª. Yo, por mi parte, al clausurar el evento, parafraseando a Levy, dije que mis cr¨ªticas a la pol¨ªtica con los palestinos de los dos ¨²ltimos gobiernos de ese pa¨ªs se deb¨ªan a que tampoco quer¨ªa sentirme avergonzado de ser amigo de Israel. Dos d¨ªas despu¨¦s, el diario israel¨ª Haaretz publicaba una cr¨®nica del propio Gideon Levy sobre el encuentro madrile?o, bastante exacta, pero con un t¨ªtulo que, al cambiar el matiz, me hac¨ªa decir algo que yo no hab¨ªa dicho: "Vargas Llosa tiene verg¨¹enza de ser amigo de Israel".
El diario recibi¨® 199 cartas de lectores israel¨ªes indignados, que public¨® en su blog. Las he ojeado con cierta estupefacci¨®n, pese a que ellas no hacen m¨¢s que confirmar algo que, desde que empec¨¦ a pensar por mi propia cuenta en cuestiones pol¨ªticas hace cuarenta a?os, ya s¨¦ de sobra: lo f¨¢cil que es tergiversar, caricaturizar o desacreditar a quien disiente, o parece disentir, de nuestras convicciones dogm¨¢ticas. Lo curioso es que casi todas las cartas me llaman "comunista", "ultra izquierdista", "castrista", "otro Saramago", "antisemita", y, una de ellas, la m¨¢s imaginativa, se pregunta: "?Qu¨¦ se puede esperar de alguien que sube a los escenarios con la conocida actriz estalinista Aitana S¨¢nchez Gij¨®n y que escribe en EL PA?S, el peri¨®dico m¨¢s izquierdista de toda Europa?". Bueno, bueno. Mis vociferantes objetores no parecen sospechar siquiera que de lo que yo suelo ser acusado m¨¢s bien, en Espa?a y en Am¨¦rica Latina, es de neo-con, de ultra liberal, de pro americano y otras lindezas por el estilo por atacar a Fidel Castro, a Hugo Ch¨¢vez y criticar con frecuencia el farise¨ªsmo y el oportunismo de los intelectuales de izquierda.
En realidad, una de las cosas que soy, o, mejor dicho, trato de ser en la vida, es un leal amigo de Israel. Muchas veces he escrito que visitar ese pa¨ªs hace treinta y pico de a?os fue una de las experiencias m¨¢s emocionantes que he tenido y que sigo creyendo que construir un pa¨ªs moderno, en medio del desierto, de lineamientos democr¨¢ticos, con gentes provenientes de culturas, lenguas, costumbres tan distintas, y rodeado de enemigos, fue una gesta extraordinaria, de enorme idealis
mo y sacrificio, un modelo para los pa¨ªses como el m¨ªo, o los dem¨¢s pa¨ªses latinoamericanos o africanos, que, con muchos m¨¢s recursos que Israel, no consiguen todav¨ªa salir del subdesarrollo. Es verdad que Israel en el curso de su breve historia ha recibido mucha ayuda exterior. Pero ?no la han recibido tambi¨¦n muchos otros, que la han desaprovechado, derrochado o simplemente saqueado?
Para m¨ª, el derecho a existir de Israel no se sustenta en la Biblia, ni en una historia que se interrumpi¨® hace miles de a?os, sino en la gestaci¨®n del Israel moderno por pioneros y refugiados que, luchando por la supervivencia, demostraron que no son las leyes de la historia las que hacen a los hombres, sino ¨¦stos, con su voluntad, su trabajo y sus sue?os los que le marcan a aqu¨¦lla unas pautas y una direcci¨®n. Ning¨²n pa¨ªs exist¨ªa all¨ª, en esa miserable provincia del imperio otomano, cuando naci¨® Israel, cuya existencia fue luego legitimada por las Naciones Unidas y el reconocimiento de la mayor¨ªa de pa¨ªses del mundo.
Ahora bien, para que Israel tenga un porvenir seguro y sea por fin un pa¨ªs "normal", aceptado por sus vecinos, debe encontrar un modo de coexistencia con los palestinos. Y contra esta coexistencia conspira esa ocupaci¨®n de Cisjordania que se prolonga indefinidamente y que ha convertido a Israel en un pa¨ªs colonial, lo que ha crispado de manera indecible sus relaciones con los palestinos. Las condiciones en que ¨¦stos han vivido, en Gaza, y viven todav¨ªa dentro de los territorios ocupados, sobre todo en los campos de refugiados, son inaceptables, indignos de un pa¨ªs civilizado y democr¨¢tico. Lo afirmo porque lo he visto con mis ojos. Los amigos de Israel tenemos la obligaci¨®n de decirlo en alta voz y censurar a sus gobernantes por practicar en esos territorios una pol¨ªtica de intimidaci¨®n, de acoso y de asfixia que ofende las m¨¢s elementales nociones de humanidad y de moral. Y, tambi¨¦n, de condenar sus reacciones desproporcionadas a los actos terroristas, como la actual, que, a ra¨ªz del secuestro criminal de un soldado israel¨ª por militantes palestinos, ha causado ya decenas de muertos civiles inocentes en Gaza y amenaza con resucitar la guerra con el L¨ªbano.
Esto no significa, en modo alguno, justificar las acciones criminales de los terroristas de Ham¨¢s o la Jihad Isl¨¢mica o de los otros grup¨²sculos armados que operan por la libre. Pero s¨ª reconocer que detr¨¢s de estas acciones injustificables y crueles -las bombas de los suicidas, los ataques ciegos a la poblaci¨®n civil, los secuestros, etc¨¦tera- hay un pueblo desesperado al que la desesperaci¨®n empuja cada vez m¨¢s a escuchar no la voz de los moderados y razonables sino la de los fan¨¢ticos y a creer, est¨²pidamente, que el fin del conflicto no est¨¢ en la negociaci¨®n sino en la punta del fusil o la mecha de la bomba.
La superioridad de Israel sobre sus enemigos en el Medio Oriente fue pol¨ªtica y moral antes que la de sus ca?ones, sus aviones y su modern¨ªsimo Ej¨¦rcito. Pero, debido a su extraordinario poder¨ªo, algo que suele volver a los pa¨ªses arrogantes, la est¨¢ perdiendo, y eso lleva a algunos de sus dirigentes, como cre¨ªa Ariel Sharon, a pensar que la soluci¨®n del conflicto con los palestinos puede ser un diktat, una f¨®rmula unilateral impuesta por la fuerza. Eso es una ingenuidad que s¨®lo prolongar¨¢ indefinidamente el sufrimiento y la guerra en toda la regi¨®n.
Mi amigo israel¨ª David Mandel (?o debo decir ahora ex amigo, ya que me he vendido a los palestinos?) me conmina en una carta abierta a que devuelva el premio Jerusal¨¦n que recib¨ª en 1995. Se trata de un premio m¨¢s bien simb¨®lico, pero que a m¨ª me llena de orgullo, y no voy a renunciar a ¨¦l, porque, aunque David no pueda entenderlo, lo que yo hago y escribo sobre Israel no tiene otro objetivo que seguir siendo digno de esa hermosa distinci¨®n, que me fue concedida por mi compromiso con la democracia y la libertad. Para m¨ª, mi adhesi¨®n a Israel es inseparable de aquel compromiso, como es el caso de tantos israel¨ªes que, a la manera de Illan Pappe, Gideon Levy, Amira Hass o Meir Margalit, pero sin duda de manera m¨¢s radical que yo, denuncian las pol¨ªticas de su Gobierno con los palestinos y plantean alternativas.
Es verdad que ellos representan una minor¨ªa, ese matiz que los adoradores de verdades dogm¨¢ticas desprecian. Ni siquiera s¨¦ si yo estoy de acuerdo en todas las posiciones que ellos defienden. Probablemente, no. Creo, por ejemplo, que el sionismo tiene unas razones que no pueden descartarse de manera abstracta, prescindiendo de un contexto hist¨®rico preciso. Pero que ellos, y otros muchos como ellos, vayan contra la corriente y sean capaces de oponerse de manera tan resuelta a lo que les parecen pol¨ªticas equivocadas, contraproducentes o brutales, y que puedan hacerlo sin ser perseguidos, encarcelados, o liquidados, como ocurrir¨ªa -ay- entre casi todos los otros pa¨ªses de la regi¨®n, es una de las realidades que todav¨ªa mantiene viva mi esperanza de que haya un cambio en Israel, y, otra vez, la negociaci¨®n sea posible, y pueda llegarse a un acuerdo razonable que ponga fin a esa infinita hemorragia de dolor y de sangre.
El encuentro madrile?o de jud¨ªos y ¨¢rabes fue asim¨¦trico, porque cerca de diez palestinos que hab¨ªan aceptado nuestra invitaci¨®n no pudieron venir, y porque algunos israel¨ªes, como Amos Oz y David Grossman, cuyas voces quer¨ªamos escuchar, tampoco lo hicieron. Pero no fue in¨²til: una gota de agua en el desierto es mejor que ninguna. Hubo, por ejemplo, exposiciones magn¨ªficas y no del todo irreconciliables, de Shlomo Ben Ami y de Yasser Abed Rabbo, que participaron en las negociaciones de Camp David. Tratar¨¦ de seguir convocando estos di¨¢logos, invitando no s¨®lo a quienes hablan por la mayor¨ªa, sino tambi¨¦n por las peque?as minor¨ªas, esos matices olvidables en los que, sin embargo, muy a menudo se agazapa la verdad.
-? Mario Vargas Llosa, 2006. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2006.
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