Fracaso escolar, fracaso social
Una de las asignaturas pendientes de nuestro sistema educativo sigue siendo la revalorizaci¨®n social de la formaci¨®n profesional. No es ¨¦sta una cuesti¨®n nueva.
La mayor¨ªa de los dispositivos sociales -incluso m¨¢s que los institucionales- estaban ya hace 30 a?os y siguen estando a¨²n encaminados a reconocer como ¨¦xito personal y social ¨²nicamente aquellos itinerarios educativos encaminados a la universidad. Un ejemplo de ello lo hemos vivido estas ¨²ltimas semanas con el insistente goteo informativo sobre las pruebas de selectividad.
El ¨¦xito siempre se ha relacionado con el acceso a la universidad, y el fracaso, con el abandono educativo o con el itinerario de los ciclos formativos. Pocas noticias tenemos y podr¨ªamos rescatar pocos referentes colectivos de ¨¦xito asociado a pr¨¢cticas o resultados educativos en el ¨¢mbito de la formaci¨®n profesional. El ¨¦xito, el triunfo, el reconocimiento social, siempre es para los mismos: los que aprueban la selectividad y los que logran la gesta de acceder a los estudios universitarios deseados. Ning¨²n medio de comunicaci¨®n ni ning¨²n l¨ªder de opini¨®n, ninguna instituci¨®n p¨²blica ni social, nos habla de los otros. Nada ni nadie nos da cuenta de los j¨®venes que no han optado por las pruebas de la selectividad ni por el itinerario universitario, ni tan s¨®lo por estudiar el bachillerato.
Ellos son los grandes ausentes en el debate educativo, a pesar de que son multitud. Fij¨¦monos, por ejemplo, en la construcci¨®n informativa habitual sobre las pruebas de selectividad. Sabemos que desde hace unos a?os los que aprueban se sit¨²an entre el 97% y el 99% de los que se presentan a la prueba. Un resultado, sin duda, espectacular. Los responsables educativos se congratulan de ello y se nos presenta como una de las grandes noticias. Sin embargo, nadie nos da raz¨®n de todos los chicos y chicas que ya no se presentan a las pruebas de selectividad. De aquellos que dentro del propio bachillerato no han tenido la fortuna de estar entre los elegidos. Y l¨®gicamente, menos a¨²n sabemos de todos aquellos que ya no accedieron al bachillerato porque al finalizar la educaci¨®n obligatoria optaron por las otras opciones posibles, entre ellas los ciclos formativos.
Todos estos j¨®venes existen, y existen en cantidades tales que algunos se sorprender¨ªan. Poco importa que sean casi la mitad de la poblaci¨®n en esa franja de edad, no forman parte del ¨¦xito educativo. Hemos construido una opci¨®n de calidad -sin tener en cuenta los miles de estudiantes que cada a?o se apean de ese modelo- y esa opci¨®n se asocia a un determinado modelo de ¨¦xito. Y por defecto, olvidamos el resto. No es s¨®lo una responsabilidad de las instituciones de gobierno. A lo largo de 2005 y una parte de 2006, en Catalu?a se desarroll¨® el pacto nacional por la educaci¨®n. Los que tuvimos el honor de participar activamente dijimos muy poco, por no decir nada, sobre la formaci¨®n profesional. Y el mismo Gobierno que impulsaba el pacto tampoco lo situ¨® en un nivel de preferencia. Toda una declaraci¨®n de intenciones y preocupaciones. Es necesario, en este punto, abordar algunas reflexiones sobre el denominado fracaso escolar. Lo primero que se debe afirmar es que el fracaso escolar, tal como lo tenemos interiorizado, tiene mucho de construcci¨®n social, una realidad que trasciende las propias situaciones objetivas de algunos alumnos. Fracaso es, quiz¨¢ exagerando un poco, todo aquello que no es el ¨¦xito. Y si para la mayor¨ªa el ¨¦xito es acceder a la universidad, para la misma mayor¨ªa el fracaso se asocia, m¨¢s o menos expl¨ªcitamente, con todo el universo alternativo a la universidad.
No intento relativizar el fracaso escolar, al contrario. Lo que pretendo es subrayar la barbaridad que a mi modo de ver supone la concepci¨®n mayoritaria de lo que es ¨¦xito y lo que es fracaso en el sistema educativo. El reto social es poner de relieve de manera urgente otros par¨¢metros de ¨¦xito en la educaci¨®n que no tengan como referentes ni el bachillerato, ni la selectividad, ni la universidad. Entre otros motivos porque, si seguimos insistiendo en esa idea de ¨¦xito, lo primero que deber¨ªamos hacer es aceptar que el fracaso escolar que hoy conocemos es, ante todo, un fracaso social y un fracaso del sistema educativo. Cualquiera puede entender que cuando en un colectivo el fracaso no afecta a una minor¨ªa, sino que se acerca al 50%, no es atribuible a las caracter¨ªsticas de los individuos que no tienen ¨¦xito, sino al sistema y a sus responsables, que no han sabido adecuar su tarea a las caracter¨ªsticas de tan amplia poblaci¨®n.
Toca, pues, revisar el concepto de ¨¦xito y fracaso escolar. No para esconder ning¨²n resultado ni tampoco para rebajar el nivel educativo de nuestro sistema, del cual por cierto no andamos sobrados. La b¨²squeda de la excelencia educativa y la garantia de disponer de un sistema educativo socialmenre equitativo deben ser los objetivos principales de cualquier pol¨ªtica educativa. Pero lo que hay que afirmar es que la excelencia -tan escasa en cualquiera de los ¨¢mbitos educativos del pa¨ªs- no es s¨®lo una posibilidad reservada a quienes van a acceder a los estudios universitarios. La excelencia no puede ser un est¨¢ndar ¨²nico para todos los posibles itinerarios educativos. Hay que corregir errores para evitar algunas consecuencias perversas que sufren una parte de nuestros j¨®venes que, por causas muy diversas, quedan arrinconados del pelot¨®n de escapada hacia un determinado modelo de ¨¦xito, como si nuestra educaci¨®n tuviera que ser una permanente carrera donde s¨®lo unos ganan y los otros pierden.
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