La ONU musical
Algo se mueve en Washington. La capital pol¨ªtica tiene una intensa vida cultural. Thievery Corporation -la Corporaci¨®n del Latrocinio- es un grupo emergente. Su nombre lo dice todo: rescatan, remozan y revenden sonidos y voces del mundo. Hablamos con uno de sus l¨ªderes, residente en Madrid
Para los despistados que creen que Washington es algo as¨ª como la sombr¨ªa capital de un Estado policial, puede resultar una sorpresa saber que tiene una vibrante escena cultural, incluso con contrastada voluntad de disidencia. Y eso incluye quiz¨¢ al m¨¢s reputado proyecto electr¨®nico de Estados Unidos, Thievery Corporation. Un nombre -la Corporaci¨®n del Latrocinio- que puede leerse como una cr¨ªtica de la inmoralidad empresarial, pero que responde a la vocaci¨®n omn¨ªvora de sus responsables, que llevan 11 a?os rescatando y abrillantando m¨²sicas olvidadas, desde el jazz caliente hasta la refrescante bossa nova.
Los responsables de esta corporaci¨®n son Eric Hilton y Rob Garza. Este ¨²ltimo pasa temporadas en Madrid, en cuyo centro ha montado piso con su esposa, una azafata espa?ola llamada Patricia Fonseca. Dice que todav¨ªa no ha disfrutado demasiado de su nueva residencia y se muestra interesado por localizar tiendas de discos y locales at¨ªpicos: "Vivimos cerca de Malasa?a y me encantan esos antros de rock donde nadie se preocup¨® del dise?o: todo lo contrario de los clubes cool donde contratan a Thievery Corporation. No es por llevar la contraria, pero reivindico, por ejemplo, las tiendas y los restaurantes que no te machacan con m¨²sica".
Garza (1970) tiene una curiosa historia familiar: "Mi madre es de Ciudad Ju¨¢rez, en M¨¦xico. Mi padre es tejano con antepasados espa?oles, franceses, ¨¢rabes. Digamos que siempre he sido consciente de que el mundo no acababa en Estados Unidos. Hemos viajado mucho: mi padre fue polic¨ªa y trabaj¨® tanto para las Naciones Unidas como para el Departamento de Estado; ahora tiene una empresa propia, especializada en seguridad a¨¦rea y contraterrorismo". Una familia que le permiti¨® tener un estudio casero e instrumentos, donde comenz¨® a grabar discos tecno a finales de los ochenta.
En 1995, Garza conoci¨® a Eric Hilton en Washington, e inmediatamente montaron un club, el Eighteenth Street Lounge, con un par de socios de origen afgano. ?Afganos? "S¨ª, eso es muy t¨ªpico de Washington: conoces a afganos, et¨ªopes, somal¨ªes, paquistan¨ªes. Aunque result¨® muy inc¨®modo despu¨¦s del 11-S. Imaginamos que interceptaban nuestros mensajes por Internet, controlaban nuestras cuentas bancarias, escuchaban las llamadas telef¨®nicas?".
Tiene buena y mala fama el Eighteenth Street Lounge. Mala por ser una de las puertas m¨¢s duras de Washington: no cualquiera puede entrar all¨ª. Y buena por su m¨²sica. "All¨ª se pincha jazz, m¨²sica afrocubana, sitar pop, bossa nova, bandas sonoras de los sesenta y dub jamaicano. Y se nos ocurri¨® que pod¨ªamos intentar transformar esas m¨²sicas con t¨¦cnicas electr¨®nicas, llevarlas del pasado al presente. Montamos todo el equipo en un almac¨¦n del Lounge y comenzaron a salirnos canciones. As¨ª naci¨® Thievery Corporation, y es un milagro que sigamos aqu¨ª. En los primeros a?os trabaj¨¢bamos de d¨ªa y luego segu¨ªamos all¨ª hasta el final de la noche, bebiendo y haciendo risas con los amigos. ?Sabes el chiste de 'este h¨ªgado ha sido malo y voy a castigarle'? ?ramos unos salvajes".
Thievery Corporation ha adquirido en estos 11 a?os una envidiable posici¨®n. Es de los pocos proyectos electr¨®nicos made in USA con p¨²blico global. Sin embargo, en Estados Unidos suelen ser considerados una banda for¨¢nea. Rob se r¨ªe: "Eso te dice mucho del despiste de mis compatriotas. Creen autom¨¢ticamente que alguien que trabaja con un sitar hind¨² debe ser extranjero".
Tampoco debe olvidarse que la banda ha usado una inmensa variedad de cantantes invitados, en un remedo de ONU musical: la francesa Lou Lou, la islandesa Emiliana Torrini, el escoc¨¦s-neoyorquino David Byrne, la brasile?a Bebel Gilberto y el caboverdiano Patrick de Santos. Sin olvidar los rockeros curiosos, como Perry Farrell, cabecilla de Jane's Addiction, y el grupo Flaming Lips. Estos ¨²ltimos fueron capturas particulares de Rob Garza: "Desde la adolescencia tengo querencia por el rock y me llevo bien con su gente. Precisamente he estado los ¨²ltimos seis meses en Inglaterra grabando un disco en solitario. Un disco de rock, hecho con Brendan Lynch; s¨ª, el productor de Paul Weller". ?Qu¨¦ es rock para un m¨²sico electr¨®nico de Washington DC? "Pues desde Roy Orbinson hasta los Rolling Stones. Pero tampoco est¨¢ tan alejado de lo que hacemos en Thievery Corporation, al menos en metodolog¨ªa: no somos una banda puramente electr¨®nica, como Kraftwerk, ya que usamos instrumentos convencionales; a veces, los temas salen de improvisaciones".
De la capital de EE UU tenemos una idea muy parcial. Genera avalanchas de ficciones -novelas, series televisivas, largometrajes- que fantasean sobre los tejemanejes en los centros del poder imperial. Pero se trata de una ciudad mayormente afroamericana -Chocolate City es uno de sus apodos-, y con una larga tradici¨®n de violencia si hemos de creer los argumentos de su principal autor de novela negra, George Pelecanos: "S¨ª, los libros de Pelecanos son bastante fieles a la realidad que se vive all¨ª. Aunque hayamos dejado el n¨²mero uno en el ranking de asesinatos, no es una ciudad mod¨¦lica que se pueda mostrar con orgullo a los visitantes. Est¨¢ pasando por una fase rara, andan transformando antiguos guetos en barrios para yuppies".
Garza rememora algunas historias crudas sobre la vida en Washington, incluyendo an¨¦cdotas en primera persona: "Recuerdo una vez que me atracaron a punta de pistola. Y se llevaron la bolsa con todo lo que ten¨ªa dentro, incluyendo lo que iba a ser el siguiente disco de Thievery Corporation. Afortunadamente hab¨ªa copias en el estudio y no pas¨® nada. Pero tambi¨¦n he sido asaltado en M¨¦xico, aunque fuera m¨¢s primitivo. En Ciudad Ju¨¢rez me pusieron un destornillador en el cuello, y eso es m¨¢s intimidante que una pistola: pueden matarte sin hacer ruido".
Una pausa para hablar de los gozos y las miserias de M¨¦xico. Para Garza, Ciudad Ju¨¢rez y el resto de la frontera con Estados Unidos son "lugares ¨²nicos, donde el Primer y el Tercer Mundo est¨¢n pared con pared. All¨ª puedes ver lo peor de lo peor. La desesperaci¨®n de tanta gente que desea colarse en Estados Unidos explica que la vida valga muy poco. No s¨¦ si el feminicidio de Ciudad Ju¨¢rez es obra de una secta que odia a las mujeres o de unos asesinos en serie, pero est¨¢ claro que s¨®lo un lugar as¨ª permite tanta impunidad". As¨ª que, aunque tenga familia en la frontera, Garza no ha invertido all¨ª, sino en la costa: posee un bar (La Santanera) y un restaurante (Diablito Cha Cha Cha) en los alrededores de Canc¨²n: "Empezamos en el negocio de la hosteler¨ªa y seguimos en ello. Ahora, felizmente, sin bebernos nuestro stock de botellas".
Garza explica que quiz¨¢ la vida nocturna de Washington no sea comparable con la de Barcelona o Madrid, pero lo compensa con su cosmopolitismo: "Por las embajadas y las instituciones mundiales, all¨ª encuentras gente literalmente de todo el planeta. Es una aut¨¦ntica Babel. En conciertos y en restaurantes hay una variedad infinitamente mayor que en otras ciudades m¨¢s grandes. Para nosotros es una bendici¨®n. ?Que necesitas m¨²sicos del Punjab o de Brasil? En un momento consigues instrumentistas y cantantes incre¨ªbles".
Thievery Corporation multiplica los frentes de actuaci¨®n. La pareja graba discos bajo su nombre y act¨²a tanto con banda como ejerciendo de pinchadiscos. Hilton y Garza tambi¨¦n aceptan encargos de remezclar grabaciones ajenas: "Preferimos trabajar en nuestra m¨²sica, claro, pero siempre hay quien quiere contratar nuestros servicios como remezcladores. Somos caros, aunque aceptamos encargos donde no hay mucho dinero. Por ejemplo, te ofrecen remezclar a los Doors, y ?c¨®mo negarse? Es una experiencia intensa el tener grabaciones hechas hace cuarenta a?os y poder manipular la voz de Jim Morrison. Recuerdo que estaba solo en el estudio y, al escucharle, sent¨ªa escalofr¨ªos. Incluso miedo: si uno hace una remezcla, trata de crear algo propio -no necesariamente mejor- partiendo de ideas ajenas. Y Morrison es terreno sagrado. Lo delicado es la intimidad del proceso, aunque sea alguien que muchas veces no conoces".
La reconstrucci¨®n de Strange days, el tema de los Doors, est¨¢ en Versions, su nueva antolog¨ªa de remezclas, donde mandan las damas: Astrud Gilberto y su hija Bebel, Norah Jones y Anoushka Shankar, Sarah McLachlan y Sister Nancy. ?A qu¨¦ viene esta debilidad por las cantantes e instrumentistas femeninas? "Es el signo de los tiempos. Creo que nunca ha habido tanto inter¨¦s de las mujeres por la m¨²sica. A todos los niveles, como creadoras o como simples oyentes. Por ejemplo, los reproductores de mp3 hacen que m¨¢s mujeres escuchen m¨²sica. Legal o ilegalmente, ellas consiguen las m¨²sicas que les apetecen a trav¨¦s del ordenador. Antes deb¨ªan entrar en las tiendas de discos, que suelen tener un ambiente muy masculino. El mundo de los especialistas en m¨²sica tiende a ser asquerosamente esnobista, machista, exclusivista. ?Hablo por experiencia propia!".
Hoy, Garza prefiere compartir sus pasiones musicales. Recuerda como un punto ¨¢lgido de su carrera cuando les ofrecieron remezclar cualquier grabaci¨®n del inmenso archivo del sello Verve, identificado con el jazz, pero tambi¨¦n rico en bossa y ritmos latinos: "Empezaron a darnos sugerencias simplonas: 'Tal vez deber¨ªais hacer algo de Diana Krall'. Preferimos seleccionar material de nuestras discotecas, discos de los que en Verve se hab¨ªan olvidado. Sali¨® como Sounds from the Verve hi-fi y fue un ¨¦xito respetable".
Buena parte de sus ingresos viene por las bandas sonoras y las m¨²sicas para publicidad, pero "no nos sentimos a gusto con la gente de Hollywood. Tienen escaso vocabulario musical y no saben explicar lo que quieren, con lo que es habitual que terminemos haciendo una y otra versi¨®n de la misma m¨²sica. Resulta tan agotador como frustrante". Las agencias de publicidad son mejores clientes, aunque deben superar el filtro ideol¨®gico de Hilton y Garza: "No cedemos nuestra m¨²sica a las petroleras o a las empresas de comida r¨¢pida". Pero s¨ª pactaron con un gran banco, le recuerdo. "S¨ª, Citybank", suspira Garza. "Subieron y subieron su oferta. Es curioso, parece que les excitara torcer nuestra postura contraria a las grandes corporaciones".
El choque entre la realidad y la ideolog¨ªa se repite en otros puntos candentes, como las descargas clandestinas por Internet: "A veces lo sientes como una intrusi¨®n, un robo. Me ha ocurrido ir a M¨¦xico y entrar en un local cuando sonaba un tema nuestro de un disco que ?no sal¨ªa al mercado hasta dentro de un mes! Al mismo tiempo, veo muchas de las restricciones para el intercambio de archivos como la versi¨®n moderna de las leyes con que los reyes y la Iglesia intentaban controlar las primeras imprentas: quer¨ªan impedir que compartieran informaci¨®n que pusiera en peligro sus privilegios. Por tanto, ning¨²n problema con la gente que se baja temas de Thievery Corporation. Al fin y al cabo, todos nos hemos culturalizado grabando programas de radio o cambiando cintas con nuestros amigos".
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