Artillero ¨¢ndele...
... Fuego. Dicho sea con respeto hacia lo que est¨¢ ocurriendo en Galicia. Tenemos a nuestro favor el hecho de que el fuego de aqu¨ª es s¨®lo festivo, por m¨¢s que lo pegue el artillero, y tambi¨¦n que las nubes deben de temer los zambombazos porque s¨®lo se insinuaron. Como los pa?uelos azules, pese a los deseos del grupo de animosos que todos los a?os hacen campa?a para eso, para que Donosti se convierta en una marea azul. Pero tampoco esta vez pudo ser. A cambio, acudi¨® mucha gente de fuera, o sea de los que provienen de lejos pero se hallan afincados aqu¨ª -de ah¨ª el ¨¢ndele- para rejuvenecernos como ciudad y de los que vienen de m¨¢s o menos lejos pero se encuentran de paso y no tanto por el reclamo de las fiestas -?no saben d¨®nde se meten!- sino de una ciudad m¨¢s desbravada pese a que el hatajo de cerriles de siempre busque el pulso continuo con una ciudadan¨ªa que se encuentra m¨¢s que harta de todos ellos mal que le pese a nuestro alcalde Od¨®n, que es de los que piensan que ciudadan¨ªa y jueces debieran mostrarse m¨¢s comprensivos hacia quienes no mueven ni un dedo por dejar de ser lo que... son. Pero una cosa est¨¢ clara, las fiestas no empiezan con manifestaciones traposas y estramb¨®ticas sino con el ca?¨®n de Mocoroa.
Las fiestas no empiezan con manifestaciones estramb¨®ticas sino con el ca?¨®n de Mocoroa
Y ah¨ª es cuando uno queda atrapado por la melancol¨ªa. Porque el ca?¨®n siempre aparece m¨¢s reluciente que unas pascuas y no digamos el castillete de cart¨®n piedra que lo soporta. Se agradecer¨ªa un poco m¨¢s de consideraci¨®n hacia el respetable. ?Tan dif¨ªcil resultar¨ªa construir un castillo de verdad ante el Ayuntamiento, es decir, un castillo de piedra para que se lo fueran comiendo el musgo y la intemperie y mostrar as¨ª que el tiempo fluye ecu¨¢nimemente? Porque no puede ser que uno caiga en la cuenta de que lleva afincado en esta ciudad treinta a?os justos -aunque la mayor¨ªa fueran muy injustos- y las almenas del castillete no luzcan ni una caries. Pero es que las fiestas son as¨ª, no puede faltarles su punto de melancol¨ªa. M¨¢s vale que en seguida le metieron mano los baloncestistas del Bruesa y las ba-lonmanistas del Acaba que entonaron un Artillero... cuyo principal m¨¦rito fue el de llegar bastante r¨¢pido al cielo, no en balde el baloncesto es un deporte de altura como altura de campeonato tuvieron las chicas del Acaba, y todo con la habitual cacofon¨ªa producida no s¨®lo por la babel de lenguas -poseen plantillas internacionales- sino porque esto del cantar no es un don universal y m¨¢s que melod¨ªas hay quien produce ruidos. Pero as¨ª lo quiere la tradici¨®n.
Entonces se produjo el ca?onazo. Quiero decir que en el preciso instante en que me estaba imaginando un Artillero cantado por el coro de intelectuales municipales -?a ver cu¨¢ndo se acuerda de ellos la Corporaci¨®n!- con los gorgoritos de uno que yo me s¨¦, Mocoroa arrim¨® la mecha al ca?¨®n y se produjo el gran volutazo, ese aro de humo atronador. Ya est¨¢bamos en fiestas. Nos cost¨® el rato habitual entrar en ellas debido al atasco que se produce cuando la multitud se halla concentrada en un espacio y m¨¢s si es absurdo. Quien pudo mene¨® la cadera al son de la batucada subsiguiente, los m¨¢s nos fuimos dispersando en busca de la sombra de la fiesta que dej¨® la p¨®lvora.
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