Un pa¨ªs grotesco
Este pa¨ªs no es ya que sea de chiste, sino grotesco o quiz¨¢ algo peor. Durante buena parte de agosto la prensa -con El Pa¨ªs a la cabeza, que hasta le dedic¨® un editorial- nos ha dado una matraca incre¨ªble con la reciente revelaci¨®n, por parte del Nobel G¨¹nter Grass, de su breve pertenencia a las SS cuando ten¨ªa diecisiete a?os. No s¨®lo se ha seguido al detalle la evoluci¨®n de la noticia en Alemania, sino que hasta el ¨²ltimo mono espa?ol ha aportado sus supuestos an¨¢lisis y su opini¨®n, su defensa o su condena e incluso su explicaci¨®n "psicol¨®gica" del porqu¨¦ y el cu¨¢ndo de la confesi¨®n. Lo mismo sucedi¨® cuando se supo de los respectivos pasados nazis (m¨¢s o menos graves) de los fil¨®sofos Heidegger y Cioran, y aun de la imaginaria lista de filocomunistas que en su d¨ªa habr¨ªa proporcionado George Orwell, uno de los escritores m¨¢s cabales del siglo XX (result¨® ser un globo pinchado, pero eso no impidi¨® montar el esc¨¢ndalo).
Y mientras proliferan los sesudos o fr¨ªvolos art¨ªculos sobre cualquier intelectual extranjero repentinamente "manchado", en Espa?a sigue siendo casi imposible contar -s¨®lo contar- las pringosidades fascistas o stalinistas de nuestros escritores. Se sabe -pero se ha procurado acallar- que otro Nobel, Cela, se ofreci¨® a los veinti¨²n a?os a la polic¨ªa franquista como delator de "la conducta de determinados individuos", con lo que eso significaba en plena Guerra Civil; que se pas¨® voluntariamente de Madrid a Galicia para unirse al ej¨¦rcito golpista; que fue censor durante la postguerra; que el r¨¦gimen de Franco lo condecor¨®; y yo poseo un ejemplar de un libro suyo dedicado de su pu?o y letra en 1953 a Mill¨¢n-Astray (s¨ª, el de "Viva la muerte" y "Abajo la inteligencia" y el enfrentamiento con Unamuno, si no recuerdo mal), al que llama "padre y amigo", "con tanto cari?o como respeto, su muy devoto ?", en fin. Nada de esto ha armado nunca ni la mitad de revuelo medi¨¢tico que el pecado juvenil de Grass. Al rev¨¦s: cada vez que yo u otros hemos intentado que se conocieran hechos comprobados o citas literales de algunos de nuestros escritores durante la Guerra o despu¨¦s, tanto la derecha como la izquierda han hecho llover sobre nosotros chuzos de punta. Que a qu¨¦ ven¨ªa eso; que si pelillos a la mar; que si todo el mundo hab¨ªa hecho lo mismo (lo cual no es cierto, algunos no, y les cost¨® muy caro); que si ment¨ªamos; que c¨®mo nos met¨ªamos con figuras que "luego" hab¨ªan sido muy democr¨¢ticas y antifranquistas, como si la encomiable rectificaci¨®n de antiguas posturas vergonzosas obligara a dar ¨¦stas por no existidas y a silenciarlas o falsearlas eternamente.
En este pa¨ªs grotesco, ni la derecha ni la izquierda tienen el menor inter¨¦s en que se sepa la verdad, y ambas est¨¢n a¨²n dedicadas a maquillarla a su favor, cuando no a tergiversarla con desfachatez. No cuente usted lo que escribieron o hicieron Cela, La¨ªn Entralgo, Tovar, Maravall, Ridruejo, S¨¢nchez Mazas, D'Ors, Gim¨¦nez Caballero o Fox¨¢, porque no fue nada malo, exclama la derecha, o empez¨® a serlo s¨®lo cuando se apartaron del falangismo o de la dictadura, los que lo hicieron. No cuente usted lo que escribieron o hicieron Aranguren, Haro Tecglen o Torrente Ballester, porque acabaron siendo muy "progres" y amigos nuestros, exclama la izquierda indignada, y menos a¨²n Bergam¨ªn, que fue rojo de principio a fin. Por ambos lados la consigna es callar. Todo lo contrario que con Grass, Heidegger, J¨¹nger o Cioran, no digamos con Drieu la Rochelle o C¨¦line.
?A qu¨¦ se debe esto, a cinismo puro? Por supuesto. ?Al doble rasero, seg¨²n los intereses de cada cual? Desde luego. Pero hay algo m¨¢s. El Gobierno, con una ingenuidad rayana en la idiotez, prepara una "Ley de la Memoria Hist¨®rica" que, si se aprueba, no tendr¨¢ el menor efecto real, por la sencilla raz¨®n de que no se dan en Espa?a las condiciones indispensables para semejante proyecto. No pueden darse sin un amplio consenso social y pol¨ªtico sobre lo aqu¨ª ocurrido entre 1936 y 1975. Y lo cierto es que hay demasiados espa?oles -empezando por el Partido Popular y la Iglesia Cat¨®lica, acabando por muchos fieles de ambos y parte de la prensa- a los que es obvio que el franquismo no les parece mal. Por el otro lado, son pocos los izquierdistas oficiales que aceptan que s¨ª se puede y se debe sentir orgullo por los a?os de la Rep¨²blica, pero no por los de la Guerra, con salvedades concretas como la heroica resistencia de Madrid y otras ciudades. Se cometieron demasiadas bestialidades en los dos bandos, y que las de los franquistas fueran m¨¢s y mayores sirve de muy escaso consuelo. Recuerdo que mi padre, que fue soldado republicano, hablaba de "los injustamente vencedores, los justamente vencidos", dando a entender que la Guerra merecieron perderla todos. Personalmente creo que la ganaron quienes m¨¢s deb¨ªan haberla perdido, pero admito que yo no estuve all¨ª y ¨¦l s¨ª, en Madrid y brevemente en Valencia durante aquellos tres a?os. No s¨¦ cu¨¢ntos m¨¢s habr¨¢n de pasar para que la verdad interese de veras (la redundancia es a prop¨®sito, hoy interesa de boquilla), pero est¨¢ claro que setenta no han bastado, cuando aqu¨ª corren r¨ªos de tinta sobre el pecado de Grass, que apenas si nos concierne, y se sigue amordazando con malos modos a quienes alguna vez mencionamos los de nuestros compatriotas intocables.
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