Un hombre conforme
Como saben los lectores memoriosos, a menudo cito o recuerdo el Manual para viajeros por Espa?a (1845), de Richard Ford, para constatar que este pa¨ªs poco ha cambiado en muchos aspectos, pese a las apariencias. Ese libro no es s¨®lo uno de los m¨¢s perspicaces acerca de Espa?a, sino tambi¨¦n uno de los m¨¢s divertidos, junto con el Viaje de Londres a G¨¦nova (1770), de Giuseppe Baretti. Son incontables las veces en que Ford habla de la inveterada costumbre de los espa?oles de tener reyes, cardenales, gobernantes, generales y jefes totalmente corruptos, fan¨¢ticos o incompetentes, que han llevado a la naci¨®n a un sinf¨ªn de desastres y al buen pueblo o a la buena tropa a sacrificios y escabechinas sin cuento. La ¨²ltima referencia que le he le¨ªdo es a la Guerra de la Independencia: "En vano insisti¨® el Duque de Wellington en que los gobiernos espa?oles adoptaran una guerra defensiva de guerrillas. El orgullo de los generales del Ej¨¦rcito regular no quer¨ªa aceptar nada que no fuese la lucha y la p¨¦rdida de batallas campales".
Viene esto a prop¨®sito de haber visto Alatriste, la pel¨ªcula de Agust¨ªn D¨ªaz Yanes sobre el personaje creado por Arturo P¨¦rez-Reverte. Antes de continuar debo advertir que del primero, Tano, soy amigo incondicional desde hace treinta y tantos a?os, y que el segundo fue, durante ocho, mi compa?ero semanal de p¨¢gina en otra publicaci¨®n, y all¨ª se fue fraguando otra amistad que, por "literariamente improbable" -como nos dijeron a ambos voces cercanas-, ha adquirido una solidez a prueba de dardos y saetas. As¨ª que en modo alguno podr¨ªa yo convencer al lector desconfiado de la sinceridad de mis apreciaciones, luego es mejor que ¨¦ste abandone el art¨ªculo sin m¨¢s tardanza.
En Alatriste se percibe, sin estridencias ni subrayados, sin discursos grandilocuentes ni denuncias demag¨®gicas, lo que ha sido casi siempre nuestra historia, incluso cuando el pa¨ªs era un imperio y dominaba gran parte del mundo. Tambi¨¦n entonces era pobre y sufrido y estaba lleno de gente conforme, lo cual -nunca me canso de se?alarlo- no es lo mismo que conformista, como no son sin¨®nimos la conformidad y el conformismo. Lo segundo es lamentable. Lo primero suele ser admirable, y consiste principalmente en saber encajar sin quejarse en exceso, y en saber perder cuando se merece o es lo que toca. En ese sentido s¨ª que ha cambiado Espa?a, un lugar hoy poblado por quejicas que no quieren ser responsables de nada, ni siquiera de sus decisiones. El capit¨¢n Alatriste es sin duda un hombre orgulloso, rebelde y an¨¢rquico, pero s¨®lo hasta cierto punto. Como ¨¦l mismo dice, "hay unas reglas", y a ellas hay que atenerse. Y por eso es tambi¨¦n un hombre conforme, como se ve a lo largo de la pel¨ªcula y sobre todo en la sobrecogedora escena final (a lo Murieron con las botas puestas), que recrea la batalla de Rocroi en la que fueron sacrificados los tercios por los mandatarios ineptos de turno, y en la que D¨ªaz Yanes nos ha mostrado lo que son las picas y las lanzas en posici¨®n horizontal de acometimiento y choque, despu¨¦s de que Orson Welles nos las ense?ara en su posici¨®n vertical hace muchos a?os, en Campanadas a medianoche. Hay muchos planos de Alatriste que en absoluto desmerecen de los de aquella antigua obra maestra.
Tano D¨ªaz Yanes ha hecho una pel¨ªcula arriesgada, o, dicho de otro modo, se lo ha puesto a s¨ª mismo dif¨ªcil. Tras cada salto temporal, tras cada elipsis, tras cada hachazo narrativo, obliga al espectador a volver a interesarse por lo que ahora se le cuenta, prescindiendo de lo que podr¨ªa llamarse "la comodidad de lo que fluye y se enlaza". Suele lograrlo, pero la ¨²nica historia unitaria a la que en verdad asistimos acaba por ser la del personaje, de quien Alatriste es como un emotivo retrato en movimiento. La creaci¨®n que de ¨¦l hace Viggo Mortensen es extraordinaria, no s¨®lo por su espl¨¦ndida estampa, sino por su interpretaci¨®n llena de sutilezas, de sobriedad intensa, de miradas y gestos que explican, relatan y hablan como se ha visto ya poco en el cine desde que murieron actores como John Wayne, James Stewart o Robert Mitchum. El "cuidado" con que dice sus di¨¢logos para parecer espa?ol, que al principio chirr¨ªa un poco, acaba por formar parte del personaje, en un incre¨ªble alarde de aprovechamiento de una desventaja. Alatriste se nos aparece, as¨ª, como una obra de originalidad sorprendente: lejos de las "f¨®rmulas ¨¦picas" de mucho cine espectacular de ahora, que las aplica de manera rutinaria (como si los directores ya no se creyeran nada y s¨®lo pensaran: "ahora toca lucha, ahora un polvo, ahora heroicidad, etc"), en esta pel¨ªcula se percibe que casi todo lo que se lleva a cabo en el campo de la guerra y la haza?a, incluso en el del amor a veces, es "a nuestro pesar": porque hay que ganarse la vida, porque hay esas reglas, porque uno se crea enemigos s¨®lo por ser leal a s¨ª mismo o por respirar o por mover un dedo, porque hay compromisos de amor y amistad, porque no queda m¨¢s remedio, porque han venido as¨ª dadas. Alatriste, tanto el de P¨¦rez-Reverte como el de D¨ªaz Yanes como el de Mortensen, es, como m¨¢s de una vez ha dicho el primero, "un h¨¦roe cansado". Tan cansado, tan paciente, tan probablemente muerto antes de tiempo, que en realidad est¨¢ conforme con poder desenvainar una vez m¨¢s la espada, como una sombra o un fantasma.
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