En busca de Conan Doyle
Hab¨ªa tenido ganas de visitar Edimburgo desde que en 1980 hice una amplia selecci¨®n de las poes¨ªas de Robert Louis Stevenson y las traduje. En varias de ellas, en las de ¨²ltima hora, escritas poco antes de su muerte en Vailima, en los Mares del Sur a los que se hab¨ªa trasladado en busca de climas benignos para su quebrantada salud, expresaba una inesperada nostalgia por "nuestra ciudad ce?uda", en la que hab¨ªa nacido y pasado su infancia y su juventud. "Sin embargo, cuando la luz de mis ojos expirantes disminuya y ceda", dice en una, "?qu¨¦ sonido vendr¨¢ sino el viejo grito del viento de nuestra ciudad inclemente?" Adem¨¢s, eran dos, y no uno, mis autores favoritos nacidos en la capital de Escocia, y el segundo era Conan Doyle, responsable de una de las mayores creaciones literarias de todos los tiempos, Sherlock Holmes.
La ciudad me encant¨® y no me cans¨¦ de recorrerla, pero me dio dos disgustos. El primero fue personal, y tuvo que ver con las estrictas leyes locales contra el tabaco, que me hicieron peregrinar de hotel en hotel hasta dar con uno que admitiera a fumadores (y aun en ese, luego, pen¨¦ lo m¨ªo). La cruzada contra el humo es cada vez m¨¢s fan¨¢tica y demag¨®gica en todas partes, empezando por los falaces y repulsivos anuncios de nuestra iluminada Ministra de Sanidad, Salgado, en los que se afirma con desverg¨¹enza que "estos ni?os fuman", como si fuera lo mismo que les llegue de vez en cuando una vaharada ajena que meterse cigarrillos directamente entre pecho y espalda. En fin, seg¨²n esas leyes escocesas, en los hoteles se podr¨¢n alojar asesinos, pederastas, traficantes de drogas y de armas, pero no fumadores. Qu¨¦ manera de facilitarles las cosas a quienes en verdad son da?inos.
Pero el segundo disgusto fue con Conan Doyle. Edimburgo alberga, probablemente, el mayor monumento jam¨¢s dedicado en ning¨²n sitio a un escritor, y el afortunado fue Sir Walter Scott, que de ni?o me pareci¨® siempre un poco pesado y a quien no he vuelto a frecuentar, por lo que no me atrevo a dudar de sus merecimientos. Su monumento es de tal calibre que puede uno meterse dentro, y ascender y ascender por interminables escaleras de caracol hasta el pin¨¢culo, tan alto que desde ¨¦l se divisa casi entera la ciudad. Vi un Museo de los Escritores, dedicado en exclusiva al propio Scott, al poeta Burns y a Stevenson. De ¨¦ste hay un relieve en la iglesia de St Giles, a partir de una conocida fotograf¨ªa que lo muestra en la cama con un cigarrillo en la mano. En el relieve eclesial las s¨¢banas han sido convertidas en unos almohadones m¨¢s p¨²dicos y el pitillo en una pluma, c¨®mo no. Tambi¨¦n hay sendas placas en las casas en que naci¨® (Howard Place) y vivi¨® la mayor parte de sus a?os edimburgueses (Heriot Row), y se puede ver un grupo escult¨®rico con los dos personajes principales de su novela Las aventuras de David Balfour, o Kidnapped. A Burns no le falta de nada, y a Scott ya digo. Pero lo de Conan Doyle me empez¨® a escamar.
Lo que ya me preocup¨® del todo fue mi visita a la Galer¨ªa Nacional de Retratos. All¨ª hab¨ªa bustos de los escoceses m¨¢s c¨¦lebres, y cuadros de todo bicho viviente o muriente que tuviera sangre del pa¨ªs (incluido Lord Byron, que naci¨® en Londres), pero faltaba Conan Doyle. A la salida mi acompa?ante y yo no nos pudimos reprimir, y, con mucha educaci¨®n pero con mala idea, preguntamos a los responsables presentes: "Creemos no haber visto ning¨²n retrato del gran Sir Arthur Conan Doyle, que aqu¨ª naci¨® y vivi¨® y estudi¨® Medicina, ?es eso posible?" "No estar¨¢ expuesto", nos contestaron, "debe de haber docenas en el almac¨¦n". "?Docenas?", nos extra?amos. "?Y no creen ustedes que alguno merecer¨ªa estar colgado?" Y a?ad¨ª: "?Se imaginan no tener expuesto a Sir Walter Scott, por ejemplo?" No dije m¨¢s, pero debieron de notarme mi escaso aprecio infantil, porque me respondieron incongruente y desabridamente, casi ofendidos: "Bueno, quiz¨¢ a usted no le gusta Sir Walter Scott". Poco despu¨¦s, en una calle, divis¨¦ un pub llamado The Conan Doyle, y me consol¨¦ pensando que, pese al car¨¢cter nada oficial del lugar, al menos lo quer¨ªa un tabernero. Y otro d¨ªa fuimos a visitar una min¨²scula exposici¨®n dedicada a ¨¦l y a su maestro Joseph Bell, deductivo doctor en quien se inspir¨® para Holmes, ? en un sitio tan peregrino como el Real Colegio de Cirujanos. As¨ª que pregunt¨¦ al c¨®nsul de Redonda en Edimburgo, Alexis Grohmann, y a su mujer edimburguesa, Carolyn. "Hay una estatua peque?a y poco visible, no de ¨¦l, sino de Holmes, en Picardy Place, donde naci¨®. Pero poco m¨¢s, que sepamos". Y all¨¢ nos fuimos a verla, peque?a y poco visible, en efecto, y erigida hac¨ªa tan s¨®lo unos diez a?os.
A¨²n no he desentra?ado el misterio y espero un informe del c¨®nsul. Pero mucho me temo que lo que ¨¦l apunt¨® sea la clave del desd¨¦n: quiz¨¢ no se lo considera lo bastante escoc¨¦s; no era independentista, ni nacionalista; hab¨ªa nacido cat¨®lico; era de origen en parte irland¨¦s; vivi¨® en Londres y no regres¨® m¨¢s que ocasionalmente a su ciudad; tal vez no se le perdona que su personaje universal fuera ingl¨¦s. Supongo que no habr¨ªa que extra?arse, en este mundo idiota y provinciano actual: tampoco uno encuentra muchos homenajes en el Pa¨ªs Vasco a Baroja ni a Unamuno, que m¨¢s vascos no pod¨ªan ser. Ve bastantes m¨¢s al bruto de Sabino Arana, que apenas si sab¨ªa escribir.
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