Las irritantes man¨ªas conyugales
Sostiene la sabidur¨ªa popular (que a veces es muy sabia y a veces tont¨ªsima) que las personas que viven solas se llenan de man¨ªas, de tics, de peque?as rutinas e intolerancias. Pues s¨ª, puede que sea as¨ª. Pero yo m¨¢s bien creo que todos los humanos nos vamos petrificando en nuestras neuras, que nos vamos haciendo m¨¢s y m¨¢s picajosos a medida que envejecemos, independientemente de si estamos solos o acompa?ados. Y a¨²n dir¨ªa m¨¢s: tengo la sensaci¨®n de que las parejas corren m¨¢s riesgos de adquirir comportamientos mani¨¢ticos que aquellos individuos que viven solos. La convivencia es un criadero de chifladuras.
Me refiero, claro est¨¢, a la inexorable aparici¨®n de las rutinas conyugales, esas raras costumbres que cada pareja va desarrollando a su modo y manera. Lo habitual es que los tics se solidifiquen con el tiempo, de manera que suele haber m¨¢s man¨ªas cuanto m¨¢s larga sea la convivencia. Por ejemplo, muchas parejas viven instaladas en el relato a dos. No se dan ni cuenta de lo que hacen, pero son incapaces de dejarle contar al otro ni una sola an¨¦cdota sin meter baza en ella. Y as¨ª, uno de ellos dice, por ejemplo: "Una vez me robaron en casa, cuando viv¨ªa en Par¨ªs", y el otro a?ade inmediatamente: "Era estudiante y ten¨ªa una beca en la Sorbona". El primero prosigue: "Viv¨ªa en una buhardilla peque?¨ªsima, la t¨ªpica chambre de bonne debajo del tejado, y un d¨ªa llego y voy a abrir la puerta y de repente?", momento en el que el otro puntualiza: "Hab¨ªa subido andando porque no hab¨ªa ascensor". El narrador original, sin mirar a su pareja, contin¨²a impert¨¦rrito: "El ladr¨®n sin duda hab¨ªa o¨ªdo mis pasos en la escalera porque?". Y as¨ª sigue la cosa, en sonido estereof¨®nico, hasta el final del relato. Da lo mismo que la an¨¦cdota s¨®lo la haya vivido uno de ellos, porque el hecho es que, a fuerza de o¨ªrsela contar, el otro la ha hecho suya, e incluso cree que la sabe mejor, de ah¨ª que corrija y a?ada detalles.
Hablando de repeticiones, lo de haberle escuchado al otro dos mil veces la misma cosa es una de las fuentes de mayor desasosiego conyugal. Todos solemos tener un peque?o pu?ado de recuerdos o de reflexiones repetitivas que, a poco que se descuide nuestra pareja, zas, se las volvemos a soltar como si no se las hubi¨¦ramos endilgado antes. Uno de mis ex, por ejemplo, cada vez que ¨ªbamos en coche al pueblo de su infancia (y fuimos muchas veces durante los a?os que dur¨® nuestra relaci¨®n), se?alaba los fragmentos de la vieja carretera que quedaban todav¨ªa visibles a ambos lados de la nueva cinta de asfalto y siempre repet¨ªa: "Mira, mira, ese era el dibujo de la antigua carretera, ahora est¨¢ toda rectificada, pero antes no sabes las vueltas que daba". Creo que esta peque?a informaci¨®n la escuch¨¦ unas cien veces. Y seguro que yo tambi¨¦n le aburr¨ª con frases recurrentes, s¨®lo que no s¨¦ cu¨¢les. Uno nunca es consciente de sus partes pelmazas.
Por no hablar, claro, de las man¨ªas conyugales m¨¢s exasperantes, a saber, esas peque?as rutinas del otro que al principio de la convivencia no advertimos (o que incluso, horror, nos hacen gracia), y que al cabo de unos a?os despiertan en nosotros ansias asesinas. Por ejemplo: ese peque?o y peri¨®dico carraspeo que hace tu pareja, un ruidito casi inaudible que verdaderamente no tiene ninguna importancia, pero que te saca de quicio. O que se moje el dedo para pasar las p¨¢ginas del diario. ?Que masque chicle abriendo la boca! (da igual que s¨®lo coma un chicle al a?o y que s¨®lo abra la boca una de cada cinco masticadas, de todas maneras lo matar¨ªas). Que apriete met¨®dica y meticulosamente el tubo de la pasta dent¨ªfrica de abajo hacia arriba, doblando con todo cuidado la parte vac¨ªa (?ser¨¢ mani¨¢tico y estrecho y aburrido!). O que apriete el tubo dent¨ªfrico por cualquier lado y de mala manera, retorciendo el envase y dificultando el uso (?ser¨¢ desordenado y desastroso y ego¨ªsta!).
Las fobias conyugales, lo que nos irrita del otro, puede llegar a ser verdaderamente descabellado por nuestra parte. Por ejemplo, nos puede poner de los nervios la manera en que revuelve su caf¨¦ por las ma?anas y el ruidito que hace la cuchara. ?Y luego dicen que vivir solo te convierte en un mani¨¢tico? Vamos, hombre: para man¨ªas atrabiliarias, las de la vida a dos. En eso consiste el verdadero amor: en detestar al otro por tantas peque?as cosas y a pesar de todo insistir en quererlo.
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