Perd¨®n
EN SU ensayo Dar la muerte (Paid¨®s), Jacques Derrida vincula la experiencia literaria con el "perd¨®n", t¨¦rmino cuya etimolog¨ªa latina nos remite a la acci¨®n de dar algo de manera gratuita, como se corresponde cuando se trata de dar un don. En este caso, el prefijo "per" -"a trav¨¦s de"- creo que tiene su importancia, porque otras derivaciones castellanas, como "condonar", que se asocia con dejar sin efecto una deuda o una pena, son m¨¢s restrictivas y no enfatizan tanto el sentido de la gratuidad del don del perdonar, que es un entregar o entregarse sin cortapisas, o, como decimos en castellano, "porque s¨ª". Por eso, al no buscar nada a cambio, sino la manifestaci¨®n luminosa de s¨ª misma, que para serlo debe ser parad¨®jicamente secreta, la acci¨®n de perdonar es absoluta y, como tal, singular y asim¨¦trica; esto es: requiere ponerse absolutamente en el punto de vista del otro, identificarse totalmente con ¨¦l.
Pero, ?qu¨¦ relaci¨®n tiene todo esto con el acto primigenio de la creaci¨®n literaria y, pienso, con la creaci¨®n art¨ªstica en general? Al margen de las cosas profundas y, desde luego, sutil -me¨¢ndricamente- hilvanadas por Derrida en su ensayo, considero que el artista, en primer lugar, se perdona o se hace perdonar por el mismo hecho de que su acto creativo es una donaci¨®n de s¨ª mismo y que esta donaci¨®n es gratuita, porque, en principio, no es requerida por nadie; en segundo lugar, porque consiste en explicarse a trav¨¦s del otro, yendo de s¨ª mismo en pos del otro, encontr¨¢ndolo, abraz¨¢ndolo: es decir: saliendo de s¨ª para fundirse con el otro. Es as¨ª por lo que una obra de arte abre el mundo, rompiendo los compartimentos estancos, dejando que fluya la verdad. El autor perdona porque se esfuerza en comprender y se hace perdonar por lo necesariamente precario que es siempre su acto de comprensi¨®n.
Evidentemente, todas estas consideraciones nada tienen que ver con la inmensa mayor¨ªa de lo que hoy se denomina arte, esa actividad profesional que fabrica productos, mercanc¨ªas, y no obras. Un producto bien hecho exige una cualificaci¨®n t¨¦cnica, y, como tal, consiste en la aplicaci¨®n adecuada de unas reglas objetivas u objetivables. No es algo, por supuesto, al alcance de cualquiera, porque requiere cierta astucia, pero carece de misterio: entrega exactamente lo que se demanda y funciona bien porque as¨ª lo hace. No hay, pues, ninguna asimetr¨ªa en el acto de producir: todo all¨ª est¨¢ bien calculado, medido, compuesto. Es un esfuerzo definitivamente rentable. Un entretenimiento, un pasatiempo: lo que pasa cuando no pasa nada. Un arte de esta manera producido puede ser banal, pero nunca imperdonable, porque no entrega nada que no est¨¦ previsto, nada hay en ¨¦l de gratuito y, sobre todo, no sale al encuentro del otro en su singularidad -para comprenderle y comprometerles-, sino tan s¨®lo como an¨®nimo consumidor.
Es cierto que las cosas son como son: pero es necesario, alguna vez, plantearse c¨®mo se originaron, como lo hace Derrida al recordar el v¨ªnculo primigenio de la literatura con el perd¨®n.
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