Maneras de mesa
No hizo falta que se iniciara proceso alguno para que se intentara modificar lo que pomposamente se suele denominar marco jur¨ªdico-pol¨ªtico de la comunidad aut¨®noma vasca, el conocido como plan Ibarretxe. Tampoco fue necesario proceso alguno para que Catalu?a reformara su Estatuto, ni para que otras comunidades aut¨®nomas hayan iniciado o est¨¦n a punto de consumar la reforma de los suyos. De ah¨ª que no pueda sorprendernos que las fuerzas pol¨ªticas vascas traten de culminar el proceso de liquidaci¨®n del terror con un nuevo acuerdo pol¨ªtico que siente las bases de la convivencia futura, ni que sea l¨ªcito considerar de entrada su puesta en marcha como una claudicaci¨®n ante el terror etarra. El problema residir¨¢, en todo caso, en los contenidos que vayan a otorg¨¢rsele, y se centrar¨¢ sobre todo en el procedimiento que vaya a articularse para alcanzarlo, extremo del que aqu¨ª quiero ocuparme.
El 'plan Ibarretxe', rechazado en el Congreso, marca por ello un techo reivindicativo dif¨ªcilmente superable
Hay dos aspectos que afectan al procedimiento que haya de seguirse para alcanzar ese nuevo acuerdo pol¨ªtico. Uno se refiere al m¨¦todo en s¨ª y el otro a la libertad con que ¨¦ste pueda ser afrontado. Ning¨²n procedimiento para el acuerdo ser¨¢ verdaderamente libre si se halla condicionado por la superaci¨®n del terror, es decir, si se juzga su validez en funci¨®n de que pueda ser suficiente para que ETA abandone las armas. Nos hallar¨ªamos en ese caso ante un procedimiento tutelado cuyos resultados s¨®lo cabr¨ªa interpretarlos como una concesi¨®n y una victoria de la banda. Para garantizar la libertad de procedimiento, ETA, a trav¨¦s de su brazo pol¨ªtico, que es el que ha de tomar parte en el acuerdo, se debe desvincular previamente de la lucha armada, rechaz¨¢ndola y demandando su final, que en ning¨²n caso ha de depender de la naturaleza de los acuerdos pol¨ªticos que hayan de tomarse, ¨²nica forma de que estos no queden determinados por el poder de las armas.
La clave del asunto no reside en que Batasuna est¨¦ o no legalizada, sino en que condene o rechace la lucha armada como v¨ªa de soluci¨®n de los problemas pol¨ªticos de nuestra comunidad. Es la ¨²nica garant¨ªa de que el final del terror sea algo m¨¢s que una falsa expectativa o un enga?o.
En cuanto al procedimiento en s¨ª, la mesa de partidos, me gustar¨ªa hacer algunas puntualizaciones sobre su conveniencia. Es cierto que tenemos un Parlamento, que es el foro en el que se adoptan las medidas y los acuerdos que rigen nuestra convivencia. Fue en ¨¦l donde se aprob¨®, con la participaci¨®n de Batasuna y con un margen ajustado, el plan Ibarretxe, un proyecto rechazado por el Congreso de los Diputados y que marca por ello un techo reivindicativo dif¨ªcilmente superable, por m¨¢s que nuestra clase pol¨ªtica muestre una perversa capacidad para el eufemismo y para hacer pasar gato por liebre. Es igualmente cierto que esa mesa para el acuerdo se nos presenta como una imposici¨®n de Batasuna, que tratar¨ªa de ignorar de esa forma nuestras instituciones, neg¨¢ndoles su reconocimiento. Mucho ha tenido que claudicar el universo etarra para que su ¨²nico logro sea el de imponer una mesa de di¨¢logo cuyos acuerdos tendr¨¢n que ser sancionados por un Parlamento que supuestamente rechaza, y que ha sido ya reconocido de facto por Batasuna al haber participado activamente en sus sesiones y deliberaciones, tras a?os de resistencia que fueron zanjados, como uno de sus efectos positivos no deseados por sus firmantes, por el pacto de Lizarra. Batasuna es una organizaci¨®n muy dada a la ret¨®rica, tanto conceptual como formal, y es muy posible que su maximalismo conceptual de ¨²ltima hora (territorialidad y autodeterminaci¨®n) se deba a una necesidad de contrarrestar el minimalismo de la evidencia: que, con mesa o sin ella, las decisiones ¨²ltimas le van a corresponder al Parlamento, que habr¨¢ de atenerse a sus l¨ªmites competenciales.
El respeto de las normas democr¨¢ticas y de nuestras instituciones habr¨ªa exigido que fueran estas ¨²ltimas las que tomaran la iniciativa para la elaboraci¨®n de un nuevo acuerdo, iniciativa que podr¨ªa haber dado paso posteriormente a una mesa o comisi¨®n que se encargara de redactarlo. Las posibles ventajas de una mesa previa a la iniciativa del Parlamento, y que no se erige en alternativa a una sanci¨®n ¨²ltima por parte de ¨¦ste, residen en que puede facilitar una voluntad de acuerdo que vaya m¨¢s all¨¢ del simple juego de mayor¨ªas y trate de aunar sensibilidades diversas. Si, como parece, es ¨¦ste el deseo decidido de nuestros dos partidos mayores, s¨®lo falta que los dem¨¢s partidos se incorporen al mismo y amasen entre todos ese acuerdo, que s¨®lo podr¨¢ obtener su sanci¨®n definitiva en el Parlamento vasco y en el Congreso de los Diputados.
No hay ret¨®rica, por sangrienta que sea, que pueda eludir esta evidencia.
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