"No quiero matar inocentes"
Miles de soldados estadounidenses se han convertido en desertores tras vivir la dura experiencia de la invasi¨®n de Irak. Son objetores de conciencia de una guerra que ha dividido a la opini¨®n p¨²blica de su pa¨ªs. Refugiados en Canad¨¢, repudian los m¨¦todos contra la poblaci¨®n iraqu¨ª
Cuando Ehren Watada, teniente del ej¨¦rcito de Estados Unidos, tuvo que enfrentarse a un consejo de guerra en agosto por negarse a ir a Irak aduciendo motivos morales, en los peri¨®dicos de su Estado natal de Hawai abundaban las cartas que le acusaban de "traidor". Watada afirm¨® que hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que la guerra es un error moral y un horrible quebrantamiento de la ley estadounidense. Participar en ella, aseguraba, le har¨ªa c¨®mplice de "cr¨ªmenes de guerra". Watada es s¨®lo uno de los objetores de conciencia de una guerra que ha dividido a la sociedad de Estados Unidos, posiblemente incluso m¨¢s que la guerra de Vietnam.
No se conocen cifras exactas del n¨²mero de soldados estadounidenses que han abandonado el ej¨¦rcito a consecuencia de la intervenci¨®n de EE UU en Irak. El Pent¨¢gono afirma que son 40.000 soldados desde el a?o 2000 y que en este n¨²mero se incluye a muchos que se ausentaron sin autorizaci¨®n por motivos familiares. Portavoces del Pent¨¢gono se?alan que el n¨²mero de desertores se ha reducido desde que comenzaron las operaciones en Afganist¨¢n e Irak, pero d¨ªa a d¨ªa se produce un goteo constante de desertores que cruzan la frontera y se instalan en Canad¨¢. Jeffry House, un abogado de Toronto (objetor de conciencia en la guerra de Vietnam), calcula que han pasado a la clandestinidad 200 soldados desde que estall¨® la guerra en Irak.
Ser tachado de desertor es exponerse a ir a la c¨¢rcel. Optar por el exilio puede significar una separaci¨®n de por vida de la familia y los amigos. Muchos de los desertores no son pacifistas que est¨¦n contra la guerra en s¨ª, sino que consideran que el conflicto de Irak es un error. El teniente Watada, por ejemplo, dice que preferir¨ªa ir a la c¨¢rcel a servir en Irak, aunque estaba dispuesto a irse a Afganist¨¢n para luchar en una guerra que cre¨ªa justa.
Hace una generaci¨®n, Canad¨¢ acogi¨® a quienes elud¨ªan la llamada a filas de la guerra de Vietnam. Actualmente, el clima pol¨ªtico es distinto, y la veintena de desertores estadounidenses que se encuentran al norte de la frontera solicitan la condici¨®n de refugiados, aunque hasta el momento el Gobierno canadiense se la ha denegado.
No hay garant¨ªas de que estos exiliados finalmente encuentren refugio seguro en Canad¨¢. Si los tribunales federales fallan en contra de los soldados y ¨¦stos agotan todas las posibilidades judiciales, puede que sean deportados a Estados Unidos, algo que quiz¨¢ no sea lo que los estadounidenses quieren. Su presencia en Estados Unidos supondr¨¢ otro dolor de cabeza para las relaciones p¨²blicas de la Administraci¨®n de Bush.
Darrell Anderson
"No puedo asesinarlos. No son terroristas. Son chicos de 14 a?os"
24 a?os. Primera Divisi¨®n Blindada, Artiller¨ªa de Campa?a. Giessen (Alemania).
Darrell Anderson se enrol¨® en el ej¨¦rcito de EE UU justo antes de que comenzara la guerra de Irak.
"Necesitaba asistencia sanitaria, dinero para ir a la universidad, y ocuparme de mi hija. El ej¨¦rcito era la ¨²nica forma de lograrlo", me dice. Mientras charlamos, disfrutando del sol en una tranquila calle de Toronto, Anderson toquetea su reloj de bolsillo, que luce una bandera canadiense en la esfera. Lleva un collar con el s¨ªmbolo de la paz.
Despu¨¦s de combatir durante siete meses en Irak -lleg¨® a casa con un Coraz¨®n P¨²rpura, la condecoraci¨®n que demostraba su sacrificio-, se le abrieron los ojos. "Cuando me alist¨¦, quer¨ªa luchar", afirma. "Quer¨ªa entrar en combate y ser un h¨¦roe. Quer¨ªa salvar a gente y proteger a mi pa¨ªs". Pero poco despu¨¦s de llegar a Irak, recuerda, se dio cuenta de que los iraqu¨ªes no le quer¨ªan all¨ª, y escuch¨® historias tan duras que le sorprendieron e inquietaron.
"Unos soldados me describieron c¨®mo hab¨ªan golpeado a prisioneros hasta matarlos", asegura. "Eran tres, y uno dijo: 'Yo le daba patadas por un lado mientras otro le pateaba la cabeza y otro le daba pu?etazos, y se muri¨®'. Era gente a la que conoc¨ªa. Se estaban jactando de ello, de c¨®mo hab¨ªan golpeado a gente hasta matarla". Son asesinos consumados. Sus amigos hab¨ªan muerto en Irak, as¨ª que ya no eran las mismas personas que antes de ir all¨ª.
Anderson dice que incluso las conversaciones banales eran dif¨ªciles de soportar. "Odio a los iraqu¨ªes", afirma que dec¨ªan sus compa?eros. "Odio a estos malditos musulmanes". Al principio esas conversaciones le extra?aban. "Al cabo de un tiempo empec¨¦ a comprenderlo. Yo mismo comenc¨¦ a sentir aquel odio. Mis amigos estaban muriendo. ?Qu¨¦ pinto yo aqu¨ª? Vinimos a luchar por nuestro pa¨ªs, y ahora luchamos s¨®lo por seguir vivos". Anderson dice que, adem¨¢s de ser alcanzado por la metralla de una bomba que estall¨® en una cuneta -la herida que le vali¨® el Coraz¨®n P¨²rpura--, con frecuencia se ve¨ªa envuelto en tiroteos. Pero el trabajo en el punto de control fue lo que le hizo pensarse seriamente su funci¨®n. Cuenta que ¨¦l custodiaba la "parte trasera" de un control callejero de Bagdad. Si un coche pasaba por un determinado punto sin detenerse, se supon¨ªa que los guardias deb¨ªan abrir fuego.
"Un coche pas¨® y se detuvo frente a mi posici¨®n. Saltaban chispas porque los frenos estaban en mal estado. Todos los soldados se pusieron a gritar. Era mi zona, as¨ª que la responsabilidad era m¨ªa. No dispar¨¦. Un superior me dijo: '?Por qu¨¦ no lo ha hecho?'. Y yo le respond¨ª: '?Era una familia!'. Se pod¨ªa ver a los ni?os en el asiento trasero. Le dije: 'He hecho lo correcto', y me contest¨®: 'No, no lo ha hecho. El procedimiento es disparar. Si no lo hace la pr¨®xima vez, ser¨¢ castigado".
Sacude la cabeza al recordarlo. "Ya no estaba conforme con esta guerra. No quer¨ªa matar a gente inocente, no pod¨ªa matar a ni?os". Dice que se puso a mirar a su alrededor, al ruinoso paisaje de la ciudad y a los iraqu¨ªes heridos, y poco a poco empez¨® a comprender la respuesta iraqu¨ª. "Si alguien le hiciera esto a mi calle, coger¨ªa un arma y luchar¨ªa. No puedo asesinar a esta gente. No son terroristas, son ni?os de 14 a?os, ancianos. Estamos ocupando las calles. Asaltamos casas y nos llevamos a gente. Los mandamos a Abu Ghraib, donde son torturados. Es gente inocente. Detenemos coches y entorpecemos la vida cotidiana. Si hiciera esto en Estados Unidos, me encerrar¨ªan en la c¨¢rcel".
Los p¨¢jaros cantan dulcemente mientras habla, lo que contrasta enormemente con su relato de las atrocidades en Irak. "Fuimos a Nayaf, disparamos racimos de obuses y matamos a cientos de personas. Yo mat¨¦ a cientos de personas, pero no cuerpo a cuerpo".
Anderson se fue a casa por Navidad, convencido de que volver¨ªan a enviarle a la guerra. Sab¨ªa que no podr¨ªa vivir consigo mismo si regresaba a Irak conociendo lo que estaba sucediendo all¨ª. Decidi¨® que ya no pod¨ªa ser parte de ello, y sus padres -que ya se opon¨ªan a la guerra- apoyaron su decisi¨®n. Canad¨¢ parec¨ªa la mejor opci¨®n. Tras la Navidad de 2004, se fue de Kentucky a Toronto.
Ahora dice que le han entrado dudas sobre el exilio. No es que le preocupe que le deporten: recientemente contrajo matrimonio con una canadiense, lo cual probablemente le garantizar¨¢ la residencia permanente, pero tiene planes de regresar a EE UU, y cree que le detendr¨¢n en la frontera. "La guerra sigue adelante", me dice. "Si vuelvo, quiz¨¢ todav¨ªa pueda influir en algo. Mi lucha es contra el Gobierno estadounidense".
Supone que le condenar¨¢n por desertor, y asegura que utilizar¨¢ su juicio y el tiempo que pase entre rejas para seguir protestando contra la guerra. Piensa que s¨®lo con que le vean con uniforme de gala y cubierto de las medallas que gan¨® combatiendo en Irak ser¨¢ una poderosa declaraci¨®n. "No puedo trabajar cada d¨ªa y pretender que todo va bien", dice sobre su vida en Toronto. "Esta guerra est¨¢ acabando conmigo. No he tenido m¨¢s que pesadillas desde que llegu¨¦ a Canad¨¢. Me reconcome el hecho de fingir que todo va bien, cuando no es as¨ª".
Ivan Brobeck
"Es duro ver que tu mejor amigo ha matado a gente inocente"
21 a?os. 2? Batall¨®n, 2? Regimiento de Marines. Camp Lejeune, Carolina del Norte.
"Sab¨ªa que no podr¨ªa soportarlo m¨¢s", dice Ivan Brobeck, un ex cabo de 21 a?os, sobre su decisi¨®n de desertar a Canad¨¢. Joven, fuerte y con una sonrisa atractiva, habla relajado en un parque situado cerca de su nuevo hogar en Toronto. "Necesitaba marcharme, porque estaba previsto que mi unidad regresara una segunda vez a Irak y ya no pod¨ªa m¨¢s". Brobeck decidi¨® que no aceptar¨ªa volver a Irak, y la deserci¨®n le pareci¨® su ¨²nica alternativa. Pas¨® buena parte de 2004 destacado en Irak. Combati¨® en Faluya, y perdi¨® a amigos en varios atentados. "Cuando est¨¢s all¨ª sueles estar muy enfadado, porque est¨¢s luchando por algo en lo que no crees", dice.
Sus relatos sobre la guerra parecen estar fuera de lugar en el pac¨ªfico y lujoso barrio de Toronto en el que hablamos. En las batallas, dice que actuaba "con el piloto autom¨¢tico", luchando por sobrevivir. "Empec¨¦ a pensar en lo que estaba mal cuando estuve all¨ª, pero no me afect¨® de veras hasta que finaliz¨® mi estancia en Irak y regres¨¦ a casa".
De vuelta en Camp Lejeune, en Carolina del Norte, Brobeck empez¨® a plantearse "las cosas totalmente negativas que no deber¨ªan haber ocurrido" mientras ¨¦l estaba de guardia. "He visto c¨®mo golpeaban a prisioneros inocentes", afirma. "Recuerdo o¨ªr c¨®mo lanzaban algo desde la parte trasera de un cami¨®n de siete toneladas. La plataforma de esos camiones probablemente tenga dos metros y medio de altura. Desde all¨ª lanzaron a un detenido, con las manos atadas a la espalda y un saco de arena en la cabeza, de modo que no pudiera frenar el impacto. Recuerdo que empez¨® a tener convulsiones despu¨¦s de chocar contra el suelo y nos pareci¨® que roncaba. Le quitamos el saco de la cabeza y ten¨ªa los ojos cerrados por la hinchaz¨®n y la sangre le taponaba la nariz y apenas pod¨ªa respirar".
Adem¨¢s de los abusos a prisioneros, la regularidad con la que se asesinaba a civiles en los controles frustraba al joven infante de Marina. "Mis amigos han hecho esas cosas, y despu¨¦s siempre dicen: 'Hoy fulanito est¨¢ un poco deprimido: ha asesinado a un hombre delante de sus hijos', o: 'Ha matado a un par de ni?os'. Los marines que tuvieron que hacer eso eran amigos m¨ªos. Es duro ver que tu mejor amigo ha tenido que matar a gente inocente".
Brobeck empez¨® a desarrollar una cierta simpat¨ªa por el enemigo. "Muchos de los que nos devuelven los disparos no son mala gente. Son personas cuyas esposas o hijos han sido asesinados y s¨®lo quieren vengarse y matar a la persona que ha acabado con la vida de su hijo. Son personas inocentes que han perdido mucho y no tienen nada m¨¢s que perder".
Brobeck fue infante de marina durante un a?o antes de ser destinado a Irak. "Siempre escuchaba las grandes cosas que ha hecho el ej¨¦rcito de Estados Unidos a lo largo de la historia. Yo estaba dispuesto a jugarme la vida por una causa real", reflexiona, "si es que hab¨ªa una".
?Por qu¨¦ causa valdr¨ªa la pena morir? "Por una buena causa", es su respuesta. "Pero esta guerra no beneficia a nadie. No beneficia a los estadounidenses, y ni siquiera a Irak. No es algo por lo que alguien deba luchar y morir. Yo ten¨ªa s¨®lo 17 a?os cuando firm¨¦ el contrato, y me pas¨¦ toda mi infancia jugando a videojuegos y practicando deporte. No prestaba atenci¨®n a las noticias, me resultaba aburrido. Pero ahora lo conozco de primera mano".
El pasado mes de julio, su unidad parti¨® sin ¨¦l. "El d¨ªa en que decid¨ª marcharme lo hice de improviso. Lo hab¨ªa deseado durante tanto tiempo que no pod¨ªa hacerlo de otra forma, porque ausentarse sin permiso supone desperdiciar buena parte de tu vida".
La noche antes de marcharse, Brobeck le confi¨® sus intenciones a otro marine. "Me dijo: 'T¨² has estado en Irak, yo no. Tienes tus motivos para ausentarte sin permiso y yo no voy a imped¨ªrtelo". La huida de la base de Carolina del Norte fue sencilla. "Me dirig¨ª a una estaci¨®n de autobuses y pas¨¦ esa noche en un hotel. La ¨²nica forma de llegar a casa era en autob¨²s, y la estaci¨®n estaba cerrada. A la ma?ana siguiente compr¨¦ el billete y me march¨¦ a Virginia. Estaba nervioso, porque el toque de diana, la hora a la que nos levantamos, es a las cinco y media de la madrugada, y ya se habr¨ªan percatado de mi ausencia. Pens¨¦ que rastrear¨ªan la estaci¨®n de autobuses, cercana a la base, pero no lo hicieron. No me fui a casa de mi madre, porque tem¨ªa que la polic¨ªa estuviese all¨ª. Me qued¨¦ con un amigo".
Veintiocho d¨ªas despu¨¦s de fugarse, Brobeck se dirigi¨® a Canad¨¢. Descubri¨® la p¨¢gina web de War Resisters Support Campaign, un grupo de canadienses que organizan ayudas para los desertores estadounidenses, y se enter¨® de que le echar¨ªan una mano si hu¨ªa hacia el norte, a Toronto. Llam¨® a su madre y juntos cruzaron la aduana de las cataratas del Ni¨¢gara. "No le gusta que yo est¨¦ en Canad¨¢ y no pueda visitarla", dice, "pero es mejor eso que tener que regresar a Irak por segunda vez".
A Brobeck le gusta el exilio en Canad¨¢. "Aunque no hubiera desertado, para m¨ª la vida es m¨¢s libre aqu¨ª que en Estados Unidos. Todo el mundo es muy educado y amable en Canad¨¢". En el a?o transcurrido desde que cruz¨® la frontera, ha conocido a Lisa y se ha casado con ella. Se le ha negado su solicitud para la condici¨®n de refugiado, pero tiene esperanzas de ganar la apelaci¨®n. "S¨®lo he dejado atr¨¢s a mi familia y a mis amigos", afirma. "As¨ª que es lo ¨²nico que voy a echar de menos de Estados Unidos: la gente".
"Estados Unidos era algo de lo que pod¨ªas decir que estabas orgulloso", a?ade. "Ahora vas a otro pa¨ªs y dices que eres de all¨ª, y probablemente no veas caras felices o brazos abiertos, por culpa del hombre que est¨¢ al mando. Es incre¨ªble lo que puede hacer una persona". Su rechazo a la pol¨ªtica de EE UU en Irak le est¨¢ haciendo replantearse su idea de la identidad nacional. "En el fondo de mi coraz¨®n no soy estadounidense? si eso supone que tengo que cumplir con lo que ellos defienden", dice sobre la Administraci¨®n de George Bush. "No soy estadounidense porque el pa¨ªs ha perdido el contacto con lo que era. Los padres fundadores sin duda estar¨ªan cabreados si vieran en qu¨¦ se ha convertido Estados Unidos".
Ryan johnson
"Es traum¨¢tico tener que matar a alguien"
22 a?os. 211? Regimiento de Caballer¨ªa Acorazada. Barstow, California.
Ryan Johnson, de 22 a?os, se re¨²ne conmigo en su albergue juvenil cat¨®lico de Toronto vestido con una camiseta negra y vaqueros, y calzado con unas deportivas. Cuando Ryan se ausent¨® sin autorizaci¨®n en enero de 2005, se fue a su casa de Visalia, en California. "Fue muy estresante", cuenta. "Viv¨ªa a s¨®lo cuatro horas de mi base de operaciones. Imaginaba que pod¨ªan venir a por m¨ª en cualquier momento, pero nunca fueron a buscarme. Me enviaron algunas cartas, eso fue todo".
El ej¨¦rcito no dedica unos recursos humanos importantes a perseguir a soldados que se han ausentado o desertado, aparte de emitir una orden federal de arresto. Quienes son atrapados, normalmente son detenidos por algo fortuito, y su condici¨®n de desaparecidos se descubre cuando la polic¨ªa local introduce su nombre en la base de datos del National Crime Information Center, un procedimiento rutinario que se practica en todo Estados Unidos.
Johnson se traslad¨® a Canad¨¢ porque ten¨ªa miedo de que al presentar una solicitud de empleo, la comprobaci¨®n de antecedentes significara una detenci¨®n y un historial delictivo que complicara todav¨ªa m¨¢s la b¨²squeda de trabajo en el futuro. El haberse entregado voluntariamente al ej¨¦rcito estadounidense tampoco habr¨ªa mejorado sus posibilidades. "Ten¨ªa dos opciones: ir a Irak y arruinarme la vida, o ir a la c¨¢rcel y que ocurriera lo mismo. As¨ª que me vine a Canad¨¢ a probar".
En su base al sur de California, Johnson hab¨ªa escuchado atentamente las historias que narraban los soldados que volv¨ªan de la guerra. "No quer¨ªa formar parte de aquello", se?ala. Le recuerdo que, a diferencia de la ¨¦poca de Vietnam, no hubo llamamiento a filas cuando cumpli¨® los requisitos para unirse al ej¨¦rcito. Acudi¨® a la oficina de reclutamiento y se alist¨®, simplemente. ?Realmente no sab¨ªa entonces que el ej¨¦rcito se dedicaba a matar gente? "S¨ª, eso es cierto, as¨ª es", reconoce. "Pero lo que no entend¨ªa es lo traum¨¢tico que era matar a alguien o ver c¨®mo asesinaban a uno de tus amigos. Nunca he visto morir a nadie".
"Cuando me alist¨¦", prosigue, "lo hice porque era pobre". Seg¨²n Johnson, era dif¨ªcil encontrar trabajo en Visalia y no ten¨ªa dinero para ir a la universidad. Se sinti¨® atra¨ªdo por el cartel que hab¨ªa en la oficina de reclutamiento del centro comercial. "Habl¨¦ con los reclutadores", recuerda Johnson. "Les dije: '?Qu¨¦ posibilidades tengo de ir a Irak?'. Y me respondieron: 'Depende del trabajo que elijas. Y les pregunt¨¦ qu¨¦ trabajos pod¨ªa elegir que no me llevaran a Irak, y mencionaron algunos. Escog¨ª uno de ellos y me dijeron que probablemente no ir¨ªa a Irak".
Johnson era demasiado ingenuo y no cuestion¨® muchas de las respuestas que recibi¨®. "Yo ten¨ªa 20 a?os y cre¨ªa que ¨ªbamos a reconstruir Irak. Pero estamos bombardeando mezquitas, museos, las casas de la gente, y toda su cultura. Ni siquiera era consciente de que Irak era Mesopotamia. La mayor¨ªa de los soldados que van a Irak no son patriotas, vamos porque nos lo ordenan y porque nuestros colegas tambi¨¦n van".
Le invade la nostalgia cuando le pregunto c¨®mo se siente en la pac¨ªfica Toronto mientras esos amigos luchan y mueren en el desierto: "Cada d¨ªa entro en Internet y leo la lista de fallecidos para ver si aparecen mis amigos. Y, hasta ahora", hace una pausa, "han muerto siete personas de mi unidad, y conoc¨ªa a cuatro de ellas".
Johnson no quiere plantearse el volver a Estados Unidos y cumplir una condena de c¨¢rcel. "Me parece demencial", asegura. "Meten a alguien en la c¨¢rcel cinco a?os por no querer matar a una persona. Estoy tratando de evitar matar a gente. S¨¦ que si fuera a Irak matar¨ªa a alguien. Si me mandaran a patrullar, probablemente disparar¨ªa a alguien. Y los iraqu¨ªes piensan lo mismo. Si no mato a esos tipos, ellos me matar¨¢n a m¨ª".
Su entrada en Canad¨¢ fue inesperadamente c¨¢lida. Intent¨® mostrar su carn¨¦ de identidad a la guardia de aduanas, pero ¨¦sta se limit¨® a decir: "Bienvenido a Canad¨¢'. Yo le di las gracias, y luego cruzamos la frontera y mi esposa, Jennifer, se puso a gritar". Sin embargo, ahora Johnson est¨¢ apelando, ya que su petici¨®n inicial para que le concedan la condici¨®n de refugiado en Canad¨¢ ha sido rechazada por las autoridades del pa¨ªs.
Joshua key
"Me entrenaron para ser un asesino total"
28 a?os. 43? Compa?¨ªa de Ingenieros de Combate. Fort Carson, Colorado.
"?bamos junto al r¨ªo ?ufrates", cuenta Joshua Key, narrando con todo detalle una pesadilla recurrente en la que aparece una escena con la que se tropez¨® poco despu¨¦s de la invasi¨®n estadounidense de Irak en marzo de 2003. "En una carretera de la ciudad de Ramadi giramos bruscamente a la izquierda y lo ¨²nico que ve¨ªa eran cuerpos decapitados. Pens¨¦: Dios m¨ªo, ?qu¨¦ ha pasado aqu¨ª? Nos largamos y alguien grit¨®: '?Joder, se nos ha ido de las manos!". Key dice que le ordenaron que buscara pruebas de un tiroteo, algo que explicara qu¨¦ les hab¨ªa ocurrido a los iraqu¨ªes decapitados. Mir¨® a su alrededor y entonces observ¨® la imagen que todav¨ªa le produce pesadillas: "Vi a dos soldados chutando las cabezas como si fueran pelotas de f¨²tbol". Key est¨¢ convencido de que no hubo ning¨²n tiroteo. "Muchos amigos m¨ªos se quedaron all¨ª en busca de casquillos. Nunca los hubo". Todav¨ªa es incapaz de dejar de pensar en ello. "Ves cabezas por todas partes". Su mujer, Brandi, dice que Key llora en sue?os.
Mientras desempe?aba labores de seguridad en las calles de Irak, Key hablaba con la gente de la localidad. Le sorprendi¨® cu¨¢ntos hablaban ingl¨¦s, y se sinti¨® frustrado por las normativas militares que le prohib¨ªan aceptar invitaciones a cenar en sus casas. "No soy la m¨¢quina de matar perfecta", reconoce. "Ah¨ª es donde infring¨ª las normas porque tengo conciencia". Y cuanto m¨¢s tiempo pasaba en Irak, m¨¢s se desarrollaba su conciencia. "Me entrenaron para ser un asesino total. Me prepararon para usar minas y explosivos, para que hiciera todo lo que hace un terrorista". La deserci¨®n parec¨ªa la ¨²nica alternativa viable, se?ala Key. Lo hizo, insiste, porque su "presidente" le enga?¨®.
Key cree que algunos compa?eros de su unidad eran de gatillo f¨¢cil. Recuerda otro incidente que le obsesiona. Se encontraba en un veh¨ªculo blindado de transporte cuando un iraqu¨ª que conduc¨ªa una camioneta les cort¨® el paso al realizar un giro incorrecto. Un soldado de su pelot¨®n abri¨® fuego contra la camioneta. "Tras el primer disparo, la camioneta empez¨® a ir m¨¢s lentamente", cuenta Key. "Luego lanz¨® un segundo disparo, y cuando hizo ese segundo disparo, la camioneta explot¨®". Key vio c¨®mo la camioneta quedaba reducida a chatarra. Key todav¨ªa parece conmocionado por el sinsentido de todo aquello. "?Por qu¨¦ ocurri¨® y cu¨¢l fue la causa? Cuando formul¨¦ esa pregunta, sencillamente se me respondi¨®: 'T¨² no has visto nada, ?entendido?'. Nadie hizo preguntas". A Key le asignaron asaltar casas, y pronto se sinti¨® horrorizado por el trabajo. Calcula que ha participado en unas 100 redadas. "Nunca he encontrado nada en una casa. Jam¨¢s vi los grandes alijos de armas que se supon¨ªa que hab¨ªa. Nunca encontr¨¦ a miembros del partido Baaz, ni a terroristas o insurrectos. Nunca encontramos nada de eso".
Tras ocho meses de combate se le concedi¨® un permiso de dos semanas en EE UU. Despu¨¦s le esperaba otro destino en Irak. Key no se present¨®. ?l y su mujer hicieron las maletas, cogieron a sus cuatro hijos y huyeron lo m¨¢s lejos posible de su base en Colorado. Llevaron una vida clandestina durante m¨¢s de un a?o. "Estaba paranoico", afirma Key, y fue entonces cuando decidi¨® desertar y pasar a Canad¨¢.
? The Sunday Times Magazine
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