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El triunfo de la lentitud

Es la nueva revoluci¨®n. Un movimiento que triunfa en el mundo encabezado por aquellos que aspiran a recuperar la calma para saborear la vida. 'Contra el agobio, pereza' es el lema que arrastra a gentes, ciudades y profesionales que abogan por la conquista del tiempo

Karelia V¨¢zquez

En Londres, un estresado periodista econ¨®mico de nombre Carl Honor¨¦ se dispone a leer un cuento a su hijo Benjamin antes de dormir. Es la cl¨¢sica leyenda de pr¨ªncipes y hadas. Interminable y aburrida para Carl, a quien espera la cena por terminar, las noticias de la tele y varios e-mails sin responder. Prueba a saltarse una p¨¢gina del libro, pero el peque?o de dos a?os le obliga a retroceder: "?Pap¨¢, vas demasiado r¨¢pido!". Carl recupera el pasaje perdido y mira a su hijo buscando alguna pista del tiempo que le queda para dormirse de una vez. Y as¨ª hasta que uno de los dos se agota. Esa noche le ha tocado al peque?o, que se duerme un minuto antes de que su padre pierda la paciencia. "Esto no puede seguir as¨ª", piensa Carl, sinti¨¦ndose el hombre m¨¢s ego¨ªsta del mundo, pero a la ma?ana siguiente tiene que coger un avi¨®n y va a contrarreloj. Razones de fuerza mayor.

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Unos d¨ªas despu¨¦s, Honor¨¦ hace tiempo en el aeropuerto de Roma para volver a casa. Rebuscando por las novedades de la librer¨ªa da con un invento que le parece genial: ?cl¨¢sicos infantiles compactados en un minuto! "Uno que tiene el mismo problema que yo", piensa, y se dispone a tirar de la tarjeta de cr¨¦dito para traerse a casa el CD de Hans Christian Andersen comprimido para ejecutivos con hijos. Justo aqu¨ª, nuestro personaje sit¨²a el punto de no retorno de esta historia: "De repente pens¨¦: ?Dios m¨ªo, ?en qu¨¦ me estoy convirtiendo?". La historia es real. Su protagonista, Carl Honor¨¦, existe y sigue viviendo en Londres, pero hoy es conocido como un gur¨² antiprisa. Su libro Elogio de la lentitud (RBA, 2005) ha sido traducido a 25 idiomas y va por la sexta edici¨®n en Espa?a.

Todas las personas que hoy se confiesan defensores de la lentitud o incluso de la pereza, con posturas que oscilan entre la comprometida militancia y la sabia intuici¨®n, pueden identificar el punto de inflexi¨®n en que la propia aceleraci¨®n de su ritmo de vida les hizo echar el freno y decir: "?Hasta aqu¨ª hemos llegado!".

Esta generaci¨®n lleva a sus espaldas 150 a?os de velocidad fren¨¦tica, que se iniciaron con la revoluci¨®n industrial y han desembocado, por el momento, en el mundo acelerado que hoy disfrutamos, con Internet a la cabeza y aviones y coches supers¨®nicos; pero tambi¨¦n con engendros como el azucarillo de disoluci¨®n ultrarr¨¢pida, para ejecutivos que no tienen tiempo de remover su caf¨¦ de la ma?ana, o la misa drive-through, una especie de funeral expr¨¦s al uso en Estados Unidos que consiste en colocar el ata¨²d a la entrada de la iglesia para que la gente pase en sus coches y desde all¨ª tire una flor, se despida del difunto y salga pitando.

A d¨ªa de hoy se esperaba que las m¨¢quinas hubiesen hecho mucho m¨¢s por los hombres. "?Os acord¨¢is de cuando nos dec¨ªan que los aparatos iban a trabajar por nosotros y que a finales del siglo XX la jornada laboral no pasar¨ªa de las 20 o las 25 horas semanales?", pregunta a la audiencia John de Graaf, miembro de Take Back Your Time, una asociaci¨®n estadounidense que convoca cada 24 de octubre el d¨ªa de los relojes ca¨ªdos. El auditorio de la conferencia asiente. "Pues aqu¨ª estamos, trabajando 200 horas m¨¢s al a?o que en 1970". Y es cierto. ?Qu¨¦ ha pasado con el tiempo que deb¨ªa sobrar despu¨¦s de comprimirlo todo hasta la m¨ªnima fracci¨®n posible? En teor¨ªa deb¨ªan quedarnos muchos minutos para nuestras cosas. Pero no ha sido as¨ª, el mundo de la velocidad ha disparado como nunca el consumo de ansiol¨ªticos; la gente no s¨®lo no dispone de m¨¢s tiempo, sino que tiene la sensaci¨®n de que no llega a nada y, sobre todo, de que no puede disfrutar de lo que ya ha conseguido porque contin¨²a sin tener tiempo. Y time sigue siendo money.

Pero el personal empieza a rebelarse. El dato de las ventas del libro Elogio de la lentitud no es casual. Un ¨¦xito similar ha tenido en Espa?a otro ejemplar de nombre muy parecido, pero mucho m¨¢s transgresor: Elogio de la pereza (Planeta, 2005). Su autor, Tom Hodgkinson, fundador de la revista The Idler (literalmente, El Vago), considera su obra "el manifiesto definitivo contra la enfermedad del trabajo". A lo largo de sus casi 300 p¨¢ginas da f¨®rmulas para sacarle el cuerpo al trabajo, defiende el escaqueo como un arte que requiere la cooperaci¨®n de los compa?eros y suscribe la decisi¨®n del grupo anarquista Decadent Action de instaurar el lunes como "el d¨ªa de llamar al trabajo y decir 'estoy enfermo". En Austria triunfa la Sociedad por la Desaceleraci¨®n del Tiempo, que busca la piedra filosofal, el eigenzeit (el propio tiempo); en Jap¨®n, el Sloth Club con su eslogan Lo lento es bello; en Estados Unidos, Take Back Your Time aspira a convertirse en una plataforma social de activistas del tiempo. Asi¨¢ticos y anglosajones miran de reojo y con envidia la vida mediterr¨¢nea: la Espa?a de la siesta, la Italia de la dolce vita. Puros mitos para turistas. Italia, harta de la tiran¨ªa de la velocidad, lidera el movimiento Slow Food en el mundo. En Grecia, seg¨²n los datos de la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (OIT), se trabaja a¨²n m¨¢s que en Estados Unidos. Y en Espa?a somos los ¨²ltimos en echar el cierre en las oficinas, al filo de las nueve de la noche. Trabajamos unas 1.807 horas al a?o. Aun as¨ª, de momento conservamos como oro en pa?o los quince minutos del aperitivo y la hora y media o dos de las comidas. Un h¨¢bito que, seg¨²n se mire, puede ser un arma de doble filo en la conquista del tiempo.

Todas estas filosof¨ªas, movimientos o asociaciones tienen en com¨²n una nueva escala de valores que podr¨ªa resumirse en tres puntos: trabajar para vivir y no vivir para trabajar; disfrutar el presente y sacar tiempo para aprovechar lo que tenemos, y quitar el pie del acelerador e ir m¨¢s despacio. Unos preceptos que pueden sonar muy sensatos, pero que tienen que luchar contra el descr¨¦dito que supone la lentitud en la era del kilobyte por segundo. Ser lento es ser un perdedor, carente de iniciativa, un torpe. ?O no? Algo se est¨¢ moviendo para que hasta el marketing est¨¦ apostando por la pachorra. Ah¨ª tenemos ese eslogan de los calzados Camper, Camina, no corras, o la campa?a de los helados H?agen-Dazs en el Reino Unido: el anuncio en cuesti¨®n anima a sacar el bote de la nevera y esperar 12 minutos antes de meter la cuchara. Entonces, y s¨®lo entonces, habr¨¢ alcanzado el punto perfecto de suavidad y placer. El nuevo Volkswagen Beetle se vende en Jap¨®n con un reclamo en ingl¨¦s: "Go slow". Orange, la empresa de telefon¨ªa reci¨¦n estrenada en Espa?a, ha basado su campa?a brit¨¢nica de este a?o en la idea de que las cosas buenas de la vida, como jugar con los hijos o enamorarse, pasan cuando el tel¨¦fono est¨¢ desconectado.

Palafrugell es un pueblo de la Costa Brava donde recala los fines de semana la gente que sale huyendo del tumulto urbanita de Barcelona. All¨ª se vive un poco m¨¢s despacio, aunque sigue habiendo mucho coche, a criterio de algunos vecinos. Es una de las cuatro ciudades espa?olas que aspiran a la marca Citt¨¢ Slow; las otras son Pals y Begur, tambi¨¦n en la Costa Brava, y Mungia, en Vizcaya. Citt¨¢ Slow es una red de ciudades que apuesta por desacelerar, reducir al m¨ªnimo la presencia de coches, recuperar la calle para el ciudadano y hacer la vida m¨¢s f¨¢cil. Bra, una peque?a ciudad italiana, es el b¨²nker de la corriente, pero ya hay m¨¢s de 60 citt¨¢ slow en el mundo, y otras tantas est¨¢n pujando por entrar.

Uno de los requisitos indispensables es tener menos de 55.000 habitantes. Adem¨¢s, las aspirantes deben hacer una apuesta fuerte por el peque?o comercio, la agricultura sostenible y las tradiciones locales. Deben contar con un sistema eficiente de depuraci¨®n de aguas y una recogida diferenciada de basura. Pero lo m¨¢s dif¨ªcil, y es condici¨®n indispensable para plantar la bandera de Citt¨¢ Slow, es poner freno a la desmedida ambici¨®n urban¨ªstica que campa en todas partes. En Palafrugell esperan la visita de la comisi¨®n italiana que decidir¨¢ si dan la talla. ?Los puntos d¨¦biles? "No se nos da del todo bien lo del reciclaje de residuos y falta implicaci¨®n popular, pero no queremos quemar a la gente antes de tiempo", explica Joan Aliu, concejal de Turismo, que cree que si consiguen la marca Citt¨¢ Slow tendr¨¢n m¨¢s fuerza para animar a los vecinos. Aliu tambi¨¦n reconoce una fuerte presi¨®n urban¨ªstica que habr¨¢ que parar. "Es un pueblo de costa donde no deja de crecer la venta de segundas residencias; lo mismo pasaba en Abbiategrasso, que est¨¢ al lado de Mil¨¢n, y all¨ª han conseguido una ciudad tranquila", explica animado. Abbiategrasso es una citt¨¢ slow italiana donde lleg¨® Aliu en una autocaravana para comprobar las bondades del movimiento antes de importar la moda a la Costa Brava. Pero la norma en Palafrugell es clara: el litoral no se toca, caiga quien caiga. ?Realmente es Palafrugell un remanso de paz y lentitud? Carmen es alicantina, pero ha vivido ocho a?os en el pueblo, y aunque dice que ella se siente "agobiada por los coches como en cualquier sitio", reconoce que se cuidan algunas cosas. "En verano te daban una bolsa de tela en la panader¨ªa que llevabas cada d¨ªa para no usar las de pl¨¢stico. En la pescader¨ªa te dan puntos si llevas el aceite usado para reciclar; luego, con esos puntos te puedes llevar un carro de la compra. La gente lleva su capazo al mercado de frutas y verduras. A su ni?a de ocho a?os le ense?an en el colegio a reciclar el envoltorio del bocadillo". En el pueblo esperan el veredicto de la comisi¨®n. "Antes eran muy estrictos, la selecci¨®n la validaba una empresa; pero ahora lo importante es que vayas por el buen camino". El concejal cree que "hay voluntad" para que los cuatro municipios espa?oles consigan la marca Citt¨¢ Slow. "Ellos saben qu¨¦ somos y qu¨¦ no somos".

Citt¨¢ Slow es una de las secuelas de la rabieta que tuvo el cocinero Carlos Petrini cuando comprob¨® que los tent¨¢culos del gigante McDonald's llegaban al coraz¨®n de Roma, a la mism¨ªsima plaza de Espa?a. Al restaurador no le bast¨® con desbarrar contra la comida basura: organiz¨® a su gente y fund¨® el movimiento Slow Food. Como colof¨®n escogi¨® a un caracol, s¨ªmbolo por excelencia de la lentitud, como insignia de su rebeld¨ªa. Slow Food cuenta con m¨¢s de 100.000 seguidores en 50 pa¨ªses, Espa?a entre ellos. Sus miembros se re¨²nen para disfrutar de lentas y largas cenas elaboradas seg¨²n las recetas tradicionales, sin saltarse un paso de los rituales culinarios y, si es posible, regadas con un buen vino y una charla tranquila, sin prisas. "Nos gusta comer bien, la comida bien guisada", admite Pascual Moreno, ingeniero agr¨®nomo de una convivium en Valencia. No niega el ramalazo hedonista del movimiento y lo justifica de manera muy convincente: "La gente ha perdido el sentido del gusto, lo veo cuando organizo catas de queso en la universidad. Le das a un chico joven un queso buen¨ªsimo y resulta que le gusta m¨¢s el de pl¨¢stico". Pero Slow Food tiene otra cara, si se quiere m¨¢s madura, de protecci¨®n de las especies y de la biodiversidad. Han creado el sello Baluarte para salvar tesoros que est¨¢n a punto de desaparecer. Pascual descubri¨® en un mercado de pueblo un bote de tomate conservado en aceite con hierbas arom¨¢ticas: lo fabricaban dos hermanos que sumaban 150 a?os entre los dos.

El bote de tomate termin¨® en El Arca del Gusto, una especie de tribunal del sabor con sede en Italia y creado por Slow Food, que tiene la ¨²ltima palabra. Si merece la pena conservar la tradici¨®n culinaria, el tomate de los abuelos se salvar¨¢; si no, se mantendr¨¢ hasta que ellos lo puedan seguir fabricando. As¨ª se ha recuperado el azafr¨¢n del Jiloca, del que s¨®lo quedaban 1,5 hect¨¢reas cultivadas y que se usaba todav¨ªa como moneda de cambio en los matrimonios; una manzana valenciana que en unos veinte a?os estar¨ªa en proceso de extinci¨®n; un moscatel de Sitges del que quedaban pocas hect¨¢reas cuidadas por unas monjas; el cerdo vasco extacarri, o las alubias del Ganxet. "El l¨ªmite para decidir que un producto es Baluarte es su calidad y que queden pocos productores", se?ala Pascual.

M¨¢s de una vez, Amador S¨¢nchez Bea ha hecho muchos kil¨®metros para probar un queso. Lo hace por amor a la buena mesa. Por supuesto, fue de los primeros espa?oles en apuntarse al Slow Food. ?Qu¨¦ hay que hacer cuando un queso te da buen feeling? "Probarlo. A veces hay sorpresas, pero normalmente los quesos no aparecen, los busco. Hay una documentaci¨®n previa, y una vez que se me despierta la curiosidad los persigo por tiendas especializadas, ferias o viajes a su lugar de origen. Hay muchos quesos que no se comercializan fuera de su territorio".

Contrario a lo que mucha gente cree, los adeptos a esta corriente no son fundamentalistas ni antimicroondas. La mayor¨ªa tiene un trabajo, cumple un horario laboral y no puede darse el lujo de bajarse del carro, pero s¨ª de parar de vez en cuando. "No somos tan ilusos para creer que se puede cocinar como en el siglo pasado; se puede comer lentamente y muy mal, y deprisa y muy bien", tercia Juan Bureo, presidente de Slow Food en Espa?a. Pascual Moreno cree que estas corrientes son y ser¨¢n minoritarias. "No s¨®lo porque una cena pueda ser m¨¢s o menos cara, sino porque todo esto entra en contradicci¨®n con la filosof¨ªa del s¨¢ndwich, con la comida precocinada que te comes mirando la tele sin saber qu¨¦ comes ni con qui¨¦n". Un acto que para los seguidores del Slow Food est¨¢ m¨¢s cerca de repostar que de comer.

Fuera del n¨²cleo duro de los militantes antiprisas, de forma intuitiva alguna gente se busca la vida y se sale de la dictadura del reloj como puede. Los m¨¢s radicales han vendido su piso y se han marchado al campo, unos a 15 kil¨®metros de la ciudad y otros a 50. Los hay que cultivan la huerta y los hay que se conforman con comprar en el mercado del pueblo y hacer una barbacoa en el porche. Hace siete a?os, Paco Ib¨¢?ez puso en marcha un sue?o adolescente. Vendi¨® su piso en Murcia y se compr¨® una casa abandonada en el campo. Entre los placeres que le proporciona la vuelta al campo menciona "pisar el verde", "encender la chimenea", "ver la luna" y "cocer de vez en cuando una hogaza de pan en un horno de le?a". Aunque mantiene su trabajo en la ciudad y no come s¨®lo de lo que da el campo, cultiva una peque?a huerta con tomates, acelgas y habichuelas.

Hasta en las m¨¢s enloquecidas ciudades, la gente busca un respiro. En el centro de Tokio, con su ritmo trepidante y sus extens¨ªsimas jornadas laborales, se ha abierto el sal¨®n del buen sue?o. Nada nuevo para nosotros. Los japoneses acaban de descubrir la siesta, y est¨¢n dispuestos a pagar unos seis euros por echar una cabezadita de 20 o 30 minutos. En Espa?a, la cadena Masajes a Mil ofrece un servicio similar, con manta y masaje incluido, por cuatro euros. Ahora, en Estados Unidos llaman a nuestra siesta de toda la vida power nap, y viene avalada por los estudios del doctor James B. Maas, psic¨®logo de la Universidad de Cornell, que demostr¨® que una siesta de 20 minutos aumentaba la productividad y reduc¨ªa los errores y los accidentes en el trabajo. Desde entonces, empresas como Levi Strauss, Ben & Jerry o Mac World Magazine han estrenado sus nap lounges, unos salones en penumbra con sillones acondicionados para remolonear un poco despu¨¦s de la comida. Pero en Espa?a, donde hasta un alcalde en Plasencia (C¨¢ceres) dict¨® un bando que obligaba a guardar silencio de tres a cinco, la siesta queda para los domingos. S¨®lo el 24% de los espa?oles sigue esa sana costumbre.

"Una consulta m¨¦dica transcurre a una excesiva velocidad: cinco minutos por paciente. Se quedan demasiadas cosas en el tintero, posiblemente las m¨¢s importantes". Lo dice Rafael de Pablo, m¨¦dico de familia y coordinador de la Plataforma Diez Minutos, un movimiento que reclama que el m¨¦dico dedique a cada paciente, al menos, 10 minutos. Otro m¨¦dico, Javier Gonz¨¢lez Medel, lo explica de un modo muy ilustrativo: "Nadie te cuenta sus problemas importantes con el cron¨®metro detr¨¢s de la oreja. Convencer a alguien para que deje de fumar lleva tiempo, y quiz¨¢ es lo mejor que puedes hacer por su salud".

El cambio a marchas m¨¢s bajas se ve muy claro en los gimnasios de las grandes ciudades. Hay cada vez menos p¨²blico dispuesto a machacarse en la cinta. Los expertos lo definen como el tr¨¢nsito del fitness al wellness, y en la realidad se traduce en el triunfo por goleada del yoga, las t¨¦cnicas orientales, el pilates y los spa. Si en 2000 el 90% de las clases eran puro fitness, hoy s¨®lo representan el 60% de la oferta de los gimnasios. La palabra wellness (bienestar) est¨¢ presente y funciona como una promesa no escrita: "La gente viene a romper la realidad del d¨ªa a d¨ªa y quiere salir con una sensaci¨®n de bienestar", explica Juan Manuel Est¨¦vez, director t¨¦cnico del centro Wellsport, en Madrid.

Casi 300.000 visitantes diarios tiene la web del Rinc¨®n del Vago (www.rincondelvago.com) en tiempos de ex¨¢menes. Seg¨²n cuenta su creador, Javier Castellanos, la misi¨®n de su empresa es reunir apuntes, trabajos y todo lo que pueda ahorrar tiempo a su cliente-tipo: un estudiante de entre 16 y 23 a?os con cierta urgencia para entregar un trabajo. "La gente no est¨¢ dispuesta a perder tiempo en hacer cosas que ya est¨¢n hechas".

Al movimiento gay tambi¨¦n le ha salido un ej¨¦rcito de perezosos: los osos, que siguen la est¨¦tica de la pereza. "Vamos en plan c¨®modo, llevamos los vaqueros rotos y nos gusta comer bien, ni dietas, ni gimnasios", asegura Javier Vergara, al frente de MadBear, la asociaci¨®n de osos de Madrid, creada hace seis a?os.

Es duro ser militante de la pereza 24 horas al d¨ªa. Y no es eso lo que pretenden las corrientes antiprisas. "Yo no soy un fundamentalista de la lentitud, creo simplemente que necesitamos recuperar el arte del cambio de marchas. A veces la velocidad es necesaria y a veces la lentitud es la mejor pol¨ªtica. Mi lucha no es contra la velocidad en s¨ª misma, sino contra la adicci¨®n a la velocidad", explica Carl Honor¨¦, autor de Elogio de la lentitud, convencido de que somos muchos los que necesitamos "volver a conectar con nuestra tortuga interna".

Los te¨®ricos de la lentitud apuestan por impulsar un cambio de prioridades y conseguir que los bienes materiales sean menos importantes que contar con tiempo suficiente para disfrutar de la vida. "Mucha gente asume que bajar el ritmo quiere decir trabajar menos horas, ganar menos dinero y consumir menos. ?se puede ser el caso de algunos, pero no el de todo el mundo. Se puede ser m¨¢s eficiente haciendo las cosas m¨¢s despacio", tercia Carl Honor¨¦, y recuerda que los trabajadores con una mayor productividad por hora son los franceses, que han estado varios a?os con la semana de 35 horas. Del mismo argumento tira Ignacio Buquera, creador de la Comisi¨®n Nacional para la Racionalizaci¨®n de los Horarios Espa?oles: "Espa?a est¨¢ a la cola de la productividad en Europa y somos los ¨²ltimos que nos vamos de la oficina". En su libro Tiempo al tiempo (Planeta, 2006) defiende la flexibilidad de horarios de entrada y salida y la puesta en pr¨¢ctica de la pol¨ªtica de luces apagadas en las empresas. "La cultura de calentar la silla es un tema decimon¨®nico; en el siglo XXI debe primar la eficiencia sobre la presencia". Se trata de que en torno a las cinco de la tarde todo el mundo se vaya a su casa. "Muchos empresarios creen que vamos a por una reducci¨®n de la jornada laboral, pero hablamos de cumplir lo que ya est¨¢ escrito en los convenios colectivos y que las horas que se pasen en las empresas sean productivas".

Carl Honor¨¦ se concede una vez al d¨ªa una pausa tecnol¨®gica, libre de m¨®viles y ordenadores. "No se puede estar conectado todo el tiempo". Curiosamente, la idea la copi¨® de un gerente de la tecnol¨®gica IBM que lanz¨® un movimiento por el slow e-mail. Se trata de reducir las veces al d¨ªa que revisamos nuestro buz¨®n para ser, asegura, "m¨¢s felices y m¨¢s creativos".

Carl ha conseguido superar el momento cr¨ªtico del d¨ªa: la hora de leer el cuento a su hijo. Ha dejado de usar reloj, pero, incluso antes de comenzar, tapa el despertador del cuarto del ni?o. "No quiero saber qu¨¦ hora es". Hace un a?o, mientras Carl preparaba sus maletas para un viaje, Benjamin le regal¨® una postal. "?Para la buena suerte?", pregunt¨® Carl. "No, es por ser el que mejor cuenta los cuentos del mundo".

Bigastro y el para¨ªso

Por Vicente Verd¨²

Bigastro es una peque?a localidad alicantina en la Vega Baja del Segura que, como todas sus vecinas, se encuentra asaltada por la m¨¢xima especulaci¨®n. No cualquier especulaci¨®n, sino una patolog¨ªa que ha multiplicado los habitantes de poblaciones vecinas por un 3.000 por 100 o m¨¢s en un periodo de diez a?os.

Pr¨¢cticamente ning¨²n municipio en ese entorno dulce que llega hasta el mar ha quedado libre de los fabulosos campos de golf y su apretado cintur¨®n de adosados que van trenz¨¢ndose como una delirante expansi¨®n celular hasta cubrir zonas donde ya no existe nada de nada: ni mar, ni sierra, ni vegetaci¨®n, ni monte que otear. Sencillamente crecen y se reproducen ofreciendo, a extranjeros especialmente, un modo de vida fuera del tiempo y el mundo. Los supermercados, las farmacias o los gimnasios se dirigen a esta poblaci¨®n de jubilados brit¨¢nicos o alemanes que hallaron acaso en este clima alicantino, en sus comidas y en sus gentes el sitio ideal para desmaterializarse sin fin.

El fen¨®meno ha resultado ser tan importante que en muy poco tiempo ha logrado componer una tipolog¨ªa urbana impensada e ins¨®lita en el mapa de Espa?a. Bigastro y su huerta, el pueblo y su alcalde, Jorge Hern¨¢ndez, se alistaron el 19 de octubre pasado a la red de resistencia contra esta formaci¨®n salvaje y desangelada que no s¨®lo consternan el paisaje tradicional, sino que proyectan deterioros de todo orden -ecol¨®gicos y econ¨®micos- sobre todo el entorno.

Localidades espa?olas como Pals, Begur, Palafrugell, Mungu¨ªa, Lekeitio, Rubielos de Mora, Bigastro y Pozo Alc¨®n forman parte de esta red denominada de citt¨¤-slow nacida en Italia hace unos diez a?os y en contra de la ciudad destructora, neur¨®tica y especulativa.

La citt¨¤-slow o ciudad lenta preconiza la vida vecinal, la degustaci¨®n del tiempo y las funciones, la relaci¨®n sosegada con los otros, la oposici¨®n al estr¨¦s y los apremios del progreso. Su grupo de coalici¨®n natural es el movimiento de la slowfood o comida lenta que defiende el valor cultural de los alimentos y el humanismo de la cocina natural.

Se calcula que habr¨ªa en Espa?a 3.000 clases de tomates hace unos a?os, pero ahora s¨®lo se consumen 12 especialidades; se registraron hasta 200 clases de perejiles en el pasado, y en la actualidad s¨®lo se habla de un perejil. Ense?ar a los ni?os a distinguir la buena lechuga de la guarnici¨®n en la hamburguesa, apreciar la carne sin hormonas, el pescado sin conservantes, el pollo sin prote¨ªnas o el aut¨¦ntico aroma del azafr¨¢n forman parte del programa para crear pros¨¦litos.

Una y otra organizaci¨®n celebran encuentros peri¨®dicos para fortalecerse o multiplicarse, y en sus estatutos se recalca el factor humano como sentido final de esta microutop¨ªa comunitaria. Aunque sus miembros, de profesiones muy dispares, son mucho menos ang¨¦licos de lo que pudiera creerse. En Bigastro, por ejemplo, la recuperaci¨®n de la huerta abandonada por sus tradicionales agricultores se realiza mediante un canje de campo por edificabilidad. Los constructores son autorizados a levantar un ¨¢tico m¨¢s, fuera de los planes, a cambio de entregar una hect¨¢rea agr¨ªcola que formar¨¢ parte de los llamados "huertos de ocio", parcelas donde se ocupan gentes ahora mayores con sus nietos y quien pase por all¨ª.

En el encuentro de Bigastro prestaron su adhesi¨®n unos 20 alcaldes de media docena de provincias espa?olas y algunos incluso acudieron a la sesi¨®n. En conjunto se trata de una menudencia si se compara con la necesidad de nutrici¨®n pol¨ªtica para avanzar, pero ?qu¨¦ duda cabe que la tendencia social operar¨¢ en su favor? ?Qui¨¦n no asentir¨¢ crecientemente a esta iniciativa que devuelve sentido a la lucha colectiva y personal?

Los manifiestos, los estatutos, el calendario de eventos, las maneras de anexionarse se encuentran en la red con s¨®lo invocar las palabras m¨¢gicas del citt¨¤-slow o slowfood. Todo el mundo entiende enseguida de qu¨¦ se trata y qui¨¦nes pueden ser los enemigos. Las fuerzas enemigas que nos enferman y nos matan con la velocidad, el estr¨¦s, la comida basura, la aglomeraci¨®n en viviendas sin arquitectura y sobre espacios informes, arrasados, sin identidad.

Las fotograf¨ªas de este reportaje son de la serie 'Teenage Stories', creada para 'C Action Project', de la colecci¨®n de fotograf¨ªa de 'C Photo Magazine'.

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Sobre la firma

Karelia V¨¢zquez
Escribe desde 2002 en El Pa¨ªs Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnolog¨ªa y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnolog¨ªa y filosof¨ªa y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aqu¨ª s¨ª hay brotes verdes: Espa?oles en Palo Alto'.

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