Abajo la compasi¨®n y viva la ofensa
A las muchas lacras intelectuales de nuestro tiempo debe a?adirse sin duda la incoherencia. Es bien sabido que nada gusta tanto a la gente actual como quejarse, protestar, quitarse las responsabilidades de encima, echar a otros o a la sociedad las culpas de sus propios actos y decisiones libres, sentirse agraviada u ofendida, pretender que el Estado le saque las casta?as del fuego (ah¨ª tenemos el caso de la estafa de los sellos: a unos individuos que buscaban enriquecerse les sali¨® el tiro por la culata, y ahora "exigen" que seamos todos los que les compensemos las p¨¦rdidas, como si hubi¨¦ramos tenido algo que ver con su ingenuidad y su codicia). En suma, nada la reconforta ni solaza tanto como sentirse v¨ªctima. Da lo mismo de qu¨¦ o de qui¨¦n. Del Gobierno, del entorno, de la injusticia del mundo; los vascos de los espa?oles, los valencianos de los catalanes, los onubenses de los sevillanos y todos de los madrile?os; el empleado del jefe y el jefe de los accionistas, los hijos de los padres y los padres de los hijos tir¨¢nicos, los estudiantes de los profesores y los profesores de los estudiantes y de sus progenitores cafres; la Iglesia Cat¨®lica del Estado laico cuya "persecuci¨®n" consiste en financiarla obedientemente y en darle un trato de favor anticonstitucional y escandaloso; los artistas del mercado, los ex-fumadores de las tabacaleras, las mujeres de los varones, los homosexuales de los heterosexuales y cuantos no son blancos de los blancos. En algunos casos tienen motivos las v¨ªctimas (en los tres ¨²ltimos, en general, por ejemplo), pero no en la mayor¨ªa. Sufrir o haber sufrido afrentas, reales o imaginarias, parece hoy lo mejor y m¨¢s provechoso, lo que permite hacer sentirse en deuda a los otros y adem¨¢s interminablemente, es decir, en una deuda que jam¨¢s puede saldarse.
Pero curiosamente, al mismo tiempo, nadie quiere piedad o compasi¨®n. Casi todos abominan de ellas y se las toman como insultos. "No quiero tu compasi¨®n" es una de las frases que m¨¢s pueden o¨ªrse en boca de quienes han sufrido una desgracia, un rev¨¦s, una enfermedad o un accidente. Siempre me ha hecho cierta gracia (t¨¦trica), porque poco importa lo que quiera o no el compadecido, sino lo que sienta el compasivo, contra lo que aqu¨¦l nada puede hacer, y desde luego no impedirlo. Hace poco le¨ª una carta de un lector "discapacitado" que dec¨ªa que ya bastaba de que a ¨¦l y a sus semejantes se los considerara "dignos de l¨¢stima", y lo dec¨ªa en verdad furioso. No lo entiendo. Por un lado se deplora a menudo la falta de humanidad y compasi¨®n de nuestras sociedades; pero, cuando esta ¨²ltima aparece, y con raz¨®n, es frecuente que se le arroje a la cara al que la muestra, como si hubiera incurrido en una ofensa grave. ?A qu¨¦ extra?o mecanismo mental (es un decir) se debe el actual descr¨¦dito de uno de los sentimientos mejores? Cuando alguien es desdichado, sobre todo si la desdicha le viene de nacimiento o ¨¦l no se la ha buscado, ?qu¨¦ menos que ser compadecido? (En lo que a m¨ª respecta, no me molestar¨ªa nada serlo las veces en que lo mereciera; al contrario, lo agradecer¨ªa. As¨ª que si alguna desgracia objetiva me sobreviene alg¨²n d¨ªa -toco madera-, les ruego que no se abstengan.) Pero la mayor parte de las personas "compadecibles" se ponen como hidras si reciben ese regalo. Hoy hay la absurda consigna de sentirse "orgulloso" de cualquier defecto, calamidad o anomal¨ªa: hace unos a?os salt¨® a la prensa el caso de dos lesbianas sordas norteamericanas que, para procrear, hab¨ªan buscado con lupa un semen bancario que les asegurara que su v¨¢stago nacer¨ªa asimismo sordo, y lo justificaban con una de las mayores sandeces jam¨¢s o¨ªdas: "La sordera es una opci¨®n como cualquier otra, no una limitaci¨®n ni un defecto".
Otra palabra y concepto ca¨ªdos en desgracia son los de caridad. Nadie la quiere, y en cambio todos reclaman a su suplantadora -como se?al¨® hace tiempo S¨¢nchez Ferlosio-, la solidaridad. "Seamos solidarios", es el grito ufano de los bienaventurados de nuestra ¨¦poca, olvidando que s¨®lo se puede ser tal cosa con quienes m¨¢s o menos son nuestros iguales y podr¨ªan serlo a su vez con nosotros, llegado el caso. Los madrile?os podemos serlo con los gallegos cuando les queman los bosques o les llenan el mar de fuel, y ellos con nosotros tras un atentado como el del 11-M, porque similares desgracias podr¨ªan ocurrirnos a unos y a otros. Pero es dif¨ªcil que seamos "solidarios" con los ni?os africanos que se mueren de hambre, o hasta con el mendigo que nos pide en la esquina, porque ellos no estar¨ªan en condiciones de ser a su vez solidarios con nosotros; de modo que la tan prestigiada palabra est¨¢ de sobra en la mayor¨ªa de los casos, en los que lo que de verdad se practica es la caridad (no cristiana necesariamente, el adjetivo que se apropi¨® del concepto y que quiz¨¢ le ha tra¨ªdo el descr¨¦dito).
Creo que la incoherencia salta a la vista: buena parte de la poblaci¨®n disfruta sinti¨¦ndose ofendida, agraviada, discriminada, menospreciada y v¨ªctima, pero la mayor¨ªa de los humillados o meramente desafortunados detestan ser compadecidos por ello y recibir la caridad del vecino, o del transe¨²nte. Por favor, ¨¢tenme eso.
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