Los caminos del exceso
Ya lo dijo William Blake: "El camino del exceso conduce al palacio de la sabidur¨ªa". Pero tambi¨¦n puede llevar a la torre de marfil, a la nave de los locos o al campo de Agramante. Lo primero que hay que decir de Esa ciudad, la segunda novela de Javier Pastor (Madrid, 1962), es que no se trata de un producto para el consumo de masas. Lo segundo es que s¨ª se trata de una de esas obras que, incluy¨¦ndolo pr¨¢cticamente todo, incluye tambi¨¦n su propia cr¨ªtica: "Esto..., esto es s¨®lo desorden. Una sandez, el diario de un capullo. Y su estilo, tan alejado de la llaneza patontos que lo hizo ecum¨¦nico: venga esteticismo vacuo..., falsa erudici¨®n y efusiones l¨ªricas alternando como comadres de copas con la inmundicia, lo castizo, la german¨ªa, lo ingeniosito. Penoso".
ESA CIUDAD
Javier Pastor
Bruguera. Barcelona, 2006
429 p¨¢ginas. 16,50 euros
No le falta raz¨®n a Nicol¨¢s Garraiz, el protagonista y narrador de la novela; conviene aclarar por qu¨¦. Aparentemente, Esa ciudad es el diario de este periodista durante el tiempo de su corresponsal¨ªa en la ciudad imaginaria de Capitolia. En este pa¨ªs ultranacionalista -o territorio aut¨®nomo-, Nicol¨¢s Garraiz intentar¨¢ olvidar el final de su relaci¨®n con una mujer casada, y aparte de escribir su cr¨®nica semanal para el peri¨®dico, frecuentar¨¢ a un nuevo grupo de amigos y tertulianos, dedicando su vida al alcohol, las prostitutas y a dar paseos. Muy al final de las algo m¨¢s de cuatrocientas p¨¢ginas del libro, aparece una leve trama pol¨ªtica que se zanja bajo la respetable apariencia de una obra de vanguardia, es decir, de cualquier modo.
Lo cierto es que el gran prota
gonista de esta novela no es Nicol¨¢s Garraiz ni Capitolia ni la vida de bohemia que retrata. El ¨²nico protagonista de esta novela es el lenguaje, un lenguaje permanentemente consciente de s¨ª mismo y empe?ado en deslumbrar. La espesura verbal es de tal calibre que no deja ver ni a los personajes, ni los espacios por los que transitan, ni la ciudad misma. El exceso termina convirti¨¦ndose en un obst¨¢culo impenetrable para la imaginaci¨®n del lector, que quiere ver a esos personajes y entrar con ellos en los espacios de la acci¨®n novelesca, y en su lugar se topa con un muro hecho de raptos de ingenio -muy agudos a veces-, descripciones eternamente brillantes, enumeraciones cansinas. El exceso, disfrazado de modernidad ling¨¹¨ªstica y de cinismo espiritual, no conduce a ning¨²n palacio. De la sabidur¨ªa mejor no hablar.
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