Feliz Navidad
Las angulas, por ejemplo?
Mientras hace la compra m¨¢s importante del a?o, habla consigo misma para matar el tiempo, que se ha ido acumulando de cola en cola desde hace m¨¢s de dos horas. Recuerda otras navidades, cercanas y remotas, y no quiere pensar en las personas que se han ido, las que le faltan, las que le faltar¨¢n siempre hasta que a ella empiecen a echarla de menos en otras nochebuenas que nunca vivir¨¢. Prefiere pensar en los objetos, en los alimentos, en la decoraci¨®n o la m¨²sica de otros tiempos, elementos de la memoria inerte, que tambi¨¦n entristece, pero duele menos.
Las angulas, por ejemplo. Cuando ella era peque?a, en casa de sus abuelos sol¨ªan poner angulas. No todos los a?os y siempre muy pocas, pero angulas de verdad. Los ni?os sol¨ªan estar excluidos de su beneficio, pero su abuelo Manolo, el primer hombre importante de su vida, entraba en la cocina con un tenedor camuflado para robar unas pocas all¨ª, otras pocas all¨¢, y se encerraba con ella en un cuarto de ba?o, a ver, abre la boca y cierra los ojos, as¨ª? ?C¨®mo le gustaban aquellas angulas clandestinas! Aquello s¨ª que fue una buena historia de amor, piensa, mientras el pescadero canta el n¨²mero 36. Pero ella lleva el 12, y las angulas que no ve, las que quiz¨¢ tengan guardadas en la trastienda para ahorrarle a la clientela el esc¨¢ndalo de su precio, la devuelven al calor de su abuelo, a su pelo blanco, a su sonrisa ir¨®nica, a su forma de mirarla por encima de las bifocales, al amor parcial y absoluto, apasionado e incondicional, que una vez la convirti¨® en una ni?a ¨²nica, la mejor, la m¨¢s escogida, la m¨¢s querida del mundo. Eso le pone triste, y deja de pensar en las angulas.
Tampoco quiere pensar en las ostras, y eso que va a comprar. Pero luego, con el foll¨®n que se va a armar en su cocina, cuando se d¨¦ cuenta de que le faltan tenedores y no sepa de d¨®nde va a sacar las dos sillas que necesita para sentar a toda su familia, las ostras no le har¨¢n da?o. Alguien las abrir¨¢ y ella ni siquiera se enterar¨¢ de qui¨¦n ha sido. As¨ª no tendr¨¢ que recordar la belleza de su madre, el pelo negro, tirante, los ojos tan bien pintados como ella nunca ha sabido hacerlo, vestida de punta en blanco, pero con delantal y zapatillas, mientras peleaba con su caparaz¨®n como un esforzado caballero medieval. Su madre nunca dec¨ªa tacos, excepto en Nochebuena, cuando intentaba abrir las ostras. Entonces s¨ª. Entonces lo hac¨ªa, y con tanta gracia que todos se part¨ªan de risa. Aquel empe?o la devolv¨ªa a su infancia de madrile?a castiza y pon¨ªa en su voz, en sus insultos, un imposible acento de personaje de Arniches. Por eso no quiere mirar las ostras cerradas, no le gustan.
Su familia en Navidad siempre ha tirado la casa por la ventana. ?sa era la tradici¨®n, y ella la cumple. Le dan igual los consejos de las asociaciones de consumidores, que llevar¨¢n raz¨®n, ella no dice que no, pero chocan de frente con la tradicional insensatez derrochadora de sus padres, de sus abuelos, que ahorraban para gastar, para abandonarse al ritual de los banquetes sobredimensionados con una alegr¨ªa que nunca tendr¨¢ precio. En su casa, el ¨²nico que apreciaba el buen champ¨¢n era y es su t¨ªo Javier, pero su padre siempre compraba dos o tres botellas francesas y car¨ªsimas. ?Hala, a beb¨¦rselas! Y se las beb¨ªan, claro que s¨ª, pues no faltar¨ªa m¨¢s. Pero eso no, piensa ella, pap¨¢ no. Pap¨¢ no, porque hay ausencias que desgarran, y queman, y arrasan, y los ojos nunca se acostumbran a mirarlas por dentro, y no es cosa de ponerse a llorar en la cola de la pescader¨ªa, ahora que le va a tocar. As¨ª que intenta pensar en otra cosa, cualquiera, la que sea. No est¨¢ muy segura de ir a conseguirlo, pero entonces, como la campana que anuncia el fin del asalto para un boxeador que s¨®lo alcanza ya a codiciar el suelo, suena el tel¨¦fono.
Es su hermana otra vez, la cuarta en lo que va de ma?ana. Que Alicia viene con su novio, ?ah!, pues muy bien, y que tu hermano el ausente se lo ha pensado mejor y viene con todos los ni?os, ?ah!, pues estupendo tambi¨¦n, pero vamos a ser treinta y uno, ?tantos?, s¨ª, bueno, ya me arreglar¨¦, ?c¨®mo?, no lo s¨¦, y se echa a re¨ªr.
Ahora no le van a faltar dos sillas, sino siete, y seguramente cucharas adem¨¢s de tenedores, aunque por la comida no hay que preocuparse. Va a seguir sobrando, porque el derroche es lo que tiene? Pero, sobre todo, las incorporaciones de ¨²ltima hora neutralizan las amenazas de su memoria. Treinta y uno, piensa, treinta y uno? Y cuando por fin le llega el turno, incrementa las cantidades que lleva apuntadas en un cuaderno, y ni se acuerda de preguntar si hay angulas.
Feliz Navidad para las personas sensatas. Las insensatas ya tienen la suerte de tener problemas.
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