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IAN MICHAEL

El profesor risue?o

Gal¨¦s de origen, espa?ol de adopci¨®n y exquisito anfitri¨®n en su casa madrile?a. Un profesor de Oxford que se siente 'contempor¨¢neo' del Cid y de Gonzalo de Berceo, y un personaje especial que escribe con seud¨®nimo novelas en clave policiaca y pol¨ªtica sobre la transici¨®n democr¨¢tica

Juan Cruz
La biograf¨ªa de hispanista Ian Michael cubre varios folios, desde su trabajo sobre el poema del M¨ªo Cid hasta sus novelas sobre la transici¨®n democr¨¢tica.
La biograf¨ªa de hispanista Ian Michael cubre varios folios, desde su trabajo sobre el poema del M¨ªo Cid hasta sus novelas sobre la transici¨®n democr¨¢tica.ANA NANCE

El d¨ªa en que fuimos a entrevistarle ten¨ªa invitados a cenar, y ¨¦l nos recibi¨® antes del almuerzo. En la mesa a la que iban a sentarse sus convidados estaban ya puestos los cubiertos, las servilletas, los platos?, todo ello en una atm¨®sfera de tranquila elegancia. Los pasillos, n¨ªtidos, estaban abiertos a esa peque?a avalancha de amistad que ¨¦l estaba convocando, y en las estanter¨ªas figuraba el orden al que est¨¢n acostumbrados los acad¨¦micos, sobre todo si han trabajado en universidades anglosajonas. Nos trajo agua en una jarra grande, y ¨¦l creo que se tom¨® una cerveza. Se sent¨® junto a la mesa servida, mirando hacia el ventanal que da a la calle de Goya, en Madrid, y a nosotros nos adjudic¨® un asiento mullido, al lado de la colecci¨®n de sus libros, que hab¨ªa alineado con la precisi¨®n y la pulcritud que presid¨ªa la atm¨®sfera general de la casa.

M¨¢s informaci¨®n
Hispanista y esp¨ªa brit¨¢nico

La colecci¨®n de sus libros ha de observarse como un detalle imprescindible para entender la personalidad de Ian Michael, este profesor risue?o con el que vamos a hablar. Porque en esa colecci¨®n se combinan sus tratados sobre obras cl¨¢sicas de grandes autores espa?oles (el ¨²ltimo, sobre Gonzalo de Berceo, publicado por Castalia, le ha llevado veinte a?os de preparaci¨®n) con su media docena de novelas de intriga pol¨ªtica que ha editado con el seud¨®nimo (y no tan seud¨®nimo) de David Seraf¨ªn: David es su segundo nombre y Seraf¨ªn es una alusi¨®n a su apellido de arc¨¢ngel. Esas novelas son tambi¨¦n las de un hispanista, pues tratan (en clave policiaca, y pol¨ªtica) de lo que le pas¨® a este pa¨ªs en la transici¨®n y en sus aleda?os. Para ¨¦l, ¨¦sa no es, ni mucho menos, una actividad vergonzante, la firma con seud¨®nimo tan s¨®lo por diferenciar una tarea de la otra.

Su bibliograf¨ªa de hispanista cubre varios folios de letra apretada, y comienza por su dedicaci¨®n al Libro de Alexandre, su tesis doctoral, que fue su primer libro, y sigue con su trabajo sobre el Poema del M¨ªo Cid; habla de esas pasiones suyas como si estuviera visitando a contempor¨¢neos con los que tuviera amistades y querellas, y trata con igual entusiasmo lo que le ocurri¨® (?lo que le ocurre?) a sus h¨¦roes medievales como lo que pasa al borde de esta calle de Goya donde vive feliz; del calor, de la atm¨®sfera y de la tranquilidad con la que pasea, como un madrile?o, por una geograf¨ªa que le enamor¨® tanto como la literatura.

Cuando al fin prendimos el magnet¨®fono y ¨¦l empez¨® a hablar, sus primeras palabras fueron de recuerdo a una de sus grandes amigas espa?olas, Amparo Soler, la madre de Castalia.

Estaba hablando usted de do?a Amparo?

Ah, do?a Amparo. Mi primer contacto con Castalia fue en 1968? Don Antonio [Rodr¨ªguez Mo?ino] me anim¨® a hacerlo, y firm¨¦ el primer contrato con ella en ese a?o para publicar el Poema del M¨ªo Cid, que sali¨® en 1976. Yo hab¨ªa publicado mi tesis doctoral sobre el Libro de Alexandre en Manchester, en 1970. Y siempre trabaj¨¦ desde entonces para Castalia. Mis contactos eran don Antonio, Alonso Zamora Vicente y Jos¨¦ Manuel Blecua.

?De d¨®nde le viene esa pasi¨®n de escribir de Espa?a y de los cl¨¢sicos espa?oles?

Yo soy producto de dos culturas. Nac¨ª en el Pa¨ªs de Gales. Mi padre, Michael, era de lejano origen flamenco, de Amberes. ?Mi t¨ªo gast¨® un dineral queriendo saber de d¨®nde ven¨ªamos! Y llegamos a Gales huyendo de la persecuci¨®n espa?ola del duque de Alba de aquella ¨¦poca, mira por d¨®nde, ?cuando los espa?oles estaban todos plantando una pica en Flandes! As¨ª que mis ancestros se fueron a Inglaterra, a refugiarse de la opresi¨®n espa?ola. Por eso digo que mi afici¨®n espa?ola es m¨¢s bien antiafici¨®n: empez¨® con la fascinaci¨®n por saber qui¨¦nes eran los que nos persegu¨ªan.

?Buscaba usted a Alatriste!

S¨ª, en realidad yo tendr¨ªa que haber sido un anti-Alatriste. Nac¨ª siete semanas antes de la Guerra Civil y tres a?os antes de la II Guerra Mundial. En esa ¨¦poca, en Gales hab¨ªa una divisi¨®n entre los que hablaban gal¨¦s y los que hablaban ingl¨¦s. Mis abuelos maternos s¨®lo hablaban ingl¨¦s cuando era estrictamente necesario. Pero mi padre y su familia s¨®lo hablaban ingl¨¦s. As¨ª que hab¨ªa en la familia dos tradiciones diferentes: la tradici¨®n liberal nacionalista de los galeses, y la del abuelo paterno, la laborista independiente, de ra¨ªz trotskista, que se parec¨ªa a la que abraz¨® aqu¨ª Enrique Tierno Galv¨¢n, quien por cierto era muy aficionado a mis novelas. Eso dec¨ªa?

?Y c¨®mo fue evolucionando esa 'antiafici¨®n' por Espa?a?

No, ya no era antiafici¨®n; era un inter¨¦s hist¨®rico, no era emocional. Estudi¨¦ cl¨¢sicas, en primer lugar lat¨ªn, y despu¨¦s estudi¨¦ franc¨¦s. Empec¨¦ a estudiar espa?ol cuando ya ten¨ªa 13 a?os, ?para evitar f¨ªsica! No era un alumno muy brillante: fui el 45 de 90 alumnos en los ex¨¢menes para entrar en la Grammar School, el sistema creado por Isabel I para tener funcionarios p¨²blicos. Era muy bueno en franc¨¦s y en lat¨ªn, pero a los 12 o 13 a?os ten¨ªas que escoger entre qu¨ªmica o alem¨¢n, y f¨ªsica o espa?ol. Odiaba la f¨ªsica, y sobre todo eso de la luz con prismas, as¨ª que escog¨ª espa?ol. Ten¨ªa facilidad verbal m¨¢s que matem¨¢tica, y en eso ayud¨® que supiera gal¨¦s e ingl¨¦s. Cuando sabes dos o m¨¢s idiomas no tienes inhibiciones para seguir hablando otros. Cuando entr¨¦ en el King's College de Londres, mi profesor era Rafael Mart¨ªnez Nadal, amigo de Lorca. Y con ¨¦l otros profesores igualmente estimulantes: ten¨ªan a su cargo 15 alumnos. Por cierto, nos seguimos viendo, acabamos de tener una reuni¨®n en Alicante. Y all¨ª estuvimos 11 de los 15. Cuatro han muerto, desgraciadamente.

?Y c¨®mo se sienten ustedes cuando se reencuentran?

A m¨ª no me gusta mucho, porque a veces se reconoce a la gente y a veces no. Yo soy el ¨²nico de todos ellos que todav¨ªa trabaja. Ellos est¨¢n jubilados, vienen a Espa?a para estar en las playas, pero yo prefiero vivir aqu¨ª. A veces pienso en hacerme espa?ol.

?Y cu¨¢ndo supo f¨ªsicamente de este pa¨ªs?

En 1955. Estaba estudiando espa?ol en Londres y nos mandaron unos meses a Espa?a. Estuve en Madrid y en Sevilla. Hice un curso en el que ense?aron Francisco L¨®pez Estrada y M¨¢rquez Villanueva. Ambos, buen¨ªsimos. ?ramos tres ingleses que viaj¨¢bamos en tren. Un viaje interminable, desde Par¨ªs hasta Madrid? Nos lo pasamos bien y aprendimos mucho. Gald¨®s dec¨ªa que viajar en tren era conocer Espa?a poco a poco, porque estabas con gente. Estaba el guardia civil, un se?or con una bota de vino, una se?ora con una tortilla? Nosotros compramos naranjas y chocolates, y llev¨¢bamos cigarros ingleses. ?se era nuestro pasaporte para compartir el pic-nic en los trenes.

Era una Espa?a m¨ªsera.

S¨ª, pero tambi¨¦n Inglaterra era m¨ªsera en 1955. Londres mostraba se?ales de bombardeos de la II Guerra Mundial, hab¨ªa gente que no ten¨ªa ni para comprar zapatos. Eso fue normal en Madrid, en Sevilla, en Dubl¨ªn: los ni?os iban descalzos por la calle. Manchester era a¨²n peor: all¨ª los edificios estaban arruinados o sin pintar.

?Y c¨®mo se encontr¨® a los espa?oles?

Muy amistosos. Siempre quer¨ªan saber c¨®mo era el extranjero, c¨®mo era la vida en Inglaterra. Hab¨ªa mucho inter¨¦s por el exterior. En ese momento hab¨ªa muchos espa?oles trabajando en el extranjero, para mandar dinero a sus familias. Lo contrario de lo que pasa ahora, que Espa?a acoge a latinoamericanos o africanos que env¨ªan desde aqu¨ª dinero a sus familias.

Ese viaje reafirm¨® su inter¨¦s, supongo.

S¨ª, ¨¦ste era un pa¨ªs muy ex¨®tico. Nosotros llegamos a Sevilla en plena feria. Una ¨¦poca muy cara para unos estudiantes. Nos cobraban cinco veces m¨¢s que en cualquier otra ¨¦poca del a?o. Conocimos a mucha gente. Uno de los Arg¨¹eso, el de la manzanilla, nos llevaba a los toros, y me aficion¨¦ mucho.

Un espect¨¢culo poco grato para los ingleses.

Yo lo considero como un espect¨¢culo y como un arte, sin pensar lo que pasa con los toros. Los ingleses tambi¨¦n hac¨ªan deportes crueles, especialmente en la aristocracia: la caza del zorro, e incluso peores, como la caza de la nutria. Para m¨ª la lidia de los toros formaba parte de la cultura espa?ola desde much¨ªsimos siglos, desde el medievo. Y para conocer esa cultura hab¨ªa que mezclarse totalmente con ella. La ¨²ltima casa en la que vivimos en Sevilla result¨® ser una casa de citas, en la que entraban parejas que no ten¨ªan sitio para hacer el amor, algo entonces muy frecuente en este pa¨ªs. Ven¨ªan y pagaban por horas. Y nosotros serv¨ªamos para legitimar el negocio ante las autoridades.

Hac¨ªa poco de la Guerra Civil. ?Percibi¨® su huella?

Nadie hablaba de pol¨ªtica. Se sospechaba que hab¨ªa esp¨ªas entre los estudiantes, tambi¨¦n porque hab¨ªa estudiantes que eran miembros de Falange. Sevilla nos sorprendi¨® mucho porque todo el mundo llevaba alg¨²n tipo de uniforme. Era una ciudad de soldados y de clero; algunos hab¨ªan hecho votos y llevaban una camisa morada y un cord¨®n, y casi todas las mujeres mayores iban de negro, la costumbre del campo.

S¨ª, un pa¨ªs ex¨®tico.

Y hac¨ªa mucho calor. Aprendimos mucho; primero que nada, a combatirlo. La hija del due?o de la casa nos llevaba a la azotea y nos ense?aba a beber en botijo, en porr¨®n y en bota sin mancharnos. Y tengo fotos de ella ayud¨¢ndonos a aprender. Es como montar en bici: ya nunca te olvidas.

?Cu¨¢nto tiempo estuvo?

Cuatro meses. Luego pasamos por Madrid, donde conoc¨ª a una familia que viv¨ªa en la calle de Gutenberg, y nos hicimos amigos para toda la vida. Despu¨¦s fuimos a Santander, y all¨ª nos daba clase [Francisco] Yndur¨¢in. La gente m¨¢s importante de Espa?a estaba entonces en Estados Unidos, pero nosotros tuvimos la suerte de encontrar a Yndur¨¢in, a Estrada, a Villanueva. Grandes figuras.

?Qu¨¦ escuchaba decir de la pol¨ªtica de entonces, qu¨¦ preguntas hac¨ªa usted mismo?

Ya te dije, nadie hablaba de pol¨ªtica. Hasta los sesenta y los setenta: entonces te preguntaban por los pa¨ªses democr¨¢ticos, como Francia o Inglaterra. En la transici¨®n (y eso est¨¢ en mis novelas), ya se hablaba de pol¨ªtica abiertamente, todo el mundo hablaba de pol¨ªtica. Cuando escrib¨ª mi primera novela result¨® dif¨ªcil encontrar editor aqu¨ª. Encontr¨¦ editor en Francia, en Jap¨®n, en Inglaterra, y cost¨® mucho esfuerzo hallar editor en Barcelona: el asunto era demasiado candente. Conoc¨ª al viejo [Juan] Grijalbo, que hab¨ªa estado en el exilio en M¨¦xico; era una buena persona, se interes¨® por mi novela, y con ¨¦l la publiqu¨¦ cuatro a?os despu¨¦s de que hubiera aparecido en Londres.

Su bautismo espa?ol.

S¨ª, esa visita de abril de 1955. Pensaba que hab¨ªa llegado a ?frica y no a Andaluc¨ªa. Tuve graves problemas en entender el acento andaluz. Poco a poco descifr¨¦ el c¨®digo, y termin¨¦ entendi¨¦ndolo tan bien que Mart¨ªnez Nadal me dec¨ªa que deb¨ªa desaprenderlo. "No conviene que te pases toda la vida de hispanista hablando con acento andaluz", me dec¨ªa.

Ya era hispanista.

S¨ª, supongo. Estudiaba franc¨¦s tambi¨¦n, pero me gustaba m¨¢s el castellano, por su exotismo.

?Y qu¨¦ era ex¨®tico para usted?

Las costumbres; ese origen ¨¢rabe de las comidas, todos comiendo de un mismo plato, el h¨¢bito de dar de comer con tu propia mano. Algo as¨ª en Inglaterra, y en otros sitios, ser¨ªa tomado como inconveniente. Y me sorprend¨ªan tambi¨¦n los horarios, esa siesta, que yo veo tan sana. Santa Teresa dec¨ªa que era muy bueno para la mente dormir dos veces al d¨ªa, y ten¨ªa raz¨®n.

?Y estamos perdiendo nuestro exotismo?

S¨ª, yo creo que s¨ª. Se nota en Las Ventas, en la Maestranza, porque ya no hay sino gente mayor, o gente de la clase alta.

?C¨®mo nos ve ahora?

En mis novelas he tratado de decirlo: hay aqu¨ª una lucha latente, la que ha dado origen a tantas guerras civiles. Siempre existe la posible fisura. Despu¨¦s de 1982 dej¨¦ de escribir ficci¨®n, pero una cosa no viene de la otra: me sigue gustando la novela, pero hay trabajos que me han impedido seguir haci¨¦ndola. F¨ªjese que este encargo que me hizo do?a Amparo, el libro sobre Berceo, es de hace 22 a?os, y sale ahora.

Luego hablamos de Berceo, pero sigamos con la pol¨ªtica. Usted conoci¨® en Inglaterra a Margaret Thatcher y aqu¨ª a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, los vio actuar. ?Paralelismos?

Como ciudadano europeo que soy podr¨ªa emitir un juicio, igual que podr¨ªa emitir un voto; pero no me gustar¨ªa intervenir con una opini¨®n en lo que concierne a los espa?oles. Y ya s¨¦ que los ex presidentes espa?oles critican a sus sucesores, tambi¨¦n desde el extranjero. En el caso de la Thatcher, que s¨ª podr¨ªa corresponderme, debo decir que cambi¨® Inglaterra para bien o para mal, pero de forma radical. El primer Gobierno fue el de la guerra de las Malvinas; en el segundo turno hizo las reformas, privatiz¨® lo que segu¨ªa siendo p¨²blico, y en su ¨²ltima parte se dedic¨® a sobrevivir porque su partido no la toleraba y se rebel¨® contra sus ideas. ?Espa?a? Se ha europeizado desde su entusiasta adhesi¨®n a Europa, y no sorprende porque a¨²n no le ha pagado nada a Europa, siempre ha recibido. Tiene sus problemas auton¨®micos, como los tenemos nosotros, o como los hemos tenido; pero lo cierto es que Catalu?a y Euskadi tienen m¨¢s autogobierno que Escocia o Gales. Aunque Escocia siempre ha tenido su propio sistema educativo o de justicia, que no tiene nada que ver con el que tienen en Inglaterra.

?Nos viene bien ese entusiasmo europeo?

S¨ª, claro que s¨ª: f¨ªjate en los sistemas de transportes, en las autopistas. Europa ha contribuido much¨ªsimo al porvenir de Espa?a. Piensen lo que piensen de los aeropuertos, mira qu¨¦ avances. Y el metro. Al lado del metro de Madrid, el de Londres parece anticuado. Cuando vine aqu¨ª, todo era muy l¨²gubre, apenas hab¨ªa luz para leer, y ahora la luz es un verdadero derroche.

Usted debe de sentirse ya un poco espa?ol.

Siempre me he sentido un poco espa?ol, desde los a?os sesenta. Cada vez m¨¢s. Prefer¨ªa estar aqu¨ª que estar all¨ª. Y decid¨ª que ¨¦sta, Madrid, era mi ciudad favorita. Me gustan otras ciudades, como Barcelona, por la m¨²sica, por la ¨®pera, y me encanta Sevilla. Fue mi primer amor. Pero es una ciudad inconveniente para vivir, por su crecimiento, y especialmente por el clima, que no me va para la artritis. Madrid es m¨¢s seco, me lo han recomendado los cirujanos que me han operado.

Una ciudad curativa, nada menos.

Yo la conoc¨ª con un mill¨®n y pico de habitantes en 1955. Estaba aqu¨ª cuando naci¨® el ni?o dos millones. Y estaba tambi¨¦n cuando naci¨® la ni?a tres millones. Conozco la parte central, desde Atocha hasta Lavapi¨¦s. El casco antiguo, ya no me gusta tanto, parece un plat¨® de cine. Ese cuidado excesivo parece com¨²n ahora a toda Europa. Me gusta mucho esa parte, pero debo vivir en el barrio de Salamanca, que me permite ir andando a todas partes, al teatro, a la Biblioteca Nacional? Cuando uno se jubila, lo que m¨¢s escribe son felicitaciones de Navidad; env¨ªo unas 150 cada a?o, ?y me he dado cuenta de que la mayor¨ªa son christmas a espa?oles. Conozco m¨¢s gente de aqu¨ª que de ning¨²n otro sitio.

Usted vive en contacto con la gente, pero con un ojo en el medievo. ?Le da claves para entender lo que pasa?

La verdad es que una de las grandes preocupaciones de mi vida han sido las bibliotecas, c¨®mo se han formado, c¨®mo se han cuidado, y eso me llev¨® a ampliar mis intereses. En la licenciatura estudiamos bien a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, a los poetas modernos, a Lorca; pero mis intereses empezaban verdaderamente en Berceo y acababan en Cervantes. Gracias a ese inter¨¦s por las bibliotecas ampli¨¦ mis conocimientos de una manera m¨¢s rica, y eso me ha resultado muy beneficioso. Creo que soy una persona mucho mejor informada que cuando era tan s¨®lo un medievalista. Y claro que ese conocimiento me da claves para entender lo que pasa: ahora he tenido que estudiar el Toledo del siglo XI, y es fascinante la mezcla de culturas, c¨®mo conviv¨ªan con trozos de cada una de ellas: jud¨ªos, moz¨¢rabes, musulmanes, franceses, castellanos? La mitad de la documentaci¨®n del convento de San Clemente est¨¢ en ¨¢rabe, pero el convento era cristiano. Escrib¨ªan libros de teolog¨ªa cristiana en ¨¢rabe. Decoraban sus casas como ¨¢rabes. Hab¨ªa alfombras, pero no ten¨ªan ni sillas, ni mesas. Eso era castellano, y una cosa era Castilla y otra cosa era Toledo.

Y si fu¨¦ramos por Espa?a hoy, ?qu¨¦ hallar¨ªamos a¨²n de la ¨¦poca medieval?

El clero, cuyo comportamiento es todav¨ªa bastante medieval. En muchos casos, Espa?a ha vuelto al medievalismo. En 1983 fui a estudiar el manuscrito de Berceo en Santo Domingo de Silos, y me qued¨¦ en el parador. Como s¨®lo ten¨ªa horas limitadas de consulta, estuve all¨ª bastantes d¨ªas, paseando por las calles con linterna, porque no se ve¨ªa nada de noche. Un d¨ªa, un se?or al que no conoc¨ªa me llev¨® a una casa que nos abri¨® una mujer con bata de flores; nos pas¨® a una trastienda donde hab¨ªa botellas de vino y cosas para picar; hab¨ªa unos viajantes, y la atm¨®sfera entera era la que deb¨ªa de existir ya en el siglo XV, la que describe Fernando de Rojas en La Celestina. Al d¨ªa siguiente le pregunt¨¦ a los due?os de la fonda qui¨¦n era el se?or que me hab¨ªa llevado. Era el polic¨ªa secreta de la zona; estaba intrigado sobre qui¨¦n era yo, un extranjero tantos d¨ªas en Silos. No conceb¨ªa que estuviera estudiando un manuscrito, y cre¨ªa que era un esp¨ªa brit¨¢nico.

Y eso era en 1983.

Yo les ped¨ªa que me dieran EL PA?S, en lugar de los diarios locales que ten¨ªan all¨ª. Y no me lo daban. "Aqu¨ª no entra prensa roja", me dec¨ªan. "Pues tr¨¢iganme el Ya. Por lo menos trae vi?etas de Zamora Vicente". Y me tra¨ªan el Ya.

?Y qu¨¦ tenemos de bueno del mundo medieval?

No me hubiera gustado vivir en la Edad Media. La medicina era muy primitiva. Las curaciones eran muy dolorosas. S¨®lo el 5% de las personas sab¨ªa leer. La gente mor¨ªa a los 35 a?os, como promedio. Y apenas ten¨ªas posibilidad de cambiar de posici¨®n social. La gente s¨®lo viajaba un promedio de 12 kil¨®metros durante toda su vida. A¨²n en 1983 hab¨ªa gente en los pueblos que me ped¨ªa que me llevara a su hija a Inglaterra, a que se educara, y a¨²n se quejaban de c¨®mo los trataban los due?os del terreno que cultivaban.

Ha cambiado mucho Espa?a?

Yo creo que en los ¨²ltimos veinte a?os ha cambiado m¨¢s que en siglos y siglos?.

Debi¨® de ser terrible la Edad Media.

Fascinante, pero horrible haber vivido en aquella ¨¦poca.

?Por qu¨¦ fascinante?

Por los productos culturales que consiguieron hacer, sobre todo en Francia e Italia, donde hab¨ªa una econom¨ªa m¨¢s poderosa. Y la literatura. F¨ªjate en Inglaterra, f¨ªjate en Espa?a. Hubo grandes poetas. Berceo. Se ha estudiado m¨¢s la filolog¨ªa, la historia, pero hay que fijarse en la gran belleza de sus escritos. El libro del buen amor es un producto toledano de la almozarab¨ªa. Tres culturas juntas en un libro.

?Y qu¨¦ dice ese libro que sea ¨²til para hoy?

Es un tratado casi filos¨®fico del amor puro, del amor m¨ªstico; expresa todas las variaciones del amor en comparaci¨®n con la amistad, el eros? Sab¨ªa mucho de la vida. Y el amor es un tema que nos afecta a todos en la vida, nos hace sufrir, y pecar, y produce locura, trastorna la personalidad del que lo sufre.

Alguno creer¨¢ que es un libro de autoayuda.

Posiblemente. Y Juan Ruiz es muy ir¨®nico. Siglo y medio m¨¢s tarde, en La Celestina, Rojas demuestra que el amor no tiene nada que ver con el matrimonio. El matrimonio era una cosa reglada, econ¨®mica y social, convenido por las familias respectivas. Como sucede hoy en el mundo musulm¨¢n o en la India. Eso tienen, en parte, en com¨²n con la Edad Media.

Le pregunt¨¦ a su colega Alan Deyermond, tambi¨¦n especialista en el Cid, qui¨¦n era hoy ese personaje que a usted le fascina tanto.

Y tanto que ha fascinado. Joaqu¨ªn Costa dec¨ªa que al Cid hab¨ªa que enterrarlo en muchas arcas y muchos cerrojos porque es peligroso. Los dictadores y los generales se lo han apropiado, hasta el general Franco? En un excelente trabajo, la historiadora Eukene Lakarra, hija tambi¨¦n de historiador, ha estudiado el uso pol¨ªtico que se hizo de la figura del Cid durante el franquismo. Los cadetes de la Academia de Zaragoza ten¨ªan que leer sobre el Cid, y en todos los centros de formaci¨®n militar se ten¨ªan que leer La Espa?a del Cid, de Men¨¦ndez Pidal, para imbuirse de esp¨ªritu nacional. Don Ram¨®n era un centrista, siempre ve¨ªa todo desde el punto de vista de Castilla como centro de Espa?a. Ten¨ªa esa idea del imperio, y en medio estaba la figura del Cid. Por eso es una figura tan peligrosa para la pol¨ªtica espa?ola.

Ahora ese tiempo vuelve a ser medi¨¢tico: libros, pel¨ªculas, c¨®mics? La Edad Media lo domina todo.

Todas esas distorsiones que combinan las ideolog¨ªas antiguas con el mundo medieval se convierten en una industria editorial que domina el mercado.

?Le da repel¨²s?

Yo no puedo leer eso, porque s¨®lo leo libros de historia. No puedo leer una cosa inventada de una ¨¦poca que yo conozco. Es preferible una f¨¢bula total, como Harry Potter, pero tampoco lo leo. Yo creo que hacen mucho da?o esos libros al conocimiento verdadero de la Edad Media.

Habl¨® del clero en la Edad Media y del clero ahora. ?Los ve parecidos?

Creo que el clero espa?ol es m¨¢s papista que el Papa, incluso que este Papa. En Francia, el clero es m¨¢s liberal.

David Seraf¨ªn, el novelista de la transici¨®n espa?ola, ?cu¨¢ndo nace?

Yo estuve aqu¨ª justo despu¨¦s de la muerte de Franco, con una beca. Iba a hacer esta historia que me preocupa tanto de las bibliotecas. Trabajaba por las ma?anas, le¨ªa por las tardes. Y alrededor hab¨ªa una gran crispaci¨®n pol¨ªtica. Mucho m¨¢s que la que hay ahora. Los grises persegu¨ªan a los estudiantes en Moncloa. Un d¨ªa contempl¨¦ un incidente: iba en un autob¨²s y vi c¨®mo alguien se hab¨ªa tirado desde un balc¨®n a la acera, vimos c¨®mo la ambulancia se llev¨® el cad¨¢ver. Y ¨¦se fue el principio de mi primer libro como David Seraf¨ªn. Me intrig¨® aquel suceso, la prensa no public¨® nada sobre el asunto, se me qued¨® en la memoria que la polic¨ªa hab¨ªa recogido los zapatos. Y me fij¨¦ que en ning¨²n lado dec¨ªan si fue un suicidio u otra cosa. A partir de todas esas intrigas y en medio de aquellas revueltas pol¨ªticas nacieron mi inquietud narrativa, la novela propiamente dicha y mi seud¨®nimo.

Una novela policiaca. ?Por qu¨¦ ese g¨¦nero?

Mis padres me obligaron a leer a Conan Doyle; le¨ª todo Dickens, todo Agatha Christie, todo Simenon? Conoc¨ª a Simenon: lleg¨® un fin de semana a la casa de una prima suya en Rochefort-sur-Mer donde yo pasaba un verano de intercambio con el hijo de la familia; hab¨ªa una criada bella de 16 a?os, y ¨¦l se fue tras ella enseguida? ?Si me hice novelista policiaco por ¨¦l? Bueno, donde ¨¦l pone psicolog¨ªa yo pongo pol¨ªtica. Y le¨ª mucha medicina forense: para escribir mis libros ha sido fundamental, y he desarrollado una buena relaci¨®n con la polic¨ªa espa?ola. Y mis libros, sus asuntos, han viajado por toda Espa?a. Cuando se perdi¨® aquella crispaci¨®n con la que nacieron mis novelas, acabaron tambi¨¦n esos libros. De momento. La gente dice que la transici¨®n no fue sangrienta. ?Si lo hubiera sido!

?Le estimular¨ªa ahora como novelista lo que sucede en torno al 11-M?

Lo veo como un observador, no me meto. Y ahora no quiero continuar aquella serie de novelas porque lo har¨ªa como rutina. Cuando Espa?a perdi¨® aquella crispaci¨®n que culmin¨® en 1982 tambi¨¦n perdieron sentido mis pesquisas narrativas en aquel mundo. Ahora s¨ª percibo que Espa?a est¨¢ de nuevo al borde de algo.

?Bueno o malo?

No lo s¨¦.

Imag¨ªnese que David Seraf¨ªn decidiera colocarle como personaje en una novela. ?C¨®mo le describir¨ªa?

Yo creo que soy un historiador de ficci¨®n y un fil¨®logo de la ¨¦poca medieval. Un hombre que se hizo en Londres, en Manchester, en Oxford, con todo lo que ello implica; yo fui responsable de que en Oxford se introdujera el cine como objeto de estudio. S¨®lo hasta finales del siglo XX lo consideraron all¨ª digno de inter¨¦s. Pero Oxford es un sitio maravilloso para hacerse; en ning¨²n lugar del mundo hay tanto debate, tanto intercambio de opiniones entre facultades, quiz¨¢ con la excepci¨®n de Berkeley. En un colegio t¨ªpico de Oxford puede haber 25 o 30 personas, cada una de una asignatura distinta, as¨ª que en las cenas y en los almuerzos salta al menos una idea por asignatura. Ah¨ª me hice yo. Pero tambi¨¦n soy el que se ha ido haciendo aqu¨ª. Un poco espa?ol, como dice usted.

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