Los agujeros negros de la URSS
Enquistados en el tiempo y en el conflicto, cuatro territorios de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica se enfrentan a un presente de supervivencia y a un futuro incierto. EPS ha realizado un viaje por estos Estados no reconocidos que buscan salir del olvido. As¨ª es el d¨ªa a d¨ªa en estos sat¨¦lites sin rumbo
En la geograf¨ªa de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica hay cuatro territorios que parecen aislados en el espacio y enquistados en el tiempo. Mientras se desmoronaba la URSS, el Alto Karabaj, Abjazia, Osetia del Sur y el Transdni¨¦ster vertieron sangre en defensa de su independencia e identidad. Sin embargo, el mundo no reconoce como Estados a ninguna de estas regiones, que ten¨ªan un rango subordinado en la estructura administrativa de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
El Alto Karabaj, anta?o zona de frontera entre el imperio ruso y Persia, se desgaj¨® de Azerbaiy¨¢n, en la Transcaucasia; Osetia del Sur, en la ladera meridional del Gran C¨¢ucaso, y Abjazia, en la costa del mar Negro, se separaron de Georgia, y los eslavos del Transdni¨¦ster, temerosos de verse arrastrados hacia Rumania, se apartaron de Moldavia.
A los "Estados no reconocidos" o "agujeros negros" de la Uni¨®n Sovi¨¦tica se llega a trav¨¦s de puestos de control con extra?as banderas; l¨ªneas de frente silenciosas, pero atentas, y campos minados donde, de vez en cuando, pierde la vida alg¨²n labrador. Las perspectivas de estos pa¨ªses, sin embajadores ni l¨ªneas a¨¦reas, sin moneda convertible ni acceso a Internet, son hoy inciertas. Las instituciones internacionales, con diversas f¨®rmulas, han intentado mediar en sus conflictos congelados, pero sin resultado hasta ahora. La ONU tiene pacificadores en Abjazia, y la Organizaci¨®n para la Seguridad y la Cooperaci¨®n en Europa (OSCE), observadores en el Alto Karabaj, Osetia del Sur y el Transdni¨¦ster.
Rusia es punto de referencia para Abjazia, Osetia del Sur y el Transdni¨¦ster. Mosc¨² tiene contingentes pacificadores en todas ellas, ha repartido pasaportes rusos entre sus habitantes y ha fomentado sus esperanzas de ser reconocidas alg¨²n d¨ªa. Armenia, a su vez, es la protectora del Alto Karabaj, y por su apego a aquella tierra ha sido marginada de las nuevas rutas internacionales del petr¨®leo procedente de Azerbaiy¨¢n.
M¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica y de los pasaportes viejos, nuevos o inventados entre los que se ven obligados a elegir, los habitantes de estos entornos singulares buscan su lugar en el mundo. La corresponsal de El Pa¨ªs en Mosc¨² recorri¨® estos espacios olvidados.
01 Alto Karabaj
Una tregua muy fr¨¢gil
Fin de septiembre de 2006. Esta regi¨®n se considera un pa¨ªs independiente, pero vive a costa del presupuesto de Armenia. El paro y los enfrentamientos entre las comunidades de armenios y azerbaiyanos marcan su presente.
El Alto Karabaj fue transferido en 1923 de Armenia a Azerbaiy¨¢n cuando estas rep¨²blicas eran parte de la Federaci¨®n Transcauc¨¢sica y estaban integradas en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. En febrero de 1988, los armenios, que eran mayor¨ªa en esa provincia aut¨®noma de 4.400 kil¨®metros cuadrados, aprovecharon la apertura creada por la perestroika para aprobar una resoluci¨®n por la cual ped¨ªan separarse de Azerbaiy¨¢n y unirse a Armenia. Esto hizo estallar una guerra que reaviv¨® viejos agravios entre cristianos y musulmanes chi¨ªes y que tuvo otros sangrientos escenarios como Bak¨² y Sunga¨ªt. Las hostilidades concluyeron en 1994 con la victoria de los armenios, liderados por el Comit¨¦ de Karabaj. El balance fueron miles de muertos y centenares de miles de refugiados. En el Alto Karabaj viven 150.000 armenios, que adem¨¢s ocupan hoy otros territorios azerbaiyanos colindantes. La regi¨®n se considera un pa¨ªs independiente, pero vive a costa del presupuesto de Armenia y los donativos de la di¨¢spora. La capital es Stepanakert (Jankend¨ª para los azerbaiyanos), con 50.000 habitantes. Shush¨¢, fundada en 1752, es la antigua capital de la regi¨®n, y antes de la ¨²ltima guerra era una ciudad predominantemente azerbaiyana (98% de la poblaci¨®n).
Una excelente carretera financiada con donativos particulares cruza el corredor de Lachin, el estrat¨¦gico territorio azerbaiyano ocupado por los armenios, que es el ¨²nico acceso al Alto Karabaj.
"Aqu¨ª no se vive peor que en el resto de los Estados pos-sovi¨¦ticos", opina su presidente, Arkadi Gukasi¨¢n. La ¨¦lite pol¨ªtica armenia, incluido el l¨ªder de aquel pa¨ªs, Robert Kochari¨¢n, procede en gran parte de Karabaj.
Stepanakert tiene el aspecto de una ciudad de provincias y un Parlamento con c¨²pula en construcci¨®n. El paro, su principal problema, dificulta la captaci¨®n de emigrantes. En un tabl¨®n de anuncios en la calle puede leerse: "Se vende apartamento", "Se vende casa de dos pisos", "Se venden muebles", "Se vende un piano".
"De aqu¨ª se va todo el que puede", afirma Svetlana, una vendedora del mercado, que cobra 12.000 drams (25 euros) de pensi¨®n y 22.000 drams (45 euros) por el hijo muerto en la guerra.
"Los enfrentamientos pueden reanudarse en cualquier momento. Gozamos de una tregua, pero no sabemos qu¨¦ nos depara el futuro", dice Irina, otra vendedora que antes ense?¨® literatura rusa en Bak¨². En el mercado de Stepanakert despachan los armenios que huyeron de Azerbaiy¨¢n cuando los azerbaiyanos hu¨ªan del Alto Karabaj, cuya principal industria es una explotaci¨®n minera que emplea a unas mil personas. En la regi¨®n no hay cobertura para tel¨¦fonos m¨®viles, excepto los de Armenia y los de Karabaj Telekom, compa?¨ªa fundada por un armenio-liban¨¦s que cuenta con 20.000 abonados.
Entre los inversores extranjeros est¨¢ el espa?ol Enrique Viver. Su empresa, Maswood, transforma nogales en maderas aptas para culatas y empu?aduras de armas de caza. Viver reside en Yerev¨¢n y cada mes pasa una semana en el Alto Karabaj. Da trabajo a unas 25 personas, y, como otros empresarios locales, hizo su aporte al corredor de Lachin. La b¨²squeda de nogales en zonas ocupadas y minadas como Agdam y Fizul¨ª es peligrosa. Viver dice que tres de sus tractores han tenido accidentes al estallar minas, por suerte sin v¨ªctimas. Los tractores, explica, tienen la cabina abierta para que el conductor no quede atrapado si hay una explosi¨®n.
En lo alto de una colina est¨¢ Shush¨¢, la antigua capital del janato de Karabaj, fundada como una fortaleza en el siglo XVIII. Entre edificios incendiados y ruinosos hay una iglesia armenia restaurada, espaciosa y perfumada de incienso, y otra, peque?a y recogida. Frente a la grande, un p¨¢rroco despide a un grupo de turistas franceses, armenios de origen, que han venido en autob¨²s desde Ly¨®n.
Un minarete decapitado es el faro que gu¨ªa a antiguas mezquitas, ocultas por rosales asilvestrados y escombros. Son dos, y su estado es a cual m¨¢s lastimoso. En los muros, pintarrajeados, se deterioran unas inscripciones en caracteres ¨¢rabes. En su interior, pestilentes excrementos humanos y basura.
Armenios y azerbaiyanos pugnan por demostrar su supremac¨ªa en la historia de Shush¨¢, pero para alguien ajeno a su conflicto, la ciudad est¨¢ incompleta si falta alguna de estas dos comunidades. Mis acompa?antes, armenios, son partidarios de la segregaci¨®n, y aseguran que no podr¨ªan volver a coexistir con sus vecinos musulmanes, a los que llaman "turcos".
Al fondo de un valle, donde antes pasaba el tren, circula hoy un hombre montado en un asno. En ¨¦poca sovi¨¦tica, en Bak¨² procuraban que la ruta entre la capital azerbaiyana y Stepanakert estuviera impecable, y dejaban deteriorarse la que un¨ªa el Alto Karabaj con Armenia. Ahora es al rev¨¦s, y la carretera a Agdam est¨¢ llena de agujeros.
Agdam, que fue un importante centro comercial azerbaiyano, evoca a Pripiat, la localidad evacuada en las cercan¨ªas de la central nuclear de Chern¨®bil. Sus circunstancias fueron distintas, pero en ambas se percibe el corte brusco de la vida de una comunidad. Agdam, adem¨¢s, fue saqueada. La chatarra se export¨® de contrabando a Ir¨¢n, y la mezquita es una pocilga en sentido literal.
En el monasterio de Gandzasar, el padre Juan indica la direcci¨®n por la que los "turcos" bombardearon este monumento del siglo XIII, y muestra un proyectil incrustado en el muro. Su voz adquiere un tono met¨¢lico cuando le pregunto qu¨¦ opina de la transformaci¨®n de las mezquitas de Shush¨¢ en letrinas. "No puede ser", dice. "Seguramente ser¨¢n ni?os". El sacerdote pasa al ataque: "Ellos profanaron nuestras iglesias, que venga la Unesco a conservarlas". El padre Juan opina que un sacerdote siempre debe estar con su "naci¨®n". Para ¨¦l, "nosotros" son los armenios, y "ellos", los azerbaiyanos.
02 Transdni¨¦ster
Pendientes de Rusia
Finales de enero de 2007. La zona, que era la m¨¢s industrial y pr¨®spera de Moldavia, ha creado su propia versi¨®n de sociedad de consumo y ha asociado su destino a Rusia, que controla el gasoducto que cruza su territorio.
El Transdni¨¦ster ocupa una estrecha franja entre la frontera de Ucrania y la ribera izquierda del r¨ªo Dni¨¦ster de 4.163 kil¨®metros cuadrados, y est¨¢ poblado por 555.000 habitantes, donde los eslavos (rusos y ucranios) predominan sobre los moldavos. Tir¨¢spol, la capital, fue fundada en el siglo XVIII por el general ruso Alexandr Suv¨®rov, tras expulsar a los ocupantes turcos. El Transdni¨¦ster era la zona m¨¢s industrial y pr¨®spera de la Rep¨²blica Socialista Sovi¨¦tica de Moldavia, donde, al iniciarse la perestroika, el nacionalismo prorrumano se convirti¨® en la tendencia dominante en detrimento de la diversidad hist¨®rica y cultural de los territorios que la integraban. Se inici¨® entonces un proceso secesionista. A diferencia de la antigua Besarabia (integrada mayoritariamente en el actual Estado moldavo), el Transdni¨¦ster nunca perteneci¨® a Rumania. En junio de 1992, sus habitantes recibieron a tiros a los tanques moldavos que quer¨ªan someterlos. Hubo centenares de muertos, hasta que intervino el 14? Ej¨¦rcito ruso, al mando del general L¨¦bed. Desde entonces, el conflicto est¨¢ congelado. En el Transdni¨¦ster quedan a¨²n algo m¨¢s de mil soldados rusos, que cumplen tareas de pacificaci¨®n y vigilan dep¨®sitos de municiones heredados de la URSS.
Una gigantesca estatua rosada de Lenin y un escudo con la hoz y el martillo siguen dominando el paisaje urbano de Tir¨¢spol, pero los s¨ªmbolos sovi¨¦ticos de esta ciudad de 150.000 habitantes se han diluido en una versi¨®n aut¨®ctona de la sociedad de consumo.
Tir¨¢spol se ha llenado de joyer¨ªas; de puestos de cambio a la moneda local, el rublo del Transdni¨¦ster, y de oficinas del Gazprombank, el banco del consorcio ruso Gazprom, que aqu¨ª es dirigido por Oleg Smirnov, hijo del presidente secesionista. Hay incluso una oficina de la mensajer¨ªa DHL, lo que podr¨ªa equivaler a un reconocimiento internacional. La multinacional, sin embargo, tarda dos d¨ªas en efectuar un env¨ªo a Odesa, a 120 kil¨®metros de distancia, porque la mercanc¨ªa debe ir primero a Chisinau, la capital de Moldavia, a 80 kil¨®metros en otra direcci¨®n.
El Teatro Dram¨¢tico ruso ha sido restaurado, al igual que la universidad y la oficina de Correos, donde venden unos preciosos sellos que no valen como franqueo internacional. Tambi¨¦n el ministro de Exteriores, Valeri Litsk¨¢i, tiene aspiraciones est¨¦ticas y ultima la nueva sede de su departamento, instalada en una antigua escuela. Hace dos a?os, Litsk¨¢i ten¨ªa en su despacho una balsa hinchable con remos para ir a pescar. Hoy tiene confortables muebles y exquisitos cuadros. El ministro, que vivi¨® dos a?os en Cuba y habla bien el espa?ol, est¨¢ en la lista negra de pol¨ªticos vetados en Occidente, como el presidente Smirnov o el bielorruso Alexandr Lukashenko.
Tir¨¢spol ha mejorado, pero la relaci¨®n del poder y el dinero sigue bas¨¢ndose en la complicidad entre el presidente ?gor Smirnov y su familia con el grupo empresarial Sheriff, del que es propietario V¨ªctor Gush¨¢n. A Sheriff pertenece el estadio de f¨²tbol, gasolineras, la compa?¨ªa de m¨®viles, una f¨¢brica de brandy y un casino en el centro de Tir¨¢spol.
El Transdni¨¦ster no tiene frontera con Rusia, pero ha asociado su destino a aquel pa¨ªs que controla el gasoducto que cruza el territorio en direcci¨®n a los Balcanes y la mayor central el¨¦ctrica de la regi¨®n. Litsk¨¢i espera que Rusia sea la locomotora de la modernizaci¨®n del Transdni¨¦ster, y afirma que la Rusia de hoy, exigente y dura, no es la URSS, dispuesta a alimentar a par¨¢sitos a cambio de su fidelidad.
Los pasaportes del Transdni¨¦ster, como sus sellos, no tienen validez, por lo que sus habitantes viajan con documentos repartidos por la Federaci¨®n Rusa, Ucrania y Moldavia. Con ayuda de Ucrania y la Uni¨®n Europea, Moldavia ha sometido las exportaciones de Transdni¨¦ster a su jurisdicci¨®n.
Los j¨®venes emigran por falta de trabajo, y los transdniestrianos en general viajan a Odesa, en el mar Negro, para visitar los enormes mercados de esta ciudad portuaria ucrania. Por Odesa entran en el Transdni¨¦ster el pollo barato y popular conocido como los "muslos de Bush". En el mercadillo de ropa de segunda mano de Tir¨¢spol, mujeres con pensiones de 500 rublos locales (50 euros) rebuscan entre los jers¨¦is a tres rublos.
A su manera, el Transdni¨¦ster renue-va a sus dirigentes. El presidente del Parlamento es Yevgueni Shevchuk, un economista de 38 a?os considerado como un representante de los intereses de Sheriff. En los j¨®venes piensa tambi¨¦n un personaje singular, Dmitri Soin, funcionario en el Ministerio de Seguridad, director de la Escuela Superior de Liderazgo Pol¨ªtico Ernesto Che Guevara e inspirador del movimiento Proriv. Soin, sobre el que pesa orden de arresto internacional, es un generador de ideas con capacidad de movilizar. Se identifica con la historia, la cultura y los intereses geopol¨ªticos de Rusia a partir de una perspectiva internacionalista. Su jefe en el ministerio es Vlad¨ªmir Antiuf¨¦yev, que sirvi¨® en las tropas especiales sovi¨¦ticas en Letonia.
En el Trasdni¨¦ster, muchos pasan con facilidad del idioma ruso al ucranio y al rumano. Sin embargo, oficialmente la modalidad dialectal del rumano que se habla aqu¨ª se identifica como moldavo, y se escribe en caracteres cir¨ªlicos. En la regi¨®n hay ocho escuelas en rumano (con caracteres latinos) que se subordinan a Chisinau. La guerra de los alfabetos no tiene nada que ver con la ling¨¹¨ªstica, sino con la pol¨ªtica. El Ministerio de Educaci¨®n percibe a los defensores del rumano con caracteres latinos como agentes del enemigo y les hace la vida imposible. En la escuela moldava n¨²mero 22 de Tir¨¢spol (con caracteres cir¨ªlicos), la directora, Galina Ishchenko, insiste en que el moldavo y el rumano son dos idiomas diferentes, aunque sean iguales. "Hablamos lo mismo, pero no puedo decir que es la misma lengua. Yo no me dedico a la pol¨ªtica", sentencia.
03 Abjazia
Contrastes radicales
Principios de octubre de 2006. Un territorio marcado por la guerra frente a Georgia. La belleza de su costa sirve de lento reclamo para algunas mejoras, pero la inestabilidad pol¨ªtica sigue condicionando la vida de sus habitantes.
Abjazia, la C¨®lquida de los antiguos, es un territorio de 8.600 kil¨®metros cuadrados donde residen cerca de 240.000 personas, en su gran mayor¨ªa abjazos. Abjazia fue integrada en Georgia en 1921 y, dentro de aquella unidad administrativa, adquiri¨® rango de rep¨²blica aut¨®noma en 1930. En minor¨ªa en su territorio, los abjazos siempre desearon integrarse en Rusia por considerar a Georgia como una amenaza para su identidad, pese a lo mucho que comparten con ella. En 1992, bajo Eduard Shevardnadze, los soldados georgianos entraron en Abjazia y expulsaron de Sujumi, la capital, al gobierno local, dando comienzo a una guerra que finaliz¨® al a?o siguiente con el triunfo de los abjazos. Los georgianos que viv¨ªan en la regi¨®n -y que constitu¨ªan la mayor¨ªa de la poblaci¨®n- se vieron obligados a huir a Georgia. Desde 1994 est¨¢ en vigor un acuerdo de alto el fuego a lo largo del r¨ªo Inguri, y tropas de pacificaci¨®n de la ONU y rusas evitan que se reanuden las hostilidades.
El taxi colectivo o marshrutka bordea el mar Negro y deja atr¨¢s el exuberante litoral conocido en otro tiempo como la Riviera sovi¨¦tica. Los lugares m¨¢s bellos de esta costa -Gagra, Pitsunda, Gudauta, Novii Af¨®n- conservan su atractivo, pese a la inestabilidad pol¨ªtica y el temor al presidente georgiano, Mija¨ªl Saakashvili, que cada a?o intenta reventar la temporada tur¨ªstica a Abjazia y exhorta a los rusos a no veranear en la regi¨®n secesionista.
Los barrios perif¨¦ricos de Sujumi, con sus edificios perforados por la metralla y sus escombros, a¨²n evocan las im¨¢genes de Grozni, durante la guerra de Chechenia. Sin embargo, junto a las huellas de los combates callejeros, la infraestructura tu- r¨ªstica de Abjazia ha mejorado algo, sobre todo desde que Rusia relaj¨® las sanciones impuestas por la Comunidad de Estados Independientes a los secesionistas abjazos en los noventa, a instancias de Tbilisi.
La alcald¨ªa de Mosc¨² ha ayudado a reparar la carretera del litoral desde la frontera en Adler hasta Gagra, y en d¨ªas alternos cuatro vagones de ferrocarril salen de Sujumi con destino a la capital rusa. Tambi¨¦n han aparecido nuevos hoteles y restaurantes, y, lo m¨¢s importante para asegurar el turismo ruso, la frontera de Adler permanece abierta, pese a las protestas de las autoridades georgianas. Mientras facilita el tr¨¢nsito de abjazos y rusos por Adler, Mosc¨² ha cortado las comunicaciones directas con el resto de Georgia.
El taxi colectivo que cubre el recorrido entre Adler y Sujumi va repleto de veraneantes que han pasado el d¨ªa en Sochi, la localidad de moda en el litoral ruso del mar Negro, donde tiene su residencia de verano el presidente Vlad¨ªmir Putin. Los pasajeros no se conocen entre s¨ª, pero conversan familiarmente.
"Los norteamericanos azuzan a Saakashvili contra Rusia para vengarse por nuestro apoyo a Cuba", dice uno. "En la URSS nadie se hubiera permitido insultar a Rusia como lo hace ¨¦l", afirma otro. Despu¨¦s, la conversaci¨®n deriva hacia las ventajas de este entorno frente a la ruidosa y ajetreada Sochi.
"En Sochi, todos tienen el signo del d¨®lar pintado en los ojos", exclama un oficial de polic¨ªa retirado. Procede de Vor¨®nezh y se aloja en una residencia del Ministerio de Defensa de Rusia, que, como muchas otras instituciones de aquel pa¨ªs, tiene centros de descanso en la costa. A Stalin tambi¨¦n le gustaba Abjazia, donde ten¨ªa por lo menos cinco dachas a su disposici¨®n. En una de ellas vive hoy el l¨ªder secesionista local, Sergu¨¦i Bagapsh.
Algunos empresarios rusos est¨¢n dispuestos a invertir en el territorio secesionista. Anatoli, un experto cibern¨¦tico de San Petersburgo, ha financiado la construcci¨®n de un hotel familiar de seis habitaciones, tras enamorarse de Abjazia cuando la visit¨® por primera vez hace cerca de tres a?os. El hotel est¨¢ regentado por Otar Kakalia, que en el pasado dirigi¨® la comisi¨®n de canje de prisioneros abjazos y georgianos. Por la noche, junto a una copa de champa?a, opina que Rusia es la ¨²nica que puede ayudar a los abjazos, porque Occidente, ni sabe, ni quiere saber nada de este antiguo pueblo. "Yo me siento europeo y occidental, pero me veo obligado a apostar por Rusia, porque ella es la ¨²nica que puede ayudarnos" dice. Seg¨²n ¨¦l, abjazos y georgianos no pueden vivir juntos porque les separan las atrocidades de la guerra.
En Abjazia, los contrastes son radica-les. En el paseo mar¨ªtimo de Sujumi, los hombres juegan a las damas o al ajedrez, beben caf¨¦ con morosidad, leen los peri¨®dicos y pescan en el malec¨®n; mientras, en las monta?as que rodean el valle de Kodor, los milicianos montan guardia por si a los georgianos se les ocurriera realizar una incursi¨®n. Al puesto de monta?a de Bagada me lleva Guram, sargento de la milicia. Guram fue empleado en una f¨¢brica qu¨ªmica en la vida civil y no quiere dejar la milicia, porque un civil abjazo cobra una media de 70 euros al mes, y un militar, cerca de 100 euros.
El sargento se para junto a un frondoso ¨¢rbol para recordar a Andriajin, un camarada que perdi¨® la vida aqu¨ª durante una incursi¨®n georgiana. El miliciano bebe vodka en uno de los intermitentes de su jeep, tras desatornillarlo con una navaja. El jeep de Guram se aver¨ªa en plena noche, en un distrito rural poblado por armenios, griegos, megrelos y abjazos, y por alg¨²n que otro georgiano que no huy¨® durante la guerra. Por suerte, estamos cerca de la base militar abjaza de Tsebelda, donde trabajan mujeres como Irina, una georgiana casada con un abjazo, y Teresa, una psic¨®loga vestida de uniforme militar y que, seg¨²n Guram, es respetada por su experiencia en el frente. La guerra de los abjazos no es toda su realidad, ni siquiera en Kodor. De repente, por estos parajes, como si fueran seres de otra galaxia, aparecen dos alegres chicas siberianas en shorts. Llevan el bronceador en la bolsa y est¨¢n encantadas de haber encontrado un sitio tan estupendo.
04 Osetia del Sur
Territorio en depresi¨®n
Mediados de diciembre de 2006. Los sueldos medios rondan los 70 euros, los j¨®venes emigran porque no hay trabajo y la incertidumbre se cierne sobre un territorio en situaci¨®n pol¨ªtica inestable.
Osetia del Sur (3.900 kil¨®metros cuadrados) tiene cerca de 70.000 habitantes y su capital en Tsjinvali, a 109 kil¨®metros de Tbilisi. La regi¨®n pertenec¨ªa a Georgia desde 1922, pero en 1991-1992 los osetios del sur rechazaron con las armas a los nacionalistas georgianos y se declararon independientes. El pasado noviembre, los osetios ratificaron su independencia en un refer¨¦ndum no reconocido internacionalmente. La posici¨®n de la rep¨²blica es precaria, debido a su configuraci¨®n territorial en forma de mosaico, en el que est¨¢n enquistados pueblos georgianos que se someten a Tbilisi. Adem¨¢s, Georgia ha conseguido crear un cisma entre los mismos osetios, al apoyar la elecci¨®n de un presidente leal a Tbilisi como alternativa a Eduard Kokoiti, el presidente promoscovita. El bloqueo del Kremlin a Georgia no se aplica a Osetia del Sur, que est¨¢ estrechamente emparentada con la regi¨®n vecina de Osetia del Norte, en territorio ruso.
Un puesto fronterizo marca el l¨ªmite del territorio separatista de Osetia del Sur, no lejos de Gori, el pueblo georgiano donde naci¨® Stalin, considerado un paisano ilustre por los osetios. En el control georgiano hay cinco guardas enmascarados; en el osetio, unos milicianos que me dejan sola junto a una estufa de le?a, en una habitaci¨®n llena de Kal¨¢shnikov y municiones.
Osetia del Sur es una zona deprimida donde los sueldos medios rondan los 70 euros. Al llegar al poder en Georgia en 2003, Mija¨ªl Saakashvili estableci¨® controles aduaneros y asfixi¨® el negocio de los osetios, consistente en el comercio de mercanc¨ªas que se transportaban desde Rusia por el t¨²nel Rokski y se vend¨ªan en el mercado de Ergueneti (en la ruta entre Tsjinvali y Tbilisi).
Los separatistas no controlan todo el territorio de Osetia del Sur, que f¨ªsicamente es un mosaico de pueblos osetios y georgianos mezclados entre s¨ª. El r¨¦gimen secesionista puede impedir que los georgianos accedan a la frontera rusa, pero se ve a merced de varios pueblos georgianos al norte de Tsjinvali, que dominan la ruta hacia el t¨²nel Rokski. Para esquivarlos, y con ayuda de Mosc¨², los osetios abrieron una desviaci¨®n. Los georgianos respondieron con otro desv¨ªo para evitar que les cortasen el acceso a Tbilisi. Ambas comunidades se comportan como dos vecinos de un edificio que buscaran modos de no cruzarse nunca en la escalera.
Osetios y georgianos subrayan sus diferencias. Los osetios se orientan por la hora de Mosc¨² (dos menos que en Madrid), y los pueblos georgianos enquistados en el territorio separatista, por la hora de Tbilisi (tres menos).
Al estar situada en el fondo de un valle, Tsjinvali es un blanco f¨¢cil de los tiroteos desde las monta?as circundantes. La ciudad es fea y est¨¢ descuidada. El ferrocarril que un¨ªa la regi¨®n a Rusia v¨ªa Georgia no funciona desde la guerra. En la taquilla, dos hombres juegan al domin¨®.
En Osetia del Sur no hay trabajo, y los j¨®venes emigran aprovechando los pasaportes rusos que Mosc¨² ha distribuido.Van preferentemente a Osetia del Norte, al otro lado de las monta?as del C¨¢ucaso, donde muchos tienen familiares. Mientras tanto, las pensiones de jubilaci¨®n rusas, que oscilan entre 2.000 y 3.000 rublos (entre unos 58 y 87 euros), salvan a 7.000 jubilados surosetios del hambre, afirma Naira Siuk¨¢yeva, de la Administraci¨®n local. Las pensiones surosetias son de 280 rublos (ocho euros).
Naira alberga hu¨¦spedes en su amplio caser¨®n, con una buena biblioteca de cl¨¢sicos rusos y dos ba?os. Es la esposa de Vladislav Gabar¨¢yev, que en los a?os noventa fue jefe de Gobierno del territorio secesionista. La familia tiene un hijo estudiando en la academia del Ministerio del Interior ruso en San Petersburgo y una hija cursando medicina en Vladikavkaz. Su situaci¨®n econ¨®mica se ha resentido del cierre del mercado de Ergueneti: ha tenido que renunciar a la mujer de faenas y se queja del precio de la calefacci¨®n. Gabar¨¢yev opina que los dirigentes surosetios deber¨ªan desarrollar m¨¢s los recursos de la regi¨®n, como la energ¨ªa hidroel¨¦ctrica y la agricultura, en lugar de tender la mano a Mosc¨².
En Tsjinvali hubo dos escuelas georgianas, que fueron destruidas. La desaparici¨®n del georgiano del sistema educativo no supone que el osetio sea la lengua de instrucci¨®n predominante. En la escuela n¨²mero 5, donde estudian 550 ni?os, las clases se imparten en ruso, y el osetio tiene car¨¢cter de asignatura. La escuela planea enviar a los profesores a cursos de capacitaci¨®n profesional en Rusia.
La escuela tiene un aura l¨²gubre. En el patio est¨¢n enterrados los combatientes muertos cuando Tsjinvali estaba asediada por los georgianos y no era posible abandonarla. Al acabar la guerra pensaron en trasladarlos al cementerio, pero finalmente decidieron qued¨¢rselos.
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