Un r¨ªo al rev¨¦s
El r¨ªo Guadiana ha perdido definitivamente su partida de nacimiento. Ya hab¨ªa dudas sobre si situar su origen en las lagunas de Ruidera, en la confluencia de los r¨ªos Gig¨¹ela y Z¨¢ncara o en los afloramientos de los Ojos. Ahora, la incontenible voracidad h¨ªdrica del ser humano le ha despojado por completo de estas tres posibles madres. El r¨ªo Guadiana nace hu¨¦rfano y ha sido adoptado por afluentes, trasvases, bombeos artificiales y hasta por aguas depuradas, cuando no vertidas sin tratamiento alguno.
Todo este tortuoso nacimiento conlleva que, al contrario que la mayor¨ªa de los grandes cursos fluviales de la Pen¨ªnsula, el Guadiana luzca su mejor paisaje hacia el final del recorrido, tras pasar una extenuante regulaci¨®n que lo retiene en algunos de los embalses m¨¢s grandes de Espa?a y en el mayor de Europa, el de Alqueva, ya en Portugal. Ni un manantial o glaciar de monta?a ni un valle cerrado ni una cascada precipitada hay aguas arriba. Ni siquiera le quedan los Ojos.
Nace hu¨¦rfano y es adoptado por afluentes, trasvases y bombeos
En su primer tramo lo agotan 60.000 pozos, de los que 20.000 son ilegales
“Hace treinta a?os, mi padre nos tra¨ªa a ba?arnos aqu¨ª y era una maravilla ver brotar el agua por los agujeros. Ahora lo utilizan los bichos (conejos, reptiles). Es una pena, porque si saliera agua, yo montar¨ªa aqu¨ª un chiringuito y ense?ar¨ªa a los turistas la zona, porque esto estar¨ªa precioso, pero por culpa del embalse de Pe?arroya se han secado. Y es que en la ciudad se ba?an mucho y aqu¨ª nos dejan sin agua”. Manuel Mart¨ªn, con un churumbel a cuestas o con una tajada de tocino con pan en la mano, despacha su verborrea al primero que busca despistado los restos de aquellos intermitentes manantiales, y se ofrece r¨¢pido para servir de gu¨ªa improvisado. Manuel es agricultor y tiene otra clase de chiringuito, uno al pie de la carretera en el que vende los melones y patatas que cultiva ah¨ª mismo.
Acompa?ar al Guadiana en sus primeros kil¨®metros resulta descorazonador. Al desolado secarral en el que se diseminan los Ojos, convertidos en peque?as oquedades entre rocas, le sucede la agon¨ªa de las Tablas de Daimiel, todo un parque nacional reconocido como humedal de importancia internacional, pero que se mantiene artificialmente vivo gracias a las transfusiones h¨ªdricas procedentes de bombeos y trasvases. Y lo peor es que nada alrededor da se?ales de comprensi¨®n y compasi¨®n por tan extenuado cauce. Todo lo contrario. Hay m¨¢s de 60.000 pozos, de los cuales 20.000 son ilegales, y enormes infraestructuras de riego que abastecen de agua a cultivos de regad¨ªo en tierras de secano, mientras a escasos metros las Tablas cuentan con menos del 1% inundado sobre su extensi¨®n original. Los acu¨ªferos 23 y 24, reservorios naturales que desde el interior de estas tierras llenaban de agua las l¨¢minas del parque y de otros humedales y permit¨ªan un tr¨¢nsito digno al r¨ªo entre Daimiel, Ciudad Real y el Campo de Calatrava, fueron los primeros de Espa?a en ser declarados sobreexplotados. Un plan especial impulsado por la Confederaci¨®n Hidrogr¨¢fica del Guadiana y consensuado con agricultores y ecologistas intentar¨¢ eliminar tan dudoso honor.
La incongruencia h¨ªdrica llega y sobrepasa el puente Navarro, una construcci¨®n a la salida del parque nacional cuyos arcos vieron correr generoso al Guadiana y que ahora muestra un lecho a merced de la vegetaci¨®n, donde los tarays se han hecho fuertes casi hasta los restos del castillo de Calatrava. Queda lejos la ¨¦poca en que un foso alimentado por el cauce rodeaba esta fortaleza, aseguraba su defensa y la convert¨ªa en una ciudad isla. Pocas curvas m¨¢s adelante, la historia se repite. El yacimiento de Alarcos mantiene en pie y recupera los vestigios de poblamientos iberos y medievales mientras el r¨ªo que les sirvi¨® de norte y fuente de vida se desdibuja y su trazado se adivina m¨¢s por la depresi¨®n del terreno y los carrizales que por el agua a la vista.
Agoniza este tramo del Alto Guadiana sin recibir gran ayuda de los primeros afluentes, como el Gig¨¹ela y el Jabal¨®n, a los que les son comunes tambi¨¦n la sobreexplotaci¨®n, las retenciones en embalses y el vertido de aguas mal depuradas. Hay que esperar a la llegada del Bullaque, que entra por la localidad de Luciana, para que el paseo por las m¨¢rgenes del Guadiana empiece a aliviar el trauma del inicio. “Realmente, el r¨ªo deber¨ªa llamarse Bullaque, porque gracias a este aporte es cuando mejora su aspecto y el cauce empieza a tener entidad”, se?ala Julio Barea, responsable de la campa?a de Aguas de Greenpeace, organizaci¨®n ecologista que hace unos meses emprendi¨® un tour r¨ªo abajo para denunciar su estado de conservaci¨®n. La ancha avenida del afluente deja en mal lugar la imagen de un Guadiana exhausto, con bifurcaciones perdidas que intentan llegar a la altura del Bullaque. “?Pero si es nuestro r¨ªo el que sube por el Guadiana porque casi siempre viene seco!”, exclaman un par de mujeres.
La orla de vegetaci¨®n natural se pierde con frecuencia a costa de plantaciones de eucaliptos que escoltan al r¨ªo hasta su entrada en la provincia de Badajoz por la sierra de la Umbr¨ªa, en el inicio de la ruta de los pantanos. Para los ribere?os de este tramo tan generosamente colmado de agua resulta siempre una noticia extra?a y sorprendente que se les informe que hace poco m¨¢s de una hora, r¨ªo arriba, se pod¨ªa vadear el cauce sin calar las suelas de las botas. Los Montes de Toledo y las sierras de Guadalupe y Altamira, que escurren afluentes sin regular ni explotar, y la sucesi¨®n de los embalses (C¨ªjara, Garc¨ªa de Sola y Orellana) ayudan a entender esa extra?a paradoja. Una paradoja que se acrecienta al repasar los datos: de los cuatro r¨ªos m¨¢s largos de la Pen¨ªnsula, es el de menor longitud (744 kil¨®metros), el de menor superficie de la cuenca (60.361 kil¨®metros cuadrados) y el de caudal m¨¢s ¨ªnfimo (70 metros c¨²bicos por segundo, frente a los 500 del Ebro o los 675 del Duero). Sin embargo, ocupa el segundo puesto tras el Tajo, tanto en capacidad de agua embalsada (aporta 8.292 hect¨®metros c¨²bicos de los 54.000 de toda Espa?a) como en n¨²mero de embalses (105 sobre un total de 1.300).
Con esta lluvia de cifras parece claro que, tras kil¨®metros de penuria, toca disfrutar de la amplitud del Guadiana, aunque sea artificial, en especial en la Zona de Especial Protecci¨®n para las Aves (ZEPA) de Puerto Pe?a-Sierra de los Golondrinos. El atardecer da vida al r¨ªo, dibujado con el silencioso planeo de las aves rapaces, numerosas en este entorno de La Siberia Extreme?a, donde el agua abundante, el bosque mediterr¨¢neo y los amplios roquedos modelan una versi¨®n mejorada del cauce.
Mejora su cara el Guadiana en Extremadura y la disfrutan especialmente los habitantes de Medell¨ªn, primera ciudad que vive de cara al r¨ªo; tanto, que su playa fluvial es la m¨¢s conocida y disfrutada del Guadiana. Aparte del patrimonio hist¨®rico-art¨ªstico de esta ciudad milenaria, sorprende ver las ruinas de otro patrimonio m¨¢s popular, el de los chiringuitos playeros que han salpicado la orilla del Guadiana y de afluentes como el Ortiga. “Hab¨ªa l¨ªneas exclusivas de autobuses desde Don Benito y otros pueblos que tra¨ªan a miles de personas que pescaban y se daban un chapuz¨®n en la playa”, recuerda el alcalde de Medell¨ªn, Jos¨¦ Antonio Caballero. Hay ocasiones en que los ba?istas chapotean cerca de las boyas y barreras que mantienen a raya a otra pesadilla que sufren las aguas continentales, la proliferaci¨®n de especies invasoras. Hace un a?o, el camalote, tambi¨¦n llamado jacinto de agua, sembr¨® el lecho del r¨ªo con sus ex¨®ticas hojas. Lo recuerda el alcalde, uno de los luchadores m¨¢s activos contra la plaga, que alcanz¨® su cota m¨¢xima en octubre de 2005, cuando lleg¨® a afectar a 75 kil¨®metros del cauce: “Al principio, la gente se lo tomaba como un adorno que quedaba bien, incluso se lo llevaban para plantarlo y decorar casas y jardines. Pero luego la superficie del Guadiana desapareci¨®, era algo incre¨ªble, como un enorme c¨¦sped sobre el r¨ªo. Afortunadamente, tras muchas denuncias y apoyos de organizaciones ecologistas, conseguimos que la Confederaci¨®n Hidrogr¨¢fica actuara y eliminara la invasi¨®n”. Los peligros llegan a veces as¨ª, disfrazados con buenos modales.
M¨¦rida, que tambi¨¦n sufri¨® la invasi¨®n del camalote, es otra ciudad que se siente orgullosa de la cercan¨ªa del Guadiana. La modernidad y el dise?o industrial del puente Lusitania se enfrenta a la historia y la solidez arquitect¨®nica del puente romano y entre ambas obras, y m¨¢s all¨¢ de sus l¨ªmites, la gente pasea, pedalea, corre, medita y se divierte. Todos agradecen una recuperaci¨®n paisaj¨ªstica que ha trocado una sucesi¨®n de vertederos y escombreras en un paseo fluvial muy bien conservado. Adem¨¢s cuenta con una atalaya magn¨ªfica para la ornitolog¨ªa: el puente romano, uno de los observatorios urbanos que m¨¢s satisfacciones reportan gracias a la diversidad de aves del entorno: mart¨ªn pescador, fochas y gallinetas comunes, ¨¢nades, ruise?or bastardo, avetorillo, garza real?
Como ocurrir¨¢ en Badajoz, la anchura del Guadiana en M¨¦rida es enga?osa. Un azud y el embalse de Montijo agrandan su cauce m¨¢s de lo que le corresponde, para luego volverlo a estrechar y acogotarlo con cultivos de regad¨ªos y plantaciones de eucaliptos. Con esta escolta ex¨®tica entra en la ciudad de Badajoz. No puede tener peor recibimiento. Greenpeace repasa las humillaciones: al ¨¢rbol for¨¢neo se a?aden graveras que ara?an la tierra a unos palmos del lecho del r¨ªo, escombreras legales e ilegales, cauces contaminados y viviendas que ocupan el dominio p¨²blico hidr¨¢ulico. “Oiga, esto no es ilegal, que aqu¨ª cuidamos a nuestras bestias [animales de granja] y casi no vivimos en las casas”, advierte, airado y sin querer identificarse, uno de los habitantes del improvisado poblado al pie del r¨ªo. Pero poco a poco se delata en la defensa del terru?o levantado en ¨¢rea prohibida: “Aqu¨ª el problema es cuando viene la crecida, porque entonces aquel brazo de all¨ª se llena [se?ala la margen izquierda] y no nos permite pasar y nos quedamos aislados”. El brazo tambi¨¦n es r¨ªo.
Hace nueve a?os, 30 personas perdieron la vida en las inundaciones ocurridas en dos afluentes del Guadiana en las inmediaciones de Badajoz, la mayor¨ªa habitaban en viviendas situadas en el dominio p¨²blico hidr¨¢ulico. Uno de esos afluentes es el Rivilla, en el que se nota un impacto m¨¢s, la contaminaci¨®n. Debido a esta concatenaci¨®n de impactos, en Espa?a s¨®lo el 11% de las aguas superficiales presentan una calidad acorde con los objetivos establecidos por la nueva directiva marco del agua de la Uni¨®n Europea. En el Guadiana, el porcentaje baja hasta el 7,63%.
Pepe Alba, pescador comprometido con el r¨ªo y defensor a ultranza del Guadiana como ecosistema, es la persona m¨¢s indicada para salir del bache emocional que produce la entrada del cauce en Badajoz y sumergirse en los para¨ªsos que se ocultan aguas abajo del azud que marca la salida de la ciudad. Aunque por aqu¨ª tambi¨¦n se dejan notar algunos zarpazos de las graveras, la orilla que enlaza con la llegada del primer afluente portugu¨¦s (el Caia) se convierte en un espect¨¢culo fluvial: r¨ªo ancho, cauce sereno y m¨¢rgenes bien provistas de ¨¢lamos, sauces y fresnos. Una invitaci¨®n al sosiego y a que se apague el d¨ªa para sorprender a centenares de garcillas, garcetas y cormoranes acomodarse en los ¨¢rboles que utilizan como confortables dormideros. “Varios colegas pescadores me dicen que esto de los cormoranes es una invasi¨®n que perjudica a la pesca y yo les respondo que lo que hay que preguntarse es si no ser¨¢ que estamos acabando con los caladeros de peces y suben r¨ªo arriba busc¨¢ndolos”.
Este remanso fluvial, que asimila y respeta la tradici¨®n manteniendo molinos y antiguas casas de campo repartidas por las laderas y puentes, deja paso, poco a poco, a la abundancia y la regulaci¨®n. “Hijo m¨ªo, ?qu¨¦ habr¨ªa sido de nosotros si el embalse no se construye?, nos habr¨ªamos muerto de sed; adem¨¢s, creo que es el embalse m¨¢s grande de Europa y uno de los m¨¢s grandes del mundo”. Concha cuenta orgullosa con los dedos en qu¨¦ puesto queda el embalse de Alqueva en cuanto a capacidad. Y se tiene bien aprendida la lecci¨®n. Es una vecina de Cheles, ¨²nico pueblo espa?ol con acceso directo a la orilla de este inmenso pantano. Como sucede en la vertiente portuguesa, se tiene una extra?a sensaci¨®n de derrumbe del paisaje al caminar por veredas y carreteras y ver que se acaban, que se las traga el agua, que el prado, el huerto, la granja o incluso el pueblo al que se dirig¨ªan est¨¢ sumergido. El embalse a¨²n no ha llegado a su cota m¨¢xima y permite contemplar escenas como ¨¦stas y como las de los pantalanes improvisados en Portugal, con numerosos todoterrenos aparcados en sus cercan¨ªas. Cada uno est¨¢ provisto de un remolque, y en ellos faltan las lanchas y barcas a motor que navegan por Alqueva.
Tambi¨¦n han crecido los chiringuitos donde pescadores, navegantes y turistas se solazan ante lo que ahora es, para aquellos que vengan por primera vez a estas tierras, un pintoresco mosaico de lagunas, brazos del pantano e islas de vegetaci¨®n. Y poco m¨¢s, a pesar de que la historia salpique la ladera portuguesa de Monsaraz de d¨®lmenes y menhires que visitan ¨²nicamente viajeros informados.
En Monsaraz, hermoso pueblo fortificado situado en la c¨²spide de una colina que domina el embalse en esta zona del Alentejo, Antonia Silva atiende una de las numerosas tiendas de artesan¨ªa y matiza la euforia que se respira en Cheles: “Vienen los mismos turistas y puede que haya un mejor paisaje, pero yo no le encuentro mucho sentido”. M¨¢s de ochenta kil¨®metros separan estas primeras colas del embalse de la cabecera, en Alqueva, trayecto en el que han quedado bajo las aguas pueblos como Luz, reconstruido ahora, as¨¦ptico y funcional, en la orilla.
Unos kil¨®metros m¨¢s al sur, en una cafeter¨ªa de Amendoeira da Serra, suenan fados y otras canciones tradicionales al ritmo de un acorde¨®n con comensales que, como Antonia, tampoco entienden muy bien las obras de Alqueva. Algunas tonadas hablan del inter¨¦s pol¨ªtico y urban¨ªstico que ha movido su construcci¨®n y el nulo inter¨¦s humano por las personas que han dejado sus pueblos y casas de toda la vida. Justo enfrente de la cafeter¨ªa se inicia el camino a Pulo do Lobo, un fen¨®meno geol¨®gico que se produce en el r¨ªo y que provoca unas turbulencias acu¨¢ticas que lanzan las aguas del Guadiana varios metros por encima de su lecho. El Guadiana vuelve a estar irreconocible y muestra otra de sus caras, ¨¦sta in¨¦dita hasta el momento, por su bravura y por el aspecto saludable de unas laderas frondosas protegidas como parque natural.
Queda la sensaci¨®n de estar asistiendo a un segundo nacimiento, a una fuerza desatada del r¨ªo que, desbocado, reclama un protagonismo casi salvaje. En M¨¦rtola comentan que pocas veces se ve el Pulo de Lobo en ese estado de ebullici¨®n acu¨¢tica. Las intensas lluvias oto?ales tienen la culpa.
M¨¦rtola es la primera poblaci¨®n portuguesa que mantiene un estrecho contacto con el r¨ªo, ya sin la interferencia directa del embalse. Fue aqu¨ª donde surgi¨® la idea de proteger sus m¨¢rgenes ante la amenazante presencia de los eucaliptos, concretamente desde la Asociaci¨®n para la Defensa del Patrimonio de M¨¦rtola, activa tanto en el campo ambiental como en el social. Patricia Turro trabaja en esta entidad y se ofrece de cualificada cicerone para recorrer, a bordo de un barco bautizado como Ecoteca del Guadiana, los ochenta ¨²ltimos kil¨®metros hasta la desembocadura. La embarcaci¨®n sirve de aula flotante para proyectos de investigaci¨®n y para fomentar la educaci¨®n ambiental. “Es una actividad trascendental para dar a conocer a la poblaci¨®n la importancia de la conservaci¨®n del r¨ªo y los proyectos de restauraci¨®n vegetal que se hacen a su alrededor”, resume Patricia. Gracias a esta labor, los ribere?os lusos son m¨¢s conscientes de la val¨ªa de los acantilados rocosos sobre los que se ve la silueta de un ¨¢guila perdicera, de las laderas m¨¢s alomadas en las que se alternan alcornoques y plantaciones de olivos y de los frondosos carrizales a pie del r¨ªo donde descansan y cazan las garzas reales. Esta mezcla de paisajes domina las orillas hasta Pomar?o, ¨²ltimo pueblo portugu¨¦s de la margen izquierda antes de que el Guadiana vuelva a compartir cauce con Espa?a.
En Pomar?o cae una lluvia intensa. El agua del cielo se junta con la del Guadiana y crea una burbuja acu¨¢tica de ambiente gris y extra?a belleza. El encanto se desvanece con las palabras de Luis de la Rasilla, ex profesor de derecho internacional de varias universidades espa?olas, cuyo domicilio actual es un barco anclado a escasos metros. Se?ala varios desmontes realizados para la construcci¨®n de una carretera a la altura del embalse del Chanza que alteran el paisaje en la ladera espa?ola. “Trabajan d¨ªa y noche”, a?ade De la Rasilla, “en una carretera que unir¨¢ Espa?a y Portugal, cuando ser¨ªa m¨¢s sensato y legal acondicionar una antigua v¨ªa de comunicaci¨®n que va por el interior y que pasa por el muro del embalse”. La Diputaci¨®n Provincial de Huelva, avalada por la Uni¨®n Europea, defiende el proyecto como una necesaria obra de comunicaci¨®n entre dos comarcas deprimidas.
El balc¨®n sobre el Guadiana en el Puerto de la Laja compensa esta mala imagen de bienvenida al r¨ªo en Espa?a. Un antiguo poblado minero, los restos de un cargadero de mineral que el tiempo ha convertido en imponentes restos de valor hist¨®rico-industrial y el inicio de una v¨ªa verde que recupera el trazado del ferrocarril que hac¨ªa el recorrido entre la mina y el puerto enmarcan el ancho cauce del Guadiana. Es imposible sustraerse a la invitaci¨®n para navegarlo, m¨¢s a¨²n a medida que pueblos como Sanl¨²car del Guadiana y El Romerano, en Huelva, y Alcoutim, Guerreiros do Rio y Almada do Ouro, en Portugal, descuelgan puertos y pantalanes en los que goletas, veleros y otras embarcaciones engalanan su lecho.
Jo?o Ministro, de la asociaci¨®n ecologista Almargem de El Algarve, se?ala tambi¨¦n las primeras construcciones de hormig¨®n que rompen el equilibrio arquitect¨®nico popular, dominado por la albura de las casas. “En Portugal tambi¨¦n tenemos miedo a que el urbanismo de la costa mediterr¨¢nea suba por el r¨ªo”.
En Espa?a ya lo ha hecho. Costa Esuri es una megal¨®mana urbanizaci¨®n que alojar¨¢ tres veces m¨¢s poblaci¨®n que el municipio al que pertenece, Ayamonte. Gr¨²as, chal¨¦s, apartamentos, hoteles y campos de golf bajan a ras del suelo el valor del paisaje poco antes de que el Guadiana se pierda en el oc¨¦ano Atl¨¢ntico entre Vila Real de Santo Ant¨®nio e Isla Canela. En cualquier caso, se trata de una muerte natural mucho m¨¢s digna que la que aborta su nacimiento.
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