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Reportaje:

M¨¢s all¨¢ del Sur

Fernando Savater

"?Oh, Patagonia!", exclam¨®. "T¨² no revelas tus secretos a los necios. Vienen expertos de Buenos Aires, incluso de Estados Unidos. ?Y qu¨¦ saben? S¨®lo cabe maravillarse de su incompetencia. Todav¨ªa ning¨²n paleont¨®logo ha exhumado los huesos del unicornio".

(Bruce Chatwin)

Ah, pero usted? ?todav¨ªa viaja?". As¨ª le repuso la novelista Fran?oise Sagan a un conocido, empe?ado en contarle no s¨¦ qu¨¦ traves¨ªa de la que acababa de regresar. La impertinente pregunta no deja de ser v¨¢lida: asombra un poco esta man¨ªa creciente de ir a sitios en los que nada se nos ha perdido y de los que volvemos casi siempre habiendo perdido algo. Tambi¨¦n los animales se trasladan, desde luego, pero tienen al menos coartadas evolutivas para sus migraciones. Sobre las de los ping¨¹inos discute hasta altas horas de la noche con un ornit¨®logo el escritor Bruce Chatwin, en alg¨²n rinc¨®n de su inolvidable cr¨®nica En la Patagonia. Acaban pregunt¨¢ndose si tambi¨¦n los humanos tendremos nuestros viajes programados en el sistema nervioso central: "?sta parec¨ªa ser la ¨²nica manera de explicar nuestro desasosiego demencial". Al cual llamamos turismo, para aliviarlo un poco.

Es muy probable que la Patagonia deba su nombre a las novelas populares, como California
En el mundo monosil¨¢bico al que derivamos, qu¨¦ gratamente articulados son los argentinos
Darwin nunca consigui¨® olvidar la Patagonia; su fantasma le acompa?¨® hasta su muerte
Al principio, Ushuaria fue poco m¨¢s que una misi¨®n de anglicanos y un torvo penal

No hay remedio, somos inquietos, queremos viajar, es decir: curiosear por el mundo, mientras a¨²n estemos en ¨¦l. Incluso a los m¨¢s sedentarios y burgueses, nos seduce de vez en cuando la tentaci¨®n de lo ex¨®tico. Pero? ?ad¨®nde iremos que cuando hayamos llegado, al poco rato, no nos parezca que lo conoc¨ªamos ya? Porque los lugares donde hay humanos se parecen todos bastante; y all¨ª donde no hay m¨¢s que naturaleza?, esos sitios son todos pr¨¢cticamente id¨¦nticos, salvo la geolog¨ªa, la flora y la fauna, es decir, asuntos que apenas nos conciernen. De modo que para elegir el destino de nuestro viaje tendremos que recurrir a la mitolog¨ªa.

Bruce Chatwin se decidi¨® a ir a la Patagonia por culpa de un correoso pedazo de piel lanuda que hab¨ªa en casa de su abuela, dentro de una vitrina, y que fue la obsesi¨®n de su infancia. Proven¨ªa de la Patagonia y supuestamente pertenec¨ªa a un milod¨®n, el perezoso gigante desaparecido en la prehistoria. Sin embargo, ese trozo de pellejo parec¨ªa reciente, casi contempor¨¢neo? ?Acaso quedaban a¨²n perezosos gigantes vagando ocultos y desconsolados por la estepa patag¨®nica? A?os m¨¢s tarde, Chatwin cumpli¨® la misi¨®n del ni?o y parti¨® en su b¨²squeda. Para saber si finalmente los encontr¨®, deben leer su libro, que ha funcionado como la reliquia del milod¨®n para muchos de sus lectores, entre los que me cuento: nos ha empujado hacia la Patagonia.

Desde luego, el mito no es cuesti¨®n de simple lejan¨ªa. El nombre tambi¨¦n ayuda, resulta esencial. Si decimos, por ejemplo, "me voy a Sidney", anunciamos un largu¨ªsimo traslado pero no una aventura; si en cambio decimos "salgo para la Patagonia", nuestro oyente siente un breve escalofr¨ªo, se le agolpan im¨¢genes de estepas inmisericordes y de un c¨®ndor sobrevolando un inmenso glaciar, incluso murmura: "?Patagonia! ?Qu¨¦ suerte!". De ese nombre tuvo la culpa el gran navegante portugu¨¦s Hernando de Magallanes, que intent¨® dar la vuelta al mundo y pereci¨® en el intento (la haza?a la complet¨® uno de sus compa?eros, un caballero de Gernika llamado Juan Sebasti¨¢n Elcano). Seg¨²n cuenta el cronista de la gran expedici¨®n, el italiano Antonio Pigafetta, cuando las naves de Magallanes llegaron a la orilla de aquellas tierras, se les apareci¨® de pronto "un hombre de gigantesca estatura, el cual, desnudo sobre la ribera del puerto, bailaba, cantaba y vert¨ªa polvo sobre su cabeza". El nativo era enorme: asegura Pigafetta que los expedicionarios europeos s¨®lo le llegaban a la cintura. A esa gente (que a s¨ª mismos se llamaban Selk'nam y tambi¨¦n fueron conocidos como los Onas), Magallanes les bautiz¨® como "patagones". Algunos dicen que el nombre se debe a lo enorme de sus pies, agrandados por unos borcegu¨ªes de piel que los hac¨ªan parecer a¨²n mayores. Pero hay otra explicaci¨®n: Magallanes era un ¨¢vido lector de novelas de caballer¨ªas, y en una de las m¨¢s famosas, el h¨¦roe Primale¨®n llega a una isla perdida y all¨ª se enfrenta con un terrible gigante llamado? ?Patag¨®n! (el episodio es un trasunto de otro de la Odisea, en el que Ulises ha de v¨¦rselas con el c¨ªclope Polifemo). De modo que es muy probable que la Patagonia deba su nombre a esas novelas populares, como tambi¨¦n California. Los adversarios delirantes de Don Quijote cobraron existencia m¨¢s all¨¢ del oc¨¦ano?

En cualquier caso, el nombre funciona: la Patagonia atrae la imaginaci¨®n de los turistas, que cada vez viajan a ella en mayor n¨²mero. Y muy especialmente desde Espa?a. No faltan desde luego buenas razones paisaj¨ªsticas, porque en la enorme bolsa patag¨®nica ?que podr¨ªa albergar c¨®modamente a Espa?a e Italia juntas? hay monta?as impresionantes y estepas m¨¢s impresionantes todav¨ªa, lagos de todos los tama?os y tonalidades, glaciares, ins¨®litas formaciones rocosas, bosques y hasta la ¨²nica selva fr¨ªa del planeta, lejos de la zona ecuatorial que acoge a las dem¨¢s. En cuanto a la fauna, pueden avistarse ballenas al alcance de la mano, lobos marinos de distinto pelaje, ping¨¹inos, c¨®ndores, guanacos, huemules, pumas, zorros ant¨¢rticos?; por no hablar de los restos f¨®siles de milodones, megaterios, gliptodontes y del titanosaurio, grande entre los m¨¢s grandes dinosaurios. Pero, sobre todo, la Patagonia es el sue?o del descenso hacia el sur, m¨¢s y m¨¢s al sur, hasta donde la tierra acaba. Vamos all¨¢.

Para comenzar por lo m¨¢s suave, llegamos a Bariloche, en las estribaciones de la vertiente argentina de los Andes. La combinaci¨®n de monta?as boscosas y lagos suscita como primera impresi¨®n estar en una versi¨®n desaforada de Suiza o Austria. La ciudad de San Carlos de Bariloche debe su nombre a un error, fecundo como tantos otros: all¨ª ten¨ªa anta?o su almac¨¦n, que era tambi¨¦n alto obligado de viajeros y centro de correspondencia, un chileno de origen alem¨¢n llamado don Carlos. Un pariente le escribi¨® desde Europa equivocando el tratamiento en castellano y dirigiendo su carta a "San" Carlos. Al hombre le hizo gracia y se apropi¨®, ya que no de la santidad, al menos del t¨ªtulo. El resto viene del top¨®nimo mapuche, Vuriloche, que significa "la gente que vive m¨¢s all¨¢ de las monta?as". Los mapuches fueron se?ores itinerantes de estas tierras, tanto del lado argentino como del chileno de la cordillera. Guerreros feroces y tenaces, que tuvieron en jaque a los blancos durante d¨¦cadas y les infligieron serias derrotas. Los rifles acabaron finalmente con ellos. Dirigiendo esos rifles, el general Roca, que all¨¢ por 1879 culmin¨® la victoria de la civilizaci¨®n en esas tierras y las conquist¨® para el Estado argentino, el comercio y los itinerarios tur¨ªsticos, ustedes y yo. En el centro c¨ªvico de Bariloche ?una plaza de arquitectura postizamente suiza, donde no faltan los perros San Bernardo con su barrilito al cuello dispuestos para la fotograf¨ªa y el reloj de la torre con su carill¨®n de figuritas que al dar las doce giran como la historia misma, el indio, el conquistador, el colono, etc?? se alza la estatua ecuestre del general Roca. El gran hombre parece m¨¢s preocupado que altivo, el caballo est¨¢ visiblemente cansado y todo el pedestal aparece lleno de pintadas recientes, muy insultantes, contra el exterminador de los indios. A¨²n quedan mapuches: la ma?ana que yo pase¨¦ por Bariloche se manifestaban en la calle contra la absoluci¨®n de un polic¨ªa que hab¨ªa matado a uno de los suyos.

En invierno, Bariloche es una famosa estaci¨®n de esqu¨ª. El cerro Catedral re¨²ne a los aficionados a este deporte, que provienen de la Argentina acomodada y de otros pa¨ªses. El cerro Tronador recibe su nombre de los rugidos de los glaciares que cuelgan de sus flancos al soltar bloques de hielo. En esas pendientes est¨¢ claramente marcado el retroceso del glaciar en los ¨²ltimos a?os, debido quiz¨¢ al calentamiento global. Al regreso de la visita, almuerzo en la hoster¨ªa Pampa Linda, propiedad del gran escalador Sebasti¨¢n de la Cruz, que subi¨® al cerro Torre ?quiz¨¢ la cumbre m¨¢s dif¨ªcil de la Patagonia? con s¨®lo 17 a?os.

Todo ello lo hacemos viajando a trav¨¦s del Parque Nacional de Nahuel Huapi, el primero de los grandes parques argentinos y uno de los m¨¢s hermosos. Esas tierras le fueron concedidas al perito Moreno como pago de sus servicios al Estado, y ¨¦l las revirti¨® a la comunidad para que se convirtieran en espacio p¨²blico de recreo y estudio. Francisco Pascasio Moreno, perito en la demarcaci¨®n de lindes geogr¨¢ficos con Chile y cuyo nombre lleva al m¨¢s c¨¦lebre de los glaciares patag¨®nicos (al que jam¨¢s lleg¨®), fue en gran medida el descubridor de la Patagonia como para¨ªso natural. Est¨¢ enterrado en una orilla del lago Nauel Huapi, en el centro del parque. Fue llevado hasta all¨ª en un barco de pasajeros que a¨²n hace servicios tur¨ªsticos por el lago y que tiene el nombre conmovedor de Modesta Victoria. Cuando el barco lleno de curiosos pasa frente al monumento f¨²nebre, hace sonar su sirena tres veces, como sucede en otro contexto al comienzo de la novela de Joseph Conrad precisamente titulada Victoria. El lago abunda en rincones preciosos, como el bosque de enormes arrayanes (nada que ver con los de la Alhambra) o la selva fr¨ªa valdiviana.

A poco m¨¢s de una hora de Bariloche est¨¢ El Bols¨®n (nada que ver con la familia hobbit), una peque?a localidad al pie del cerro Piltriquitr¨®n donde se instalaron a final de los sesenta varios grupos de hippies en busca de un espacio naturalmente privilegiado (se supone que all¨ª hay un grato microclima de propiedades regeneradoras) y tranquila reserva. Como deb¨ªan de tener m¨¢s o menos mi edad, supongo que la mayor¨ªa habr¨¢n muerto ya de viejos, pero a¨²n creo encontrar algunos en la feria regional de artesan¨ªas que se celebra ese jueves junto a la iglesia. A pesar de su car¨¢cter tur¨ªstico, muchos de los puestos venden cosas de buen gusto y calidad por encima de la media. Son especialmente curiosos los kultrum apuches, unos a modo de tambores que llevan en la piel el dibujo de las cuatro partes del universo seg¨²n la mitolog¨ªa nativa, apoyada en la huella trid¨ªgita de la pisada del ?and¨². Al menos esto es lo que creo entender de las explicaciones que me dan, porque en cada puesto hay un antrop¨®logo asilvestrado dispuesto a la m¨¢s amable (aunque a veces contradictoria) pedagog¨ªa. ?Qu¨¦ gratamente articulados son los argentinos! En el mundo monosil¨¢bico hacia el que derivamos, es agradable encontrar conferenciantes espont¨¢neos en cualquier parte, por modesta que sea, bien hablados y razonados, aunque sobre cada punto interesante haya siempre al menos dos o tres versiones diferentes que contrastar?

Sigamos rumbo al Sur. El Calafate es una peque?a poblaci¨®n que ha aumentado de tama?o y poblaci¨®n mucho en los ¨²ltimos cinco a?os, en proporci¨®n al creciente inter¨¦s por el Parque Nacional de los Glaciares junto al que est¨¢. El rey de todos ellos sin duda es el glaciar Perito Moreno, un farall¨®n de hielo que desciende hasta uno de los brazos del lago Argentino y que ocupa 250 kil¨®metros cuadrados. Sus proporciones son impresionantes: 30 kil¨®metros de largo, 5 de ancho y 160 metros de altura, 60 de ellos fuera del agua. A poco que se espere en las pasarelas dispuestas frente a ¨¦l para contemplarlo a gusto, pueden o¨ªrse sus hondos rugidos, que suelen preceder al desprendimiento de alg¨²n bloque n¨ªveo y fantasmal. Tambi¨¦n es muy hermoso navegar a lo largo de su coraza.

La tarde est¨¢ nublada, lo que hace resaltar a¨²n m¨¢s los bell¨ªsimos tonos azulados de las grietas de esas moles flotantes, que derivan con languidez tit¨¢nica. Aunque no tan grandes como el Perito Moreno, los dem¨¢s glaciares resultan a¨²n m¨¢s art¨ªsticos: el Upsala, el Onelli, cada uno tiene su perfil y hasta personalidad propia. Quiz¨¢ el m¨¢s bello sea el Spegazzini, con su impresionante muralla g¨®tica de agujas y minaretes que se alza cien metros fuera del agua. En todo el trayecto, las aguas pur¨ªsimas del lago tienen un tono blanquecino producido por la llamada "leche de glaciar" que desprenden los colosos. Y en las rocas que flanquean el Spegazzini, para completar la magia del momento, vemos a un c¨®ndor adulto que nos contempla con cierta severidad.

Pero, con todo, no son glaciares ni bosques lo m¨¢s impresionante de Patagonia. Lo verdaderamente ¨²nico e inolvidable es all¨ª donde no hay nada: la estepa. Kil¨®metros y kil¨®metros de soledad plana y desnuda, bajo un cielo inmenso por el que se arrastran largas nubes lenticulares que parecen alas olvidadas por ¨¢ngeles aburridos que prefirieron venirse a vivir entre los hombres. La vegetaci¨®n es m¨ªnima, a menudo totalmente inexistente: s¨®lo se ven algunos valerosos calafates y peque?as bolas redondeadas, gris¨¢ceas o amarillentas de coir¨®n, el ¨²nico atisbo de pasto que por all¨ª puede encontrarse. Aqu¨ª y all¨¢ algunas rocas peladas, bloques err¨¢ticos abandonados en su marcha por glaciares de tiempos remot¨ªsimos. Y el viento, siempre el viento azotando y empujando con obstinaci¨®n maligna, como si quisiera borrarlo todo de una vez para empezar de nuevo no se sabe qu¨¦ historia: s¨®lo los caranchos lo desaf¨ªan de vez en cuando con su vuelo urgente y raso.

No es f¨¢cil comprender ni mucho menos transmitir el extra?o arrobo de esta desolaci¨®n sin confines. As¨ª lo sinti¨® Charles Darwin, que con s¨®lo 22 a?os recorri¨® estos parajes con la expedici¨®n del Beagle, levantando acta de cuanto ve¨ªa, fueran animales, rocas o f¨®siles. Tras haber mencionado la "maldici¨®n de la esterilidad" que abruma a la estepa, anota: "Sin embargo, en medio de estas soledades, sin que exista cerca ning¨²n objeto atrayente, se experimenta una indefinida pero poderosa sensaci¨®n de placer". Y nunca consigui¨® olvidar la Patagonia, cuyo fantasma le acompa?¨® hasta el d¨ªa de su muerte, tan lejano en el tiempo y en el espacio de aquel viaje inici¨¢tico.

No parece adecuado partir de Calafate sin visitar alguna de las estancias circundantes. De modo que volvemos a la carretera que atraviesa la estepa. En el camino, como es casi inevitable, pasamos por la estancia Anita, la m¨¢s grande de toda la Patagonia y tambi¨¦n la de m¨¢s triste fama por las matanzas de huelguistas a comienzos de los a?os veinte. En aquellos d¨ªas, el anarquista espa?ol Antonio Soto y algunos otros sindicalistas clandestinos trataron de conseguir mejoras laborales (tan modestas y razonables que hoy nos resultan conmovedoras) para los peones que trabajaban en las grandes estancias. Iniciaron un movimiento huelguista que no careci¨® de algunos actos violentos contra los patronos. Los caciques locales, tanto argentinos como ingleses y norteamericanos, recurrieron al Gobierno de Buenos Aires ?era presidente Hip¨®lito Yrigoyen? que despu¨¦s de algunos acercamientos paternalistas orden¨® o permiti¨® reprimir el levantamiento con crueldad memorablemente infame. All¨ª, en la estancia Anita, tras rendirse sin resistencia y ser desarmados, fueron ejecutados cientos de trabajadores ?en su mayor¨ªa chilenos que esperaban ser repatriados? por el Ej¨¦rcito argentino al mando del teniente coronel Varela. El episodio ha sido contado muchas veces por escrito, aunque quiz¨¢ su narraci¨®n m¨¢s inolvidable sea la gran pel¨ªcula dirigida por H¨¦ctor Olivera La Patagonia rebelde, con excelentes interpretaciones de H¨¦ctor Alterio y Federico Luppi. Revisada hoy, sigue siendo uno de los cl¨¢sicos m¨¢s limpios y conmovedores del cine de denuncia pol¨ªtica que jam¨¢s se han hecho. All¨¢ en Calafate no se habla mucho de la matanza ni de d¨®nde tuvo lugar, pero hay junto a la carretera un modesto monumento coronado por una cruz y descuidado que marca el sitio m¨¢s o menos exacto. En la placa, adem¨¢s de las fechas y la menci¨®n de la matanza, unas pocas palabras tomadas de una canci¨®n: "Si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia". Am¨¦n.

En la estancia, contamos con la suerte de un d¨ªa excepcionalmente claro, por lo que se divisa con ins¨®lita precisi¨®n el cerro Adriana, cuya silueta tutela a lo lejos el recinto. La Nibepo Aike es actualmente propiedad de don Juan, un hijo de holandeses procedente de la provincia norte?a de Mendoza que comenz¨® trabajando en la Anita hasta casarse con la hija del due?o y convertirse en patr¨®n de estas tierras. Todo ello pas¨® hace mucho: ahora es un amable se?or mayor que toma el sol en el porche de uno de los edificios estancieros, mientras los visitantes llegamos y partimos en d¨®ciles huestes. Tras almorzar un asado criollo en el que no puede faltar el omnipresente cordero patag¨®nico, los turistas pueden dar un paseo a caballo o caminar por alguno de los senderos hasta el peque?o lago. Por el camino, veo en las ramas de los ¨¢rboles unos curiosos adornos sedosos de tono blanco-amarillento llamados "farolillos chinos" y en otros lugares "barbas del diablo". Son vegetaciones par¨¢sitas que, como los l¨ªquenes, s¨®lo aparecen en zonas donde el aire es de extraordinaria pureza. Y aqu¨ª tiene que serlo, sin duda: no debe de haber sitio menos contaminado en toda Am¨¦rica.

Y sigamos hacia el Sur, m¨¢s y m¨¢s al Sur? hasta que se nos acabe la tierra. Si los Andes fueran la columna dorsal de un gigante, Ushuaia estar¨ªa situada en su rabadilla. Es la ¨²ltima ciudad, la m¨¢s austral del mundo, aunque claro, seg¨²n se mire: si se viene del Polo Sur, es la primera ciudad que encontramos. Y ?por qu¨¦ no darle de vez en cuando la vuelta al mapamundi y ponerlo con los pies en alto? Desde el aire, rodeada de monta?as y derramada en torno a su puerto en la peque?a bah¨ªa que all¨ª forma el canal Beagle, Ushuaia tiene un aspecto fr¨¢gil y pintoresco. Abundan las casas peque?itas, de madera y colores vivos, con aspecto inequ¨ªvoco de haber brotado hace pocos a?os. Entre ellas deambula un gran n¨²mero de perros abandonados, de todos los tama?os y pelajes, en distintos grados de asilvestramiento (estos perros sueltos son una constante en casi todas las poblaciones patag¨®nicas, aunque aqu¨ª abundan m¨¢s).

Cuando pas¨® por all¨ª, a comienzos de los setenta, Bruce Chatwin anot¨® que en Ushuaia no hab¨ªa ni?os ni apenas j¨®venes: hoy, por el contrario, son la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Una pol¨ªtica de incentivos econ¨®micos del Gobierno argentino para poblar la zona y darle peso demogr¨¢fico frente al vecin¨ªsimo Chile es la causa de esta transformaci¨®n. Y tambi¨¦n el crecimiento del turismo (incluidas las giras por la Ant¨¢rtida, que est¨¢ s¨®lo a mil kil¨®metros de distancia) y los cruceros que dan la vuelta por el m¨ªtico cabo de Hornos y ascienden hasta Punta Arenas, situado en el extremo oeste del estrecho de Magallanes. Cuando se recorre el terreno circundante a Ushuaia se encuentran bastantes edificios en construcci¨®n y sobre todo numerosas parcelas vendidas, prueba de que los argentinos pudientes sue?an cada vez m¨¢s con tener una segunda residencia en este lugar postrero. El caso es que el reclamo de la Tierra del Fuego prende cada vez m¨¢s en las imaginaciones y, probablemente dentro de cinco o diez a?os, Ushuaia ser¨¢ muy diferente (en parte para mal y en parte para bien) de como la vemos hoy.

Fue tambi¨¦n Magallanes, navegando arriesgadamente hacia lo a¨²n desconocido por el canal que hoy lleva su nombre, quien la llam¨® "tierra de humo", al ver los penachos que se alzaban desde las fogatas de los ind¨ªgenas. M¨¢s tarde, cuando Juan Sebasti¨¢n Elcano inform¨® a la Corona de los incidentes de su inmensa expedici¨®n, el rey Carlos V concluy¨® con l¨®gica imperial que donde hay humo debe tambi¨¦n haber fuego. Y con el nombre de Tierra del Fuego se qued¨®. Al comienzo, Ushuaia fue poco m¨¢s que el emplazamiento de una misi¨®n de anglicanos brit¨¢nicos ?que sol¨ªan ser diezmados con cierta frecuencia por los yamanas, los pobladores originarios? y luego un torvo penal para condenados especialmente peligrosos. El antiguo presidio de Ushuaia fue construido por los propios penados que deb¨ªan habitarlo en obras que duraron desde 1902 hasta 1920; contaba con 380 celdas que llegaron a albergar 600 reclusos. Fue definitivamente clausurado en 1947. Ahora puede visitarse como museo mar¨ªtimo, aunque conserva bien reconocibles sus antiguas instalaciones carcelarias y el recuerdo en muchas de sus celdas de los penados.

El museo guarda r¨¦plicas de los principales barcos que jugaron un papel en la historia de Ushuaia y Tierra del Fuego, desde la Descubierta y la Atrevida, las dos corbetas al mando de Alejandro Malaspina que llevaron a cabo la expedici¨®n cient¨ªfica m¨¢s importante que acometi¨® Espa?a en sus colonias de ultramar. Por supuesto, tambi¨¦n hay una maqueta del Beagle, que al mando del capit¨¢n Robert Fitzroy, descubri¨® all¨¢ por 1831 el canal que lleva su nombre y en el que viaj¨® un curioso llamado Charles Darwin. El capit¨¢n Fitzroy ten¨ªa 27 a?os, y el aprendiz de cient¨ªfico, cinco menos.

Como no puedo remediar que me atraigan los piratas, debo interesarme por la reproducci¨®n del Sokolo, la nave modesta y audaz de quien fue llamado "el ¨²ltimo pirata del canal Beagle". En realidad se trataba de un contrabandista de alcohol y traficante con cueros de foca que respond¨ªa al nombre de Pascual¨ªn R¨ªspoli, m¨¢s propio del banderillero de un cuento de Camilo Jos¨¦ Cela que de un corsario como es debido. La haza?a m¨¢s famosa de R¨ªspoli fue su participaci¨®n en la fuga del anarquista Sim¨®n Radowitzky, condenado de por vida a Ushuaia por el asesinato de un funcionario en Buenos Aires. La evasi¨®n estuvo marcada por episodios entre grotescos y dram¨¢ticos, pero el dudoso pirata cumpli¨® su parte y naveg¨® con el evadido por el Beagle hasta dejarle en un lugar inh¨®spito pero seguro. Todo fue in¨²til ?salvo para la leyenda, que es lo que cuenta?, porque finalmente Radowitzky fue apresado de nuevo en Punta Arena y devuelto al presidio de Ushuaia.

Frente al puerto, en uno de los m¨¢s antiguos edificios de Ushuaia que antes fue casa del gobernador ?o equivalente? y despu¨¦s banco, se alberga el llamado "museo del fin del mundo". La colecci¨®n heterog¨¦nea no es tan memorable como ese nombre. Hay una melanc¨®lica vitrina con p¨¢jaros disecados, entre los que destaca un albatros especialmente apolillado pero de colosal envergadura, el mascar¨®n de proa imponentemente femenino del Duchess of Albany, embarrancado en la caleta Policarpo el 13 de julio de 1893, varias fotograf¨ªas de Ushuaia en los a?os treinta ?no cabe duda de que han progresado? y diversos recuerdos e im¨¢genes de los tehuelches o yamanas, los ind¨ªgenas locales. En la peque?a localidad de Puerto Williams, en la orilla opuesta del canal Beagle, vive a¨²n (ya nonagenaria) la ¨²ltima representante de esa etnia por la que ahora, ya convenientemente exterminada, se muestra el m¨¢s vivo y conmovedor inter¨¦s antropol¨®gico. Siempre ocurre lo mismo?

Embarcamos en el puerto de Ushuaia para una breve excursi¨®n por el canal. Entre las embarcaciones que all¨ª fondean destaca un yate algo m¨¢s peque?o que un trasatl¨¢ntico, con pista de aterrizaje en la popa y helic¨®ptero incorporado, que los comentarios de la gente conceden en propiedad al mism¨ªsimo Bill Gates. Por lo visto el gran hombre est¨¢ a punto de partir para la Ant¨¢rtida en esa nave confortable. Nuestro vapor es mucho m¨¢s modesto, pero suficiente para nuestro empe?o. La navegaci¨®n por el canal Beagle nos va llevando de islote en islote por unas aguas tranquilas como las de una piscina?, aunque nos advierten los marineros que no siempre son as¨ª. En la isla Bridges, la m¨¢s pr¨®xima al puerto, ya encontramos lobos marinos de un pelo yaciendo como odaliscas de Ingres, aunque algo m¨¢s gorditos, y rodeados por cormoranes imperiales, una de las aves de mejor dise?o que conozco. Poco m¨¢s all¨¢, en otro islote, est¨¢n los lobos marinos de dos pelos, que son los m¨¢s apreciados por los cazadores de pieles. La verdad es que no tengo muy claro la diferencia pilosa entre unos y otros, pero por lo visto es sustancial: yo aprend¨ª a distinguirlos no al natural, sino en los cuentos leyendo al vigoroso narrador chileno Francisco Coloane, que es uno de los mejores y m¨¢s imaginativos cronistas de estas tierras fueguinas. Cerca de los hogares de los lobos marinos encontramos la roca sobre la que se alza el faro Les Eclaireurs, el m¨¢s austral de todos los que existen. Es ¨¦ste realmente "el faro del fin del mundo", pues aquel otro que polariza la novela de Julio Verne del mismo t¨ªtulo se alza en la isla de los Estados, frente a la punta este de la bota de Tierra del Fuego, pero est¨¢ situado un poco m¨¢s al norte. Por cierto, yo creo que toda la ret¨®rica en torno al "fin del mundo" que estimula la fantas¨ªa de los viajeros por Tierra del Fuego se debe en buena medida a la sonoridad y celebridad del t¨ªtulo de Verne. Est¨¢ bien que as¨ª sea, porque las obras completas del autor franc¨¦s aparecieron bajo el t¨ªtulo global, de obvias resonancias pretur¨ªsticas, de Viajes extraordinarios.

Seguimos durante m¨¢s de una hora por el canal Beagle, rumbo a la isla Martillo, donde est¨¢ la ping¨¹inera. Mientras naveg¨¢bamos hacia ella, se me ven¨ªa a la cabeza una gansada que le¨ª en uno de los diccionarios de mi admirado Jos¨¦ Luis Coll: "Ning¨¹ino, exclamaci¨®n del explorador ant¨¢rtico cuando llega a la ping¨¹inera y est¨¢ vac¨ªa?". Bueno, pues no fue nuestro caso. En la isla Martillo se apretujaban los ping¨¹inos magall¨¢nicos, apresur¨¢ndose de ac¨¢ para all¨¢ como ma?tres de un restaurante caro. Mientras los miraba, c¨¢ndidos y polares, me desped¨ªa all¨¢ ?en el sur m¨¢s all¨¢ del sur? de la Patagonia. Y se me agolpaban las ganas de regresar para visitar tanto como me falta de sus maravillas y misterios. Porque durante el viaje, ante incomodidades o fastidios, uno anhela cien veces volver; pero cuando llega la hora del regreso, incluso antes de partir, ya empieza la nostalgia no tanto de lo remoto como del hecho heroico de haber abandonado nuestras rutinas. Y vienen a la memoria los versos de Jorge Ortega en Rutas alternas: "Anclado en el desierto, / no habr¨¢ ya laberinto en el que extraviarse. / Elige, pues, el m¨¢s largo trayecto / para volver a casa".

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