La batalla de la raz¨®n
Hay lectores de historia que s¨®lo creen en movimientos de masas, tendencias ideol¨®gicas y mutaciones colectivas por factores socioecon¨®micos; otros, sin desde?ar lo anterior, est¨¢n convencidos de que lo que realmente cuenta en los grandes cambios es la acci¨®n puntual de unas cuantas personas, tan pocas como decisivas. Estos ¨²ltimos, en particular, leer¨¢n con especial entusiasmo esta entretenida e informada historia de la Enciclopedia gratamente escrita por Philipp Blom. Sin duda, la gestaci¨®n del gran compendio ilustrado del saber y los incidentes -a veces rocambolescos- de la lucha contra poderes f¨¢cticos y rencillas personales para poder culminarlo tiene los elementos de suspense de una novela emocionante. Y demuestra mejor que cualquier razonamiento la importancia de la tenacidad de unos cuantos particulares, aquejados de los vicios comunes a la humanidad pero due?os tambi¨¦n de algunas virtudes no tan frecuentes, a la hora de cumplir empresas que confirman el discutido milagro llamado "progreso".
ENCYCLOP?DIE
Philipp Blom
Traducci¨®n de Javier Calzada
Anagrama. Barcelona, 2007
460 p¨¢ginas. 22 euros
Que obras como la Enciclopedia logren llevarse a cabo en defensa de la raz¨®n y contra las supersticiones es un misterio a admirar
Aparte de numerosas an¨¦cdotas sabrosas sobre personajes tan dif¨ªcilmente olvidables para cualquier aficionado a la historia de la cultura europea como Voltaire, Rousseau o Diderot, este libro nos permite recordar una serie de aspectos que chocan con cierta mentalidad conformista actual (sea de derechas o de izquierdas, tanto da: es dif¨ªcil saber en cual de las dos manos abundan m¨¢s los biempensantes). Por ejemplo, los m¨¢s destacados enciclopedistas fueron simples aficionados (?incluso completos autodidactas, como Diderot!), no profesionales de la universidad o de otras academias. El Chevalier Louis de Jaucourt o el bar¨®n d'Holbach -por no mencionar al mism¨ªsimo Voltaire- escrib¨ªan con admirable audacia sobre los temas m¨¢s diversos, lo que jam¨¢s hubieran hecho de ser especialistas diplomados en tal o cual materia. Prefirieron dedicarse a lo que hoy llamamos "divulgaci¨®n" que a la erudici¨®n repetitiva y censora que entonces -exactamente igual que ahora- sol¨ªa considerarse como la tarea seria y cient¨ªfica de primer grado. Se dirig¨ªan por medio de una obra comercial a un p¨²blico amplio y no especializado, es decir, que si entonces hubi¨¦ramos tenido el lenguaje mastuerzo actual les habr¨ªan calificado de "intelectuales medi¨¢ticos". Lo fueron y a mucha honra: por eso mismo resultaron ¨²tiles, incluso revolucionarios, en vez de ser simples pedantes malhumorados y admonitorios.
Otro aspecto relevante, bien su
brayado por Blom: una de las causas de que la Enciclopedia lograse salir adelante a pesar de sus enemigos ideol¨®gicos y tantas otras dificultades fueron precisamente los intereses econ¨®micos de sus editores y suscriptores. Sin duda en demasiadas ocasiones los afanes comerciales han malbaratado empresas creadoras que iban a contracorriente: pero tambi¨¦n a veces -como en la Enciclopedia- resulta ser precisamente el af¨¢n de lucro (o el miedo a las p¨¦rdidas) lo que preserva de asechanzas mayores a una obra subversiva. Por supuesto, no sin concesiones impuestas, como los cortes del editor Le Breton que tanto desesperaron a Diderot. Y es importante subrayar entre ese pu?ado de individuos que sacaron adelante la Enciclopedia no s¨®lo a quienes colaboraron en la obra escribiendo sus art¨ªculos sino tambi¨¦n a esos suscriptores puntillosos pero fieles que lucharon en todo momento porque se les hiciera llegar la mercanc¨ªa que hab¨ªan pagado y que estimaban de forma tan perseverante.
La gran Enciclopedia no fue solamente una tarea humanista sino tambi¨¦n desesperadamente humana. Las rivalidades entre sus principales autores, los ocasionales des¨¢nimos de Diderot -el verdadero y ¨²nico motor imprescindible del conjunto- o su injustificado menosprecio a colaboradores tan abnegadamente indispensables como el Chevalier de Jaucourt, las veleidades de Rousseau o el distanciamiento aristocr¨¢tico de Voltaire, la ben¨¦vola pero equitativa tutela de Malesherbes (censor providencial y m¨¢s enciclopedista en su tolerancia ilustrada que la mayor¨ªa de los enciclopedistas propiamente dichos)... todo ello configura una saga colorista que el autor de este libro narra con br¨ªo y habilidad. Que obras como la Enciclopedia logren llevarse a cabo en defensa de la raz¨®n y contra las poderosas supersticiones de los tiempos es uno de esos misterios que deber¨ªan admirar m¨¢s a los lectores que los enigmas postizos de El C¨®digo Da Vinci y otras s¨¢banas santas. Por lo dem¨¢s, esta gran obra tiene un lado terrible, como toda verdadera tarea del esp¨ªritu cuando sopla en libertad: Thomas Carlyle, pensando en la Revoluci¨®n Francesa, dijo que la segunda edici¨®n de la Enciclopedia fue encuadernada con la piel de quienes se rieron de la primera...
Philipp Blom es por su propia
biograf¨ªa un producto de la gran Europa que los enciclopedistas propugnaron: nacido en Hamburgo, se educ¨® en Viena y Oxford, colabora en peri¨®dicos europeos y de Estados Unidos, y vive en Par¨ªs. Desde mi incompetencia, he descubierto algunos puntos dudosos en su libro: por ejemplo, Spinoza no fue un "converso al juda¨ªsmo" -?m¨¢s bien lo contrario!- y el argumento ontol¨®gico de San Anselmo no qued¨® liquidado por Gaunil¨®n (a¨²n lo revive a su modo Descartes). Minucias, en cualquier caso, que no empa?an el inter¨¦s y el agrado con que se lee esta obra.
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