Oferta de inmigrantes en el escaparate
Cientos de 'sin papeles' esperan al alba en plazas de Madrid a ser reclutados para trabajar hasta 14 horas en urbanizaciones
Todo est¨¢ a oscuras, menos la cristalera del bar Yakarta. Dentro hay m¨¢s de 80 hombres esperando a cerrar un trato. En realidad, es un escaparate transparente. Ofrece mano de obra barata y sin papeles para la construcci¨®n. Las furgonetas aparcan en el chafl¨¢n de la plaza El¨ªptica de Madrid. Son las seis y media. Muy pronto, y Manuel, ecuatoriano, abre la boca para bostezar. El atasco matutino est¨¢ en proceso de formaci¨®n, pero a¨²n se circula bien. Los pistoleros (reclutadores de trabajadores, la mayor¨ªa sin documentos en regla, para las obras) levantan la vista y se?alan con el dedo. Manuel olvida el Cola-Cao en la barra y encoge la cabeza para meterse en uno de los veh¨ªculos, que ya ocupan hasta tres filas frente al bar. ?La direcci¨®n? Cualquiera de las nuevas urbanizaciones en construcci¨®n.
El sueldo, "si hay suerte y te pagan", entre 30 y 50 euros. Todo ilegal, sin facturas
A Rafael le quitaron el pasaporte y le mandaban los trabajos m¨¢s peligrosos
No es el ¨²nico punto de recogida de sin papeles. Tambi¨¦n sucede cada ma?ana en Atocha, en la plaza de Castilla y en el centro de muchos pueblos de la Comunidad de Madrid: Mejorada, Arroyomolinos, Majadahonda, Boadilla o La Cabrera. "No tenemos ninguna elecci¨®n. Hay que venir aqu¨ª y rezar para que te cojan", dice Manuel con un gorrito de lana calado hasta los ojos oscuros. Las jornadas oscilan entre las 10 y las 14 horas. El sueldo, "si hay suerte y te pagan", entre 30 y 50 euros. Todo ilegal, sin facturas. Sin pruebas. Todo subterr¨¢neo, aunque sea a la vista de los coches de la polic¨ªa que patrullan por la plaza de Castilla un lunes al alba.
Manuel sabe de lo que habla. Una vez le contrataron para cuatro d¨ªas. "Qu¨¦ bien", recuerda que pens¨®. Quedaron en pagarle al final. A¨²n est¨¢ esperando la llegada de la furgoneta. Le dejaron plantado el ¨²ltimo d¨ªa. Una circunstancia bastante habitual, seg¨²n relata Ignacio Garc¨ªa, sindicalista de obra de la Federaci¨®n de la Construcci¨®n de CC OO: "La mayor¨ªa de las veces les dejan el dinero a deber. Son unas mafias que les tienen atemorizados y que saben que est¨¢n indefensos. No se atreven a denunciar porque saben que les van a pedir los papeles y, como no tienen, los expulsar¨ªan del pa¨ªs".
As¨ª que resulta que es un c¨ªrculo vicioso "bastante semejante al de la explotaci¨®n sexual". En algunos casos, esa semejanza, seg¨²n Garc¨ªa, llega hasta el punto de que los patronos los captan desde el pa¨ªs de origen y los mantienen "en sus manos" por las deudas contra¨ªdas para pagar el viaje a Espa?a.
En la plaza de Castilla se estila otra clase de desayuno distinto del de la plaza El¨ªptica. Aqu¨ª los hombres piden copas de an¨ªs o de co?ac. Apenas se ven los sobrecitos amarillos de cacao. Ni las porras y el caf¨¦ con leche del Yakarta. Rafael apura un botell¨ªn de agua y lanza miradas intermitentes a la acera de enfrente. Aguarda a una furgoneta para ir "a la zona de Algete". Rafael, ecuatoriano, lleva una mochila colgada de la espalda y asegura que tiene papeles. Pero conoce "mucha gente que no tiene nada". Antes, ¨¦l tampoco ten¨ªa. "Fue duro", recuerda. Le mandaban los trabajos m¨¢s peligrosos y le quitaron durante semanas su pasaporte. Nunca supo para qu¨¦.
En las obras tambi¨¦n hay clases. Unas jerarqu¨ªas que marcan las nacionalidades, las razas y la situaci¨®n legal. "Los negros son los que est¨¢n peor", explica Garc¨ªa. Muchos de ellos comparten una misma tarjeta de identidad fotocopiada. "Comen fuera de los forjados, en las casetas", revela Garc¨ªa, que ha sido testigo "a pie de obra" de muchas de estas situaciones. Los chicos, sin ninguna otra alternativa, se confiesan a ¨¦l. Le dan sus m¨®viles y le piden ayuda. "A un chaval lo mandaron desnudo hasta la frontera con Portugal para que lo echaran del pa¨ªs. Se hab¨ªa rebelado contra ellos", cuenta.
Michel tiene las manos oscuras encallecidas, con cicatrices blanquecinas haciendo relieve sobre los dedos rugosos. Es negro. De Mal¨ª. Lleva una camiseta de rayas rojas y no quiere hablar. S¨®lo concede que est¨¢ esperando a que le contraten porque se lo dijo un amigo a quien, a su vez, se lo dijo otro amigo. "Tengo muchos amigos", sonr¨ªe con una mueca.
La cadena funciona. Cada vez que hay un punto de trabajo interesante se avisan por nacionalidades. Los espa?oles no se juntan con ellos. "Estamos siempre divididos", explica un obrero. Viven en otro mundo, aunque compartan la misma obra. "Los espa?oles tienen un convenio laboral que se respeta", explica el mismo obrero espa?ol. Les pagan las horas extra y cumplen las normativas de seguridad. Los inmigrantes sin papeles, no.
Garc¨ªa ha visto c¨®mo les hacen subirse a los andamios sin arneses "y sin ninguna preparaci¨®n". Veterano sindicalista "a pie de obra", dice que los accidentes que ata?en a los trabajadores sin papeles "se encubren". Incluso, denuncia que se "han hecho desaparecer cuerpos tras un accidente mortal".
En las plazas de los pueblos los bancos ya est¨¢n ocupados a las siete de la ma?ana. La cita es un poco m¨¢s tarde que en Madrid. Quiz¨¢ porque ya est¨¢n m¨¢s cerca del lugar de la obra. Sin embargo, muchos de los que aguardan en los pueblos en crecimiento de la Comunidad vienen desde lejos y se han tenido que levantar a las cinco de la ma?ana. La escena se repite en casi todos los municipios en expansi¨®n e, incluso, en la propia obra. Los m¨¢s desesperados se acercan a donde est¨¢n trabajando y esperan que haya suerte. "Si les falta gente para poner pladur, o lo que sea, igual te llaman", dice un aspirante.
Manuel, que habla muy despacio, no ha visto nunca un accidente mortal. Pero s¨ª reconoce que le hacen "trabajar en cosas para las que no estoy preparado". Tampoco le importa mucho porque, argumenta, que as¨ª aprende. Mientras habla, vigila con la vista m¨¢s all¨¢ de los cristales. Le llaman. Se tiene que ir. Volver¨¢ cuando ya haya oscurecido "a cambio de 35 euros".
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