Esas cositas...
Se acerca un chico caminando muy animoso, muy optimista y alegre, con una sonrisa que le va literalmente de oreja a oreja, una sonrisa a todas luces especial, como es especial su estilo indumentario: la gorra calada hasta las orejas, la camisa roja abotonada hasta el cuello y pegada al cuerpo rechoncho como una segunda piel, el pantal¨®n corto sujeto muy por encima del ombligo y los calcetines negros hasta las rodillas... A los chicos de ahora ya no los dise?an as¨ª, y ellos no ponen tanta ilusi¨®n al preguntar:
-Pere, ?me das un sigarru?
Y Pepito sigue camino hacia la ciudad, caminando con las piernas bien abiertas, los brazos bien abiertos, confiado a la bondad del mundo, a la amabilidad de los extra?os, como un Caperucito Rojo entra silbando en el bosque de los lobos, ojal¨¢ que sean lobitos buenos, que no hagan escarnio de ¨¦l cuando entre en cualquier bar y diga:
-Pere, 'm cumvidas a um caf¨¦?
Ese Pepito inofensivo y con permiso de salida, para quien todo el mundo se llama Pere, es la primera imagen que le ofrece al visitante el Recinto Torribera, el centro psiqui¨¢trico de las afueras de Santa Coloma. Por las calles contiguas, especialmente la avenida de Pallaresa, Prat de la Riba y sus aleda?os, es frecuente encontrarse con pacientes del centro asistencial, y los vecinos siempre los tratan con un respeto que les honra.
Esta semana la Diputaci¨®n de Barcelona, propietaria del centro, ha firmado un acuerdo con la Universidad de Barcelona para que instale un campus y ocupe algunos de los antiguos pabellones ahora deshabitados. Esos edificios dise?ados con racionalidad noucentista por el arquitecto Peric¨¢s para el mod¨¦lico hospital para enfermos nerviosos que le encarg¨® la Mancomunidad en 1917, se transformar¨¢n en aulas, laboratorios y despachos para los estudiantes en la especialidad de ingenier¨ªa alimentaria.
Hace un siglo, uno de los mayores problemas de los hospitales era el contagio de enfermedades entre los pacientes, lo que hac¨ªa recomendable tenerlos distribuidos en edificios, en pabellones dispersos, seg¨²n el patr¨®n del hospital de Sant Pau. La irrupci¨®n de los antibi¨®ticos dej¨® obsoleto ese modelo. Son m¨¢s eficientes y econ¨®micos los monobloques.
Este cambio lleg¨® al recinto Torribera, y ahora los 450 pacientes cr¨®nicos asistidos por un personal de otros tantos m¨¦dicos, enfermeros, cuidadores, asistentes y administrativos, se alojan en dos grandes bloques levantados en los a?os sesenta en el centro de la espaciosa y amena finca.
El conjunto de estos verdes y amenos jardines y de estos edificios noucentistes, hasta cuyas galer¨ªas se acercan los ¨¢rboles del parque de la Serralada de Marina, tan bonito, apacible, elegante y armonioso como los mejores barrios de la Barcelona burguesa, casi resulta tentador: ser¨ªa una alternativa al precio exorbitante de la vivienda, tal como pens¨® Lorenzo, el poeta peruano en Par¨ªs, cuando, sin blanca ni cr¨¦dito, decidi¨® pasearse desnudo ("calato") por los cinco pisos de su hotel, "haci¨¦ndose el locumbeta" para que lo internasen. En el sanatorio le alojaban y alimentaban y cre¨ªa suscitar el inter¨¦s de las enfermeras, y en el parque gritaba a los ¨¢rboles sus horrendos poemas ("admira sobre todo los d¨ªas oto?ales, el coraz¨®n seco del oto?o, el coraz¨®n seco de los ¨¢rboles, que cae sobre nuestro coraz¨®n seco, sin amor ni ternura..."), seg¨²n cuenta Julio Ram¨®n Ribeyro en uno de sus estupendos relatos.
Se queda el lector pensando si el pobre Lorenzo no estar¨ªa de verdad locumbeta-locumbeta, locumbeta de encerrar. Luego la visi¨®n de algunos internos tomando el sol delante de la cafeter¨ªa o errando silenciosos y sin rumbo a la vuelta de un sendero, esos se?ores alcanzados por el rayo de la confusi¨®n, el sufrimiento, la enfermedad, que les ha dejado huellas tan visibles -exagerando algunos rasgos de la cara, reduciendo otros a su m¨ªnima expresi¨®n, desplaz¨¢ndolos todos; esos cuerpos que el peso del mundo, gravitando sobre tal o cual zona, ha doblado, encogido, jorobado, contra¨ªdo...- le quita las ganas de la literatura.
De vuelta en mi barrio, al pasar ante el instituto me aborda un chaval:
-Perdona, ?tienes un cigarrillo?
Me lo quedo mirando de tal modo que seguro que me ha tomado por loco.
All¨ª, en el Torribera, abrimos con llave la puerta de un pabell¨®n desierto desde hace unos meses; y nada m¨¢s entrar volvimos a cerrar con llave, no fuese que alg¨²n enfermo, atra¨ªdo por la fuerza de una costumbre de a?os, de d¨¦cadas, se colase callada e inadvertidamente en su viejo hogar, y luego lo dej¨¢semos encerrado.
?Qu¨¦ r¨¢pidamente se deterioran los edificios deshabitados! ?ste era como la mente torturada del jurista Schreber, el autor de Memorias de un enfermo de los nervios, uno de los libros m¨¢s tristes de la historia.
Vi los muelles de unos somieres y los grifos de un ba?o que brillaban en los cuartos en penumbra. Un sill¨®n de skai destripado. El c¨ªrculo de sillas, de espaldas a las ventanas con vidrios de colores, en la salita redonda del fondo. Un colch¨®n apoyado contra una pared. Las hojas muertas en el suelo de la galer¨ªa. El sonido del viento en una tuber¨ªa: "These little things remind me of you..." (esas cositas me recuerdan a ti).
museosecreto@hotmail.com
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