Hor¨®scopo novelesco de 1977
Parece que el tiempo agrupa las cosas y les confiere el sentido que no supimos apreciar en sus inicios. O quiz¨¢ no es as¨ª. Mi amigo V¨ªctor Moreno afirma que la vinculaci¨®n del auge de la novela espa?ola a los pasos de la transici¨®n fue una invenci¨®n de este peri¨®dico, EL PA?S, y alguna raz¨®n puede que tenga. Pero quiz¨¢ lo que sucede es que los a?os han acabado por dibujar al peri¨®dico y a las novelas de entonces sobre el mismo paisaje de incertidumbres y esperanzas, de ocultaciones y desvelamientos.
Tambi¨¦n se ha escrito que 1975 resultaba una frontera literaria demasiado tenue si se toma en consideraci¨®n lo que separaba pol¨ªticamente. Sin embargo, un libro tan tonificante y tan narcisista como A?os de penitencia, de Carlos Barral, una novela tan tupida de intenciones como La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, la virulencia destructiva de Juan sin Tierra, de Juan Goytisolo, y en el cercano 1974, la regocijada bernardina de Las semanas del jard¨ªn, de S¨¢nchez Ferlosio, ?no adquieren el rango de s¨ªntomas de lo que vendr¨ªa (la autoconmiseraci¨®n divertida, el placer de contar por contar, el indulto de la primera persona narrativa) y tambi¨¦n de r¨¦quiem por lo que ya hab¨ªa acabado (la seriedad compungida, la experimentaci¨®n a toda costa, la impersonalidad testimonial)?
La novela consist¨ªa en razonar a prop¨®sito de lo que sucede. Y el di¨¢logo fue muy f¨¦rtil
El a?o de las primeras elecciones democr¨¢ticas, 1977, es una fecha que estaba ya al otro lado de la historia, aunque estuviera tocada de desencantos. El inconveniente de lo expl¨ªcito es que, como el champ¨¢n, tiene mucha espuma, pero la espuma s¨®lo es l¨ªquido dilatado. En el mejor de los sentidos, la espuma de entonces fueron las obras que explicaban nuestra historia reciente de un modo que nunca hab¨ªamos o¨ªdo. Carlos Rojas lo hizo con unas Memorias in¨¦ditas de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera (aunque ese ciclo lo hab¨ªa iniciado con un valioso Aza?a en 1973). Y Daniel Sueiro (que tanto sab¨ªa de la pena de muerte y sus verdugos) nos dio La verdadera historia del Valle de los Ca¨ªdos, a la vez que Jorge Sempr¨²n reviv¨ªa otros d¨ªas oscuros en Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez, sonad¨ªsimo premio Planeta. De 1976 databa Lectura ins¨®lita de 'El capital', de Ra¨²l Guerra Garrido, narraci¨®n de un secuestro por ETA, que no ha perdido su fuerza en el largo viaje; de 1978 fueron Los invitados, de Alfonso Grosso, y Calima, de J. J. Armas Marcelo, sendos episodios de cr¨®nica negra (el crimen de Los Galindos y la desaparici¨®n del industrial Eufemiano Fuentes), bastante m¨¢s envejecidas. Algo que no le ha pasado a Los mares del sur (1978), de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, donde Pepe Carvalho descend¨ªa a los alba?ales de la corrupci¨®n inmobiliaria para absolver a un hombre que, por fin, hab¨ªa comprendido.
?Comprender! Eso quer¨ªamos todos, pero no era f¨¢cil. Y menos cuando se ten¨ªan cincuenta o m¨¢s a?os, cuarenta de los cuales se hab¨ªan vivido bajo el franquismo. De sus miserias hu¨ªa Gonzalo Torrente Ballester al continuar, con Fragmentos de Apocalipsis, la l¨ªnea de la exitosa La saga-fuga de J. B., de 1972. Otros sal¨ªan a su encuentro como hizo Miguel Delibes al escribir El disputado voto del se?or Cayo (1978) y algo despu¨¦s, Los santos inocentes (1981), un intento y un logro, respectivamente, de dar voz a los que no la hab¨ªan tenido ni iban a tenerla. Pero quiz¨¢ nadie la hab¨ªa tenido nunca: Carmen Mart¨ªn Gaite hab¨ªa vuelto a escribir novelas en 1974, con sus Retah¨ªlas, convencida del valor salvador de la palabra enderezada a otro; El cuarto de atr¨¢s, su poderoso relato de 1978, es una retah¨ªla que dirigi¨® a s¨ª misma (el daimon seductor y su propia hija Marta son testigos y provocadores, nada m¨¢s) con ¨¢nimo de entenderse, ya fuera en la Salamanca de 1937, en la brega estudiantil del Madrid de 1950, o en la crisis de valores que sobrevino en los setenta.
Entretanto, Juan Benet prosegu¨ªa impert¨¦rrito su mirada sobre el mito espa?ol -la guerra civil, Regi¨®n...- y su ambici¨®n de una literatura anticastiza, culta y ceremoniosa: En el estado es de 1977; los ensayos En ciernes, de 1976. Luis Goytisolo hab¨ªa abierto su personal Recuento en 1973 (la novela vio la luz en marzo de 1975, autorizada por la censura), cabeza de un ciclo que permanecer¨¢: Antagon¨ªa. Y Juan Mars¨¦ -La muchacha de las bragas de oro es de 1978- descubr¨ªa que el incesto y el autoenga?o son el castigo de los dioses para los que cambian de chaqueta. Todos hablaban de s¨ª mismos y de su nada f¨¢cil acomodo a lo que estaba ocurriendo. Otros, m¨¢s j¨®venes, intuyeron lo que se avecinaba y se ven¨ªa incubando desde 1968: fueron hijos de muchos desencantos. En 1976, Lourdes Ortiz pudo alumbrar aquella Luz de la memoria que la censura prohibi¨® en 1973; ya en nuestro 1977, con La noche en casa, Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu inici¨® su exploraci¨®n de la fatiga de los h¨¦roes; con Visi¨®n del ahogado, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s convirti¨® en emblema de muchos a un drogadicto delincuente, a un empleado de banca y a una profesora de instituto, que hab¨ªan padecido su adolescencia en la misma academia de piso y que ahora habitaban un inh¨®spito barrio del nuevo Madrid; con Relatos sobre la falta de sustancia, ?lvaro Pombo se asom¨® a la vivencia de la homosexualidad en interiores confortables o en los l¨ªmites borrosos de la clandestinidad; al igual que hizo, un a?o despu¨¦s de 1977, El mismo mar de todos los veranos, el espl¨¦ndido relato de Esther Tusquets.
La novela, una vez m¨¢s, consist¨ªa en razonar a prop¨®sito de lo que sucede y en hacerlo con la calculada complicidad de un p¨²blico: en 1870, cuando empez¨® Gald¨®s, o en 1977... Y el di¨¢logo fue muy f¨¦rtil, al cabo. Algunos tontos solemnes y agraviados acusaron y siguen acusando a la nueva novela de levedad intelectual, pero la novela nunca ha sido material pesado, sino emocional. Y con el tiempo lleg¨® algo que era necesario, pero que los mismos tontos ven con malos ojos: el mercado y sus leyes, la institucionalizaci¨®n de la literatura y sus fricciones con los muchos poderes que la cortejan. Despu¨¦s de 1980, los nombres ser¨¢n los dichos y otros nuevos, pero lo m¨¢s significativo es que navegaba boyante el proyecto de Alfaguara que lanz¨® Jaime Salinas; que declinaban con gloria los de Barral y La Gaya Ciencia; que estaban en ciernes los de Tusquets y Anagrama, que perseveraban los de Seix-Barral y Destino... Y que cada vez m¨¢s escritores viv¨ªan de las rentas de sus novelas. Y que llegaban las colecciones de libros de bolsillo. Y que muy pronto las referencias de un escritor espa?ol ya no ser¨ªan los autores de su lengua (con el complejo de inferioridad ante los americanos...), sino un vasto universo de lecturas y, a menudo, un indigesto repertorio de cr¨ªticos. Tambi¨¦n en esto, la novela espa?ola se ha parecido a la sociedad que la inspiraba y la le¨ªa. Y de eso se trata, a fin de cuentas...
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