El pianista, de Camps

Todo empez¨® con un piano de cola. Si Roman Polanski lo situ¨® en las ruinas de un edificio polaco arrasado por los nazis, Francisco Camps lo coloc¨® en el hemiciclo de las Cortes Valencianas. Si los planos de Roman Polanski eran desoladores y terribles, los de Francisco Camps eran gozosos y corales. Si en la producci¨®n de Roman Polanski se ofrendaba el holocausto jud¨ªo, en la de Francisco Camps se ofrendaba, con las glorias de guardarrop¨ªa, una ambici¨®n para liderar Espa?a, como si ya se le hubiera birlado ese papel a Rajoy. En definitiva, circunstancias y peripecias de cada gui¨®n, sensibilidad, est¨¦tica y punto de vista de cada director. Polanski en El Pianista se mostr¨® austero; Camps en su ceremonia, barroco. Como sobre gustos est¨¢ casi todo escrito, all¨¢ pel¨ªculas y pompas. Pero si el jurado otorg¨® dos estatuillas a la pel¨ªcula de Polanski, lo cierto es que las urnas, jurado doblemente popular, le otorgaron catorce estatuillas a la pompa de Camps: ocho reci¨¦n manufacturadas en el desconocimiento, y seis con los espolones debidamente limados, para que encajen, sin chirridos ni chispas, en sus nuevos destinos. Despu¨¦s de lo visto y o¨ªdo, Camps es un ganador: en el montaje espectacular, y ah¨ª est¨¢n los trofeos, se ha cepillado a Polanski; en la escena pol¨ªtica, y ah¨ª est¨¢n las fingidas sonrisas y los cabreos de los defenestrados, se ha cepillado a Zaplana. No se priv¨® de agradecer los servicios prestados a Miguel Peralta, Gema Amor y Alicia de Miguel, aunque algunos malpensados insin¨²an que con cada beso o apret¨®n de manos, con cada despedida, murmuraba por lo bajines, un ?toma ya! Solo Justo Nieto se lo oli¨®, pas¨® de tanta faramalla y renunci¨® al acta de diputado auton¨®mico. Francisco Camps, en cuatro a?os, ha logrado erigir un Consell a la medida de su presidencialismo. Y no s¨®lo eso, sino que, con la aplicaci¨®n y sagacidad que lo caracterizan, ahora pretende desarrollar una pol¨ªtica qu¨ªmicamente pura. Es decir, de momento hay que sacar el urbanismo de cualquier debate serio. Y luego, para no enturbiar la altura de la metaf¨ªsica parlamentaria, tambi¨¦n la educaci¨®n y la sanidad p¨²blicas, y, ?por qu¨¦ no?, todas esas cuestiones sociales y econ¨®micas que no hacen m¨¢s que enredar a unos y otros, y confundir al personal, que bastante tiene con sus problemas. La pol¨ªtica de Camps es de alambique, de agua destilada, de alta velocidad, de promesas, de sentencias y de consignas: todo para el pueblo, pero sin el suelo. Nada extra?ar¨ªa que con tal perfil, sentenciara, como ese cl¨¦rigo para quien la educaci¨®n ciudadana es la senda del mal, que lo del ladrillo es la met¨¢fora de la frustraci¨®n de sus adversarios. En fin, cl¨¦rigo integrista y presidente presidencialista parecen gente de campanas tomar. Como corresponde, los dirigentes de la oposici¨®n, Pla, Luna, Marcos, Morera, a¨²n chamuscados por los comicios, lo han puesto fino. Aunque nadie podr¨¢ disputarle su condici¨®n de enterrador de Zaplana, en cuya memoria no levantar¨¢ ninguna estatua, aunque si da para un PAI, puede.