El hombre sin l¨ªmites
Rasmussen destroza a Contador en el ¨²ltimo kil¨®metro, pero el de Pinto refuerza su segunda plaza
Despu¨¦s de lo de Vinok¨²rov, con el pollo dan¨¦s de l¨ªder, lo que queda de Tour es un hermoso cortejo f¨²nebre, un entierro de primera, se oye por los pasillos, negros, de la grande boucle. Lo dicen muchos, lo piensan otros tantos, dispuestos a te?ir sus cr¨®nicas de negro, a mojarlas con sus l¨¢grimas, a salpicarlas con su saliva, los perdigones que se escapan de sus bocas airadas lanzando improperios. Pero Gianni Mura, el escritor de La Repubblica, que viaja con Olivetti y no tiene el Google, ni lo necesita para dar con la cita oportuna, la que mejor refleja su distancia, prefiere aplicar a la situaci¨®n un verso milan¨¦s de Delio Tessa: "Es el d¨ªa de los muertos, ?alegr¨ªa!" Lo cita, lo escribe, decide. Hay que jugar.
Al ganador, al l¨ªder, le despiden en Orthez con silbidos; le reciben en la meta, p¨¢lido, con pitos
Es el d¨ªa de los muertos, y Popovich conduce a los mejores hasta la ¨²ltima cima del Tour
Juguemos, pues. Alegres. Con la misma alegr¨ªa de Bernard Labourdette, el pastor de los Pirineos, el compa?ero de habitaci¨®n tantos a?os de Oca?a, cuando homenaje¨® a su camarada ca¨ªdo en Ment¨¦, maillot Bic, gorra amarilla, ganando en Gourette, en lo alto del Aubisque, en el Tour del 71 (con el permiso de Merckx, un can¨ªbal que por Oca?a sent¨ªa debilidad, y temor). Exaltados, felices como el joven Indurain del 89, en la prehistoria, a¨²n con calapi¨¦s en los pedales, atacando feliz en el Aubisque, el monte de la bruma, descendiendo a ciegas entre ganado, vacas que, desorientadas, s¨®lo encontraban seguridad en el asfalto, en los t¨²neles.
Juguemos con las palabras, con los hechos, juguemos como Rasmussen jug¨® con Contador en el Aubisque. El juego triste, enga?oso, del gato con el rat¨®n. Entre el hombre sin l¨ªmites y el joven que d¨ªa a d¨ªa, ataque a ataque, empieza a descubrir los suyos. El duelo que se resolvi¨® por KO.
Es el d¨ªa de los muertos y Popovich conduce a los mejores, poco m¨¢s de una docena, a un tren de infierno hacia la ¨²ltima cima del Tour 2007. Por delante Sastre, Mayo, Soler, ilusionados, secos, sue?an con el para¨ªso. Los dos espa?oles, agotados por una fuga suicida -una locura en busca de la general, de la etapa, del maillot de lunares por un puro recorrido quebrantahuesos, casi seis horas subiendo y bajando-, superados, dejados de lado con indiferencia, acaban en el purgatorio; el colombiano, un derroche de energ¨ªa, que m¨¢s que pedalear da patadas a los pedales, alcanza el cielo: para ¨¦l el jersey de lunares, para ¨¦l, el reinado de la monta?a siete a?os despu¨¦s de Botero, el ¨²ltimo colombiano que lo consigui¨®, 20 despu¨¦s del segundo reinado de Lucho Herrera. El pijama de lunares, que los dos ¨²ltimos a?os hab¨ªa sido su segunda piel en el Tour, es el ¨²nico trofeo que se le escapa a Rasmussen, un veterano del Aubisque, el d¨ªa de su casi pleno: etapa y casi un minuto m¨¢s de ventaja sobre Contador para asegurar su amarillo.
Es un d¨ªa extra?o: hace sol en el Aubisque, casi calor, y al ganador, al l¨ªder, le despiden en la salida de la festiva Orthez -aficionados con pa?uelos rojos taurinos al cuello- con silbidos; le reciben en la meta, p¨¢lido, m¨¢s pollo desplumado que nunca, con pitos. Como a Anquetil, que sab¨ªa ganar con estilo, antes, como a Armstrong, tan avasallador, despu¨¦s. Los comentaristas de la televisi¨®n francesa narran su superioridad con pesar, lament¨¢ndola; se disculpan con los aficionados: es dif¨ªcil extasiarse con ¨¦l, se justifican, es dif¨ªcil aceptar su victoria, es un mentiroso, se ha escondido de los controles antidopaje, ha huido.
Tampoco aplauden a rabiar a Contador, el madrile?o que ha pasado su peor d¨ªa. Le pesa todo, las piernas, el alma, las gafas. Se las quita para aligerar peso, 20 gramos menos, qu¨¦ alivio, y muestra sus ojos de sufrimiento. Debajo, la boca abierta, buscando ox¨ªgeno como un pez fuera del agua, hiperventilando, m¨²sica celestial para los o¨ªdos finos, aguzados por la experiencia, del dan¨¦s con nombre de explorador escandinavo que, si nadie lo remedia, subir¨¢ el domingo de amarillo al podio de los Campos El¨ªseos. Queda poco m¨¢s de un kil¨®metro para la cima. El Discovery se ha resignado. Durante la subida, tras la selecci¨®n de Popovich, el equipo de Contador ha decidido jugar la carta de la seguridad. Leipheimer marca el ritmo, lo acelera con ataques cortos, con cambios brutales de pedalada, para romper la resistencia de Evans, el garrapata australiano que a¨²n amenaza la segunda plaza del chico de Pinto. Situaci¨®n que no desagrada en absoluto al pollo dan¨¦s, sobrado, segur¨ªsimo, que responde con suficiencia los esperados ataques de Contador. Go, Alberto, go, los latidos r¨ªtmicos de su coraz¨®n acelerado le marcan a Contador. Y Contador va, a la salida de un t¨²nel, pi?¨®n para abajo, el 17, culo para arriba, piernas en molinillo. Va, pero no. Enseguida, pi?ones para arriba, culo al sill¨ªn, mirada para atr¨¢s. Y Rasmussen, que le ha dejado coger 10, 15 metros de ventaja, inmutable acelera su ritmo sin levantarse del asiento y lo caza. As¨ª unas cuantas veces. Hasta que Contador alcanza sus l¨ªmites, con el coraz¨®n a 190 y las piernas de estropajo. Hasta que Rasmussen muestra la ausencia de topes para su rendimiento. Acelera brutalmente bajo el tri¨¢ngulo rojo y revienta al chico, que ser¨¢ feliz si termina segundo el Tour. Alegre como un ni?o. Como un ciclista.
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