La isla de Colette
Parece venir de ?frica y caminaba hacia la belleza, pero la est¨¢n convirtiendo en un merendero
La isla de Colettes una fortaleza y tambi¨¦n un pe?asco que ilustra el Mediterr¨¢neo, una isla que parece venir de ?frica y que caminaba hacia la belleza, pero la est¨¢n convirtiendo en un merendero. Es Tabarca, a un tiro de piedra, o de agua, de Santa Pola, donde abordamos un barco una ma?ana de domingo para comprobar que algunos de los peores presagios se cumpl¨ªan. El presagio principal, que el Ayuntamiento de Alicante, al que pertenece, la descuida; el segundo, que ya soporta la mordida inclemente de la especulaci¨®n urban¨ªstica o al menos la dentellada de las construcciones sin fuero. El tercero, que est¨¢ sucia; perd¨®n, que no est¨¢ limpia. Nos lo hab¨ªa advertido la noche anterior un alcalde rival, el de Elche, que acababa de venir de Tabarca con las manos en la cabeza. ?C¨®mo se puede despilfarrar un para¨ªso!
Tabarca fue prisi¨®n, y ahora, para muchos, los que no la querr¨ªan ver tan masificada, "es un infierno"
"Tabarca es una isla de por la noche; es tranquila y vuelve a ser el para¨ªso", dice Silvia Larrosa
R. Parodi: "Lo peor es la explotaci¨®n urban¨ªstica, que est¨¢ cambiando la fisonom¨ªa de la isla"
Hac¨ªa un calor imposible; la sombra era la de los (numerosos) restaurantes, y la barca (de las que hay much¨ªsimas, las tabarqueras) ven¨ªa abarrotada de una poblaci¨®n ba?ista y dominguera que no conoce l¨ªmite en los fines de semana. Luego nos dir¨ªan que cuando se va la ¨²ltima tabarquera y la isla se queda con sus escasos habitantes, debajo de su torre, amparada por la luz de la luna y por el sonido intermitente del Mediterr¨¢neo, ya aquello vuelve a ser el para¨ªso.
En ese para¨ªso encontramos a Colette, que dentro de nada va a cumplir 90 a?os. Pero ¨¦sa es otra historia; ya vendr¨¢.
Tabarca fue prisi¨®n, y ahora para muchos, los que no la querr¨ªan ver tan masificada, "es un infierno"; eso nos dijeron varios, y lo explic¨®, antes de salir, un ilicitano muy ilustre, el escritor Vicente Verd¨², que nos llev¨® hasta la tabarquera cuando empezaba el domingo de nuestra visita. Hab¨ªa que pertrecharse, dec¨ªa, con diversas cremas, "porque de Tabarca vuelves colorado como un tomate". Como si quisiera prolongar la espera antes de que fu¨¦ramos a la isla, nos llev¨® a los humedales de Santa Pola, nos ense?¨® los majestuosos flamencos, y nos explic¨® por qu¨¦ va tanta gente a Tabarca: "Por nada, porque una isla siempre es un mito".
"?No hay nada que ver!", repet¨ªa, como much¨ªsimos de los que supieron que ¨ªbamos a Tabarca.
Y con esa expresi¨®n adelant¨® otra definici¨®n que nosotros anotamos en el cuaderno de viaje: "Es una isla plana". "Cualquiera es alto en Tabarca", dijo otro.
Y Vicente nos deposit¨® junto a Batiste Pianelo Parodi, un tabarquino que se encarga de algunas de las barcas que van y vienen de la isla; fornido y jubilado, es uno de los descendientes de los italianos que fueron los pobladores m¨¢s importantes y permanentes de la isla, que conoci¨® su periodo de esplendor cuando sirvi¨® de asentamiento a los barcos que traficaban con coral. Todos italianos, se casaron entre primos, se multiplicaron tanto que la isla, que fue la sede de una almadraba exitosa, lleg¨® a tener un millar de habitantes.
La almadraba se acab¨® en 1970, y ese hecho marc¨® un antes y un despu¨¦s de Tabarca. Batiste es uno de los afectados; era un pescador, como muchos de sus convecinos, que hab¨ªa faenado en Marruecos y en Canarias, y desde 1980 se dedic¨® a la tabarquera... Ah¨ª est¨¢, nos consigue los billetes, que cuestan lo suyo, y nos presenta a un capit¨¢n elusivo, Tom¨¢s Russo Russo, que deja para la vuelta una conversaci¨®n sobre la isla.
"Los tabarquinos", nos dice Batiste, "estamos hartos de Tabarca; aquello ya no es lo que fue; antes dej¨¢bamos las puertas abiertas, pero ya no hay seguridad ni hay nadie, es una isla ajena, podr¨ªamos decir". La gente va como si fuera a un pueblo antiguo, y all¨ª deja su basura y se vuelve. Batiste tiene tres hijas, y va deletreando sus nombres. Rita, Mari Carmen, Reyes Pianelo P¨¦rez; tiene 62 a?os, y para ¨¦l, que se pas¨® la vida remando, reza este eslogan: "Quien rema m¨¢s es quien come mejor". Recuerda, con la nostalgia inmediata, cuando no hab¨ªa ni luz ni agua en Tabarca; ahora tienen de todo, "pero no estamos mejor". Ahora es una isla, como siempre, "pero ya no es de los tabarquinos; ahora es del turismo". Claro, dice, antes hab¨ªa miseria, y ahora la gente deja dinero, y Tabarca vive mejor.
Batiste deja en el aire una frase pol¨ªtica que aqu¨ª tiene tanta enjundia como el garrof¨® de las paellas: "Manda Valencia y es Alicante quien mete los goles". El Ayuntamiento de Alicante no ha visto nunca Tabarca como suyo, y la gente, la verdad, "s¨®lo va a la isla a comer caldero". Lo hay de todas las clases, es la fama del lugar. Caldero de gallina, caldero de bogavante, de gamba roja... Todo lo que se pesca en Tabarca, al caldero.
En el barco van algunas de las personas que trabajan en Tabarca; latinoamericanos, ilicitanos, gente de Santa Pola... ?lex Bello nos deja una definici¨®n de Tabarca que luego la isla subrayar¨¢ con creces: "Un poquillo bastante descuidada. A veces va m¨¢s gente de la que la isla puede absorber". Se escucha en la tabarquera: "No hay servicio de limpieza para las calles". "El alcalde va all¨ª a comer caldero. Como todos. ?Y cuando va! Hay ocho restaurantes, o chiringuitos, pero no dan abasto". Ahora bien, se oye: "Se come bien, se puede tomar el sol, el agua es limpia, clara y fresca". ?Y el silencio? "Uf, eso tambi¨¦n se lo han arrebatado a Tabarca. Por el d¨ªa".
El ruido. Nos lo dec¨ªa Colette: "No puedo dormir de noche muchos d¨ªas del verano". Pero Colette viene luego en la historia.
Los barcos vienen de Benidorm, Alicante y Santa Pola, cada media hora, hasta las ocho y cuarto de la noche, durante los veranos; ocho mil puede haber tal d¨ªa como hoy, un domingo de julio o de agosto; es un enjambre que luego se dispersa por la isla como si se hubieran soltado cien colegios; luego, al atardecer, la isla se queda sola, con algunos de los 122 censados, entre los cuales est¨¢ Colette...
?Y es un infierno? De calor s¨ª, "a no ser que haya viento". No hab¨ªa viento cuando fuimos. En cubierta van unos chicos; vienen de Torrevieja. ?Qu¨¦ saben de Tabarca?, les pregunto. "Que es una isla". Van a ba?arse "y a pasar el d¨ªa"; en el futuro inmediato de su diversi¨®n esperan que el barco de Tom¨¢s Russo Russo se pare donde se ven m¨¢s claramente los peces de Tabarca. Antes, Tabarca hab¨ªa sido, para el que iba por primera vez, sucesivamente, un transatl¨¢ntico, una aldea italiana en el Mediterr¨¢neo, y ya de cerca, en la realidad que despide su geograf¨ªa urbana, es una isla que alguien decidi¨® tapiar y construir como si en lugar de quererla como deben quererse los tesoros, la odiara como quien especula. Un merendero, te dicen, con dolor.
Cuando Russo Russo frena el barco en el muelle de luz cegadora es como si lleg¨¢ramos a un espacio de Albert Camus, en cualquiera de esos puertos polvorientos en los que ¨¦l se hizo y que en otro momento del siglo utiliz¨® como fantasmas literarios su colega Juan Carlos Onetti. All¨ª, esperando la tabarquera, como el coronel del cuento de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, estaba un hermano de Batiste, Rafael. "Cabreado", ¨¦l lo dice, "permanente", hoy tiene en las gaviotas a sus encarnecidos adversarios; "son cabronas, sanguinarias, no nos dejan vivir". En segundo lugar de su lista de razones para el cabreo est¨¢n los pol¨ªticos, "viene todo el mundo y no hacen nada". "Siempre estoy cabreado", es su divisa; tiene 79 a?os, es el mayor de los Parodi; pesc¨®, como su hermano, en Canarias, en Mauritania... Con ¨¦l conversa Jos¨¦ Rubio, un editor madrile?o que tiene su barco en Guardamar y que viene aqu¨ª "porque ¨¦sta es mi isla, si t¨² vieras los atardeceres". Rafael coincide con ¨¦l en lo que es evidente: "Lo peor de la isla es la explotaci¨®n urban¨ªstica, que est¨¢ cambiando la fisonom¨ªa de Tabarca".
Pero "es un sitio m¨¢gico", dice Jos¨¦. Y lo dice Ainhoa, una estudiante que quiere hacer Dise?o Interior y que este verano ayuda a su t¨ªa en el restaurante Marazul. Con Rafael Parodi hablan de la Iglesia, que est¨¢n restaurando, y del muelle que no restauran "y que un d¨ªa va a caerse y se va a ir al carajo Tabarca".
Junto al reloj de sol de la isla est¨¢ Silvia Larrosa, viene aqu¨ª desde que es un ni?a y ahora se ha hecho cargo de la caja del restaurante de su familia... "Tabarca es una isla de por la noche; cuando se queda desierta no hay contaminaci¨®n lum¨ªnica, es tranquila y vuelve a ser el para¨ªso que yo recuerdo que era. ?En verano? Uf, en verano ya la ves".
Reivindica Tabarca y reivindica con argumentos: "Aqu¨ª no pueden venir personas con minusval¨ªas; en invierno, si llueve, es un barrizal, ?por qu¨¦ no han de ponerles adoquines a las calles?; ?por qu¨¦ no reinvierten en Tabarca los impuestos que nos hacen pagar?". Es, dice Silvia, "una isla bella dejada de la mano de Dios". Antes hab¨ªa chiringuitos, ahora se opta por el hormig¨®n; a golpe de esos hachazos han hecho que Tabarca ya no se parezca a s¨ª misma; delante de ella tiene un ejemplo, y lo se?ala: "?Ves ese muro que han hecho? Yo lo llamo, en lugar de muro de las lamentaciones, el muro para lamentarse".
Pero es bella, claro que s¨ª, "tendr¨ªan que ayudar a que lo sea m¨¢s. ?No has visto El cartero de Neruda? Pues es como la isla de El cartero de Neruda. ?S¨®lo le falta Neruda!". Y que limpien las calas, y que apuntalen el muelle...
En nuestro cuaderno, Silvia nos ha escrito un nombre, Colette, "ten¨¦is que verla". Y antes de ver a Colette, Rafael Chacopino, otro descendiente de italianos, nos habla frente a la hermosa playa de Tabarca, en su restaurante; naci¨® hace 70 a?os a la mitad del camino, literalmente, entre Santa Pola y la isla; all¨ª, en una barca, su madre le trajo al mundo; recuerda, como todos, el cierre de la almadraba como el principio del cambio en la isla; fue testigo de lo que el maremoto le hizo a la isla "aquel 28 de diciembre de 1980", cuando Tabarca se parti¨® en dos, "y tuvimos miedo de que desapareciera la isla"; el puerto qued¨® malherido, y sigue malherido, "y ¨¦sa es mi preocupaci¨®n m¨¢s grande, el puerto, que lo apuntalen. ?Usted se imagina qu¨¦ ser¨ªa Tabarca sin el puerto?".
Pues no, uno no se lo imagina. Ni se lo imagina Colette. Ah, por fin Colette. Est¨¢ en la calle; nosotros no la conoc¨ªamos, ni sab¨ªamos de ella otra cosa que el nombre que nos dio Silvia. "No dej¨¦is de verla". Y era imposible no verla y adem¨¢s no percibir que esa mujer delicada y guap¨ªsima, pr¨®xima a los 90 a?os, fr¨¢gil pero poderosa, ya viuda, vital, una mujer que guarda plantas preciosas en su patio mediterr¨¢neo y aireado, era Colette. Est¨¢ en la calle, nosotros le preguntamos: "?Es usted Colette?", y enseguida nos ofrece, con su voz queda, cerveza, vino, agua, martini... y nos hace entrar en su salita. Encantadora y suave, exhibe, en la pared, retratos de otro tiempo, ella como pescadora aguerrida de peces enormes, que durante a?os pesc¨® con su marido, un joyero franc¨¦s que le dej¨® (tambi¨¦n) el apellido Gouaille...
Colette Gouaille, que fue enfermera, lleg¨® hace 36 a?os con su marido cuando ¨¦ste se jubil¨®, buscaban paz, inviernos luminosos, huir de "la vida de tontos" que se hace en Par¨ªs y en tantas capitales del mundo, "siempre corriendo para no hacer nada...". Sigue teniendo dos barcos, con los que va a pescar "por estas aguas tranquilas y privilegiadas", donde la pesca es tan atractiva como las puestas de sol... Habita en una soledad di¨¢fana, "nadie me molesta", aunque en verano la m¨²sica y otros ruidos la desvelan hasta que amanece... Y sigue pescando. Y cultivando las plantas de su casa. Nos ense?a, con orgullo, aquella que le parece m¨¢s delicada, una que se llama hija del aire, y de pronto ella misma parece una hija del aire...
Naci¨® en Or¨¢n, y se fue a Par¨ªs antes de que Argelia se liberara de los franceses. Esa coincidencia nos hizo susurrarle que aquel lugar, Tabarca, en el que vive se parece a veces a la atm¨®sfera que aparece en tantos libros de un paisano suyo, Albert Camus.
"?Albert Camus?", nos dijo. "Fue compa?ero de clase, mi amigo durante a?os. Un gran escritor, pero sobre todo, un amigo". ?Y no tiene usted recuerdos? "Huy, recuerdos. A esta edad hay que esforzarse mucho para tener recuerdos".
Colette nos despidi¨® en la puerta, y en el aire de su mirada fresca, descansada y limpia, se qued¨® como un s¨ªmbolo de lo que acaso fue alg¨²n d¨ªa esta isla que la atrap¨®.Melancol¨ªa de la isla que fue para Colette. Unos metros m¨¢s all¨¢, bajo la muralla, cerca de los adosados que han construido como si le pusieran un estilete al alma de la isla, la puerta de San Pedro deja ver la imagen abigarrada de Santa Pola: como si all¨ª hubieran puesto el espejo de lo que algunos querr¨ªan que alg¨²n d¨ªa fuera lo que hasta hace algunas d¨¦cadas fue el para¨ªso posible de Tabarca, la isla de Colette.
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