Desarrollo desequilibrado
La existencia de desigualdades en el desarrollo interno de Galicia es una realidad bien constatada. Pero no es algo particular de Galicia. Es consustancial al funcionamiento del sistema de mercado. Basta observar lo que ocurre en otras comunidades como Catalu?a, Madrid, Valencia o Arag¨®n, cuyas capitales atrapan los impulsos econ¨®micos, expandi¨¦ndose continuamente en el espacio para seguir dando abasto. Sin olvidar lo que ocurre a escala europea, cuando uno compara las regiones del Arco Atl¨¢ntico con las que se sit¨²an en la llamada banana azul. La explicaci¨®n a esta pauta de concentraci¨®n se encuentra en los beneficios que se derivan de la aglomeraci¨®n de trabajadores y empresas; consumidores y productores. No obstante, el escenario no es inmutable. La pol¨ªtica es capaz de alterarlo hasta cierto punto, sea para evitar los problemas de congesti¨®n que puede generar, sea para evitar el abandono y desertizaci¨®n de parte del territorio.
Por todo lo anterior, un plan de reequilibrio territorial que pretenda ser efectivo debe partir de los siguientes supuestos. En primer lugar, modestia en los objetivos. Es impensable que un plan sea capaz de distribuir en el espacio de forma homog¨¦nea poblaci¨®n y actividades productivas. De lo que se trata es de detener la sangr¨ªa poblacional en algunas comarcas y renovar de forma significativa su estructura demogr¨¢fica. En segundo lugar, asumir que en un sistema de mercado hay que aceptar la existencia de un n¨²mero limitado de polos potenciales de crecimiento que, con el tiempo, se van extendiendo como una mancha de aceite. En tercer lugar, no obsesionarse con la difusi¨®n en el espacio de las actividades industriales tradicionales. La mayor¨ªa de las zonas m¨¢s deficitarias de desarrollo econ¨®mico son rurales. Aprovechemos pues su potencial end¨®geno en este sentido. Como insiste con raz¨®n Su¨¢rez Canal, existe un enorme margen de mejora y buenas oportunidades en el campo gallego.
Aunque los tres ingredientes merecen ser contemplados en detalle, me voy a limitar a hacer algunos comentarios relativos al segundo. Durante la II Guerra Mundial, los nativos de algunas islas del Pac¨ªfico ve¨ªan que las tropas estadounidenses desembarcaban, limpiaban una extensi¨®n de jungla, encend¨ªan luces a los lados y, al poco tiempo, llegaba un p¨¢jaro de acero cargado de regalos. Ellos no iban a ser menos. Cuando los americanos se iban, los imitaban. Limpiaban la jungla, encend¨ªan sus fuegos y esperaban orando la llegada del p¨¢jaro. Mucho me temo que la pol¨ªtica de suelo industrial puesta en pr¨¢ctica por la Xunta durante muchos a?os se inspiraba en un planteamiento an¨¢logo: hagamos un parque empresarial en medio del monte que ya llegar¨¢n las empresas a llenarlo. El resultado es bien conocido: graves insuficiencias de suelo en las zonas m¨¢s din¨¢micas y p¨¢ramos con ocupaciones inferiores al 10% en numerosos casos.
Por otra parte, puestos de trabajo y residencia no tienen por qu¨¦ estar localizados en el mismo municipio. Esto lo saben bien en las ¨¢reas urbanas, donde los procesos de periurbanizaci¨®n avanzan inexorablemente. Vivir a media hora del puesto de trabajo, con un sistema de transporte p¨²blico en v¨ªa de mejora, es asumible. Lo que no es razonable es esperar que vayamos a contar con parques empresariales atractivos en todos los municipios. Por ello es importante privilegiar a los que ya est¨¢n funcionando razonablemente en las zonas menos activas. Un buen ejemplo es el pol¨ªgono de San Cibrao das Vi?as. A pesar de situarse en una de las provincias menos din¨¢micas, es el m¨¢s grande de Galicia. Aun as¨ª, no cuenta con conexi¨®n directa a la red viaria de alta capacidad y tampoco est¨¢ claro todav¨ªa c¨®mo ser¨¢ su conexi¨®n ferroviaria con el puerto de Vigo y el puerto seco de Monforte. Actuaciones p¨²blicas en este sentido acabar¨ªan generando efectos positivos sobre municipios rurales situados a veinte o treinta kil¨®metros de distancia, en los que podr¨ªan seguir residiendo los nuevos trabajadores de un pol¨ªgono reforzado.
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