El perfecto desconocido
El pintor Miquel Viladrich Vil¨¤ (Torrelameu, Lleida, 1887-Buenos Aires, 1956) no es un artista que el tiempo haya convertido en raro porque en realidad ¨¦l ya naci¨® as¨ª, y tanto su ¨¦xito como su posterior olvido han venido condicionados por este fen¨®meno. Viladrich se situ¨® completamente al margen de los ismos del arte moderno y fue a mirar los primitivos italianos del Quattrocento y sus coet¨¢neos flamencos, como si nada hubiera pasado despu¨¦s en el mundo del arte, salvo la gloriosa excepci¨®n de Zurbar¨¢n, otro raro y portentoso primitivo. Excepto el caso del primer Ram¨®n G¨®mez de la Serna y de Ram¨®n P¨¦rez de Ayala, que fue un admirador devoto -igual que tambi¨¦n lo fue Salvador Dal¨ª-, Viladrich no tuvo demasiada fortuna entre los cr¨ªticos de arte m¨¢s reputados de su ¨¦poca, at¨®nitos delante de tan extra?o fen¨®meno, aunque sin embargo la prensa en general s¨ª se ocup¨® de ¨¦l, dado que fue un pintor bastante medi¨¢tico.
MIQUEL VILADRICH. 'Primitivo y perdurable'
Museu d'Art Jaume Morera
Avenida de Blondel, 40. Lleida
Hasta el 28 de octubre
Posteriormente, Miquel Vi
ladrich tampoco ha contado con grandes admiradores y su presencia en el panorama historiogr¨¢fico ha sido mucho menos relevante de lo que en realidad se merece. Aparte de algunas peque?as retrospectivas de car¨¢cter local en Lleida y Barcelona, hace a?os, y m¨¢s recientemente en Buenos Aires, y de la reivindicaci¨®n que ha venido realizando la Fundaci¨®n Mapfre a partir de su inclusi¨®n en bastantes exposiciones tem¨¢ticas como El Simbolismo en Espa?a, La Generaci¨®n del 14 o Luz de gas, Viladrich sigue siendo un perfecto olvidado. Una de las causas podr¨ªa ser el hecho de que sus obras m¨¢s destacadas hayan permanecido encerradas en los restringidos salones de la Hispanic Society de Nueva York, desde que fueron adquiridas en la d¨¦cada de 1920 por Archer M. Huntington. Viladrich conquist¨® al millonario mecenas americano con sus catalanes de tierra profunda y fronteriza, medio aragoneses, con tocados y barretinas, vestidos con sus mejores galas de pana, tejidos labrados, sedas bordadas y algodones estampados, en un delirio textil sin precedentes. En cambio, sus desnudos son pobres y aburridos porque precisamente su fuente m¨¢xima de inspiraci¨®n eran los vestidos, que pintaba con minucia y primor. Y ese mismo delirio le llev¨® a Marruecos en los a?os treinta, convirti¨¦ndose en un pintor orientalista delante de la perplejidad de sus coet¨¢neos.
La Guerra Civil espa?ola propici¨® su exilio argentino y all¨¢ continu¨® la b¨²squeda de tipos rurales y aut¨¦nticos, adornados con ponchos y mantas de lana, m¨¢s austeros y menos vistosos. Viladrich se mantuvo siempre fiel a s¨ª mismo y no cambi¨® para nada su pintura, con una actitud a la vez humilde y altanera, discreta y trascendental a pesar de rayar lo trasnochado.
Este a?o, Viladrich ha vuel
to a su tierra y es objeto de una gran antol¨®gica, a cargo de Concha Lomba y Chus Tudelilla, que se inaugur¨® en el Castillo de Fraga -habitado en su d¨ªa por el propio artista-, ahora est¨¢ en Lleida -en el Museu d'Art Jaume Morera, hasta el 28 de octubre- y se clausurar¨¢ -algo m¨¢s reducida- en las salas de Ibercaja en Zaragoza, hasta finales de a?o. En esta merecida retrospectiva, que lamentablemente no viajar¨¢ ni a Madrid ni a Barcelona, est¨¢n las principales obras de la Hispanic Society. Vale la pena acercarse, desde donde sea, para ver junto al esplendor de La boda de Fraga y la distinguida elegancia de los discretos moros de Tetu¨¢n a sus ilustres colegas neoyorquinos: deliciosas fragatinas, hilanderas y aguadoras y los maravillosos payeses catalanes de Almatret.
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