La honorabilidad de Espa?a

A ver si ahora, tal y como andan las cosas, resulta que la educaci¨®n para la ciudadan¨ªa y Julio de Espa?a se van a convertir en sustancia de palique, fisgoneo e iron¨ªa para el com¨²n. Al fin y al cabo, la democracia s¨®lo evoluciona cuando se reconoce en su propia caricatura, cuando se despoja de la solemnidad y de las medias tintas de los edificios oficiales y se acomoda en la calle, en el bar de la esquina y en las afueras, que es donde se oxigena, se arraiga y se desarrolla, aunque en ocasiones le env¨ªen los guardias y las excavadoras. Por de pronto, Milagrosa Mart¨ªnez ha colocado la gesti¨®n econ¨®mica de su antecesor en el desempe?o de la presidencia de las Cortes Valencianas al alcance de la curiosidad p¨²blica, con el aviso de que pon¨ªa a disposici¨®n de la Sindicatura de Comptes los gastos generales de la C¨¢mara, aunque a rengl¨®n seguido se la ha envainado, sin sonrojo alguno y sin dar cumplidas y satisfactorias explicaciones al personal, y as¨ª se ha lesionado la ley, una vez m¨¢s, y se ha dejado a los paganos a la intemperie: se les niega hasta el derecho de saber c¨®mo se gastan los dineros que salen de su trabajo y de su bolsillo, y que van a parar a sus se?or¨ªas, sin que sus se?or¨ªas, cualquiera que sea su color pol¨ªtico y a salvo algunas fugaces protestas, se sulfuren por tales reiterados comportamientos, c¨®mplices, les guste o no, de la sistem¨¢tica e indecente ocultaci¨®n que se perpetra, a?o tras a?o. Milagrosa Mart¨ªnez a quien parece que le han dado un buen tir¨®n de orejas, ha refrenado sus ¨ªmpetus de esclarecer posibles despilfarros, y donde dijo diego, dice dejemos las cuentas en esa discreta penumbra, no vaya a ser que se escape todo su insoportable hedor. Julio de Espa?a abrumado -?o asustado?-, despu¨¦s de algunas llamadas telef¨®nicas, y resuelto el presunto malentendido, considera que se ha reparado su cuestionada honorabilidad. La honorabilidad de cuantos les prestan su confianza y les pagan su salario, se ve que no vale m¨¢s que una papeleta. Es una honorabilidad que caduca cuando se la atrapan en la urna. Es la ef¨ªmera honorabilidad del votante, ese votante con quien ya no se cuenta hasta las siguientes elecciones. As¨ª, la democracia, que invocan sus m¨¢s inmediatos beneficiarios, es una formalidad, que se guisa y se come, en los hemiciclos parlamentarios o en los plenos municipales. Una democracia de tenedor y ret¨®rica, que olvida que el votante es ciudadano. A los ni?os y a los adolescentes que se incorporar¨¢n a la sociedad eso de la educaci¨®n para la ciudadan¨ªa, no ha de hacerles da?o, si los instala en la libertad, en el di¨¢logo, en la tolerancia y en el respeto a los dem¨¢s. Francisco Camps que puede ser un asceta, pero dif¨ªcilmente un gentleman, considera que esa educaci¨®n debe impartirse en ingl¨¦s. Quiz¨¢ porque eso de la ciudadan¨ªa le suene tan remoto y ajeno, como una pieza teatral del londinense Harold Pinter, en la que denunci¨® la represi¨®n de los kurdos y de su lengua. ?Qu¨¦ pretende Camps con la de los valencianos?, ?no le parece docente y decente?.