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Reportaje:

Kioto. La ciudad de las 'geishas'

A la ca¨ªda de la tarde, cuando las sombras se adue?an de las aguas del Kamogawa, las terrazas de madera levantadas sobre su margen izquierda se iluminan con farolillos que apenas permiten distinguir a los comensales que ocupan los apartados de los exquisitos restaurantes que tienen verandas sobre este r¨ªo que atraviesa Kioto. Con frecuencia, sin embargo, las penumbras se esclarecen con el brillo de las sedas de los quimonos y de los adornos del tocado de las geishas, empe?adas en deleitar con sus ancestrales artes a quienes pueden permitirse gastarse una peque?a fortuna para contratarlas.

La antigua capital imperial de Jap¨®n, hoy convertida en el coraz¨®n espiritual del pa¨ªs, tiene todo el hechizo de la belleza, la armon¨ªa y el misterio de estas elegantes mujeres -mitad danzarinas y actrices, mitad meretrices- que hicieron de la conversaci¨®n un arte con el que liberar de sus preocupaciones a los hombres de las altas esferas de la sociedad japonesa.

Es la Roma del Imperio del Sol Naciente. Un entramado de templos en una ciudad moderna
Kioto se libr¨® de las bombas incendiarias que arrasaron Tokio durante la II Guerra Mundial
Kioto alumbr¨® la figura de las 'geishas' al calor del c¨®digo de conducta samur¨¢i
"Para ser 'geisha' se requiere una paciencia y humildad de las que carecen las j¨®venes de hoy"
El alma de Kioto reside en sus jardines. Pero se siente amenazada por la presi¨®n del mundo moderno

Kioto es la Roma del Imperio del Sol Naciente. Un entramado de templos y edificios hist¨®ricos fundido en el tr¨¢fico de una ciudad moderna de casi mill¨®n y medio de habitantes, a la que dan vida su prestigiosa universidad y la pasi¨®n de los japoneses, que acuden por decenas de millones cada a?o por su patrimonio cultural y por el arte de la jardiner¨ªa.

Ensimismada en sus tradiciones, Kioto no imagin¨® jam¨¢s que en 1997 saltar¨ªa a¨²n m¨¢s a la fama mundial al prestar su nombre al protocolo con el que Naciones Unidas pretende reducir las emisiones de los gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global y el cambio clim¨¢tico, que amenaza la supervivencia del planeta.

M¨¢s de 2.000 templos y santuarios salpican la ciudad y las colinas de tupidos bosques que la circundan. Una atm¨®sfera de recogimiento y placidez impregna el conjunto, pese a ser el gran polo de atracci¨®n de los turistas japoneses, que viajan a Kioto con la misma fe con que se asiste a una peregrinaci¨®n y disfrutan de cada una de las explosiones de color que se producen seg¨²n la estaci¨®n del a?o, que concluye cubriendo la ciudad con un manto de inmaculada nieve.

Hay quienes, como Shotaro -de 58 a?os y profesor de ingl¨¦s en la vecina Osaka-, sostienen que para entrar con sosiego en la edad madura hace falta empaparse del oto?o de Kioto, deleitarse con sus jardines y dejar que el alma se inunde de la furia del rojo y el amarillo, templada en la profundidad de los verdes perennes. Obsesionado por la rebeld¨ªa de sus j¨®venes alumnos y por la "defensa err¨®nea que los actuales padres japoneses hacen del mal comportamiento de sus hijos", Shotaro sube con frecuencia a uno de los trenes que comunican las dos ciudades, cierra los ojos, medita y se sorprende vagando hacia la calma de un templo.

Shotaro es sinto¨ªsta, practica la religi¨®n mayoritaria en Jap¨®n, pero su esp¨ªritu se aplaca igualmente en la quietud de los ambientes del budismo zen y en la contemplaci¨®n de sus famosos jardines secos, compuestos tan s¨®lo con grava rastrillada y piedras, y cuya est¨¦tica comienza a extenderse por Occidente. El m¨¢s conocido de ellos es el del templo Ryoan, de 1473. S¨ªmbolo de la simplicidad absoluta, se trata de un rect¨¢ngulo con 15 rocas distribuidas en tres conjuntos de siete, cinco y tres, colocadas sobre un mar de grava. Su peculiaridad estriba en que siempre hay una piedra que se escapa a la visi¨®n.

Los males de Shotaro afectan a buena parte del profesorado nip¨®n, muchos de cuyos miembros ni entienden a la juventud actual ni logran hacerse respetar, lo que les produce fuertes depresiones. "En el Jap¨®n de hoy comenzamos a ver los efectos negativos de la importancia que se concede a la libertad personal y al individuo. Nuestros educadores son incapaces de ejercer el liderazgo o la autoridad. Ser¨ªa ideal redescubrir las rigurosas normas sociales de la era Edo (1603-1868) y la forma en que se inculcaban a los j¨®venes", afirma el escritor Nakamura Akihiko en el bimensual Cuadernos de Jap¨®n.

Nakamura, conforme al despertar nacionalista que vive el pa¨ªs, sostiene que "el pasado de Jap¨®n fue superior al presente en muchos sentidos", y que ha llegado el momento de acabar con la "visi¨®n infantil de la historia como un avance hacia el progreso y de comenzar a apreciar el legado del Imperio del Sol Naciente".

En esta necesidad apremiante de muchos japoneses por volver a la esencia de sus tradiciones, Kioto ocupa un lugar relevante. Todo su esplendor se lo debe a la era Edo, conocida como el shogunato. Fue entonces cuando el emperador se vio sometido a la dictadura de los shogun (se?ores de la guerra). El primero de ellos fue Tokugawa Ieyasu, que unific¨® el poder sobre las 4.000 islas del archipi¨¦lago, estableci¨® su cuartel general en Edo, el actual Tokio, y cerr¨® el Estado y sus puertos a la agresiva presi¨®n de Occidente.

Aislada de influencias exteriores perturbadoras, la cultura japonesa encontraba en la capital imperial un impulso en el que fund¨ªa sus ra¨ªces chinas para desarrollar una creatividad inigualable. Arquitectos, pintores, poetas, m¨²sicos, tejedores y los mejores artesanos del imperio se concentraron en Kioto y erigieron la mayor¨ªa de los palacios y templos que imprimieron un car¨¢cter singular a la ciudad y la convirtieron en una joya ¨²nica en el mundo.

Afortunadamente, Kioto no sufri¨® los ataques con bombas incendiarias que destruyeron barrios enteros de Tokio durante la II Guerra Mundial, lo que permiti¨® que la mayor¨ªa de las construcciones de la era Edo se conserven. Muchas fueron levantadas sobre las ruinas de otras arrasadas o incendiadas durante el ca¨®tico periodo de guerras anterior a la fundaci¨®n del shogunato. La Unesco ha declarado patrimonio de la humanidad 13 templos budistas, tres santuarios sinto¨ªstas y la fortaleza de Nijo, edificados o remodelados en los casi tres siglos de paz transcurridos hasta la restauraci¨®n Meiji (1868), cuando la capital imperial se traslad¨® definitivamente a Tokio.

La paz establecida por el shogun Tokugawa propici¨® tambi¨¦n el florecimiento de las ideas y la filosof¨ªa, el sincretismo de creencias religiosas y la pasi¨®n por los jardines como paisajes del interior de uno mismo, cuya contemplaci¨®n apacigua las almas. El fluir de este refinamiento tuvo un impacto decisivo en el bushido, el c¨®digo de conducta de los samur¨¢is, que a partir de entonces concedieron una gran importancia al cultivo del esp¨ªritu.

En estas circunstancias, no extra?a que Kioto alumbrara la figura de la geisha, cuya misi¨®n tuvo desde el principio un doble objetivo: el descanso y la ilustraci¨®n del guerrero. La ciudad, planificada en barrios delimitados por el estatus social, estableci¨® los distritos de los placeres -karyukai, literalmente: enclave de la flor y el sauce-, en los que ejerc¨ªan estas damas del arte de la seducci¨®n. Se dice de ellas que han de ser "bellas como una flor y elegantes, flexibles y fuertes como un sauce".

Gion, en la orilla oriental del r¨ªo Kamo, sigue siendo el karyukai m¨¢s famoso de Jap¨®n, pero la arquitectura moderna, el tr¨¢fico y los nuevos locales nocturnos de recreo han destruido en gran parte su encanto tradicional de casas de madera en las que se criaban y formaban las maiko o aprendices de geisha. En Kioto apenas quedan un centenar de geiko -geisha, en el dialecto local- y unas ochenta maiko. "A medida que iba consolid¨¢ndome en la profesi¨®n, me sent¨ªa cada vez m¨¢s decepcionada por la intolerancia de nuestro arcaico sistema", cuenta Mineko Iwasaki en su libro Vida de una geisha. Lo public¨® en 2002, despu¨¦s de denunciar por "difamaci¨®n, incumplimiento de contrato y violaci¨®n de los derechos intelectuales" a Arthur Golden, el estadounidense que escribi¨® Memorias de una geisha. Este espectacular ¨¦xito de ventas a escala mundial fue fruto de las revelaciones de Mineko, si bien ¨¦sta asegura que Golden se comprometi¨® a no revelar su identidad y no lo cumpli¨®.

Rodada parcialmente en Kioto, el norteamericano Rob Marshall llev¨® a la gran pantalla en 2005 Memorias de una geisha, protagonizada por la actriz china Zhang Ziyi, desatando una fuerte pol¨¦mica tanto en Tokio como en Pek¨ªn. Los japoneses no entendieron por qu¨¦ se hab¨ªa elegido a una china para interpretar a una geisha, y la Rep¨²blica Popular opt¨® por prohibir el filme argumentando que as¨ª se tra¨ªa a la memoria el horror de las esclavas sexuales utilizadas por el Ej¨¦rcito nip¨®n durante su agresi¨®n a China en los a?os treinta y cuarenta del pasado siglo. En Occidente, sin embargo, el filme fue un ¨¦xito clamoroso, lo que tanto chinos como japoneses interpretaron como una muestra m¨¢s de la superficialidad de los occidentales sobre la complejidad oriental.

El tiempo de deleite de las geishas y de las maiko se mide en minutos, por lo que s¨®lo tienen acceso a ellas los hombres con grandes recursos econ¨®micos. Hasta febrero de 2002, ninguna mujer se hab¨ªa adentrado jam¨¢s en el mundo exclusivo masculino de las geishas, con la excepci¨®n de algunas extranjeras que acompa?aron a sus maridos despu¨¦s de que el Imperio del Sol Naciente fuese derrotado y ocupado por Estados Unidos en 1945. Nadie puede acudir a un ochaya, sal¨®n de banquetes donde maiko y geishas entretienen a los comensales, si no es introducido por un socio.

La crisis econ¨®mica que azot¨® Jap¨®n desde principios de la d¨¦cada de los noventa hasta hace apenas un par de a?os redujo considerablemente el n¨²mero de clientes de los enclaves de la flor y el sauce. Muchas casas de geishas (okiya), tambi¨¦n conocidas como casas de t¨¦, cerraron y otras se reciclaron. En Kioto, las geiko permanecen apegadas a la tradici¨®n y hay que sentirse afortunado si se logra verlas desde lejos. Pero en abril, cuando la antigua capital vive la explosi¨®n de colores que la primavera pinta en el manto de sus incontables jardines, geiko y maiko act¨²an en p¨²blico en los festivales de Miyako Odori, o Bailes de los Cerezos. Ataviadas con sus espl¨¦ndidos quimonos de cola y adornos, que pesan unos veinte kilos, sus vistosas danzas embelesan a quienes tienen la suerte de hacerse con una entrada para el espect¨¢culo.

En Tokio, sin embargo, se impuso el pragmatismo, y la compa?¨ªa Hato Bus busc¨® al acervo m¨¢s exclusivo de la cultura japonesa una salida m¨¢s acorde con los tiempos que corren. Esta empresa tur¨ªstica lleg¨® a un acuerdo en 2002 con uno de los tres karyukai que a¨²n existen en Tokio e irrumpi¨® con sus turistas en uno de los mundos m¨¢s misteriosos del pa¨ªs. Japonesas y japoneses de todas las edades y condiciones, adem¨¢s de algunos extranjeros, acuden desde entonces a las cenas que, amenizadas por 10 geishas y maiko, organiza la Casa de los Cerezos del karyukai de Mukoyima. En este distrito del norte de la capital nipona a¨²n viven 140 geishas.

En 2004, a sus 69 a?os, Senyume, que presum¨ªa de haber sido "la geisha m¨¢s famosa de Tokio", accedi¨® a darme una de las escas¨ªsimas entrevistas que conceden estas damas, y durante una hora, en la que dej¨® entrever su desconfianza hacia el futuro, me relat¨® los pormenores de su profesi¨®n. Llevaba un espl¨¦ndido quimono de seda cruda con flores en tono verde p¨¢lido, pero ya no se emblanquec¨ªa la cara con polvos de arroz, ni se decoraba la cabeza. Senyume tambi¨¦n hab¨ªa dejado de bailar, "porque la danza de las geishas requiere un enorme esfuerzo muscular", pero segu¨ªa tocando el shomisen, una especie de viol¨ªn de tres cuerdas, y al cantar, a¨²n moldeaba la voz de manera que la melod¨ªa parec¨ªa protegerte de cualquier agitaci¨®n externa.

Las geishas son fruto de la compleja sutileza de la sociedad japonesa, que fija uno de sus c¨¢nones de belleza y sensualidad en la longevidad y flexibilidad del empolvado cuello de estas exquisitas damas. "Desgraciadamente, nos encontramos en v¨ªas de extinci¨®n. Para ser geisha se necesita una dedicaci¨®n, una paciencia, una voluntad y una humildad de las que carecen las j¨®venes de hoy d¨ªa", afirm¨® Senyume con cierta melancol¨ªa.

En todo Jap¨®n ya no quedan m¨¢s de mil geishas y, seg¨²n Senyume, "la tradici¨®n se extinguir¨¢ en unos quince a?os, porque ya nadie quiere someterse al duro estudio y entrenamiento que requiere su formaci¨®n". Nacida en la Casa de los Cerezos, Senyume asegura que instruy¨® a 10 geishas y que todas abandonaron esa okiya. El pesimismo de la maestra, sin embargo, no era compartido por Kofuku, una maiko de 26 a?os que estudi¨® ingenier¨ªa y ampli¨® estudios en Inglaterra y Estados Unidos. En un ingl¨¦s fluido y mel¨®dico, Kofuku se?ala que "fue el conocimiento de otros pa¨ªses lo que la hizo valorar la tradici¨®n japonesa".

Pero el atractivo de Kioto reside sobre todo en la riqueza de su arquitectura, cuya creatividad se despliega tanto en los edificios religiosos y civiles como en sus famosos jardines. Su sofisticada est¨¦tica es la mejor representaci¨®n de la filosof¨ªa japonesa, que se nutre del sincretismo de los distintos credos.

"El sinto¨ªsmo est¨¢ profundamente marcado por los principios animistas en torno a los que se cohesion¨® la sociedad nipona. Los animistas toman sus deidades de la naturaleza; por eso, la deidad que el budismo zen atribuye a la piedra fue aceptada con suma facilidad", afirma el monje Yoshinori Sogi, de 61 a?os. Seg¨²n el m¨¢ximo responsable del santuario sinto¨ªsta de Goko, fundado al sur de Kioto en el siglo VIII, el sinto¨ªsmo es un conjunto flexible de creencias populares "encauzadas en una espiritualidad en la que el ritual juega un papel fundamental".

El monje sostiene que aunque los jardines sinto¨ªstas son h¨²medos, pr¨¢cticamente todos los santuarios de esta doctrina combinan los h¨²medos y los secos, propios del budismo zen. Dise?ados para destacar tanto el esplendor de la naturaleza como la exquisitez del hombre que la doma, los jardines h¨²medos son m¨¢s acordes con las ra¨ªces polite¨ªstas de la sociedad.

Convencidos de que el esp¨ªritu del ser humano contin¨²a viviendo despu¨¦s de la muerte, los japoneses consideran que los jardines son estampas del para¨ªso, cuya contemplaci¨®n delimita el paisaje en el tiempo. De ah¨ª que la perfecci¨®n de un jard¨ªn se busque en su arm¨®nica distinci¨®n de las cuatro estaciones del a?o.

Casi podr¨ªa decirse que los jardines comienzan en los bosques que rodean los santuarios, como el de Fushimi-Inari Taisha, el m¨¢s popular de Jap¨®n. Situado en una colina al sur de Kioto, al templo principal se accede por senderos formados por hileras de arcos -hay unos 30.000- levantados como ofrendas al dios de las cosechas, Inari, as¨ª como por los caminos que serpentean a trav¨¦s de un bosque de bamb¨².

"Aprecia cada encuentro, ya que nunca se repetir¨¢". Esta m¨¢xima, que encarna la relevancia que los japoneses conceden a la ceremonia del t¨¦, se impuso en el Kioto imperial, especialmente despu¨¦s de que Sen no Rikyu (1522-1591) fuese nombrado "maestro de t¨¦" de la corte de Oda Nobunaga.

Seg¨²n el maestro, los cuatro principios fundamentales de la ceremonia son: armon¨ªa, tranquilidad, respeto y pureza. Sen no Rikyu estableci¨® tambi¨¦n las caracter¨ªsticas arquitect¨®nicas del pabell¨®n en que deber¨ªa celebrarse la ceremonia, su decoraci¨®n y los utensilios necesarios para que el anfitri¨®n ofreciera una hospitalidad profunda y espiritual a sus invitados.

Sus normas, que hac¨ªan hincapi¨¦ en la atm¨®sfera minimalista para resaltar la humildad del anfitri¨®n, salpicaron Kioto de simples pero bell¨ªsimos salones. El maestro elev¨® hasta el infinito la sofisticaci¨®n de la ceremonia del t¨¦ y la dot¨® de un sentido filos¨®fico y social. El ritual puede durar hasta cuatro horas y requiere una maestr¨ªa de a?os. Una versi¨®n que apenas tiene que ver con la wabicha, ofrecida hoy en muchos templos a sus visitantes cuando les invitan a beber un t¨¦ verde batido, cuya amargura difumina un pastelillo. ?stas son las bases culinarias de la ceremonia.

Kioto recibi¨® el a?o pasado 47 millones de turistas, de los que s¨®lo 1,3 millones fueron extranjeros. Entre ellos, no hay un solo japon¨¦s que, al contemplar Kinkaku, el templo zen del Pabell¨®n Dorado ?as¨ª llamado porque las dos plantas de este singular edificio del siglo XIV est¨¢n recubiertas de pan de oro?, no recuerde a Yukio Mishima (1925-1970), el gran cr¨ªtico de la decadencia social y espiritual en que se sumi¨® la sociedad nipona tras la ocupaci¨®n estadounidense, contra la que Mishima luch¨® hasta hacerse el haraquiri en el cuartel general del Ej¨¦rcito, en Tokio.

Considerado por muchos como el mejor novelista y dramaturgo japon¨¦s del siglo XX, Mishima public¨® en 1956 su novela El Pabell¨®n Dorado, en la que retrata a un hombre obsesionado por la religi¨®n y la belleza. El protagonista es el monje zen que, enloquecido por la belleza de Kinkaku-ji, lo incendi¨® en 1950. El actual pabell¨®n es una copia exacta del que entonces qued¨® reducido a cenizas. Se termin¨® de edificar en 1955, un a?o antes de que Mishima inmortalizara el sacrificio.

El embrujo de Kioto enloqueci¨® a m¨¢s de un mortal incapaz de distinguir entre la perfecci¨®n de la obra humana y la recreaci¨®n divina de la naturaleza. Cuentan que en la sagrada confluencia de los r¨ªos Kamo, Katsuura y Uji se estableci¨® en el siglo IX uno de los primeros jardines de la nueva capital imperial. Dos siglos m¨¢s tarde, el emperador Shirakawa se adue?¨® del jard¨ªn y orden¨® levantar una villa en su entorno para poder disfrutarlo mejor. En el siglo XVI, los sacerdotes sinto¨ªstas del cercano santuario de Jonangu entraron en el lugar y encargaron la remodelaci¨®n del jard¨ªn a un dise?ador fascinado por el para¨ªso so?ado de la princesa Genji, la hero¨ªna de la primera novela de Jap¨®n, La historia de la princesa Genji (1007), de Murasaki Shikibu. Su magistral combinaci¨®n de macizos de flores, piedras, agua y ¨¢rboles reproduce el mar y las monta?as, y apresa el tiempo para dividirlo en las cuatro estaciones cuyos colores tintan un ed¨¦n singular que perdura hasta hoy.

El alma de Kioto vive en sus jardines. Grandes o peque?os, h¨²medos o secos, p¨²blicos o privados, imprimen un aire distintivo a la ciudad y se integran de tal forma en ella que, en santuarios como los de Tenryu y Entsuu y en la villa imperial de Shugakuin Rikyu, incorporan la vista de las monta?as y el verdor de los alrededores.

La mejor forma de apreciar el apego de los habitantes a sus jardines es pasearse por las afueras de la ciudad o subir a sus colinas, cuyas faldas parecen collages de estampas de colores, cada una con una casita y un diminuto parterre. Y cuando no se dispone de tierra, se recurre a macetas, como las que adornan las escasas calles que quedan en Kioto de machiya, las tradicionales casas de madera y puertas con celos¨ªas que antiguamente se cubr¨ªan con papel de arroz.

Sin embargo, la ciudad que da nombre a la lucha contra el cambio clim¨¢tico se siente amenazada por la globalizaci¨®n y las presiones del mundo moderno. Un grupo de artistas se estableci¨® a finales de la d¨¦cada pasada en el popular barrio de Nishijin para impedir que la especulaci¨®n inmobiliaria y la piqueta arrasaran las apenas 25.000 machiya que a¨²n siguen en pie. Adem¨¢s, la afluencia masiva de turistas impulsa la construcci¨®n de grandes hoteles, lo que perjudica tanto al paisaje urbano como a la m¨¢s t¨ªpica industria hotelera, los riok¨¢n. Estas antiguas posadas trasladan al visitante al Jap¨®n tradicional de tatamis, futones, ba?os comunes, puertas correderas y yukata (simples quimonos de algod¨®n para estar en la casa). Los riok¨¢n pueden ser extremadamente austeros, pero tambi¨¦n los hay de un lujo minimalista exquisito, con ba?o privado, un amplio ventanal y una doncella que sirve en la habitaci¨®n la cena y el desayuno.

Divididos entre el amor a sus ra¨ªces y los beneficios econ¨®micos que deja el turismo, los habitantes de Kioto impulsaron la promulgaci¨®n, hace dos a?os, de la ordenanza m¨¢s estricta de Jap¨®n en cuanto a la protecci¨®n del paisaje urbano. La norma, que entr¨® en vigor el mes pasado y reduce a 15 metros la altura m¨¢xima de los edificios en el centro hist¨®rico, limpi¨® la ciudad de vallas publicitarias luminosas y elimin¨® los carteles de ne¨®n de los techos de sus edificios.

As¨ª, la vieja ciudad que dio a luz el Protocolo de Kioto se reinventa ecol¨®gica y sobre todo respetuosa con el medio ambiente, con su paisaje, su historia, sus monjes, sus templos y sus colores. Con la flor y el sauce del Jap¨®n eterno.

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