Surfeando en las nubes
Son casi una secta. Y cada vez hay m¨¢s. Los observadores de nubes no se paran en gastos o molestias para satisfacer su pasi¨®n. Como la de Gavin Pretor-Pinney, fundador de la Cloud Appreciation Society, autor de la 'Gu¨ªa del observador de nubes', que Salamandra publicar¨¢ pr¨®ximamente
Hace unos a?os, estaba pasando el rato mirando las fotos de un libro de nubes (lo que supongo que, para el observador, es el equivalente de leer la revista Heat), cuando me encontr¨¦ con la fotograf¨ªa de una nube distinta a cuantas hab¨ªa visto hasta entonces. La foto a¨¦rea mostraba una nube baja larga y lisa, con forma de tubo, que parec¨ªa un rollo blanco de merengue y se extend¨ªa de una punta a la otra del horizonte, con cielos despejados por delante y por detr¨¢s. Se hab¨ªa formado sobre un terreno de aspecto ex¨®tico con r¨ªos tortuosos y manglares. Sab¨ªa que se la clasificar¨ªa como una "nube ola", una formaci¨®n particular del g¨¦nero estratoc¨²mulos, pero me pareci¨® casi demasiado sublime para agruparla con cualquiera de las nubes corrientes. El realidad, el pie de foto explicaba que ten¨ªa un nombre propio, la Gloria Matutina, que "transmite la sensaci¨®n de euforia que su paso produce".
Intr¨¦pidos pilotos de planeador recorren cada a?o Australia para encontrar la Gloria Matutina
Esa nube puede extenderse casi mil kil¨®metros (tanto como Gran Breta?a) y moverse a 60 km/h
"Puedes meter la punta del ala, hacer acrobacias y rizar el rizo de la nube", asegura Rick Bowie
Yo hab¨ªa cruzado el mundo para encontrar esa nube y, por fin, ah¨ª est¨¢bamos, cara a cara
Un observador de nubes no debe pasarse la vida mirando libros. As¨ª pues, jur¨¦, en ese momento y en ese lugar, que averiguar¨ªa d¨®nde hab¨ªa m¨¢s posibilidades de encontrar una Gloria Matutina, y que ir¨ªa a ver con mis propios ojos aquella nube tan bonita.
Y entonces le¨ª que s¨®lo se forma en una de las partes m¨¢s remotas de Australia: la zona del golfo de Savannah, en el norte de Queensland, que es m¨¢s o menos lo m¨¢s lejos de donde vivo que se puede llegar. Cruzar el mundo entero en busca de una nube era sin duda una misi¨®n demasiado rid¨ªcula incluso para el m¨¢s ferviente observador de nubes. Comprend¨ª que a lo mejor me hab¨ªa precipitado un poco con mi juramento.
Sin embargo, cuanto m¨¢s averiguaba sobre esa nube, m¨¢s intriga sent¨ªa. Me enter¨¦ de que la Gloria Matutina puede extenderse casi mil kil¨®metros (tanto como Gran Breta?a) y moverse a velocidades de casi sesenta kil¨®metros por hora. M¨¢s a¨²n, un peque?o grupo de intr¨¦pidos pilotos de planeador recorren todos los a?os miles de kil¨®metros a trav¨¦s de Australia con la esperanza de encontrarla. Esperan, durante los meses de primavera de septiembre y octubre, en el min¨²sculo asentamiento de Burketown, donde suele formarse la nube, con una sola misi¨®n: planear sobre la Gloria Matutina. Se considera una de las experiencias m¨¢s asombrosas para un piloto de planeador, y s¨®lo puede describirse como hacer surf en las nubes.
De pronto Australia ya no me pareci¨® tan lejos.
Las nubes son la m¨¢s ca¨®tica de las manifestaciones de la naturaleza; cuesta predecir con alg¨²n grado de certeza hasta la aparici¨®n de las m¨¢s corrientes. Hab¨ªa o¨ªdo hablar de pilotos que cruzaban Australia entera para hacer surf en esa nube espectacular s¨®lo para regresar unas semanas despu¨¦s sin que su planeador se hubiera levantado apenas del asfalto.
El doctor Doug Christie, de la Escuela de Investigaci¨®n de Ciencias Terrestres de la Universidad Nacional Australiana en Canberra, es un experto en "alteraciones de ondas atmosf¨¦ricas de gran amplitud" (supongo que alguien ten¨ªa que serlo) y se lo considera una autoridad mundial en la Gloria Matutina. (...)
Desde que visit¨® por primera vez Burketown en 1980, Christie ha realizado numerosos experimentos en esa regi¨®n y ha dado con la explicaci¨®n m¨¢s aceptada para el fen¨®meno de la Gloria Matutina. Seg¨²n ¨¦l, la nube se forma en el centro de una enorme "ola solitaria" de aire, que parece originarse con frecuencia sobre la pen¨ªnsula del Cabo York, en el extremo nordeste del golfo. Esa ola puede viajar como una cresta independiente, cual versi¨®n a¨¦rea del macareo en el r¨ªo Severn, en Gran Breta?a. "Es casi seguro que resulta de una colisi¨®n de corrientes marinas de aire opuestas sobre el Cabo York -contin¨²a Christie-. Pero no s¨¦ si entendemos realmente los detalles de esas alteraciones, pues hay un mont¨®n de caracter¨ªsticas desconcertantes. Por ejemplo, se desconoce por qu¨¦ hay semejante variedad de glorias: unas son sencillamente una o dos olas solitarias, y otras, una amplia sucesi¨®n de ellas; unas se propagan a lo largo de enormes distancias, y otras apenas lo hacen."
Durante todo el d¨ªa, tuve la sensaci¨®n de que mi suerte estaba cambiando. Una brisa marina empez¨® a soplar desde el nordeste y, por la tarde, el camarero del pub me llam¨® la atenci¨®n sobre una leve escarcha en sus neveras. Al mirar por la ventana a las cinco de la ma?ana siguiente vi una l¨ªnea oscura en el horizonte. Ah¨ª estaba.
Me vest¨ª a tientas y me precipit¨¦ hacia la carretera desierta delante de la caba?a. Todav¨ªa estaba oscuro y un perro ladraba como un loco. Sent¨ª el viento levantarse en torno a m¨ª al llegar la nube al final de la calle.
La luz de la luna llena dotaba de una p¨¢tina sedosa y glacial a la impresionante parte delantera de la nube, que se extend¨ªa hacia el horizonte en ambas direcciones. Me qued¨¦ petrificado vi¨¦ndola recorrer la calle hacia m¨ª. Bucles y ondulaciones en su cara frontal se elevaban para progresar hacia lo alto y desaparecer, haciendo que pareciera que giraba sobre s¨ª misma. Era inmensa: tap¨® la luna y la Cruz del Sur al pasar, sumiendo en sombras el pueblo. La parte de atr¨¢s ten¨ªa un aspecto bastante distinto, como el de una pared de c¨²mulos que cayera, con sus mont¨ªculos de coliflor plateados y negros bajo la luz de la luna.
Ah¨ª estaba la nube por la que hab¨ªa cruzado el mundo de punta a punta. Y sin embargo hab¨ªa llegado antes del alba, por lo que s¨®lo era parcialmente visible. Al volver a mi caba?a en busca de una taza de t¨¦ me sent¨ª como si hubiese acudido a dar caza a un infame tibur¨®n y acabara de vislumbrar su aleta quebrando la superficie del agua. No pod¨ªa esperar para ver qu¨¦ aspecto tendr¨ªa esa bestia a la luz del d¨ªa.
Me encontr¨¦ con m¨¢s pilotos de vuelo sin motor en la pista. Rick Bowie hab¨ªa recorrido los 2.000 kil¨®metros hasta all¨ª desde Byron Bay, donde organiza vuelos de placer del club local de vuelo a vela. ?se era su tercer a?o en Burketown y se hab¨ªa llevado consigo un planeador Pik 20E con autopropulsi¨®n para el despegue.(...)
La fuerza propulsora con que se puede contar en la cara anterior de la nube proporciona las condiciones ideales para ejecutar las maniobras de vuelo en aeroplano m¨¢s audaces: "Te encaramas a la cara anterior de la nube y desciendes de ella haciendo surf. -Bowie me mostraba los movimientos del planeador con la palma extendida-. Puedes meter la punta de un ala en la nube y recorrer toda la cara... justo hasta el fondo. Puedes hacer acrobacias, rizar el rizo..." Pero ?no resultaba peligroso hacer surf en la Gloria Matutina? "S¨ª, hay que ir con mucha cautela. No sabes qu¨¦ va a hacer la nube... La fuerza propulsora puede desaparecer cuando ¨¦sta avanza tierra adentro desde el mar y se va disipando."
El aire turbulento y descendente en el centro y la cara posterior de la nube ha de evitarse a toda costa. Cuando los surfistas pierden pie sobre la t¨ªpica ola marina, se mojan. Si a un piloto de planeador le pasa lo mismo a mil y pico metros de altura mientras surfea sobre una Gloria Matutina, el resultado es bastante m¨¢s grave: "All¨¢ abajo lo que hay es un paraje aislado... y est¨¢ lleno de cocodrilos -advirti¨® Bowie-. Si tienes que utilizar el paraca¨ªdas, nadie va a darse prisa por ir a buscarte."
Pese a sus peligros, o quiz¨¢ a causa de ellos, la Gloria Matutina ofrece a los pilotos la oportunidad de batir r¨¦cords tanto de distancia como de velocidad. Y eso es algo de lo que Dave Jansen, un piloto de Qantas de Mooloolaba, al norte de Brisbane, estaba en posici¨®n de hablar. Hab¨ªa viajado a Burketown por primera vez, y sab¨ªa m¨¢s que nadie acerca de batir r¨¦cords: no s¨®lo hab¨ªa sido campe¨®n de Australia de vuelo sin motor cinco veces, sino que era adem¨¢s el encargado de registrar r¨¦cords de la Federaci¨®n de Vuelo sin Motor. Era responsable de verificar cualquier reivindicaci¨®n nacional de haber batido un r¨¦cord.
Todo parec¨ªa indicar que por la ma?ana har¨ªa su aparici¨®n otra Gloria Matutina: la brisa del mar se hab¨ªa mantenido todo el d¨ªa, las mesas de caf¨¦ ten¨ªan las esquinas torcidas de forma espectacular y, plantados en la barra del pub de Burketown, Frankie Wylie y yo concluimos que era innegable que hab¨ªa escarcha en las puertas de las neveras. La certeza era absoluta.
La ¨²nica cuesti¨®n que me daba vueltas en la cabeza era si la nube llegar¨ªa a una hora menos infame. No me preocupaba lo de levantarme tan temprano, sino que los pilotos de los planeadores no podr¨ªan despegar y hacer surf en la Gloria Matutina a menos que la nube fuera lo bastante considerada como para aparecer a la luz del d¨ªa.
Todos los sospechosos habituales estaban presentes en la pista para cuando llegu¨¦ a las cinco en punto. Ayud¨¦ a Rick Bowie a secar el roc¨ªo de las alas de su Pik 20E. Aunque se trataba de una buena se?al, de que hab¨ªa humedad suficiente en el aire para que se formara la nube, me explic¨®, el roc¨ªo cambiaba la forma en que el aire flu¨ªa sobre las alas y dificultaba el control del aparato. Paul Poole hab¨ªa acudido tambi¨¦n a la pista de aterrizaje, y accedi¨® a llevarme en su avioneta Cessna 187 para que viera la nube de cerca. "Definitivamente hay una ah¨ª fuera", dijo observando el horizonte iluminado por el alba con ojos entornados. En cuanto hubo suficiente luz para volar, los pilotos se precipitaron hacia sus aeroplanos y despegaron en r¨¢pida sucesi¨®n hacia el sol saliente. Paul y yo los seguimos de cerca.
Treinta kil¨®metros al norte del pueblo, llegamos a la costa. Y all¨ª, rodando hacia nosotros, no hab¨ªa una Gloria Matutina sino tres. La que iba delante ten¨ªa una superficie lisa y sedosa que la hac¨ªa parecer un enorme y n¨ªveo glaciar suspendido a doscientos metros del suelo. La segunda y la tercera eran nubes rugosas y amontonadas que se propagaban en la estela de turbulencia de la primera.
Desde el aire, advert¨ª la enorme longitud de las nubes, que serpenteaban en ambas direcciones a lo largo del golfo. Sobre la isla de Bentinck, por donde una secci¨®n de la primera hab¨ªa pasado, su progreso se hab¨ªa vuelto m¨¢s lento comparado con el de las partes sobre el agua alrededor, lo que hac¨ªa curvarse claramente la l¨ªnea de la nube. Antes de despegar hab¨ªamos quitado la portezuela lateral de la Cessna de sus bisagras, para que no hubiese cristal entre la nube y yo. Se ve¨ªa tan limpia, lisa y brillante que sent¨ª deseos de saltar sobre ella.
Los planeadores parec¨ªan min¨²sculos contra la nube principal. Como surfistas en la ola m¨¢s grande que pudiese producir la playa de Waimea en Hawai, los pilotos descend¨ªan planeando por su cara anterior. Cobraban velocidad como si realizaran un picado con sus aparatos pero, en la continua corriente ascendente delante de la ola, se trataba de un picado sin p¨¦rdida de altitud. Luego remontaban el gradiente de la cara de la nube, ladeaban una ala y describ¨ªan una curva cerrada para volar de nuevo en la direcci¨®n opuesta.
En la distancia, vi a Rick Bowie rizar el rizo delante de la cara nubosa. Geoff Pratt cobr¨® altura y salt¨® sobre la nube principal para cabalgar sobre la segunda y la tercera. Las alas del velero lanzaban destellos, como tablas de surf enceradas bajo el sol bajo del amanecer en su avance a trav¨¦s de aquella inmensa ola de la atm¨®sfera.
Pens¨¦ en lo furioso que se habr¨ªa puesto Ken Jelleff de saber lo que se hab¨ªa perdido ese a?o. "Cuando llevas diez o quince minutos de vuelo -me hab¨ªa contado-, el sol sale por encima de la nube. Cuando vuelves la vista hacia esa enorme ola de algod¨®n, con el sol dorado asomando tras ella, parece algo pintado por los italianos del Renacimiento. Jurar¨ªas que est¨¢s en el cielo. Es as¨ª de fant¨¢stico."
Y Jelleff ten¨ªa raz¨®n. La nube resplandec¨ªa. "Hasta que experimentas lo que es planear en esta nube -hab¨ªa comentado con entusiasmo Geoff Pratt el d¨ªa anterior-, no comprendes lo especial que es. A veces tengo que pellizcarme s¨®lo para saber que de verdad lo estoy haciendo".
Yo hab¨ªa cruzado el mundo para encontrarme con esa nube y, por fin, ah¨ª est¨¢bamos, cara a cara. Me llev¨¦ la mano a los ojos para protegerlos de los brillantes rayos ahora que el sol estaba muy por encima del horizonte en el nordeste. Y los rayos ca¨ªan en cascada por la cara de la nube, proyectando sombras c¨¢lidas y alargadas en las ondas de su superficie. Las ondulaciones se elevaban suavemente con la evoluci¨®n de la nube antes de desaparecer sobre su cresta.
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