"?Maldito d¨ªa!"
Arturo P¨¦rez-Reverte revive de manera impresionante en Un d¨ªa de c¨®lera, su nuevo libro, la feroz jornada del Dos de Mayo de 1808 en Madrid, devolvi¨¦ndola a la calle con toda su sangre y salvajismo y con tono documental.
"Pelean por barullo o por cabreo: esos franchutes le han tocado las tetas a mi novia, son unos cabrones, chuloputas"
"El drama del Dos de Mayo es el de los l¨²cidos, los que saben que combatir a los franceses es defender a unos reyes incapaces"
"?Qu¨¦ se puede esperar de un pueblo que se echa a la calle porque est¨¢ cabreado? Eso no puede llevar a nada bueno"
"Estoy hablando de personas, del alba?il, la pescadera, el picador, gente concreta, gente de verdad, seres humanos"
Ca?ones, ca?ones, ca?ones. "Colocaron las piezas ah¨ª, dos de a ocho libras y dos de a cuatro, para cubrir la transversal de San Jos¨¦ en las dos direcciones, hacia San Bernardo por la derecha y hacia Fuencarral por la izquierda, y enfilando tambi¨¦n la calle de San Pedro, al frente. Desde aqu¨ª les tiraban a los franceses, vinieran por donde vinieran". Arturo P¨¦rez-Reverte hace una mueca lobuna y se?ala con la mano como si orientara a los artilleros del parque de Montele¨®n y estuvi¨¦ramos metidos de lleno en aquel fregado de humo, p¨®lvora y espanto, el Dos de Mayo de 1808, nada menos. Hasta parece prudente agacharse.
Nos encontramos en uno de los escenarios principales (la madrile?a plaza del Dos de Mayo) de aquella hist¨®rica, violenta y controvertida jornada de la que pronto se cumplir¨¢n 200 a?os y a la que el escritor ha dedicado su nuevo libro, Un d¨ªa de c¨®lera (Alfaguara), una reconstrucci¨®n apasionante y minuciosa hasta la obsesi¨®n de los sucesos que tuvieron lugar en la fecha. "Por ah¨ª entr¨® la columna Lagrange-Lefranc", est¨¢ diciendo el autor, "dos mil hombres, encabezados por un destacamento de gastadores y granaderos de la Guardia Imperial; imagina los chac¨®s negros, las relucientes bayonetas, los toques de corneta, el crepitar de la fusiler¨ªa". El lugar est¨¢ tranquilo como una balsa de aceite en esta tarde radiante. Un grupo de j¨®venes con monopatines, varios paseantes con perros y un tipo que, sentado, da cuenta de un gran bocadillo, miran de reojo, con cierta aprensi¨®n, a P¨¦rez-Reverte, que luce un radical corte de pelo a lo paracaidista de la 82? Airborne en Sainte-M¨¨re-Eglise, y sigue indicando con rasgo feroz ¨¢ngulos de tiro, l¨ªneas de ataque, movimientos de tropas.
"?ste fue nuestro ?lamo", afirma contundente. Y agrega, con tono compungido, se?alando al suelo, junto a la puerta monumental conservada en medio de la plaza que es lo ¨²nico que queda del viejo edificio del parque de artiller¨ªa: "Exactamente aqu¨ª cay¨® Dao¨ªz, y all¨¢ Velarde". Las ajadas estatuas de los dos h¨¦roes "les faltan las espadas originales y el pedestal est¨¢ atravesado de grafitos" parecen inclinarse para observar por encima del hombro del novelista.
Pasear por los escenarios del Dos de Mayo con Arturo P¨¦rez-Reverte de scout es "igual que leer su libro" como ver resucitar la historia bajo tus ojos. Tras callejear tropezando con grupos de paisanos armados, esquivando balazos, cuerpos tirados de cualquier manera y charcos de sangre -"mira, la calle del Barquillo, aqu¨ª muri¨® el hijo del general Legrand, oficial de caballer¨ªa, de un macetazo"-, llegamos por la calle Mayor hasta cerca de la Puerta del Sol, donde vemos pasar a la caballer¨ªa francesa del Chef d'escadron Daumesil, dragones, cazadores y granaderos montados, con los mamelucos en vanguardia, preparada para cargar. El escritor se detiene y aprovecha para evocar el ataque de los coraceros de Rigaud en la Puerta de Toledo. El suelo parece temblar con la evocaci¨®n de la masa compacta de esa caballer¨ªa pesada. Esa vibraci¨®n de la tierra que notan los personajes del libro antes de ver llegar a los 926 coraceros... "Es real. Pude sentirla durante el rodaje de Alatriste, durante el ataque contra el cuadro espa?ol, con todos aquellos caballos", explica P¨¦rez-Reverte. La escena de Un d¨ªa de c¨®lera recuerda la de Salvar al soldado Ryan en la que llegan los p¨¢nzer y los precede una trepidaci¨®n de los cristales, las paredes, la tierra -no en balde, al cabo, los regimientos de coraceros se convirtieron en unidades de blindados-. "Yo eso lo viv¨ª en Vukovar", a?ade el novelista, "con M¨¢rquez, el c¨¢mara; la sensaci¨®n de desasosiego cuando se acercan los carros de combate...".
El largo paseo por "la batalla de Madrid" del Dos de Mayo es el postre de la conversaci¨®n con Arturo P¨¦rez-Reverte (Cartagena, 1951) en el caf¨¦ Gij¨®n, donde el novelista recibe con un humor excelente y sorprendentemente sosegado. , incluso con un punto de dulzura tan discordante en ¨¦l como crema sobre una guindilla.Es posible que Un d¨ªa de c¨®lera, parad¨®jicamente, le haya calmado. Ante la primera pregunta, no obstante, se revuelve como si lo hubieran azotado con un knut.
PREGUNTA. Un d¨ªa de c¨®lera tiene un aire period¨ªstico.
RESPUESTA. Para nada. No es periodismo.
P. Bueno, no es ficci¨®n, ni libro de historia, dice usted, se parece a aquellos libros de Dominique Lapierre y Larry Collins, como ?Arde Par¨ªs? Aqu¨ª es un poco ?Arde Madrid? El ampl¨ªsimo reparto, esos personajes -todos reales, subraya usted- a los que seguimos de un lado a otro, las vidas y perspectivas que se entrecruzan, la minuciosidad en situar a cada uno en el momento exacto y en el lugar preciso en que se encontraba? Marbot se corta afeit¨¢ndose, Morat¨ªn se quema con el chocolate, una manola le canta una copla a Dao¨ªz, Murat imparte ¨®rdenes de tirar sin compasi¨®n en su cuartel general en el palacio Grimaldi...
R. Eso s¨ª, es un libro documento, basado en los datos, los informes militares, las memorias de los que vivieron aquellos hechos, los documentos oficiales, las listas de muertos y heridos. Pienso m¨¢s que en Lapierre y Collins en Cornelius Ryan.
P. El autor de El d¨ªa m¨¢s largo, Un puente lejano...
R. Y La ca¨ªda de Berl¨ªn, s¨ª.
P. Ese af¨¢n de objetividad, ese puntillismo, los nombres, d¨®nde mata y muere cada uno...
R. El Dos de Mayo es algo muy contaminado y manipulado por todo el mundo durante 200 a?os. He querido despojarlo de todo eso, mostrarlo como fue, con informaci¨®n de primera mano -he consultado una cantidad ingente de documentaci¨®n-, y hacer que el lector lo viva, por primera vez, en la calle. Que entienda c¨®mo fue, y que se sienta un participante, que pase miedo, que corra, que sude. Un d¨ªa de c¨®lera es un libro basado en los testimonios, absolutamente riguroso. Es novela s¨®lo en la medida en que he llenado los agujeros que deja la documentaci¨®n usando t¨¦cnicas de narrador, poniendo la argamasa que une los datos. Pero empleo un lenguaje directo, objetivo, fr¨ªo, sin adjetivos. Un tono documental. Aqu¨ª no hay h¨¦roes, ni hero¨ªsmo, ni ¨¦pica. No he ido a juzgar el aspecto ¨¦tico. Es un libro descriptivo, distante. Me separo del sujeto para dejarle el sitio al lector, es ¨¦l el que se mete en la acci¨®n, se codea con los personajes.
P. Dice que el Dos de Mayo ha sido muy manipulado.
R. Desde el d¨ªa siguiente. Por los patriotas, por el absolutismo de Fernando VII, los liberales, la I Rep¨²blica, la monarqu¨ªa, la II Rep¨²blica -que puso el ¨¦nfasis en el protagonismo del pueblo en aquella jornada-, el franquismo -para Franco los h¨¦roes eran Dao¨ªz y Velarde, claro, los militares a la cabeza del pueblo-... De nada como del Dos de Mayo se han hecho tantas lecturas.
P. Entonces, su propuesta...
R. La historia ya ha sido contada, no voy a reescribir a Gald¨®s -como hacen otros-, ser¨ªa rid¨ªculo. Ni voy a dar una interpretaci¨®n. Que sea el propio lector el que interprete. Quien quiera ver en esto un arrebato patriotero va de culo.
P. Eso de fr¨ªo, distante, objetivo... se lo salta a veces con algunos trucos.
R. Claro, es una narraci¨®n, y uso la libertad que me da ser novelista. El historiador, en cambio, no puede narrar ciertas situaciones, no est¨¢ autorizado a rellenar los huecos, las lagunas de la historia.
P. Aquello, como lo muestra, fue una ordal¨ªa de sangre y violencia.
R. Una lucha sucia, callejera. Cada uno hizo su guerra. Mucho combate individual.La reina fue la navaja. Los franceses hablan de ella con acojone. No navajitas de las de ahora, sino trastos de dos palmos.
P. De hecho, la ¨²nica onomatopeya que se permite en Un d¨ªa de c¨®lera es la de la multitud enfurecida en Puerta del Sol abriendo al un¨ªsono sus navajas: clac-clac-clac.
R. Centenares de cachicuernas albacete?as de siete muelles..., he imaginado ese ruido.
P. Aquel d¨ªa los madrile?os inventan un arma nueva letal: la maceta.
R. S¨ª, una aut¨¦ntica innovaci¨®n b¨¦lica espa?ola. Matan a varios franceses lanz¨¢ndoselas desde balcones. Les tiran de todo, tejas, ladrillos, botellas, muebles, agua y aceite hirviendo. Unos tipos saquean la armer¨ªa real y combaten con armas antiguas, cascos, escudos, viejas espadas, alabardas de tiempos de Carlos V... El cerrajero Molina mata a un imperial a garrotazos. Otros usan hachas, hoces, agujas, lo que sea?
P. Su descripci¨®n de la c¨¦lebre carga de los mamelucos, al frente de la caballer¨ªa de la Guardia Imperial, es estremecedora.
R. Un choque brutal. A los mamelucos que caen los deg¨¹ellan como a gorrinos, "moros", les llaman. Claro que, para un madrile?o de entonces, un mameluco egipcio, con el atav¨ªo oriental, turbante, cahouk, sarouaibombachos escarlata, le parecer¨ªa el no va m¨¢s de lo musulm¨¢n...
P. Pero en realidad hab¨ªa mucho mameluco franc¨¦s, ?no?, eran un poco como los zuavos, una indumentaria ex¨®tica.
R. Eso, la incorporaci¨®n de franceses, fue m¨¢s tarde, los mamelucos que cargaron en Madrid eran originales, egipcios, como el pobre Mustaf¨¢ del que hablo y al que, sujet¨¢ndole entre tres, le rebanan el cuello.
P. En todo caso, cargarse a un mameluco -a los que Napole¨®n concedi¨® un ¨¢guila por su valor en Austerlitz- o a un coracero, ya que estamos, requer¨ªa valor.
R. S¨ª, recuerda que eran soldados de ¨¦lite. Para ser coracero, les gros fr¨¨res, les hommes de fer, deb¨ªas medir un m¨ªnimo de 1,73, que era una buena altura entonces. -Dao¨ªz y Velarde, por ejemplo, son muy bajitos-. Eran tropas que impresionaban, con enormes caballos.
P. S¨ª, cantaban aquello tan simp¨¢tico C'est la charge, c'est la foudre,/ c'est l'assaut dans la sang et dans la poudre. ?C¨®mo caen ante simples civiles?
R. Imag¨ªnate que eres un coracero, digamos que te llamas Dupont, muy marcial, muy bravo, muy duelista, que te has paseado por todos los campos de batalla de Europa, por Eylau, con Hautpoul, por Friedland. Y llegas a la Puerta de Toledo y en vez de los enemigos acostumbrados, todo orden y banderas, se te tiran encima cuatrocientos t¨ªos con navajas, pu?ales, macetas, lo que sea? Una manola le mete un espet¨®n de asar a tu montura por los belfos, otra se deja atropellar para detenerte; un cura te pega un escopetazo. Te acojonas. Te dices: ?Mon Dieu, yo no soy un gendarme, yo soy un soldado! Goya muestra muy bien lo que fue aquello: la gente estaba enloquecida, rabiosa, no se precav¨ªan f¨ªsicamente, se tiraban a los pies de los caballos para hacerlos caer. Eso t¨² y yo no lo hacemos.
P. Yo, desde luego que no.
R. El que hace eso es el mismo espa?ol que despotrica de Zapatero, de Rajoy, de Bono, aunque m¨¢s primitivo, m¨¢s fanatizado, trabajado a fondo por la Iglesia. Coge y suelta a ese t¨ªo bien cabreado ante los franceses y tienes el Dos de Mayo. Primero es c¨®lera pura; luego, cuando las cosas comienzan a ir mal, siguen peleando por verg¨¹enza, verg¨¹enza torera, y venganza.
P. Hubo muchas mujeres en la lucha.
R. S¨ª. Es muy sorprendente que, por ejemplo, entre los que se enfrentan a la caballer¨ªa francesa hay una gran cantidad de mujeres. Tambi¨¦n las hay en Montele¨®n, con los artilleros, arrastrando ca?ones si es necesario, como Ramona Garc¨ªa S¨¢nchez. Casi la mitad de las bajas que recoge la documentaci¨®n son mujeres.
P. Se las cargan los franceses sin miramientos.
R. Hombre, t¨² mismo, si se te tira encima una pescadera con tijeras herrumbrosas de limpiar pescado en la mano busc¨¢ndote la yugular, no s¨¦, yo no dejo que se me acerque.
P. ?Sumergirse como lo ha hecho en el Dos de Mayo le ha llevado a alguna conclusi¨®n sobre el significado de esa fecha?
R. Mi conclusi¨®n es que ?maldito d¨ªa! El Dos de Mayo es una losa que a¨²n nos pesa. Es el d¨ªa en que el instinto, el coraje, el fanatismo, el valor, el patriotismo, el ansia de rapi?a, el deseo de venganza, lo noble y lo innoble produjeron un proceso que trajo consecuencias terribles para Espa?a. Los madrile?os luchan en el bando equivocado ese d¨ªa. Para restituir el viejo orden, casposo, ruin. Esa ¨¦pica callejera nos meti¨® en una pesadilla que arrastramos hasta hoy, ah¨ª nacen las dos Espa?as. Insisto: ?maldito sea el d¨ªa! El drama del Dos de Mayo no es s¨®lo el de los 400 muertos espa?oles censados. Es el de la inteligencia, el drama de los l¨²cidos. De la gente que sabe que la raz¨®n, el progreso, est¨¢ del lado de los franceses, que el futuro es ¨¦se. Y que combatir a los franceses es defender a unos reyes incapaces y a unos curas fan¨¢ticos. La familia real, espa?ola, esos Borbones, eran lo m¨¢s abyecto, despreciable y vil de Europa. Por eso mucha gente se qued¨® en sus casas. , por eso luch¨® quien luch¨® y no luch¨® quien no luch¨®. Morat¨ªn, Goya, Blanco White... Qu¨¦ d¨ªa m¨¢s terrible cuando el bando del honor se contrapone abiertamente a todo lo que quieres y en lo que crees.
P. Usted parece identificarse con los afrancesados, por la cabeza, y tambi¨¦n por el coraz¨®n, con la gente del pueblo llano que se echa a la calle, la gente a la que finalmente dejan en la estacada, el "pueblo hu¨¦rfano", como ese valiente chispero, Juan G¨®mez, esc¨¦ptico y descre¨ªdo, que es un trasunto suyo.
R. ?No, no te equivoques! Aqu¨ª no hay trasuntos m¨ªos, no me invento nada ni a nadie. Todos los personajes son reales, construidos a partir de testimonios. Mi libertad ha sido, sabiendo que cinco mueren en la misma esquina, hacer que se conozcan, que hablen entre ellos, lo cual no es muy osado suponer.
P. ?Cu¨¢ntos personajes maneja? en total...
R. Unos trescientos.
P. ?Qui¨¦n lucha ese d¨ªa?
R. El mito de siempre es que ese d¨ªa lucha el pueblo todo, la naci¨®n. Eso es mentira. La mayor¨ªa de la gente est¨¢ en sus casas. Es la chusma, el pueblo bajo, ignorante, el que sale a la calle. Las putas de Lavapi¨¦s, los matarifes del Rastro, los chisperos (herreros) de Barquillo, los delincuentes, los mendigos. Muchos salen por barullo, por chuler¨ªa, por robarle al franc¨¦s los dineros de la bolsa y arrancarle los dientes de oro. Por venganza: esos franchutes le han tocado las tetas a mi novia, son unos cabrones, chuloputas, no pagan el vino.
P. ?Y el patriotismo?
R. A veces lo confundimos con el cabreo, que es lo que hay en abundancia el Dos de Mayo. Por eso mi libro se titula Un d¨ªa de c¨®lera y no Un d¨ªa de gloria. Lo del patriotismo en el Dos de Mayo es en buena parte manipulaci¨®n. Al acabar la jornada la gente cree que todo ha terminado ah¨ª, un mot¨ªn y nada m¨¢s. Ni independencia ni leches. No sab¨ªan lo que estaban haciendo, lo que vendr¨ªa despu¨¦s. Yo he visto mucha insurrecci¨®n. , he estado en Ruman¨ªa cuando la ca¨ªda de Ceaucescu. A la calle siempre salen los mismos. Aquel d¨ªa, combatiendo en Madrid, hab¨ªa algunos patriotas, s¨ª, y militares, incluso un arist¨®crata. Pero hay que comprender que la algarada es popular y viene del cabreo. Era c¨®lera, no patria. El del Dos de Mayo es el mismo espa?ol que pega al ministro, que se cabrea en Barajas. Sale a cargarse franceses como sale a cargarse curas durante la Rep¨²blica. Ese espa?ol tan peligroso. "?Con raz¨®n o sin ella!", ese terrible motivo del espa?ol para pelear. El Dos de Mayo no hay prop¨®sito definido, no hay plan, no hay cabeza rectora. Por eso resulta tan dif¨ªcil a los franceses pararlo. Lo de la naci¨®n y la patria viene despu¨¦s. La guinda de la macedonia. Luego todo el mundo se apropia de aquello. Volver¨¢n a hacerlo el pr¨®ximo 2 de mayo de 2008. Yo quiero devolver el 2 de mayo a la calle, insisto. Que el lector corra ante los caballos, escuche las balas golpeando a su lado, se agobie, participe en el combate callejero, se encuentre con gente que no volver¨¢ a ver, se meta en el caos, el humo, los gritos, la sangre...
P. Ah¨ª su experiencia de corresponsal de guerra es un punto.
R. Cuando hablo de saltar tapias delante de tipos armados que te persiguen no me lo explican, lo he vivido, y eso se nota. Puedo reconstruirlo con soltura. Yo he estado all¨ª, s¨¦ lo que se siente. Eso lo hace muy real.
P. Hay cosas que hacen pensar en El pintor de batallas. Lo cual es l¨®gico porque en ambos aparecen Goya y sus cuadros.
R. Un d¨ªa de c¨®lera se me ocurri¨® cuando escrib¨ªa El pintor de batallas. Aqu¨ª tambi¨¦n estoy explicando un cuadro. Nos hemos nutrido mucho de un imaginario gr¨¢fico con el 2 de mayo. Tambi¨¦n en eso he tratado de despojar a los cuadros de las adherencias, dar una lectura limpia, sin interposici¨®n, sin intermediarios.
P. El parque de artiller¨ªa de Montele¨®n es uno de los centros de Un d¨ªa de c¨®lera.
R. La que llamo la batalla de Madrid tiene sus escenarios ah¨ª, en Montele¨®n, y en el eje Palacio Real-Puerta del Sol-Buen Retiro y en la Puerta de Toledo, m¨¢s los lugares de los fusilamientos. El parque de Montele¨®n es nuestro ?lamo. De hecho en ese lugar mueren m¨¢s que en la misi¨®n tejana. ?Mira que hemos comido con patatas leyenda del ?lamo!, tanto Travis, Bowie y Crockett.
P. Remember the Alamo, Remember Montele¨®n. Es verdad, los franceses incluso tocan a deg¨¹ello como los lanceros de Santa Ana. Aqu¨ª tambi¨¦n son tres los l¨ªderes de la resistencia: Dao¨ªz, Velarde y Ruiz, Jacinto Ruiz, teniente.
R. Si te acercas ves que eran unos matados. Dos oficiales, simples capitanes, uno por exaltaci¨®n -Velarde, el t¨ªpico militar de "?viva Espa?a!", el que asalta la trinchera en Rusia a pecho descubierto-, el otro por decencia -Dao¨ªz, callado y fr¨ªo, pero que se suma al asunto por verg¨¹enza torera y asume su destino tr¨¢gico-. El tercero, un tenientillo asm¨¢tico. Y les hacen bajas, y muchas, al mejor ej¨¦rcito del mundo. ?Por qu¨¦ he de admirar a los del ?lamo, que ni me va ni me viene? Montele¨®n marca m¨¢s mi vida, esos valientes? Montan un chocho de la hostia.
P. Dao¨ªz cae bajo las bayonetas francesas, a lo David Crockett, atravesando con su espada antes al general Lagrange, ?vaya escena!
R. As¨ª fue, hay testimonios.
P. Parece que admira usted ese valor.
R. Pero todo eso fue para mal. No lo olvidemos. ?Qu¨¦ se puede esperar de un pueblo que se echa a la calle porque est¨¢ cabreado? Eso no puede llevar a nada bueno. Pero, claro, es una jornada fascinante.
P. Los militares de Montele¨®n, confiando en que con su gesto van a arrastrar al ej¨¦rcito entero tienen un no se qu¨¦ del 23-F.
R. Algo de eso hay. Todas las fuerzas pol¨ªticas y militares se inhiben, unos por sinceridad -les horroriza mezclarse con la chusma revoltosa, turbulenta: en el fondo mejor que se los carguen los franceses-, otros por no liarse. Pero el 23-F es algo tan sucio que cualquier comparaci¨®n mancha. No me gusta esa comparaci¨®n.
P. Un d¨ªa de c¨®lera se puede leer como un parte de bajas. Esa obsesiva y recurrente enumeraci¨®n de las v¨ªctimas, todos esos nombres de los participantes, p¨¢rrafos enteros. ?No teme que puedan hacer engorrosa la lectura?
R. Era fundamental lo de los nombres. Estoy hablando de personas, del alba?il, la pescadera, el picador, gente concreta, gente de verdad, seres humanos. Eso no puede hacerse de forma an¨®nima. El lector tiene que reconocerlos. Adem¨¢s, es un recurso cl¨¢sico, a la manera hom¨¦rica. La Il¨ªada, salvando las distancias, est¨¢ llena de nombres y genealog¨ªas. No escatimo esa reiteraci¨®n. Los personajes del Dos de Mayo no son abstracciones patri¨®ticas. Tengo las listas y las uso.
P. Y si al lector le corta...
R. Que se fastidie. El libro lo requer¨ªa. Creo que ese uso de los nombres aporta m¨¢s de lo que pueda entorpecer. Tras la lectura, no te queda un concepto abstracto como el pueblo de Madrid, sino nombres, personas. De todas formas, ojo, eso de los nombres es algo que dosifico y sit¨²o estrat¨¦gicamente en la narraci¨®n.
P. Hace constar las profesiones de los que cita, y las edades, que sirven para ver que en la calle hab¨ªa hasta ni?os y ancianos.
R. Sin esos datos no se entiende el Dos de Mayo, sin ellos nos manipulan, te llevan al huerto los pol¨ªticos y los hijos de la gran puta, ponlo as¨ª, por favor.
P. Tambi¨¦n aparecen dos maestros de esgrima, a uno le hace morir d¨¢ndose de sablazos con los dragones franceses.
R. Yo no le hago, yo no hago nada, bueno, casi nada.
P. Parec¨ªa un gui?o a El maestro de esgrima.
R. No, no. Son personajes reales. No hay ning¨²n gui?o en esta novela, ni siquiera a El h¨²sar, que me hubiera resultado f¨¢cil, por la cercan¨ªa temporal.
P. Da la impresi¨®n de que se lo ha pasado muy bien escribiendo.
R. Ha sido un trabajo enorme. ?Pero lo que he disfrutado! Con las lecturas y mapas, y paseando por Madrid, por los escenarios, imaginando la carga de caballer¨ªa en la Puerta de Toledo, entendiendo por qu¨¦ caen tantos madrile?os en un lugar: ?porque hu¨ªan de los coraceros cuesta arriba!
P. Una topograf¨ªa del terror.
R. Vas encontrando fantasmas, y los ves luchar y morir, y entiendes por qu¨¦ mueren as¨ª y ah¨ª. Es algo muy conmovedor. De nuevo, por supuesto, est¨¢ mi experiencia personal en combates callejeros, que me permite leer la batalla sobre el terreno. Enfiladas, ¨¢ngulos de tiro, descubiertas. Lo que en los documentos eran simples listas de bajas cobra sentido.
P. Me da la sensaci¨®n de que, pese a la objetividad y tal, a lo largo de la narraci¨®n usted se va calentando.
R. No yo, es la historia la que se calienta en esas horas, ese d¨ªa.
P. Pero se percibe que la odisea de esas partidas y esos individuos, esa gente desesperada, le conmueve.
R. Me conmueve su terrible orfandad, que nadie los apoye. Nadie los orienta, nadie se moja, nadie media por ellos al final al final, cuando van al matadero.
P. Los fusilamientos son estremecedores. De un realismo que espanta. Los de la Monta?a del Pr¨ªncipe P¨ªo. Parece que descongelara el cuadro de Goya y le diera animaci¨®n.
R. As¨ª han sido siempre, con fusiles de avancarga o armas autom¨¢ticas, no son escenas imaginadas, las he visto en Angola, Nicaragua, Sarajevo. ?sa es mi ventaja. Pones experiencia, historia y Goya y sale lo que hay en el libro.
P. La forma en que los franceses van casa por casa, vac¨ªan las c¨¢rceles, seleccionan a los presos, los ejecutan. Esa matanza sistem¨¢tica hace pensar en las Fosas Ardeatinas o en los Einsatzkommandos.
R. Fue un comportamiento similar al de los nazis. Los franceses est¨¢n furiosos por sus bajas. Odian y desprecian a esa gente baja, sucia, fan¨¢tica, esa hidra que les ataca y desaparece para volver a juntarse. Hay un componente de racismo, sin duda. Aunque m¨¢s racista era nuestro aliado, el ingl¨¦s.
P. Hay disparos en la nuca, y a los que van a fusilar les hacen quitarse la ropa.
R. Es lo habitual.
P. Nada de elegancia napole¨®nica.
R. No me hagas re¨ªr, m¨ªrate los grabados de Goya.
P. El punto de vista, la simultaneidad, de los acontecimientos,le habr¨¢ dado problemas.
R. Ten¨ªa las paredes de casa llenas de anotaciones, de personajes. Sab¨ªa d¨®nde estaba cada cual en cada momento. Manejar todo eso, respetando los horarios, respetando los horarios, fue todo un desaf¨ªo. Hay una parte en ¨¦l muy t¨¦cnica.
P. Una dramaturgia.
R. Una coreograf¨ªa.
P. Tambi¨¦n utiliza el punto de vista de los franceses.
R. No hay buenos ni malos. el Dos de Mayo. Hay que entender a los franceses: ven delantea una chusma.
P. Y tienen muchas bajas: 2.500, seg¨²n algunas fuentes.
R. Yo creo que hubo menos, pero es cierto que al inicio del Dos de Mayo tuvo lugar una aut¨¦ntica caza del franc¨¦s, y les pillaron en pelotas, aislados, desprevenidos. , solos por ah¨ª. Goya pinta muchos franceses muriendo luego en la famosa carga -aunque es cierto que no la vio personalmente, estaba en otra zona-. Murat le escribe a Napole¨®n que han tenido cantidad de muertos y que lo diga alguien como ¨¦l, una bestia parda acostumbrada a las batallas m¨¢s sangrientas, significa que de verdad los hubo. Por otro lado, no fusilas tanto si no ha habido mucho mal rollo. Estaban muy cabreados los franceses
P. Les hace hablar alguna vez con acento -Marbot dice cobagdes, Murat a un sacerdote: "Te vamos a fusilag, cuga"-, pero estamos lejos de Trafalgar y no digamos de la hilaridad de La sombra del ¨¢guila.
R. Los franceses hablan como lo hacen. Toques de humor hay pocos, s¨®lo los que da la propiahistoria, la vida, la desmesura de la jornada.
P. ?Y Arturo P¨¦rez-Reverte qu¨¦ hubiera hecho ese col¨¦rico 2-M?
R .Yo no s¨¦ qu¨¦ hubiera hecho. De joven, como todos, pensaba que hubiera salido a luchar. Ahora, con la lucidez de los a?os, no soy capaz de decirlo. Depende de c¨®mo hubiera ido todo, de las circunstancias que me hubiera tocado vivir. En principio, salir a la calle para qu¨¦, ?para defender a esos curas, a esa nobleza inculta, a esos Borbones corruptos? Que salga su puta madre. Pero si veo a ese franc¨¦s matando a mis vecinos, fusilando, ejecutando. O si una bala perdida alcanza a un familiar en casa? Mucha gente sale por venganza, por rabia, por rencor o por el qu¨¦ dir¨¢n. Qu¨¦ tragedia, insisto, ese d¨ªa para los l¨²cidos, para la raz¨®n, para Morat¨ªn, para Goya, para la gente culta.
La conversaci¨®n se alargar¨¢ para entrar en terrenos tan concretos como la forma de doblar el codo los coraceros al cargar con sus espadas o el tipo de unidad francesa (?marinos de la Guardia!) que Goya represent¨® en sus fusilamientos del 3 de mayo. P¨¦rez-Reverte referir¨¢ cosas tan espeluznantes como las consecuencias de una herida de metralla o bayonetaen el vientre. y en las que el paquete intestinal se desparrama sin remedio. El novelista explicar¨¢ que presenci¨® una herida as¨ªen Bosnia, para espanto de una joven que escucha disimuladamente la conversaci¨®n en la mesa de al lado. La chica empalidece cuando el escritor detalla c¨®mo las v¨ªsceras del desgraciado, rajado por una esquirla, se desparraman con un ruido l¨ªquido "-son azules y huelen"- y suspira aliviada cuando nos marchamos hacia las calles, que no saben lo que se les viene encima, para seguir reviviendo el Dos de Mayo. Ca?ones, ca?ones, ca?ones.
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