De Gea a los pinares
Un pueblo cerca de Albarrac¨ªn en un escenario de verde y pe?as
Enclave de pasado mud¨¦jar, sus alrededores mezclan rocas oxidadas y cielos puros. Una buena puerta de entrada al sutil paisaje protegido de los Pinares de Rodeno, cerca de Albarrac¨ªn y Bezas.
De camino hacia Albarrac¨ªn o en ruta hacia los montes de Rodeno, viniendo de Teruel, el pueblo te sale a la vista como una estampa inm¨®vil y lejana. La carretera, atravesando el llano des¨¦rtico en inmensa l¨ªnea recta de 15 kil¨®metros, y donde la mirada abarca horizontalmente la redondez del mundo, se quiebra al llegar a una bifurcaci¨®n. En ese preciso momento ves Gea y su hermosa vega, y tras ella se divisan claramente los soberbios montes de Rodeno.
Desde sus or¨ªgenes, la villa libr¨® duras batallas para sobrevivir a las invasiones. Los romanos dejaron un canal artificial que atraviesa este tramo del valle por el cerro del Azud, con sus cuevas perforadas. Cerca de los yacimientos ib¨¦ricos fueron halladas monedas acu?adas durante la ¨¦poca del emperador Tiberio (37 antes de Cristo). Gobernada por la familia Beni Raz¨ªn, dependiente de La Shala (como se denominaba entonces a Albarrac¨ªn) y amurallada, Gea fue puesto de choque y defensa de ataques provenientes de Levante. Esta estirpe bereber pas¨® a la Pen¨ªnsula en el a?o 711 y ocup¨® la sierra, dedic¨¢ndose al pastoreo. La aldea perteneci¨® a su taifa bajo el reinado de Jalaf Ibn Raz¨ªn (993-1045). La comunidad particip¨® en los pagos que Al Malik efectu¨® a Rodrigo D¨ªaz de Vivar, el Cid.
La Inquisici¨®n, en pleno apogeo, expuls¨® a 2.260 moriscos con una fecha de referencia, 1610, siendo luego repoblada por navarros y castellanos. El sometimiento durante largas ¨¦pocas a distintos cultos y costumbres -celtas, romanos, musulmanes-, su situaci¨®n estrat¨¦gica y decisiva para conquistas y reconquistas crueles, y el hecho de tener que aceptar alianzas culturales impuestas es todav¨ªa perceptible en los rostros cincelados y en la mirada franca o desconfiada de sus habitantes.
Una vez hospedado en Gea, el forastero puede realizar una exploraci¨®n de los Pinares de Rodeno. A pocos minutos del pueblo, el camino ofrece una excursi¨®n llena de embrujos naturales, donde andan a saltos, escondidos entre pinos resineros y huellas de arte rupestre, ciervos, zorros y jabal¨ªes, mientras aves rapaces vigilan, inquietas, desde la c¨²spide.
Pinturas rupestres
Vale la pena acercarse en coche al centro de interpretaci¨®n de Dornaque, desde donde uno se adentra en el paisaje protegido de los pinares. Un espacio natural en el que destacan el barranco de las Tajadas y la laguna de Bezas (con sus garzas y ¨¢nades reales), las pinturas rupestres de Albarrac¨ªn (en el barranco del Cabrerizo) y el Mirador del Puerto, una excursi¨®n a pie de algo menos de dos horas, saliendo desde Dornaque, hasta alcanzar esta cumbre espectacular. All¨ª, sobre la roca, aparece una inesperada gnamma, formaci¨®n geol¨®gica en forma de peque?o estanque circular donde la leyenda, como brotando de una p¨¢gina del Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Potocki, dice que se ba?aban los reyes moros.
El Gobierno aragon¨¦s declar¨® en 2006 paisaje protegido los Pinares de Rodeno de Dornaque, y Gea qued¨® como primera parada dentro del itinerario Albarrac¨ªn-Rubielos de Mora (95 kil¨®metros). Desde fecha reciente se propone a los visitantes como jal¨®n dentro de la Ruta del Cid, y el acueducto romano supone una atracci¨®n m¨¢s para los aficionados a la historia y la arqueolog¨ªa. Sin embargo, lo mejor de Gea es la parte antigua, la que da a la vega y sus senderos hacia el arroyo, tras el convento de las monjas capuchinas, religiosas rigurosas de clausura. Este recinto impenetrable, rodeado de flores silvestres, recuerda enseguida el ¨¢mbito fr¨ªo, aunque apasionado, de la m¨ªstica espa?ola. No resulta dif¨ªcil imaginar, al penetrar en su dulce patio interior, a santa Teresa de ?vila escribiendo desde su celda pasajes del Libro de la vida. Otro edificio es digno de inter¨¦s: el convento de la Virgen del Carmen, de la segunda mitad del XVIII, de un sobrio barroco clasicista. Consta de una iglesia de tres naves con crucero y amplio claustro realizado en sillarejo.
Hay otro lugar muy curioso: el barranco de los burros, desfiladero donde, en otra ¨¦poca, para alimento de ¨¢guilas y lobos, se abandonaban animales muertos. A 300 metros del nuevo cementerio te adentras en un valle de fantasmas terrenales. Sonidos apagados, estribillos extra?os de urracas o cuervos que no ves, sombras inopinadas afloran entre rocas y cardos. Pero, aunque levantas la vista, no ves nada. La luz, brillante y cegadora, desata la imaginaci¨®n y el deseo de andar solo, mirando las mariposas revolotear.
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