Historia de una escalera mestiza
Un edificio de Tetu¨¢n refleja la mezcla intercultural de Madrid
En el n¨²mero 18 de la calle de Goiri, en Tetu¨¢n, hay nuevos olores, nuevos acentos, m¨²sicas que se filtran por las puertas y suben la escalera. Antes de la cena, los aromas de lentejas y cocidos se mezclan con el hervor de un sancocho caribe?o o un guiso africano. El edificio tiene 32 pisos y cerca de 100 habitantes, y m¨¢s de la mitad son extranjeros.
Tetu¨¢n es el distrito con mayor poblaci¨®n inmigrante de Madrid (20%). All¨ª las calles viven una r¨¢pida metamorfosis con la llegada de los nuevos vecinos atra¨ªdos, en parte, por los pisos que va dejando la poblaci¨®n mayor. La mudanza ha tra¨ªdo colores pero tambi¨¦n roces. Eso se nota en las miradas de desconfianza cuando se encuentran en la escalera. A pesar de que sea un chico dominicano quien le ayuda a una anciana madrile?a a subir la compra.
"En los patios caen condones, compresas...", se queja un vecino "Si no te acercas, no vas a saber c¨®mo es la otra persona", dice otro
"Nunca hab¨ªamos visto algo as¨ª. En los patios caen condones, compresas, cigarrillos y una vez un par de cuchillos... ?Y el portal! La gente llega tarde, no tiene las llaves y hala, rompe la puerta. La hemos tenido cerrada con un destornillador", comenta el madrile?o Paco, presidente de la comunidad, desde el vest¨ªbulo del edificio. A su lado pasan tres chicos mulatos y el hombre desv¨ªa la mirada. De un bajo sale Manuel Ronquillo, ecuatoriano, quien ha ido trayendo a su familia desde Ecuador. "Llevo ocho a?os en Espa?a. Estoy a gusto. Aqu¨ª se tiene libertad, no es como en otros pa¨ªses que te piden papeles todo el tiempo", se?ala mientras mira con complicidad al presidente. Manuel es uno de los afectados por la lluvia de objetos.
Alguien intenta abrir el portal. Es la madrile?a Carmen M¨ªguez, una de las habitantes m¨¢s antiguas del edificio y adem¨¢s presidenta de la Asociaci¨®n de Vecinos de Tetu¨¢n. Temas como inmigraci¨®n y convivencia se abordan constantemente en la entidad. "M¨¢s que racistas somos clasistas. Odiamos la pobreza porque la asociamos a la suciedad o a la falta de educaci¨®n. Yo siempre pregunto: ?invitar¨ªas a cenar a Lola Flores? Y ?a un gitano?", se?ala. Un vecino le comenta que duerme mal por el ruido que sale de un bar latino contiguo. Su gesto cambia. "Vamos a ver, yo no puedo poner un flamenquito a tope porque me vuelvo pesada. Y no es porque sea salsa o merengue, es una cuesti¨®n de respeto. Antes tuvimos una whisker¨ªa de toda la vida y nos tocaba ver cada cosa...", agrega mientras sube la escalera.
Desde abajo se aprecia la trenza que dibuja la barandilla hasta la ¨²ltima planta. Se escuchan pisadas sobre madera vieja, puertas que se abren y se cierran, voces. La chilena Marcela Manubens, dinamizadora vecinal en Tetu¨¢n del programa Madrid Convive del Ayuntamiento, lleva 15 a?os visitando escaleras similares. "En Madrid, la gente se roza, no es como otras ciudades europeas. He visto ancianas madrile?as que de repente hablan con una mujer inmigrante y sus hijos. Ella necesita compa?¨ªa y para ellos podr¨ªa ser una abuela sustituta. El caso de las mujeres inmigrantes que cuidan a ancianos espa?oles es muy significativo. Cuando la persona muere es como si se les hubiera muerto un familiar. Hay quejas por ruido y temas similares que podr¨ªan subsanarse si simplemente se le diera una explicaci¨®n al que llega. Pero es m¨¢s f¨¢cil enfadarse que ponerse en el lugar del otro", explica.
El piso del dominicano Guillermo S¨¢nchez parece una isla caribe?a que flota entre paredes naranja, carteles de paisajes alpinos y m¨²sica ranchera. "Me encantan los mariachis, el que canta es Cuco S¨¢nchez, un mexicano", comenta en la sala de su hogar. "El primer a?o como inmigrante es muy duro. Todo es diferente y m¨¢s para uno que ya tiene una edad (50 a?os). Sin embargo, uno sobrevive. Madrid tiene cosas muy buenas: trabajo, salud, educaci¨®n", comenta mientras sube el volumen del est¨¦reo. Su rostro luce satisfecho. En alguna ocasi¨®n le han golpeado la pared para que baje la m¨²sica. "Es gente mayor que protesta por todo", dice entre dientes. En los dos a?os que lleva en la ciudad no ha hecho amigos espa?oles, su vida transcurre entre la construcci¨®n y las rancheras que le esperan en casa.
"Me regreso a mi tierra en tres a?os. Ellos se quedan", se?ala mientras mira a la menor de sus siete hijos. Ella, aclara, s¨ª ha hecho amigos: una ni?a ecuatoriana y un ni?o marroqu¨ª. A veces compiten para ver qui¨¦n sube o baja las escaleras m¨¢s r¨¢pido.
A la madrile?a Carmen, de 54 a?os, quien vive una planta m¨¢s abajo, la algarab¨ªa le recuerda su propia juventud en el edificio. "Nos conoc¨ªamos todos, pod¨ªamos entrar en cualquier casa. Lo m¨¢s parecido a un extranjero era un catal¨¢n. Casi te sab¨ªas la historia de todos, hab¨ªa tres prostitutas. Lo s¨¦ porque intercambiaba novelitas rosa con una de ellas", recuerda. Frente al balc¨®n de su piso se abre una explanada donde construyen un aparcamiento subterr¨¢neo.
"Tiraron los edificios. En ellos llegu¨¦ a ver familias hacinadas en s¨®tanos. Dicen que todos los espa?oles se iban al extranjero con contrato pero es mentira, un t¨ªo m¨ªo y su esposa cruzaron a Francia sin papeles y con su beb¨¦ escondido en una caja", comenta de camino al piso de una vecina: Marta D¨ªaz, de 74 a?os. En su peque?a cuadr¨ªcula las pisadas en la escalera se amplifican como una cascada. "Hay gente mayor que est¨¢ regresando a sus pueblos porque tiene miedo. Yo no soy racista, pero ha llegado gente muy maleducada. Dicen que viven dos en un piso cuando en realidad hay diez. Manchan todo y ni siquiera te saludan", comenta con voz baja. Salvo un chico, que de vez en cuando le ayuda a subir la compra. "Ni siquiera s¨¦ c¨®mo se llama", agrega esc¨¦ptica. Cuando ve las pateras en la tele, imagina que un d¨ªa los espa?oles tendr¨¢n que irse a otro lado.
"Todos tenemos derecho a vivir pero francamente cada vez somos m¨¢s", subraya. Hace poco, se llev¨® una sorpresa con un m¨¦dico que le atendi¨®: era negro. "Yo no le dije que no me tocara ni nada por el estilo. Pero es diferente, ha venido a trabajar con un contrato", agrega.
En los talleres que se coordinan desde la asociaci¨®n de vecinos, se trabaja para cerrar la brecha de desconocimiento entre ambos lados. "Si no te acercas nunca vas a saber c¨®mo es la otra persona. Hay muchos estereotipos sobre la inmigraci¨®n, mucha alarma desde los medios de comunicaci¨®n. Es necesario establecer un di¨¢logo porque hay situaciones latentes, como el racismo. Actualmente, desarrollamos el proyecto Historia e Historias de Tetu¨¢n, en el que miramos las diferentes fotograf¨ªas que ha tenido el barrio, entre ellas la actual con la inmigraci¨®n. Adem¨¢s, recordamos a la gente y muchos llegaron de otros puntos de Espa?a", explica la dinamizadora vecinal.
Esa nueva fotograf¨ªa est¨¢ cubierta de carteles inveros¨ªmiles (Chiquit¨ªn de los Andes, El Vaquero del Amargue, Los Pasteles Verdes), de peluquer¨ªas caribe?as, de locutorios, de bares en los que viejos y nuevos vecinos coinciden en un partido del Real Madrid. En el n¨²mero 18 de la calle Goiri se resume esa realidad. En el portal, una pareja de j¨®venes discute: Gema es madrile?a y Joel dominicano. ?l se queja de que algunos vecinos le miran con desprecio. Ella le dice que tambi¨¦n es espa?ola y que nunca le ha mirado as¨ª.
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