Cuadernos
Los cuadernos venden, por eso ocupan espacios tan visibles en las tiendas de los museos, donde los hay de todas las formas y todos los colores. Los persigo con menos gusto desde que Paul Auster los pusiera de moda en una novela y su captura deviniera en un deporte de masas. Los amaba, en cambio, cuando el resto de la poblaci¨®n los detestaba del mismo modo que me amo a m¨ª mismo cuando me insultan, aunque me odio si me halagan. Se trata de una patolog¨ªa muy com¨²n, cuyo nombre no me viene ahora mismo a la cabeza. ?Y qu¨¦ es lo que tiene dentro un cuaderno? Nada, de ah¨ª su encanto. Si llenaran sus p¨¢ginas de ecuaciones, recetas de cocina o discursos, no los comprar¨ªa nadie porque ya no ser¨ªan cuadernos, sino libros. ?A qui¨¦n le interesa un libro? La circunstancia de que est¨¦n llenos de nada significa que imaginariamente est¨¢n llenos de todo.
Conservo un buen n¨²mero de maquetas de libros que me regalan mis amigos editores. El hecho de que sus p¨¢ginas permanezcan en blanco significa que est¨¢n listas para recibir una obra maestra. Hay cierto aire furtivo en la expresi¨®n con la que adquirimos un cuaderno y nos lo llevamos a casa. Ahora os vais a enterar, parece que decimos, imaginando ya el momento en el que el bol¨ªgrafo se deslizar¨¢ suavemente por sus p¨¢ginas levantando un poema genial. Ese momento no llega nunca, por supuesto. Ni falta que hace. Los momentos comienzan a ser un problema cuando llegan. Las aspiraciones cumplidas incluyen, sin excepci¨®n, una gl¨¢ndula liberadora de hiel. Y no se vive de ellas. Se vive de las promesas, de las v¨ªsperas, de los proyectos. Lo que representa un cuaderno es precisamente un proyecto. Una colecci¨®n de cuadernos vac¨ªos son, en potencia, unas obras completas magistrales. As¨ª que cuando muera y alguien se haga cargo de mi colecci¨®n, heredar¨¢ con ella una obra genial no escrita.
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